—Te besaré delante de todo el mundo, no arriesgamos nada.
—A mí también me gustaría besarte en pleno día y hacer como todo el mundo. Solo que, mientras nadie nos vea, nos mantenemos a salvo de los cotilleos. No volveremos a vivir en paz si gente como Brigitte Heim descubre nuestro secreto.
Claro que el azúcar de las pequeñas notas que ella me esconde en los bolsillos es sabroso, y con gusto las deslizaría por debajo de mi lengua. Pero cada vez soporto menos tener que ver cómo se escapa por los intersticios de la noche cuando se acerca la aurora. La aguja de sus tacones, que marca el tempo de su alojamiento, reaviva mis insomnios. Me duele la espalda cuando despunta el día y los pájaros me indican que ya me queda apenas tiempo para dormir.
Tras algunos meses, nuestro amor continúa creciendo, pero parece que ya no puede contentarse con alimentarse tan solo en los senos de la noche. Mandad llamar al sol y al viento, nos hace falta calcio para los huesos de nuestros cimientos. Quiero dejar caer la máscara de murciélago romántico. Quiero amor a pleno día.
Casi un año después de nuestros primeros encuentros, la situación sigue sin evolucionar. Nada más, nada menos. No consigo disminuir su angustia a exponernos. Méliès me aconseja que sea paciente con Miss Acacia. Estudio la mecánica de su corazón con pasión, trato de abrir los cerrojos bloqueados, con llaves blandas. Pero tengo la sensación de que Miss Acacia tiene rincones en su corazón que permanecerán cerrados para siempre.
Su reputación de cantante apasionada traspasa ya los límites del Extraordinarium. Me gusta ir a oírla cantar en los cabarets de las ciudades aledañas. Sentir el viento en sus movimientos flamencos. Llego siempre después de que empiece el espectáculo, y me desvanezco antes del fin, para que nadie advierta mi presencia regular.
Tras los conciertos, cohortes de hombres bien vestidos esperan bajo la lluvia para ofrecerle ramos de flores más grandes que ella misma. La cortejan delante de mis narices. Varado en la linde de un bosque de sombras, no tengo derecho a aparecer. Se maravillan de su talento de gran pequeña cantante. Conozco al dedillo su fuego sagrado, lo destila cada escenario que pisa. Me encuentro al margen de su vida social. Ver brillar esas centellas en los ojos de una gran manada de hombres con el corazón sano me produce el efecto de una terrible resaca de llamas. El reverso de la medalla amorosa proyecta sus sombríos reflejos; descubro que yo también puedo sentir celos.
Esta noche he decidido ensayar un experimento para que se quede en mi cama. Bloquearé las agujas para detener el tiempo. Pondré el mundo en marcha de nuevo solo si ella me lo pide. Madeleine debía prohibirme que las tocara porque temía que interviniera en el curso del tiempo. Si Cenicienta hubiese tenido un reloj en el corazón, habría parado el curso de las horas a las doce menos un minuto y se habría pasado toda la vida divirtiéndose en el baile.
Cuando Miss Acacia toma sus escarpines con una mano y se reacomoda el pelo con la otra, bloqueo la aguja de los minutos. Son las 4:37, hace un buen cuarto de hora en el reloj de mi corazón cuando la vuelvo a soltar. Entretanto, Miss Acacia ha desaparecido por el laberinto silencioso del Extraordinarium, los primeros pájaros de la aurora acompañando el rumor de sus pasos.
Habría querido tomarme un poco más de tiempo para contemplar con deleite su tobillos de polluelo, para remontar la curva de sus pantorrillas aerodinámicas, hasta las piedras ambarinas que le sirven de rodillas. Entonces, habría bordeado sus piernas entreabiertas para posarme en ella. Allí me habría desmoronado hasta convertirme en el mejor besador-acariciador del mundo. Cada vez que quisiera volver a su casa, le haría el mismo truco. Bloqueo temporal seguido de un curso de lenguas amorosas. Ella se sentirá rara y no podrá resistirse a la idea de pasar aún unos cuantos minutos auténticos y luminosos en el hueco de mi cama. Y durante estos instantes robados al tiempo, ella será solo para mí.
