«Los ojos del muchacho brillaron con intensidad, anunciando la inminente ruptura de La Quietud. Lan sabía que tocar a un Caminante de La Estrella estaba prohibido, pero ahora ya no había vuelta atrás y sus destinos estaban irremediablemente unidos». Siglos atrás, una Herida convirtió El Linde en un planeta convulso y hostil. Desde entonces, sus habitantes han aprendido a sobrevivir en este mundo al límite, pero a veces la tierra enfurece y se producen daños irreversibles. Tras un violento episodio, Lan, una hermosa y valiente joven de quince años, despierta en medio de un peligroso desierto y es rescatada por su peor enemigo. Pese a sus diferencias, el destino de ambos se verá unido cuando lleguen a la ciudad más próspera del planeta y descubran que aún existe una posibilidad para sanar al Linde. En esta arriesgada aventura, Lan y su enemigo desvelarán graves mentiras, lucharán contra el egoísmo y contra los límites impuestos, vivirán una hermosa y quizá imposible historia de amor y descubrirán que, cuando incluso todo parece perdido, aún existe la esperanza.
Javi Araguz & Isabel Hierro
La Estrella
ePUB v1.2
Eibisi08.07.12
Incluso cuando todo está perdido,
siempre queda la esperanza.
El niño
C
omo una bestia que engulle su presa, aquella misteriosa niebla devoraba el pueblo lentamente. La noche había llegado sin previo aviso, sin atardecer ni luna, acompañada por un tupido velo que lo envolvía todo en la más confusa oscuridad.
—¡Mi hijo! ¡Mi hijo ha desaparecido! Por favor, ayudadme a encontrarlo antes de que la Quietud se rompa —suplicaba entre sollozos una mujer, mientras sus vecinos agachaban la cabeza y se desvanecían entre la niebla como fantasmas—. ¡Cobardes! Es mi pequeño. Todos le conocéis —apeló a su compasión.
La madre se dirigió a casa de su mejor amiga mientras se enjugaba las lágrimas.
—¡Naya, te lo ruego, no me abandones tú también! —le imploró aporreando la puerta.
Un cúmulo de Partículas brillantes empezaron a flotar a su alrededor, desatando el miedo de la mujer, que rápidamente se cubrió la boca y la nariz con su fular.
—¡Ayúdame, por favor! —suplicó una vez más.
Al fin, la puerta se abrió. Naya sostenía un farolillo y también se había protegido las vías respiratorias con un pedazo de tela húmeda.
—Entra.
—¡NO! —gritó histérica la madre—. ¡No pienso abandonar a mi hijo!
—Vamos, ponte a salvo, como los demás —le insistió Naya, padeciendo por su amiga.
—No voy a perderlo, ¿me oyes? ¡No voy a perderlo!
Naya sintió lástima por ella y la abrazó con fuerza. Luego, sin ánimo para sostenerle la mirada, le dijo de forma tajante:
—Ya han aparecido las Partículas. Por desgracia, no hay nada que podamos hacer. Lo siento, es demasiado peligroso.
La mujer rehusó el abrazo de su amiga y luego empezó a temblar.
—Es… sólo un niño —dijo, con el rostro surcado de lágrimas—. Estaba jugando en el bosque de los Mil lagos y no volvió a tiempo. Ayúdame, Naya, por favor. Tú y tu hija conocéis mejor que nadie ese lugar. Te lo ruego, ¡tenéis que encontrarlo! —reclamó una vez más, retorciendo nerviosamente los pliegues de su falda.
En el interior de la casa, apareció una muchacha de cabello negro y grandes ojos dorados que había presenciado la escena y se mostraba claramente afligida.
—Papá no habría permitido que ese pobre niño se perdiera —intervino la joven.
—Lan, tu padre…
Antes de que su madre pudiera terminar la frase, Lan salió disparada por las estrechas escaleras que conducían al primer piso, empapó un largo pañuelo en una vasija de agua y se lo enrolló alrededor de la boca.
—¡Lan! ¡No voy a permitir que te pierdas tú también! —gritó Naya, enfadada—. ¡Lan! ¡Laaan!
