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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

La espada del destino (27 page)

Vio cómo Essi se deslizaba furtivamente por detrás de la multitud semicircular que escuchaba a Jaskier, cómo con mucho cuidado desaparecía por la salida a la terraza. Movido por un inexplicable impulso se levantó de la mesa y la siguió.

Estaba inclinada, apoyada en los codos sobre la barandilla, escondida la cabeza en los pequeños brazos levantados. Contemplaba el encrespado mar, brillante bajo la luz de la luna, y los fuegos que brillaban en el puerto. Las tablas bajo los pies de Geralt rechinaron. Essi se incorporó.

—Perdón, no quería molestar —dijo con torpeza, buscando en sus labios aquella repentina mueca con la que hacía un momento había saludado al muchacho de los brocados.

—No me molestas —repuso; sonrió, se apartó el rizo—. No busco aquí la soledad, sino un poco de aire fresco. ¿A ti también te molestan el humo y el calor?

—Un poco. Pero más me molesta saber que te he herido. Me he acercado a pedirte perdón, Essi, a intentar recuperar la oportunidad de una conversación agradable.

—Yo soy la que tiene que pedir perdón —dijo, apoyando la mano en la balaustrada—. Reaccioné con demasiada dureza; no sé controlarme. Perdona y dame una segunda oportunidad. De conversar contigo. Él se acercó, se apoyó en la barandilla junto a ella. Percibió el calor que surgía de ella, un ligero perfume a verbena. Le gustaba el perfume a verbena, aunque el perfume a verbena no fuera el perfume a lilas y grosellas.

—¿Qué te sugiere el mar, Geralt? —preguntó de pronto.

—Inquietud —respondió casi sin pensar.

—Interesante. Y pareces tan tranquilo y con tanto dominio de ti mismo...

—No he dicho que esté inquieto. Has preguntado por lo que me sugería.

—Lo que te sugiere es una imagen de tu espíritu. Algo sé sobre ello, soy poetisa.

—¿Y a ti, Essi, qué te sugiere el mar? —preguntó con rapidez, para poner punto final a las divagaciones sobre la inquietud que verdaderamente sentía.

—Eterno movimiento —respondió ella al cabo—. Cambio.

Y misterio, secretos, algo que no soy capaz de abarcar, que podría describir de mil formas en mil versos sin alcanzar jamás su corazón, su verdadero ser. Sí, creo que eso.

—Entonces —dijo, mientras sentía cómo la verbena ejercía cada vez más influencia sobre él—, eso que sientes es inquietud.

Y pareces tan tranquila y llena de autodominio...

Se volvió hacia él, se retiró el rizo dorado, clavó en él sus hermosos ojos.

—Ni soy tranquila ni tengo dominio de mí misma.

Sucedió de pronto, sin esperarlo. El gesto que Geralt realizó y que había de ser solamente una caricia, un ligero toque de sus brazos, se transformó en la fuerte tenaza de sus dos manos sobre su delgado talle; la atrajo con rapidez, aunque sin violencia, hasta que sus cuerpos se encontraron en una brusca unión que hacía bullir la sangre. Essi se puso rígida de pronto, se tensó, arqueó el cuerpo con fuerza hacia atrás, apoyó sus manos en las de él, fuertemente, como si quisiera quitarlas de su talle. Pero en vez de ello las apretó aún más, inclinó la cabeza hacia delante y abrió los labios, vaciló.

—¿Por qué...? ¿Por qué esto? —susurró.

Sus ojos estaban abiertos como platos, su rizo dorado se deslizaba por su mejilla.

Lentamente, con serenidad, Geralt inclinó la cabeza, acercó su rostro y ambos unieron los labios en un beso. Ni siquiera entonces dejó Essi libres las manos que le rodeaban el talle y siguió haciendo retroceder el pecho, evitando el contacto con su cuerpo. En esta posición giraron lentamente, como en un baile. Ella lo besó con deseo, con habilidad. Y durante largo tiempo.

