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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

La espada del destino (28 page)

—Extraño. Por lo que sé, en el mar hay muchos más monstruos que en la tierra, tanto por su número como por la cantidad de géneros. Parecería, pues, que el mar debiera de ser un buen campo de exhibición para los brujos.

—No lo es.

—¿Por qué?

—La expansión de los seres humanos en el mar —volvió el rostro para toser— dura desde hace poco tiempo. Los brujos eran necesarios antes, en la tierra, en las primeras etapas de colonización. No servimos para la lucha con seres que habitan los mares, aunque es verdad que en ellos hay todo tipo de porquerías agresivas. Pero nuestras capacidades brujeriles no bastan contra los monstruos marinos. Estos seres son para nosotros o demasiado grandes, o demasiado bien acorazados o demasiado seguros en su hábitat. O todo a la vez.

—¿Y el monstruo que mató a los pescadores? ¿No te imaginas cuál pudo ser?

—¿Puede que un kraken?

—No. Un kraken hubiera destrozado el barco, y el barco estaba entero. Y, por lo que dicen, llenito de sangre. —Ojazos tragó saliva, palideció visiblemente—. No pienses que me hago la lista. Me crié junto al mar, he visto de todo.

—En ese caso, ¿qué pudo ser? ¿Un calamar gigante? Pudo haber arrastrado a aquellas gentes de la cubierta...

—No hubiera habido sangre. No fue un calamar, Geralt, ni una orca, ni un dragón tortuga, porque ese algo no destrozó ni dio la vuelta al barco. Ese algo subió a la cubierta y cometió allí una masacre. Puede que cometas un error buscando eso en el mar.

El brujo pensó en ello.

—Comienzo a admirarte, Essi —dijo. La poetisa enrojeció—. Tienes razón. Podría haber atacado desde el aire. Podría haber sido un ornitodrago, un grifo, un wywerno, un cometa o un doblecolas. Incluso puede que un...

—Perdona —dijo Essi—. Mira quién viene.

Por la orilla venía Agloval, solo, con la ropa completamente mojada. Estaba visiblemente enfadado y al verlos hasta enrojeció de rabia.

Essi hizo una ligera inclinación, Geralt bajó la cabeza, colocando el puño sobre el pecho. Agloval escupió.

—He estado sentado en los acantilados durante tres horas, casi desde el amanecer —aulló—. Ni siquiera se dejó ver. Tres horas, como un idiota, en los acantilados bañados por las olas.

—Lo siento... —murmuró el brujo.

—¿Lo sientes? —estalló el príncipe—. ¿Lo sientes? Es tu culpa. Tú reventaste el asunto. Lo rompiste todo.

—¿Qué rompí? Yo sólo hice de traductor...

—Al diablo con tal trabajo —le cortó con rabia Agloval, poniéndose de perfil. El perfil era verdaderamente de rey, digno de figurar en las monedas—. Truenos, mejor hubiera sido que no te hubiera contratado. Suena paradójico pero mientras no teníamos traductor, Sh'eenaz y yo nos entendíamos mejor, si ves lo que quiero decir. Y ahora... ¿Sabes lo que dicen en la ciudad? Murmuran por los rincones que los pescadores desaparecieron porque yo hice enfadar a la sirena. Que ésta es su venganza.

—Tonterías —comentó con frialdad el brujo.

—¿Y cómo puedo saber que es una tontería? —gruñó el príncipe—. ¿O sé acaso lo que te dijo entonces? ¿O sé acaso de lo que es capaz? ¿Con qué monstruos intima allá, en las profundidades? Vamos, demuéstrame que son tonterías. Tráeme la cabeza del monstruo que mató a los pescadores. Ponte a trabajar en vez de entretenerte flirteando en la playa...

—¿Al trabajo? —se enfureció Geralt—. ¿Cómo? ¿Tengo que navegar por el mar metido en un barril? Tu Zelest amenazó a los pescadores con torturas y picotas y pese a ello ninguno quiere. El propio Zelest tampoco se atreve. Entonces, ¿cómo...?

