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Authors: Henning Mankell

Tags: #Policiaca

La quinta mujer (67 page)

Un coche policial llevó a Wallander al hospital. Hansson se sentía mal y estaba en una camilla. Se le habían inflamado los testículos y se encontraba en observación. Martinsson seguía sin recuperar el conocimiento. Un médico habló de una conmoción cerebral profunda.

—El hombre que le pegó debe de ser muy fuerte.

—Sí —contestó Wallander—. Sólo que el hombre era una mujer.

Abandonó el hospital. ¿Dónde se habría metido? Algo bullía en el subconsciente de Wallander. Algo que podía significar el hallazgo de su paradero o, por lo menos, deber adónde pensaba ir.

Luego se acordó de lo que era. Se quedó completamente inmóvil delante del hospital. Nyberg había sido muy claro. «Las huellas dactilares del torreón tienen que ser de una ocasión posterior».a posibilidad existía, aunque no fuera muy grande. Yvonne Ander podía parecerse a él. Una persona que, en situaciones apuradas, buscaba la soledad. Un sitio en el que pudiera hacerse una visión de conjunto. Tomar una decisión. Todos sus actos daban la impresión de basarse en una detallada planificación y en un minucioso horario. Ahora la existencia se había derrumbado en torno a ella.

Decidió que, en todo caso, valía la pena intentarlo.

El lugar estaba, naturalmente, acordonado. Pero Hansson había dicho que el trabajo no se reanudaría antes de que obtuvieran los refuerzos pedidos. Wallander supuso también que la vigilancia se haría mediante coches patrulla. Además ella podía acudir al lugar por el camino que había usado antes.

Wallander se despidió de los policías que le habían ayudado. En realidad, aún no comprendían lo sucedido en la estación de ferrocarril. Pero Wallander prometió que se les informaría durante el día. No era más que una detención de pura rutina que se les había escapado de las manos. Nada grave. Los policías que tenían que permanecer en el hospital no tardarían en recuperarse.

Wallander se sentó en el coche y llamó por tercera vez a Ann-Britt Höglund. No dijo de qué se trataba. Sólo dijo que saliera a su encuentro en el desvío de la finca de Holger Eriksson.

Eran más de las diez cuando Wallander llegó a Lödinge. Ann-Britt Höglund le esperaba de pie junto a su coche. El último tramo hasta la finca lo hicieron en el vehículo de Wallander. Se detuvo a cien metros de la casa. Hasta aquí no había dicho nada. Ella le miró inquisitiva.

—Puedo muy bien estar equivocado —dijo Wallander—. Pero tal vez haya una posibilidad de que venga aquí. Al torreón de los pájaros. Ha estado allí antes.

Le recordó lo que había dicho Nyberg de las huellas dactilares.

—¿Qué va a hacer Yvonne Ander aquí? —preguntó ella.

—No lo sé. Pero está acosada. Necesita tomar una decisión de algún tipo. Además no es la primera vez que vuelve por aquí.

Se apearon del coche. El viento soplaba con intensidad.

—Encontramos ropas de hospital —informó ella—. También una bolsa de plástico con unos calzoncillos. Me parece que habrá que partir de la base de que Gösta Runfeldt estuvo encerrado en Vollsjö.

Ya habían llegado a la casa.

—¿Qué hacemos si está en la torre?

—La detenemos. Yo voy por el otro lado del montículo. Si llega, es allí donde deja el coche. Luego tú bajas por el sendero. Esta vez, con las armas en la mano.

—Yo no creo que vaya a venir.

Wallander no contestó. Sabía que la posibilidad de que tuviera razón era grande.

Se colocaron al abrigo del viento en el patio. Las ráfagas habían arrancado las cintas de acordonamiento en el foso donde estaban excavando para encontrar a Krista Haberman. El torreón abandonado se dibujaba nítidamente en la luz del otoño.

—Esperaremos en todo caso un rato —dijo Wallander—. Si viene, ya no tardará.