Después, se deshizo del abrazo de él con destreza y sin hacer fuerza, se dio la vuelta, se apoyó en la balaustrada, metió la cabeza entre los brazos. Geralt se sintió de pronto indescriptiblemente estúpido. Este sentimiento le impedía acercarse a ella, abrazar su espalda.

—¿Por qué? —preguntó ella con frialdad, sin volverse—. ¿Por qué lo has hecho?

Le miró con el rabillo de un ojo y el brujo comprendió de pronto qué error había cometido. De pronto supo cómo la falsedad, la mentira, el fingimiento y la baladronada le conducían hacia un pantano donde entre él y el abismo sólo habría una mullida y fina capa de hierba y musgo, a punto de ceder a cada momento, de estallar, de abrirse.

—¿Por qué? —repitió.

No respondió.

—¿Buscas mujer para una noche?

No respondió. Essi se dio la vuelta poco a poco, tocó sus brazos.

—Volvamos a la sala —dijo con ligereza, pero no le engañaba esta ligereza, percibía cuán nerviosa estaba ella—. No pongas esa cara. No ha pasado nada. Y que yo no busque un hombre para una noche no es culpa tuya. ¿No es cierto?

—Essi...

—Volvamos, Geralt. Jaskier ya ha dado tres bises. Es mi turno. Ven, voy a cantar...

Le miró con una extraña expresión y de un soplo se quitó el rizo de encima del ojo.

—Voy a cantar para ti.

IV

—Vaya, vaya. —El brujo se hizo el sorprendido—. ¿Así que aquí estás? Pensaba que no ibas a volver en toda la noche.

Jaskier echó el cerrojo, colgó de un clavo el laúd y el sombrerillo con la pluma de garza, se quitó el jubón, lo dobló y lo colocó sobre las bolsas que yacían en un rincón del cuartucho. Excepto estas bolsas, una tina y un enorme jergón relleno de cáscara de guisante, no había mueble alguno en el cuarto situado bajo el tejado; incluso la vela estaba en el suelo, sobre un montón de cera cuajada. Drouhard admiraba a Jaskier pero, por lo visto, no tanto como para dejarle disponer de una cámara o una alcoba.

—¿Y puede saberse —dijo Jaskier mientras se quitaba las botas— por qué pensabas que no iba a volver a dormir?

—Pensé —el brujo se incorporó sobre los codos, haciendo crujir las cáscaras de guisantes— que ibas a ir a cantar serenatas bajo la ventana de la señorita Bimienta; toda la noche has estado sacando la lengua delante de ella como el perro perdiguero al ver una perra.

—Ja, ja —se rió el bardo—. Serás tonto y primitivo. No has entendido nada. ¿Bimienta? Ni un pito me importa Bimienta. No quería más que producirle celos a la señorita Akeretta, a la que atacaré mañana. Échate para allá.

Jaskier se tumbó en el jergón y le quitó la manta a Geralt. Geralt, sintiendo una extraña furia, volvió la cabeza en dirección al ventanuco a través del cual, si no hubiera sido por una esforzada araña, se habría podido ver el cielo estrellado.

—¿Qué mosca te ha picado? —preguntó el poeta—. ¿Te molesta que haga la corte a las muchachas? ¿Desde cuándo? ¿Te has hecho druida y has hecho votos de pureza? O puede...

—Deja de cacarear. Estoy cansado. ¿No te has dado cuenta de que por primera vez en dos semanas tenemos jergón y techo sobre nuestras cabezas? ¿No te alegra el pensamiento de que por la mañana no nos va a llover en las narices?

—Para mí —Jaskier comenzó a soñar despierto— un jergón sin muchacha no es jergón. Es una fortuna incompleta, ¿y qué es una fortuna incompleta?

Geralt gimió gravemente, como siempre que a Jaskier le daba por dar la tabarra nocturna.

—Una fortuna incompleta —siguió el bardo, absorto en el sonido de su propia voz— es como... como un beso interrumpido... ¿Por qué rechinas los dientes, si se puede saber?