—¿Y a mí qué me importa cómo? —gritó Agloval, cortándole—. ¡Eso es asunto tuyo! ¿Para qué están los brujos sino para que la gente normal no tenga que romperse la cabeza en cómo librarse de los monstruos? Te contraté para este trabajo y exijo que lo efectúes. ¡Y si no lárgate de aquí o te haré correr a latigazos hasta las fronteras de mis dominios!

—Tranquilizaos, poderoso príncipe —dijo Ojazos, bajito, pero su palidez y el temblor de sus manos delataban su nerviosismo—. Y no amenacéis, por favor, a Geralt. Resulta que Jaskier y yo tenemos algunos amigos. El rey Ethain de Cidaris, por citar sólo uno, nos aprecia muchísimo a nosotros y a nuestros romances. El rey Ethain es un rey de mundo y siempre dice que nuestros romances no son solamente animosas piezas de música y rima, sino que son medios de comunicación, crónicas de la humanidad. ¿Deseáis, poderoso príncipe, veros descrito en la crónica de la humanidad? Puedo arreglaros eso.

Agloval la miró durante un instante con una mirada fría, despectiva.

—Los pescadores que desaparecieron tenían mujer e hijos —dijo por fin, bastante más bajo y tranquilo—. El resto, cuando el hambre les llegue a las cazuelas, saldrá corriendo a navegar de nuevo. Pescadores de perlas, de esponjas, ostras y bogavantes, todos. Ahora tienen miedo, pero el hambre embota el miedo. Saldrán al mar. Pero ¿volverán? ¿Qué dices, Geralt? ¿Señorita Daven? Interesante será vuestro romance, el que cuente esto. Un romance sobre un brujo que se queda en la playa sin hacer nada, mirando las ensangrentadas cubiertas de los barcos y los niños que lloran.

Essi palideció aún más, pero pese a ello alzó la cabeza, se sopló el rizo y ya se preparaba para responder. Geralt le tomó la mano con rapidez y la apretó, adelantándose a ella.

—Basta —dijo—. En todo este diluvio de palabras sólo una tiene verdadero significado. Me contrataste, Agloval. Acepté la tarea y la cumpliré si se puede cumplir.

—Cuento con ello —dijo el príncipe—. Hasta la vista, entonces. Saludos, señorita Daven.

Essi no hizo una reverencia, inclinó solamente la cabeza. Agloval se tiró de las calzas mojadas y comenzó a andar en dirección al puerto, manteniendo apenas el equilibrio por las piedras. Sólo entonces Geralt se dio cuenta de que todavía sujetaba la mano de la poetisa y de que ella no intentaba liberarse. La soltó. Essi, recuperando color poco a poco, volvió la cara hacia él.

—Fácil es conseguir que acometas un peligro —dijo—. Bastan unas pocas palabras sobre mujeres y niños. Y tanto se habla de que sois, al parecer, insensibles, vosotros, los brujos. Geralt, a Agloval le importan un pimiento las mujeres, los niños y los ancianos. Él quiere que empiece de nuevo la pesca de perlas, porque pierde con cada día que no se las entregan. Él te pone el cebo de los niños hambrientos y al punto estás listo para arriesgar la vida...

—Essi —la cortó—. Soy brujo. Es mi profesión, arriesgar la vida. Los niños no tienen nada que ver.

—No me engañas.

—¿Por qué piensas que lo intento?

—Porque si fueras un profesional tan frío como pretendes, intentarías subir el precio. Y tú ni una palabra has dicho sobre la paga. Ah, basta, es suficiente ya. ¿Volvemos?

—Andemos un poquito más.

—Con gusto. ¿Geralt?

—Dime.

—Ya te he dicho que me crié junto al mar. Sé manejar un barco y...

—Quítate eso de la cabeza.

—¿Por qué?

—Quítatelo de la cabeza —repitió con aspereza.

—Podrías formularlo —dijo— con mayor delicadeza.

—Podría. Pero te lo tomarías por... los diablos saben qué. Y yo soy un brujo insensible y un frío profesional. Arriesgo mi propia vida. La ajena nunca.

