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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

La espada del destino (24 page)

Se sentó sobre el paquete mientras se secaba el sudor de la frente. Vespula, agarrando la sartén, le miró con enojo, la multitud creció a su alrededor.

—Está enfermo —dijo el brujo y sonrió esforzadamente—. Es por su bien. No os acerquéis tanto, buenas gentes, el pobre necesita aire.

—¿No habéis oído? —preguntó con tranquilidad pero en altas voces Chappelle, abriéndose paso de pronto por entre la multitud—. ¡Por favor, no forméis grupos! ¡Dividíos! Está prohibido formar grupos. ¡Castigado con una multa!

La masa, en un abrir y cerrar de ojos, se echó a un lado, sólo para descubrir a Jaskier, que se acercaba a paso decidido y entre el sonido del laúd. Al verlo, Vespula lanzó un grito estridente, tiró la sartén y echó a correr por la plaza.

—¿Qué le ha pasado? —preguntó Jaskier—. ¿Ha visto al diablo?

Geralt se levantó del paquete, que comenzó a moverse ligeramente. Chappelle se acercó con lentitud. Estaba solo, no se veía por ningún lado su guardia personal.

—No me acercaría —dijo en voz baja Geralt—. Si yo fuera vos, señor Chappelle, no me acercaría.

—¿Tú crees? —Chappelle apretó los amplios labios, mirándole con frialdad.

—Si fuera vos, señor Chappelle, haría como que no he visto nada.

—Sí, seguro —dijo Chappelle—. Pero tú no eres yo.

Desde detrás de la tienda salió corriendo Dainty Biberveldt, sin aliento y bañado en sudor. A la vista de Chappelle se detuvo, comenzó a silbar, puso las manos a la espada e hizo como si admirara el tejado de la alhóndiga.

Chappelle fue hacia Geralt, muy cerca. El brujo no se movió, solamente entornó los ojos. Se miraron durante un instante, luego Chappelle se inclinó sobre el paquete.

—Dudu —dijo a las extrañamente deformes botas de cordobán de Jaskier, que sobresalían de la alfombra—. Copia a Biberveldt, rápido.

—¿Qué, qué? —gritó Dainty, dejando de mirar la alhóndiga—. ¿Qué, cómo?

—Silencio —dijo Chappelle—. ¿Qué, Dudu, cómo va?

—Ya —de la alfombra surgió un apagado jadeo—. Ya... Ahora...

Las botas de cordobán que sobresalían de la alfombra se disolvieron, fluyeron y se transformaron en los peludos pies desnudos del mediano.

—Sal, Dudu —dijo Chappelle—. Y tú, Dainty, cállate. Para los humanos todos los medianos parecen iguales. ¿Cierto?

Dainty murmuró algo inaudible. Geralt, aún con los ojos entornados, miraba a Chappelle acusadoramente. El vicario se enderezó y miró alrededor, y entonces, de los mirones que aún estaban cerca, sólo quedó el sonido que desaparecía en la lejanía de unos zuecos de madera.

Dainty Biberveldt Segundo salió con esfuerzo y se desenvolvió del paquete, estornudó, se sentó, se limpió los ojos y la nariz. Jaskier tomó asiento en una caja que yacía no muy lejos, rasgó el laúd con aspecto de una moderada curiosidad en el rostro.

—¿Quién es éste, qué piensas, Dainty? —preguntó amigablemente Chappelle—. Muy parecido a ti, ¿no crees?

—Es mi primo —respondió el mediano y sonrió—. Un pariente muy cercano. Dudu Biberveldt de Centinodia del Prado, una gran cabeza para los negocios. Justo acababa de decidir...

—¿Sí, Dainty?

—Acababa de decidir nombrarlo mi factor en Novigrado. ¿Qué dices a eso, primo?

—Oh, gracias, primo —sonrió el pariente muy cercano, el orgullo del clan de los Biberveldt, la gran cabeza para los negocios.

Chappelle también sonrió.

—¿Se ha cumplido el sueño? —murmuró Geralt—. ¿De la vida en la ciudad?. ¿Qué es lo que veis en esta ciudad, Dudu... y tú, Chappelle?