—Eres terriblemente aburrido, Jaskier. Nada, sólo jergón, muchachas, culos, tetas, fortuna incompleta y besos, interrumpidos por los perros que te azuzan los padres de las muchachas. En fin, por lo visto no sabes otra cosa. Por lo visto sólo la frivolidad sin cadenas, por no decir el desenfreno sin medida, os permite hacer romances, escribir versos y cantar. Por lo visto, apunta esto, se trata de la cara oscura del talento.

Había dicho demasiado y su voz no había sido lo suficientemente fría. Jaskier lo descifró con facilidad y sin error alguno.

—Ajá —dijo sereno—. Essi Daven, llamada Ojazos. Los hermosos ojazos de Ojazos se posaron sobre el brujo y le han causado confusión al brujo. El brujo se ha comportado con Ojazos como un crío con una princesa. Y en vez de echarse la culpa a sí mismo, la culpa a ella y busca caras oscuras.

—Deliras.

—No, querido mío. Essi te ha impresionado, no lo ocultes. En cualquier caso no veo en ello nada vergonzoso. Pero ten cuidado, no cometas errores. Ella no es lo que piensas. Si su talento tiene una cara oscura, no es en cualquier caso el que tú te imaginas.

—Doy por sentado —dijo el brujo, controlando la voz— que la conoces muy bien.

—Bastante bien. Pero no como tú piensas. No así.

—Bastante original, para ser tú, reconócelo.

—Eres idiota. —El bardo se tumbó, puso las dos manos por detrás del cuello—. Conozco a Marioneta casi desde que era niña. Es para mí... sí... como una hermana menor. Repito, no cometas con ella errores estúpidos. Le causarías un daño enorme, porque tú también le has impresionado. Reconócelo, ella te excita.

—Incluso si así fuera, al contrario que tú no acostumbro hablar de ello —dijo Geralt ácidamente—. Ni a componer cancioncillas. Te agradezco lo que has contado, porque puede ser verdad que me hayas evitado cometer un error estúpido con ella. Pero en esto se acaba. Considero el tema agotado.

Jaskier estuvo un momento inmóvil y en silencio, pero Geralt lo conocía demasiado bien.

—Ya lo entiendo —dijo por fin el poeta—. Ahora entiendo todo.

—Una mierda entiendes.

—¿Sabes en qué reside tu problema? Tú crees que eres distinto. Arrastras contigo esa diferencia, eso que consideras como anormalidad. Te cargas con el peso de esa anormalidad sin darte cuenta de que para la mayor parte de la gente, aquellos que piensan razonablemente, eres de lo más normal bajo el sol, y ojalá fueran todos tan normales. ¿Qué más da que tengas reacciones muy rápidas o que la pupila se te haga un punto a la luz del sol? ¿Que veas en las tinieblas como los gatos? ¿Que sepas de hechizos? Vaya cosa. Yo, querido mío, conocí una vez a un tabernero que era capaz de tirarse pedos sin parar durante diez minutos, de tal forma que tocaba la melodía del salmo «Bienvenida seas, bienvenida, mañanita tempranera». Descontando su, en cualquier caso poco cotidiano, talento, el mencionado tabernero era el más normal entre los normales, tenía mujer, hijos y una abuela afectada de parálisis...

—¿Qué tiene todo esto que ver con Essi Daven? ¿Puedes explicármelo?

—Por supuesto. Pensaste equivocadamente que Ojazos se interesaba por ti a causa de una curiosidad insana, quizás incluso perversa, que te miraba como si tuvieras monos en la cara, fueras un cordero de dos cabezas o una salamandra en una casa de fieras. Y al punto te pusiste de morros, a la primera ocasión le diste una reprimenda descortés e inmerecida, le devolviste un golpe que ella no había dado. Yo mismo fui testigo. Testigo del discurso de los acontecimientos siguientes no fui, pero observé vuestra huida de la sala y vi sus mejillas ruborizadas cuando volvisteis. Sí, Geralt. Yo te prevengo contra un posible error y tú ya lo has cometido. Querías vengarte de su insana, en tu opinión, curiosidad. Decidiste aprovecharte de esa curiosidad.