Su hija la ignoró por completo, prendió un farolillo y luego saltó por una de las ventanas que daban al bosque… Empezó a correr a toda velocidad, sorteando troncos, peligrosos zarzales y lagunas de arenas movedizas. Conocía el terreno como la palma de su mano, pero la niebla complicaba el rescate.
Lan miró a uno y otro lado buscando al niño con desesperación.
—¡Ivar! ¡Ivaaar!
Siguió corriendo entre la maleza, decidida a encontrar al pequeño antes de que se perdiera para siempre.
—¡Ivaaar! —gritó de nuevo, tan alto como pudo. Sin embargo, el bosque estaba sumido en un silencio sepulcral. Cuando se avecinaba una ruptura de la Quietud, todos los seres vivos se ponían a salvo.
De pronto, vio brillar algo metálico entre unos matorrales. Lan se acercó y reconoció de inmediato las cosas de Ivar: el típico bote de cristal que los niños de Salvia utilizaban para capturar insectos y un extraño amuleto.
Lan no quiso perder más tiempo, recogió el bote y anudó el amuleto de Ivar en el cordón de cuero de su muñequera. Luego la muchacha siguió corriendo de un lado a otro, enfilándose por terrenos escarpados, comprobando las copas de los árboles y bordeando los lagos para asegurarse de que el niño no se había ahogado. Redujo el paso, estaba llegando al Límite Seguro del pueblo y sabía que no podía cruzarlo. Avanzó despacio, evitando entrar en contacto con las nubes de Partículas, y por fin encontró un rastro. La tenue luz que desprendía el farolillo era insuficiente; pero aun así pudo seguir algunas huellas hasta que se perdían de forma inexplicable, como si el niño se hubiera volatilizado o el bosque se lo hubiera tragado.
—Qué extraño… —murmuró, preocupada.
Lan observó con detenimiento a su alrededor y entonces se percató de que las plantas supuraban una especie de líquido viscoso. Parecían estar sangrando. Al principio, pensó que podría tratarse de resina y que drenarse era algún tipo de efecto secundario, pero tras un breve análisis descubrió que aquella sustancia tenía una consistencia muy diferente. La muchacha conocía bien la flora de aquel bosque y nunca había presenciado algo similar.
De repente, el suelo tembló violentamente y los árboles empezaron a desplomarse uno tras otro. Lan intentó adivinar dónde caería el siguiente, pero le fue completamente imposible, así que corrió hasta ponerse a salvo bajo una pared de roca.
Estaba muerta de miedo. Cerró los ojos para tranquilizarse y asimilar la situación, pero el estruendo de los troncos que impactaban contra el suelo y la tierra crujiendo bajo sus pies no la dejaban pensar con claridad.
—Las plantas sangran, la Quietud se rompe por segunda vez en una semana, el rastro de Ivar desaparece… —recapituló—. Nada de esto tiene sentido.
Todo seguía temblando a su alrededor, cada vez con más fuerza. Si aquel terremoto no cesaba pronto, arrasaría el pueblo. La muchacha hizo acopio de todo su valor para enfrentarse al horror de un bosque en descomposición; pero, cuando abrió los ojos, la imagen que obtuvo fue muy diferente a la esperada. Distinguió la silueta de un niño entre la niebla.
—¡Ivar! —exclamó, llena de esperanza.
Aunque al principio pensó que se trataba de un delirio producido por el miedo, el niño le respondió con un gesto, corroborando que realmente estaba allí. Lan trató de ponerse en pie y avanzó un par de pasos con dificultad, esquivando tanto los numerosos desprendimientos de roca que se le echaban encima como la nube de Partículas, que cada vez se hacía más espesa, vibrando como afilados pedazos de cristal que amenazaban con asfixiarla.
Cuando la muchacha llegó hasta el niño, éste había desaparecido.
—¿Ivar?