—Si hubieras vivido en los brezales —repuso Chappelle—, hubieras comido raíces, siempre húmedo y helado, lo sabrías. También nosotros queremos algo de la vida, Geralt. No somos peores que vosotros.

—Cierto —afirmó Geralt—. No lo sois. Sucede a veces que sois mejores. ¿Qué hay del verdadero Chappelle?

—Le cayó un rayo —susurró Chappelle Segundo—. Hará dos meses. Apoplejía. Así le sea leve la tierra, así le ilumine el Fuego Eterno. Justamente estaba por allí cerca... Nadie lo advirtió... ¿Geralt? No irás a...

—¿El qué no advirtió nadie? —preguntó el brujo con el rostro inmóvil—. ¿Hay más de vosotros aquí?

—¿Acaso importa?

—No —reconoció el brujo—. No importa.

De detrás de los carromatos y tenderetes surgió corriendo al trote una figura de dos codos de altura con sombrerillo verde y abrigo de conejos manchos.

—Señor Biberveldt —jadeó el gnomo y se atragantó mirando, posando los ojos de un mediano a otro.

—Pienso, pequeño —dijo Dainty— que traes un recado para mi primo, Dudu Biberveldt. Habla, habla, ése es él.

—Acedera comunica que todo ha funcionado —dijo el gnomo y sonrió, mostrando unos agudos dientes—. A cuatro coronas la pieza.

—Resulta que sé de qué va esto —dijo Dainty—. Una pena que no esté aquí Vivaldi, hubiera calculado el beneficio en un segundo.

—Permite, primo —llamó la atención Tellico Lunngrevink Letorte, abreviadamente Penstock, para los amigos Dudu, y para todo Novigrado miembro de la numerosa familia de los Biberveldt—. Permite que lo calcule. Tengo una memoria infalible para las cifras. Como para otras cosas.

—Por favor —se inclinó Dainty—. Por favor, primo.

—Los costes —arrugó la frente el doppler— fueron bajos. Dieciocho la esencia, ocho cincuenta por el aceite de hígado, hmmm... Todo junto, incluyendo la cuerda, cuarenta y cinco coronas. Solución: seiscientos por cuatro coronas, es decir dos mil cuatrocientos. Sin comisiones, porque no hubo intermediarios.

—Pido que no se olviden los impuestos —recordó Chappelle Segundo—. Pido que no olvides que delante de vosotros hay un representante del poder municipal y de la iglesia, el cual trata sus obligaciones con seriedad y conciencia.

—Libres de impuestos —declaró Dudu Biberveldt—. Porque se trata de una venta para un objetivo santo.

—¿Qué?

—Mezclados en apropiadas proporciones el aceite, la cera, la esencia, coloreados con los restos de las cochinillas —explicó el doppler— bastaría con echar en las escudillas de barro y meter en ellas un cachito de cuerda. Si se prende fuego a la cuerda produce un fuego hermoso y rojo que arde largo tiempo y produce poco mal olor. El Fuego Eterno. Los sacerdotes necesitaban lamparillas para el altar del Fuego Eterno. Ya no las necesitan.

—Rayos... —murmuró Chappelle—. Tienes razón... Eran necesarias las lamparillas... Dudu, eres genial.

—Es por parte de madre —dijo, con modestia, Tellico.

—Y que lo digas, clavadito a su madre —confirmó Dainty—. Mirarle esos ojos de listeras. Clavadito a Begonia Biberveldt, mi querida tía.

—Geralt —jadeó Jaskier—. ¡En tres días ha ganado más dinero que yo en toda mi vida de cantante!

—En tu lugar —dijo el brujo con seriedad— me dejaría de cantes y me metería en el comercio. Díselo, igual te toma como aprendiz.

—Brujo. —Tellico le tiró de la manga—. Dime cómo podría... agradecerte...

—Veintidós coronas.

—¿Qué?

—Para un gabán nuevo. Mira lo que ha quedado del mío.

—¿Sabéis qué? —gritó de pronto Jaskier—. ¡Vámonos todos al lupanar! ¡Al Passiflora! ¡Los Biberveldt pagan!

—Pero ¿dejan pasar a los medianos? —se preocupó Dainty.