Essi se sumió en el silencio. Él vio cómo apretaba los labios, cómo movía la cabeza. Un golpe de viento agitó de nuevo sus cabellos, por un instante su rostro quedó cubierto por una confusión de tiras doradas.

—Sólo quería ayudarte —dijo.

—Lo sé. Gracias.

—¿Geralt?

—Dime.

—¿Y si los rumores de los que hablaba Agloval tuvieran sentido? Sabes que las sirenas no siempre y no en todos lados son amistosas. Ha habido casos...

—No lo creo.

—Las marfantas —siguió Ojazos, pensativa—. Nereidas, tritones, ninfas marinas. Quién sabe de qué son capaces. Y Sh'eenaz... Tenía motivos...

—No lo creo —la cortó.

—No lo crees o no quieres creer.

No contestó.

—¿Y tú quieres dártelas de frío profesional? —preguntó, con una extraña sonrisa—. ¿De alguien que piensa con el filo de la espada? Si quieres te diré cómo eres de verdad.

—Sé cómo soy de verdad.

—Eres sensible —le dijo en voz baja—. En el interior de tu alma, lleno de inquietud. No me engaña tu rostro de piedra ni tu voz fría. Eres sensible, y justamente esa sensibilidad es la que te hace tener miedo ahora de que eso con lo que tengas que luchar espada en mano tenga sus propias razones, tenga ventaja moral sobre ti...

—No, Essi —dijo lentamente—. No busques en mí tema para romances emotivos, romances sobre un brujo que está dividido en su interior. Puede que yo desee que fuera así, pero no lo es. Mis dilemas morales los soluciona por mí el código y la educación. El adiestramiento.

—No hables así —se enojó—. No entiendo por qué intentas...

—Essi —la cortó de nuevo—. No quiero que tengas una falsa impresión de mí. No soy un caballero andante.

—Tampoco eres un frío asesino sin conciencia.

—No —aceptó él con tranquilidad—. No lo soy, aunque hay algunos que piensan de otro modo pero no son mi sensibilidad ni las cualidades de mi carácter las que me elevan, sino el orgullo y la arrogancia de un profesional convencido de su valor. Profesional al que le inculcaron que el código de su profesión y la fría rutina son más útiles que las emociones, que le evitarán cometer errores que podría cometer cuando haya de meterse en los dilemas del Bien y el Mal, del Orden y el Caos. No, Essi. No soy yo el que es sensible, sino tú. Al fin y al cabo es necesario para tu profesión, ¿cierto? Tú eres la que te inquietaste al pensar que una simpática sirena, humillada, atacó a los pescadores de perlas en un acto de venganza desesperada. Al momento buscas justificaciones para la sirena, circunstancias atenuantes, te resistes a pensar que el brujo, pagado por el príncipe, matará a la hermosa sirena sólo porque ella se atrevió a dejarse llevar por las emociones. Y el brujo, Essi, está libre de tales dilemas. Y de las emociones. Incluso si sucediera que la sirena fuera culpable, el brujo no matará a la sirena porque el código se lo prohibe. El código soluciona el dilema por el brujo.

Ojazos le miró, levantando súbitamente la cabeza.

—¿Todos los dilemas? —preguntó con brusquedad.

Sabe de Yennefer, pensó. Sabe de ella. Oh, Jaskier, maldito cotilla...

Se miraron el uno al otro.

¿Qué se esconde detrás de tus ojos celestes, Essi? ¿Curiosidad? ¿Fascinación por lo extraño? ¿Cuál es la cara oscura de tu talento, Ojazos?

—Perdón —dijo—. La pregunta es estúpida. E ingenua. Sugiere que he creído en lo que me has contado. Volvamos. Este viento se mete hasta en los huesos. Mira cómo se agita el mar.

—Lo veo. ¿Sabes, Essi?, es extraño...

—¿Qué es extraño?

—Me jugaría la cabeza a que la peña donde Agloval se suele encontrar con la sirena estaba más cerca de la orilla y era mayor. Y ahora no se la ve.