—Hay orden de busca y captura en toda esta zona —dijo ella.

—Si no la encontramos, no tardará en ser buscada por todo el país.

Se quedaron callados un momento. El viento azotaba su ropa.

—¿Qué es lo que la impulsa? —preguntó Ann-Britt Höglund.

—A eso sólo puede contestar ella. Pero ¿no habría que suponer que también ella ha sufrido malos tratos?

Ann-Britt Höglund no respondió.

—Yo creo que es una persona muy sola. Y ha entendido el sentido de su vida como una vocación de matar en nombre de otros.

—Una vez pensamos que estábamos buscando a un mercenario —comentó ella—. Y ahora estamos a la espera de que una mujer que es jefe de tren aparezca en un torreón abandonado.

—Aquello del mercenario tal vez no estuviera tan traído por los pelos —dijo Wallander pensativo—. Dejando a un lado que es una mujer y que no cobra. Que sepamos. Hay algo que recuerda lo que un día fue una premisa nuestra equivocada.

—Katarina Taxell dijo que la conoció a través de un grupo de mujeres que solían reunirse en Vollsjö. Pero su primer encuentro fue en un tren. En eso tenías razón. Parece ser que le preguntó por una moradura que Katarina Taxell tenía en una sien. No se había creído sus subterfugios. Eugen Blomberg la había maltratado. No me enteré muy bien de cómo ocurrió. Pero nos confirmó que Yvonne Ander había trabajado antes en un hospital y además como auxiliar de ambulancia. En los dos sitios ve a muchas mujeres maltratadas. Luego toma contacto con ellas. Las invita a Vollsjö. Podría decirse, quizá, que constituyen un grupo de apoyo muy informal. Ella se entera de quiénes son los hombres que han maltratado a esas mujeres. Y luego pasa algo. Katarina reconoció también que Yvonne Ander fue a verla al hospital. La última vez le dijo el nombre del padre. Eugen Blomberg.

—Y con eso firmó su sentencia de muerte —dijo Wallander—. A mí me parece además que se ha preparado para esto durante bastante tiempo. Ha debido de ocurrir algo que lo ha desencadenado todo. Lo que es, ni tú ni yo lo sabemos.

—¿Lo sabrá ella?

—Tenemos que partir de esa base. Si no, está loca de remate.

Siguieron esperando. Las ráfagas de viento iban y venían sin cesar. Un coche policial se acercó a la entrada del patio. Wallander les dijo que no volvieran hasta nueva orden. No dio ninguna explicación. Pero se mantuvo muy firme.

Siguieron esperando. Ninguno de los dos tenía nada que decir.

A las once menos cuarto Wallander puso con cuidado la mano en el hombro de Ann-Britt Höglund.

—Ahí está —dijo en voz baja.

Ella miró. Una persona apareció en el montículo. No podía ser otra que Yvonne Ander. Estaba de pie mirando a su alrededor. Luego empezó a trepar al torreón.

—Tardaré veinte minutos en dar la vuelta —dijo Wallander—. Entonces empiezas a ir tú hacia allí. Estaré en la parte de atrás por si intenta huir.

—¿Qué pasa si me ataca? Tendré que disparar.

—Yo impediré que lo haga. Estaré allí.

Fue corriendo al coche y condujo todo lo rápidamente que pudo hasta el camino de carros que llevaba a la parte de atrás del montículo. Pero no se atrevió a ir en el coche hasta el final. Iba jadeando por la carrera. Tardaba más de lo previsto. Había un coche aparcado en el camino. También un Golf, pero negro. Sonó el teléfono en el bolsillo de Wallander. Se detuvo. Podía ser Ann-Britt.

Era Svedberg.

—¿Dónde estás? ¿Qué coño está pasando? —preguntó éste.

—No puedo entrar en eso ahora. Pero estamos en la finca de Holger Eriksson. Sería bueno que vinieras tú con alguien más. Hamrén, por ejemplo. Ahora no tengo tiempo de seguir hablando.