—Que intenten no dejaros. —Chappelle adoptó un gesto de amenaza—. Que lo intenten, y condeno a todo ese burdel por herejía.

—Va —gritó Jaskier—. Entonces, todo bien. ¿Geralt? ¿Vienes?

El brujo se rió bajito.

—¿Sabes, Jaskier? —dijo—. Con gusto.

Un pequeño sacrificio
I

La sirena sacó la mitad del cuerpo del agua y golpeó violentamente la superficie con sus manos. Geralt advirtió que tenía unos pechos hermosos, casi perfectos. Tan sólo el color rompía el efecto: los pezones eran verde oscuro y la aureola alrededor de ellos sólo un poquito más clara. Adaptándose con habilidad al paso de una ola, la sirena se dobló con gracia, agitó los claros y húmedos cabellos verdes y cantó melodiosamente.

—¿Qué? —El príncipe se asomó por la borda de la carabela—. ¿Qué dice?

—Lo rechaza —dijo Geralt—. Dice que no quiere.

—¿Le has explicado que la amo? ¿Que no me imagino vivir sin ella? ¿Que quiero casarme con ella? ¿Que sólo ella, ninguna otra?

—Se lo he explicado.

—¿Y qué?

—Y nada.

—Pues repítelo.

El brujo se tocó los labios con los dedos y lanzó un trino desafinado. Formando palabras y melodías con visible esfuerzo, comenzó a traducir las palabras del príncipe.

La sirena se tumbó de espaldas sobre el agua y le interrumpió.

—No traduzcas, no te canses —cantó—. Lo he entendido. Cuando dice que me ama siempre pone esa cara de tonto. ¿Ha dicho algo concreto?

—No mucho. .

—Una pena.

La sirena agitó el agua y se sumergió, doblando la poderosa cola y agitando el mar con una aleta partida en dos que recordaba a la de una ballena.

—¿Qué? ¿Qué ha dicho? —preguntó el príncipe.

—Que es una pena.

—¿El qué es una pena? ¿Qué significa eso de pena?

—Me parece que era un rechazo.

—¡A mí no se me rechaza! —gritó el príncipe, enfrentándose a los hechos manifiestos.

—Señor —murmuró el capitán de la carabela, acercándose a él—. La red tenemos lista, basta con echarla y será vuestra...

—No lo aconsejaría —dijo Geralt en voz baja—. Ella no está sola. Debajo del agua hay más de ellos y en las profundidades, por debajo de nosotros, puede haber un kraken.

El capitán se asustó, palideció y se aferró el trasero con las dos manos, en un gesto sin sentido.

—¿Kra... kraken?

—Kraken —confirmó el brujo—. No recomiendo ninguna bromita con las redes. Basta que ella dé un grito y de esta gabarra no quedarán más que tablillas flotando, y a nosotros nos ahogarán como a gatitos. Y en cualquier caso, Agloval, decídete, ¿quieres casarte con ella o atraparla en una red y guardarla en un tarro?

—La amo —dijo Agloval con voz fría—. La quiero como esposa. Pero para eso ella tiene que tener piernas y no una cola llena de escamas. Y esto se puede hacer, porque por dos libras de hermosas perlas compré un elixir mágico de toda garantía. Lo beberá y le crecerán pies. Sólo sufrirá un poco, tres días, nada más. Llámala, brujo, díselo otra vez.

—Se lo he dicho ya dos veces. Dijo que para nada, que no acepta. Pero añadió que conoce a una hechicera marina, una marfanta, que está dispuesta a cambiar con un conjuro tus piernas por una elegante cola. Y sin dolor.

—¡Se habrá vuelto loca! ¿Que yo me tengo que dejar cola de pez? ¡Nunca jamás! ¡Llámala, Geralt!

El brujo se inclinó sobre la borda. El agua en la sombra del barco era verdosa y parecía tan densa como gelatina. No tuvo que llamarla. La sirena surgió de pronto sobre la superficie envuelta en un chorro de agua. Durante un momento se mantuvo enhiesta sobre la cola, luego se zambulló en la ola, se dio la vuelta y se tendió de espaldas, mostrando en toda su integridad aquello que tenía hermoso. Geralt tragó saliva.