Pero si este trasto viejo sabe perfectamente hacerme notar el tiempo que pasa marcando con su tic-tac todos mis insomnios, se niega a ayudarme con la magia. Me quedo sentado en mi cama, solo, intentando, bien o mal, aliviar los dolores de mi reloj apretando los engranajes entre mis dedos. ¡Oh, Madeleine, te vas a enfurecer!
A la mañana siguiente, decido hacerle una visita a Méliès. Se ha construido un taller donde trabaja muy duro en su sueño de fotografía móvil. Voy a verle casi todas las tardes, antes de ir al tren fantasma. A menudo lo sorprendo con alguna «belleza». Un día una morena con el pelo largo, al otro, una joven pequeña y pelirroja. Sin embargo, sigue trabajando en el viaje a la luna que quería regalar a la mujer de su vida.
—Me curo de este amor perdido a golpes de consuelo; es una medicina dulce que a veces pica un poco, pero que me permite reconstruirme. La brujería rosa se me ha vuelto en contra; ya te lo he dicho, ningún truco funciona de manera infalible. Necesito reeducarme un poco antes de lanzarme de nuevo a las grandes emociones. Pero no me tomes como ejemplo. Continúa soldando tus sueños en la realidad, sin olvidar lo más importante: es de ti de quien Miss Acacia está enamorada.
Brigitte Heim me amenaza todos los días con echarme si persisto en convertir su tren fantasma en un espectáculo cómico, pero no lo concreta con acto por razón de la influencia de clientes. Hago todo lo que puedo para asustarles, pero no puedo evitar provocar risa involuntariamente. Por mucho que cante «Oh When the Saints» cojeando como Arthur, que rompa huevos contra los rebordes de mi corazón en el silencio de la curva de los candelabros, que toque la lira de mis engranajes para conseguir melodías rechinantes, y que termine saltando de vagón en vagón hasta plantarme encima de las rodillas del público, no importa, se parten de risa. Arruino sistemáticamente mis efectos de sorpresa, mi tic-tac resuena en todo el edificio. Los clientes saben exactamente cuando se supone que voy a sorprenderles; algunos habituales ríen incluso por adelantado. Méliès cree que estoy demasiado enamorado para dar miedo de verdad.
Miss Acacia viene de vez en cuando a dar una vuelta en el tren fantasma. Mi reloj tic-taquea cada vez más fuerte cuando la veo instalar sus nalgas de pájaro en el banco de una vagoneta. Le deslizo algún beso en espera de nuestros reencuentros nocturnos.
Vamos, ven a mi árbol en flor, esta noche apagaremos la luz y dejaré pares de gafas sobre tus brotes. Con la punta de tus ramas rayarás la bóveda celeste y sacudirás el tronco invisible que sostiene la luna. De nuevo caerán los sueños como una nieve tibia en nuestros pies. Tus raíces en forma de tacón de aguja las plantarás en la tierra, firmemente ancladas. Deja que me suba a tu corazón de bambú, quiero dormir a tu lado.
Suena medianoche en el reloj. Advierto algunas virutas de madera en la cama; algunas partes de mi reloj se astillan. Miss Acacia desembarca sin gafas pero con una mirada tan concentrada como si tuviéramos un encuentro de negocios.
—Estuviste muy raro anoche, incluso me dejaste marchar sin decirme adiós, ni un beso, nada. Jugueteabas con tu reloj, hipnotizado. Tuve miedo de que te cortaras con las agujas.
—Lo siento mucho, solo quería probar una cosa para que te quedaras un poco más de tiempo, pero no funcionó.