—La marea —dijo cáusticamente Essi—. Pronto llegará el agua hasta allí, hasta el acantilado.

—¿Hasta allí?

—Sí. El agua se eleva y cae con mucha fuerza, más de diez codos, porque aquí, en la corriente y la salida del río aparecen lo que se llama ecos de la marea, o como los llamen los marinos.

Geralt miró en dirección al cabo, a los Colmillos del Dragón, clavados en la tronante y espumosa marejada.

—Essi —preguntó—. ¿Y cuando comience el reflujo?

—¿Entonces qué?

—¿Hasta dónde retrocede el mar?

—Y qué... Ah, entiendo. Sí, tienes razón. Retrocede hasta la línea de los bajíos.

—¿La línea de qué?

—Bueno, como si fueran plataformas que forman el fondo, unos llanos bajos, cortados en arista justo al borde de las profundidades.

—Y los Colmillos del Dragón...—Están justo en esa arista.

—Y se pueden alcanzar a pie. ¿Cuánto tiempo tendría?

—No sé. —Ojazos frunció el ceño—. Habría que preguntar a los de aquí. Pero no me parece, Geralt, que sea una buena idea. Mira, entre la tierra y los Colmillos hay acantilados, toda la orilla está llena de cabos y fiordos. En cuanto comience el reflujo aparecerán allí barrancos y hoyas llenos de agua. No sé si...

Desde el mar, desde una roca apenas visible les llegó un chapoteo. Y un sonoro y musical grito.

—¡Peloblanco! —llamó la sirena, saltando con gracia por la cresta de una ola, agitando las aguas con cortos y elegantes golpes de cola.

—¡Sh'eenaz! —repuso, y la saludó con la mano.

La sirena se acercó a las rocas, se quedó suspendida perpendicular al agua verde y espumosa, se echó el pelo hacia atrás con las dos manos, presentando al mismo tiempo el torso junto con todos sus encantos. Geralt miró a Essi. La muchacha enrojeció ligeramente y con visible tristeza y turbación en el rostro, miró por un momento sus propios encantos, apenas insinuándose bajo el vestido.

—¿Dónde está el mío? —cantó Sh'eenaz, acercándose—. Tendría que estar aquí.

—Estuvo. Esperó tres horas y se fue.

—¿Se fue? —se asombró la sirena con un agudo trino—. ¿No esperó? ¿No aguantó tres simples horas? Lo imaginaba. ¡Ni un pequeño sacrificio! ¡Ni una pizca! ¡Asqueroso, asqueroso, asqueroso! ¿Y qué haces tú aquí, peloblanco? ¿Has venido a pasear con tu amada? Hacéis una buena pareja, sólo esos pies vuestros os desfiguran.

—No es mi amada. Apenas nos conocemos.

—¿Sí? —se asombró Sh'eenaz—. Una pena. Pegáis el uno con el otro, os veis bien juntos. ¿Quién es ella?

—Soy Essi Daven, poetisa —cantó Ojazos con acento y melodía ante los que la voz del brujo sonaba como el graznido de un cuervo—. Encantada de conocerte.

La sirena recorrió el agua con los dedos, se rió sonoramente.

—¡Qué hermoso! —gritó—. ¡Conoces nuestra lengua! Os doy mi palabra, me asombráis, humanos. En verdad no nos separa tanto como se suele decir.

El brujo no estaba menos sorprendido que la sirena, aunque hubiera debido imaginarse que Essi, que estaba bien educada y era muy leída, conocía mejor que él la Antigua Lengua, el idioma de los elfos, que era el que, en una versión cantarína, usaban las sirenas, marfantas y nereidas, También debía de haber supuesto que la difícil melódica de la cantarína lengua de las sirenas, que para él suponía una complicación, para Ojazos la hacía más fácil.

—Sh'eenaz —habló Geralt—. ¡Algo nos separa, sin embargo, y ese algo que a veces nos separa suele ser la sangre derramada! ¿Quién... quién mató a los pescadores de perlas, allá, junto a las dos rocas? ¡Dímelo!

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