—¡Eh, vosotros! —cantó—. ¿Todavía falta mucho? ¡La piel se me seca con el sol! Peloblanco, pregúntale si acepta.

—No acepta —cantó el brujo—. Sh'eenaz, entiéndelo, él no puede tener cola, no puede vivir bajo el agua. ¡Tú puedes respirar en la superficie, pero él bajo el agua no!

—¡Lo sabía! —gritó con voz aguda la sirena—. ¡Lo sabía! ¡Evasivas, tontas e ingenuas evasivas, y ni un pequeño sacrificio! ¡Quien ama se sacrifica! ¡Yo me sacrifiqué por él, todos los días tenía que encaramarme a los acantilados por él, me rompí las escamas del trasero, la aleta se me rasgó, me constipé por él! ¿Y él no quiere sacrificar por mí esos dos horribles palitroques? ¡El amor no significa solamente recibir, hay que saber también renunciar, sacrificarse! ¡Repíteselo!

—¡Sh'eenaz! —gritó Geralt—. ¿No lo entiendes? ¡Él no puede vivir en el agua!

—¡No acepto excusas tan tontas! Yo también... yo también lo amo y quiero tener alevines con él, pero ¿cómo, si él no quiere convertirse en macho? ¿Dónde voy a colocarle las huevas? ¿En el sombrero?

—¿Qué dice? —gritó el príncipe—. ¡Geralt! No te he traído aquí para conversar con ella, sino...

—Se obceca en su opinión. Está enfadada.

—¡Dadme esa red! —aulló Agloval—. Voy a dejarla un mes en una piscina y...

—¡Y ésta! —le respondió gritando el capitán, al tiempo que demostraba con el codo lo que era ésta—. ¡Debajo de nosotros puede haber un kraken! ¿Habéis visto alguna vez un kraken, señor? ¡Tiraos al agua, si es vuestra voluntad, agarradla con vuestras manos! Yo no voy a meter mis narices en esto. ¡Yo vivo de esta carabela!

—¡Vives de mi merced, bellaco! ¡Dame la red o mando que te cuelguen!

—¡Besadle a un perro en el culo! ¡En esta carabela mi voluntad está por encima de la vuestra!

—¡Callaos, los dos! —gritó Geralt, furioso—. ¡Ella está hablando, es un dialecto difícil, tengo que concentrarme!

—¡Estoy harta! —aulló melodiosamente Sh'eenaz—. ¡Tengo hambre! En fin, peloblanco, que decida él, que decida ahora mismo. Repítele una cosa más: no pienso seguir siendo motivo de burla ni pienso quedar con él si sigue teniendo el aspecto de una estrella de mar de cuatro patas. Repítele que para los jueguecitos que él me propone en los acantilados, tengo yo unas amigas que lo hacen mucho mejor. Pero eso son diversiones de adolescentes, buenas para niños que todavía no han cambiado las escamas. Yo soy una sirena normal y sana...

—Sh'eenaz...

—¡No me interrumpas! ¡Todavía no he terminado! Estoy sana, soy normal y madura para el desove, y si él me desea de verdad, ha de tener cola, aleta y todo como un tritón normal. ¡De otro modo no quiero saber nada de él!

Geralt tradujo con rapidez, intentando no ser vulgar. No lo consiguió. El príncipe enrojeció, lanzó unas feas maldiciones.

—¡Puta indecorosa! —gritó—. ¡Sardina frígida! ¡Que se busque un bacalao!

—¿Qué ha dicho? —se interesó Sh'eenaz, nadando más cerca.

—¡Que no quiere tener cola!

—¡Pues dile... dile que se seque!

—¿Qué ha dicho?

—Ha dicho —tradujo el brujo— que te ahogues.

II

—Es una pena —dijo Jaskier— que no pudiera ir con vosotros, pero qué se le va a hacer, en el mar me da por vomitar de tal forma que para qué decir nada. Y sabes, en la vida he hablado con una sirena. Una pena, su perra madre.

—Como te conozco —dijo Geralt mientras ataba las alforjas—, aun así escribirás un romance.

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