—No, no funcionó. No juegues a eso conmigo. Te quiero, pero ya sabes que no puedo quedarme hasta el amanecer.
—Lo sé, lo sé… es precisamente por eso que intenté…
—Además, podrías quitarte el reloj mientras estamos juntos, me hace daño cuando me abrazas…
—¿Quitarme el reloj? ¡No puedo!
—¡Claro que puedes! ¡Yo no vengo a encontrarme contigo bajo las sábanas con el maquillaje del espectáculo!
—¡Sí, a veces ocurre! Estás muy guapa desnuda y con los ojos maquillados.
Un ligero claro se apunta entre sus cejas.
—Pero yo no podría nunca sacarme el reloj, ¡no es ningún accesorio!
Ella responde torciendo su gran boca elástica a modo de «No te creo en absoluto…»
—Ya sabes que me gusta la forma que tienes de creer en tus sueños, pero de vez en cuando hay que bajar de las nubes, hay que crecer. No vas a pasarte la vida con esas agujas que te atraviesan el abrigo —declara ella, con tono de institutriz.
Desde nuestro primer encuentro, jamás me había sentido tan lejos de ella, a pesar de ocupar la misma habitación.
—Pues en realidad sí. Funciona así de verdad. Este reloj forma parte de mí, es él quien me hace latir mi corazón, es vital para mí. Tengo que adaptarme. Procuro utilizar lo que soy para trascender las cosas, para existir. Exactamente igual como haces tú sobre el escenario cuando cantas; es lo mismo.
—¡No es lo mismo, pícaro! —dice dejando resbalar la punta de sus uñas por encima de mi esfera.
La idea de que ella pueda pensar que mi reloj es un «accesorio» me hiela la sangre. Yo no podría amarla si tomara su corazón por un postizo, sea de vidrio, en carne o en cáscara de huevo.
—No te lo saques si no quieres, pero vigila con tus agujas…
—¿Crees en mí completamente?
—Yo diría que de momento creo en un setenta por ciento pero de ti depende que me convenza poder llegar al cien,
Little
Jack…
—¿Por qué me falta el treinta por ciento?
—Porque conozco bien a los hombres.
—Yo no soy «los hombres».
—¿Eso crees?
—¡Exactamente!
—¡Eres un farsante nato! ¡Hasta tu corazón es un artificio!
—¡Mi único artificio verdadero es mi corazón!
—¿Lo ves? Siempre caes de pie. Pero también me gusta eso de ti.
—No quiero que te guste «eso de mí», quiero que me quieras «a mí entero».
Sus párpados en forma de sombrilla negra pestañean al ritmo de los tic-tac de mi corazón. Varias expresiones divertidas y dudosas desfilan por la comisura de esos labios que hace demasiado tiempo que no beso. Las palpitaciones se aceleran bajo mi esfera. Una picazón muy conocida.
Ella arranca entonces con su redoble de tambor que llama a las cosas dulces, un conato de hoyuelos se ilumina.
—Te quiero entero —concluye.
Posa sus manos estratégicas, me corta el aliento. Mis pensamientos se diluyen de mi cuerpo. Apaga la luz.
Su cuello está salpicado de minúsculos granos de belleza, constelaciones que descienden hasta sus senos. Me convierto en el astrónomo de su piel, hundo mi nariz en sus estrellas. La acaricio con todas mis fuerzas y ella se hace flor para mí con todas sus caricias. Sus manos emanan una dulce electricidad. Me acerco aún más.
—Para aumentar mis estadísticas de confianza, te voy a dar la llave de mi corazón. No podrás quitarlo, pero podrás hacer lo que quieras, exactamente cuando te apetezca. De todos modos ya eres la llave que me abre por entero. Y tú, dado que te doy toda mi confianza, vas a ponerte gafas y dejarás que te mire a los ojos a través de los cristales, ¿de acuerdo?