Lan pensó que tal vez había perdido la cordura, así que aseguró el nudo del pañuelo que la cubría hasta los ojos para blindarse ante el ataque de las Partículas. Entonces empezó a soplar un viento huracanado y supo que la ruptura de la Quietud era inminente. Por primera vez se encontraba sola en medio de una ruptura, sin el amparo de su madre ni la seguridad que el pueblo le proporcionaba. Una ráfaga de viento la zarandeó como una hoja. El planeta iba a cambiar de forma de un momento a otro. La muchacha asumió que nunca encontraría a Ivar y que probablemente ella también iba a morir.
Un árbol enorme estuvo a punto de aplastarla. El suelo se agitaba cada vez con más fuerza. Las Partículas emitían un zumbido similar al de una colmena de avispas. La muchacha creyó que todo estaba perdido, hasta que oyó al pequeño gimoteando al otro lado del Límite Seguro; y entonces, sin pensárselo dos veces, luchó contra el viento para alcanzarlo.
En ese instante, Ivar descubrió que no estaba solo.
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. El niño lloraba desconsolado, como si el extraño que lo agarraba de la camisa le estuviera haciendo daño. A la muchacha se le heló la sangre. Aquella figura permanecía indiferente a lo que estaba aconteciendo, como si lo tuviera todo bajo control. Sus ojos centelleaban entre la niebla, igual que los de un felino cazando de noche. Sin duda, aquél era un tipo peligroso.
—¡Un secuestrador! —concluyó Lan, recordando las numerosas leyendas sobre raptores de niños que los padres de Salvia contaban a sus hijos para que no cruzaran el Límite.
La muchacha sabía que traspasar la frontera significaba arriesgarse a no poder regresar, a perderse como su padre y dejar sola a su madre.
La oscuridad se estaba volviendo sólida. Todo seguía desmoronándose. Tenía que tomar una decisión. Miró a Ivar; el niño, al verla, intentó correr hacia ella, pero el secuestrador lo tomó de la mano y le impidió ir a su encuentro. Lan no se vio capaz de abandonarlo, tenía apenas cinco años, así que cerró los ojos, respiró hondo y… cruzó de un salto el Límite prohibido.
Una vez en el otro lado, las formas empezaron a desdibujarse; la imagen del bosque se diluyó como una acuarela. Lan perdió el equilibrio y cayó sobre el extraño, que rápidamente la sujetó del brazo para apartarla con brusquedad. En ese breve instante, sus miradas se encontraron y la muchacha descubrió que el secuestrador tenía las facciones de un chico no mucho mayor que ella, de rasgos perfilados y serenos; poseía una mirada indescifrable que igual podría estar expresando tristeza que satisfacción y, tal y como le había parecido en la distancia, su iris brillaba con un intenso color plata.
El viento los sacudió tan fuerte que a punto estuvo de derribarlos. Lan sintió un hormigueo eléctrico donde el secuestrador la sujetaba. Todo su cuerpo se puso tenso y unos desgarradores calambres hicieron que se retorciera de dolor. Intentó zafarse de él, pero la había aprisionado con fuerza. Entonces descubrió un pequeño tatuaje con forma de estrella en el dorso de la mano de su adversario, justo al inicio del pulgar. La muchacha estaba segura de que había visto aquel símbolo en alguna otra parte, pero era incapaz de pensar con claridad. La cabeza le daba vueltas, se sentía aturdida. Abrió la boca para tratar de decir algo…
Y entonces todo cambió.
La luz se abrió paso entre la oscuridad, las Partículas dejaron de cimbrear y se apagaron, la niebla se deshizo como una simple nube de polvo arrastrada por el viento. Lan observó que el paisaje se transformaba a gran velocidad frente a sus ojos. En un instante presenció dos amaneceres y una puesta de sol, una noche cerrada y un hermoso día de verano. La temperatura bajaba y subía en cuestión de segundos. Contempló un océano que no tardó en desvanecerse para dejar paso a una larguísima cordillera. Luego aparecieron en el horizonte prados verdes y áridos desiertos, barrizales y enormes placas de hielo. Un volcán burbujeando como agua hirviendo. Nieve. Noche. Día. Todo cambiaba a una velocidad de vértigo. Lan presenció cómo el mundo en el que vivía se reconfiguraba una vez más, como si se tratara de un complejo rompecabezas.