—Te repito...

—Probaste —siguió el bardo, sin inmutarse— a ver si te la podías llevar al huerto, a ver si sentía curiosidad por saber lo que es hacer el amor con una rareza, con un brujo-mutante. Por suerte, Essi se mostró más inteligente que tú, comprendió la causa de tu estupidez y se apiadó benévolamente de ella. Saco esta conclusión del hecho de que no volviste del balcón con la jeta hinchada.

—¿Has terminado?

—He terminado.

—Entonces, buenas noches.

—Sé por qué te pones rabioso y rechinas los dientes.

—Seguro. Tú lo sabes todo.

—Sé quién te ha deformado, gracias a quién no eres capaz de comprender a una mujer normal. ¡Pero te dio pal pelo ésa tu Yennefer; que me cuelguen si sé qué es lo que ves en ella!

—Déjalo, Jaskier.

—¿De verdad no prefieres una muchacha normal, como Essi? ¿Qué tienen las hechiceras que no tenga Essi? ¿Quizás edad? Ojazos puede que no sea la más joven del mundo, pero tiene los años que parece. ¿Y sabes lo que me confesó Yennefer una vez después de un par de copas? Ja, ja... Me dijo que cuando lo hizo por primera vez con un hombre fue justo un año después de que descubrieran el arado de dos dentales.

—Mientes. Yennefer no te soporta y en la vida se sinceraría contigo.

—Como quieras; mentí, lo admito.

—No tienes que hacerlo. Te conozco.

—Piensas quizá que me conoces. No lo olvides, soy de naturaleza complicada.

—Jaskier —suspiró el brujo, sintiendo de verdad sueño—. Eres un cínico, un cerdo, un putero y un mentiroso. Y nada, créeme, nada de todo ello es complicado. Buenas noches.

—Buenas noches, Geralt.

V

—Temprano te levantas, Essi.

La poetisa sonrió, sujetándose los cabellos movidos por el viento. Entró con cuidado en el muelle, evitando los agujeros y las tablas podridas.

—No podía perderme la oportunidad de ver a un brujo en el trabajo. ¿De nuevo me vas a tener por una curiosa? En fin, no te ocultaré que de verdad siento curiosidad. ¿Cómo te va?

—¿Cómo que cómo me va?

—Oh, Geralt —dijo—. No valoras mi curiosidad, mi talento para recoger e interpretar información. Sé ya todo sobre el suceso de los pescadores, conozco los detalles de tu contrato con Agloval. Sé que buscas un pescador que quiera ir contigo allá, hacia los Colmillos del Dragón. ¿Lo has encontrado?

La contempló inquisitivamente durante un momento, luego se decidió.

—No —repuso—. No lo he encontrado. Ni uno.

—¿Tienen miedo?

—Lo tienen.

—¿Cómo entonces harás un reconocimiento si no puedes navegar por el mar? ¿Cómo, sin un barco, quieres hacerte con la piel del monstruo que mató a los pescadores?

La tomó de la mano y la sacó del muelle. Anduvieron con lentitud al borde del mar, por una playa pedregosa, junto a barcazas varadas en la orilla, entre hileras de redes prendidas en pértigas, entre cortinas de peces partidos y puestos a secar que el viento agitaba. Geralt, inesperadamente, se dio cuenta de que la compañía de la poetisa no le importunaba para nada, de que no era molesta ni inoportuna. Además, tenía la esperanza de que una conversación tranquila y razonable podía borrar las consecuencias de aquel estúpido beso en la terraza. El hecho de que Essi hubiera venido al muelle lo llenaba de esperanza de que no se sintiera herida. Estaba contento.

—Hacerse con la piel del monstruo —murmuró, repitiendo sus palabras—. Si supiera cómo. Poco sé de monstruos marinos.

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