—Llamo porque tengo algo que decirte. Hansson telefoneó desde Hässleholm. Tanto él como Martinsson están mejor. Martinsson ha vuelto en sí, por lo menos. Pero Hansson quería saber si habías recogido su pistola.

Wallander se paró en seco.

—¿Su pistola?

—Dijo que él no la tenía.

—Yo tampoco.

—¿No se habrá quedado tirada en el andén?

Entonces Wallander cayó en la cuenta. Vio todo el desarrollo de los hechos nítidamente delante de sí.
Ella había agarrado la chaqueta de Hansson y le había dado un fuerte rodillazo en la entrepierna. Luego se había inclinado rápidamente sobre él
. Entonces cogió la pistola.

—¡Maldita sea! —exclamó Wallander.

Antes de que Svedberg tuviera tiempo de contestar, cortó la conversación y guardó el teléfono en el bolsillo. Había puesto en peligro a Ann-Britt Höglund. La mujer que estaba arriba en el torreón iba armada.

Wallander corría. El corazón le latía como un martillo en el pecho. Miró el reloj y supuso que ella ya debía de estar andando por el sendero. Se paró de repente y marcó el número de su móvil. No obtuvo respuesta. Seguramente había dejado el teléfono en el coche.

Echó a correr de nuevo. Su única posibilidad era llegar antes. Ann-Britt Höglund no sabía que Yvonne Ander iba armada.

El miedo le hacía correr aún más deprisa. Ya estaba en la parte de atrás del montículo. Ella tenía que estar ya casi junto al foso. «Ve despacio», dijo para si mismo. «Cáete, resbala, lo que sea. No corras. Ve despacio».abía empuñado la pistola y subía la loma por la parte de atrás del torreón, dando traspiés y tropezando. Cuando llegó a la cima vio que ella ya estaba junto al foso. Tenía su pistola en la mano. La mujer de la torre aún no le había descubierto. Gritó diciendo que estaba armada, que Ann-Britt se fuera corriendo de allí.

Al mismo tiempo apuntó con su pistola a la mujer que estaba de espaldas a él, en lo alto de la torre.

En ese instante sonó un tiro. Wallander vio cómo Ann-Britt Höglund sufría una sacudida y caía de espaldas en el barro. Fue como si alguien le atravesara con una espada su propio cuerpo. Miró fijamente el cuerpo inmóvil en el barro y apenas intuyó que la mujer del torreón se había vuelto rápidamente. Se echó a un lado y empezó a disparar contra la torre. El tercer tiro acertó en el cuerpo de la mujer, que se dobló y perdió al mismo tiempo la pistola de Hansson. Wallander echó a correr por delante de la torre hacia el barro. Se resbaló en el foso y subió al otro lado. Cuando vio a Ann-Britt Höglund, de espaldas en el barro, pensó que estaba muerta. Que la habían matado con la pistola de Hansson y que todo era culpa suya.

Durante un instante no vio otra salida que disparar contra sí mismo. Allí donde estaba, a unos metros de ella. Luego notó que se movía débilmente. Cayó de rodillas a su lado. Toda la parte delantera de su guerrera estaba ensangrentada. Estaba muy pálida y le miraba con ojos asustados.

—Está bien —murmuró él—. Está bien.

—Iba armada —musitó—. ¿Cómo es que no lo sabíamos?

Wallander notó que se le caían las lágrimas. Luego llamó a la ambulancia.

Más tarde recordaría que, mientras esperaba, estuvo rezando una oración incesante y confusa a un dios en el que, en realidad, no creía. Como a través de una niebla se dio cuenta de la llegada de Svedberg y Hamrén. Poco después, se llevaron a Ann-Britt Höglund en una camilla. Wallander estaba sentado en el barro. No consiguieron que se levantara. Un fotógrafo que se había pegado a la ambulancia le hizo una fotografía de esa guisa.