Mi pequeña cantante acepta y se echa el cabello hacia atrás. Sus ojos sobresalen de su rostro de cierva elegante. Luego se pone unas de las gafas de Madeleine inclinando la cabeza a un lado. ¡Oh, Madeleine, si lo vieras, cómo te enfurecerías!
Podría decirle que la encuentro sublime con las gafas, pero como no iba a creerme prefiero acariciarle la mano. Entonces me digo que viéndome tal como soy, tal vez me encontrará menos a su gusto. Me angustio.
Dejo mi llave en su mano derecha. Estoy nervioso, y eso produce un ruido estridente en mi corazón.
—¿Por qué tienes dos agujeros?
—El de la derecha es para abrir, el de la izquierda para dar cuerda.
—¿Puedo abrirlo?
—Está bien.
Hunde con delicadeza la llave en mi cerradura derecha. Cierro los ojos, luego los abro, como cuando nos besamos largo rato.
Sus párpados están cerrados, tan magníficamente cerrados. Es un momento de una serenidad apabullante. Toma un engranaje entre sus dedos índice y pulgar, suavemente, sin ralentizar su funcionamiento. Una marea de lágrimas sube de un solo golpe y me sumerge. Suelta su sutil presa y los grifos de la melancolía dejan de manar. Miss Acacia acaricia un segundo engranaje. ¿Me estará haciendo cosquillas en el corazón? Río ligeramente, apenas una sonrisa sonora. Entonces, sin soltar el segundo engranaje con su mano derecha, vuelve sobre el primero con los dedos de la izquierda. Cuando me aprieta con los labios hasta los dientes, me produce un efecto a lo Hada Azul de Pinocho, pero más verdadero. Salvo que no es mi nariz lo que se alarga. Ella lo siente, acelera su movimiento, aumentando progresivamente la presión sobre mis engranajes. Ciertos sonidos se escapan de mi boca sin que pueda detenerlos. Estoy sorprendido, molesto, pero sobre todo excitado. Se sirve de mis engranajes como si fueran potenciómetros, mis suspiros se transforman en gemidos.
—Tengo ganas de tomar un baño —murmura.
Hago seña de estar de acuerdo; no me imagino con qué no iba a estar de acuerdo, por otra parte. Brinco sobre los dedos de mis pies para ir hasta el baño y llenar una buena bañera con agua muy caliente.
Procedo despacio, para no despertar a Brigitte. La pared de la habitación linda con la de su dormitorio, se le oye toser.
Los reflejos plateados dan la impresión de que el cielo y sus estrellas acaban de caer en la bañera. Es maravilloso ese grifo ordinario que esparce blandas estrellas en el silencio de la noche. Entramos delicadamente en el agua, a fin de no salpicar esta delicia. Somos dos gusanos estrellados de gran formato. Y hacemos el amor despacio; somos los amantes más lentos del mundo, apenas nos rozamos con nuestras lenguas. El chapoteo del agua le haría a cada uno creerse dentro del vientre del otro. Rara vez he sentido algo tan agradable.
Murmuramos chillidos. Hay que contenerse. De repente, ella se alza, se da la vuelta y nos convertimos en animales de la selva.
Termino cayendo cuan largo soy, como si acabara de morir en un
western
y ella se pone a gritar muy flojito. El cuco suena al ralentí. Oh, Madeleine…
Miss Acacia se duerme. La contemplo durante un largo rato. La longitud de sus pestañas maquilladas acentúa la ferocidad de su belleza. Resulta tan deseable que me pregunto si su oficio de cantante no lo habrá condicionado hasta el punto de posar para pintores imaginarios incluso en pleno sueño. Parece un cuadro de Modigliani, un cuadro de Modigliani con una hermosa mujer que ronca un poquito.
Su vida de pequeña cantante que sube y sube retoma curso desde la mañana siguiente, con su manojo de gente que, especie de fantasmas de carne, deambula a su alrededor sin función precisa.