Sucio, solo, acongojado. El fotógrafo consiguió hacer esa única foto antes de que Svedberg, furioso, le echara de allí. Gracias a las presiones de Lisa Holgersson, la foto no llegó a publicarse nunca.

Mientras tanto, Svedberg y Hamrén bajaron a Yvonne Ander del torreón. Wallander le había dado en la parte de arriba de un muslo. Sangraba mucho pero su vida no corría ningún peligro. También a ella se la llevaron en una ambulancia. Svedberg y Hamrén lograron finalmente arrancar a Wallander del barro y lo llevaron casi a rastras hasta la casa.

Entonces llegó el primer informe de Ystad.

Ann-Britt Höglund había recibido un tiro en el vientre. La herida era grave y su estado, crítico.

Wallander fue con Svedberg a buscar su propio coche. Svedberg dudó hasta el último momento si debía dejar que condujera solo hasta Ystad. Pero Wallander dijo que estaba bien. Se fue directamente al hospital y se sentó en el pasillo a esperar información acerca de cómo evolucionaba Ann-Britt Höglund. Aún no había tenido tiempo de lavarse. Sólo cuando los médicos, al cabo de muchas horas, creyeron estar en condiciones de garantizar que se había estabilizado, Wallander se fue del hospital.

De repente, desapareció. Nadie se dio cuenta de que ya no estaba allí. Svedberg empezó a preocuparse. Pero pensó que conocía a Wallander lo suficiente como para comprender que ahora sólo quería estar en paz.

Wallander abandonó el hospital poco antes de medianoche. El viento seguía siendo intenso y la noche prometía ser muy fría. Se sentó en el coche y fue al cementerio donde estaba enterrado su padre. Buscó la tumba en la oscuridad y se quedó allí un rato, completamente vacío, con el barro que todavía no había tenido tiempo de quitarse. A eso de la una volvió a su casa, llamó a Riga y tuvo una larga conversación con Baiba. Después de eso, se quitó toda la ropa y se metió en la bañera.

Luego se vistió de nuevo y volvió al hospital. Fue entonces cuando, un poco pasadas las tres, entró en la habitación de Yvonne Ander, fuertemente custodiada. Ella dormía cuando entró silenciosamente en la habitación. Estuvo un buen rato contemplando su rostro. Luego se marchó sin decir una palabra.

Pero al cabo de una hora volvió. De madrugada llegó al hospital Lisa Holgersson y dijo que habían conseguido localizar al marido de Ann-Britt Höglund en Dubai. Llegaría al aeropuerto de Kastrup ese mismo día.

Nadie sabía si Wallander se enteraba de lo que se le decía. Permanecía sentado, inmóvil, en una silla. O junto a una ventana, con la vista clavada en el fuerte vendaval. Cuando una enfermera le ofreció una taza de café, se echó a llorar de repente y tuvo que encerrarse en un retrete. Pero casi todo el tiempo se lo pasaba sentado en su silla, sin moverse, mirándose las manos.

Casi al mismo tiempo que el marido de Ann-Britt Höglund aterrizaba en Kastrup, un médico dio la noticia que todos esperaban. Sobreviviría. Y, seguramente, no le quedarían tampoco secuelas de ningún tipo. Había tenido suerte. Pero tardaría en reponerse; la convalecencia sería larga.

Wallander oyó al médico de pie, como si estuviera recibiendo una sentencia. Luego, salió del hospital y desapareció en el viento.

El lunes 24 de octubre se dictó prisión preventiva contra Yvonne Ander por asesinato. Seguía aún en el hospital. No había dicho ni una sola palabra, ni siquiera al abogado que le habían asignado de oficio. Wallander intentó interrogarla por la tarde. Ella no hizo más que mirarle sin contestar a sus preguntas. Cuando estaba a punto de irse, Wallander se volvió desde la puerta y le dijo que Ann-Britt Höglund se salvaría. Le pareció que había una sombra de reacción por parte de ella, como de alivio, quizás incluso de alegría.

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