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Authors: Ed Greenwood

Fuego mágico (61 page)

—¿Crees realmente que ese joven mago puede derrotar a Shandril, después de haber destruido ella al mejor y más poderoso de los tuyos? —dijo Dargoth del Púrpura con enojo.

—No —respondió sencillamente Naergoth Bladelord—. Otro de nuestros dragones anda ahora mismo en su persecución.

—¿Otro dracolich? —dijo Dargoth con airada estupefacción—. ¡No tenemos muchos más seres sagrados que perder!

—Cierto —dijo Naergoth posando sus fríos ojos en él—. éste ha ido por su propio deseo. Yo ni lo obligué ni le pedí que fuera a combatir... pero tampoco se lo prohibí. No se le prohíbe nada a Shargrailar.

Dargoth lo miró:

—¡Por el amor del desaparecido Sammaster! ¿Shargrailar el Oscuro vuela? ¡Que los dioses nos protejan! —y se sentó sacudiendo la cabeza anonadado.

—Difícilmente van a comenzar a hacerlo después de tanto tiempo —dijo secamente Naergoth alargando la mano para apagar la lámpara.

Se hizo la oscuridad.

De repente, se encontraron en un lugar con exquisitos vapores, cacerolas y cuchillos. El guerrero miró a su alrededor y aspiró:

—¡Una cocina!

Al oír estas palabras, el cocinero, que se encontraba de espaldas inclinado sobre su tabla de cortar, dio un respingo y giró sobre sí mismo cuchillo en ristre.

Thiszult le sonrió sombríamente:

—¿Tanto te alegras de vernos, Korvan?

El agrio rostro del cocinero tuvo dificultad en recobrar la compostura; odio, envidia, miedo y regocijo se reflejaron rápidamente uno tras otro en su miserable rostro.

—Vaya, Thisz...

—¡Calla, sin nombres! ¿Cuánto hace que se marchó la muchacha? —Thiszult avanzó con resolución—. ¿Por dónde se sale de aquí?

—A la parte trasera, por aquí. O, por ahí, derechos a la cantina, y luego la cruzáis hasta la puerta principal —indicó Korvan—. Ella y el joven mago salieron tan sólo hace un minuto. Podríais muy bien alcanzarles si...

—... cogemos caballos. ¿Dónde están los establos?

—Por ese lado, hacia el final. Hay uno negro bueno y fuerte y otro más robusto y lento de color bayo, y...

—El culto te lo agradece, Korvan. Recibirás una apropiada recompensa a su debido tiempo.

Thiszult se dirigió hacia el pasillo con un golpe de su oscura capa, y con el guerrero en sus talones. éste sacó su ancha y manchada espada y la sostuvo preparada en su mano.

—Korvan —susurró entretanto Lureene saliendo de la despensa con los ojos oscurecidos por la indignación—. ¿Conoces a esa... esa gente?

El cocinero la miró fijamente, con la cara blanca, por un momento. Entonces, levantó su cuchillo de nuevo y se fue hacia ella con determinación. Lureene le arrojó a la cara la lata de harina que llevaba en las manos y salió corriendo al vestíbulo y, de allí, a la cantina, que estaba vacía.

Cruzó corriendo la sala, sorteando las mesas, y salió de estampida por la puerta principal a tiempo de ver al mago de la capa oscura abandonar el patio de la posada como un torbellino vengativo.

Ante ella, en el barro, estaba Gorstag de pie con sus manos agarradas a los antebrazos del guerrero que había venido con Thiszult. Forcejeaban el uno contra el otro; la espada del guerrero temblaba en su mano mientras éste intentaba colocarla entre los dos. Lureene corrió hacia ellos tan rápida como pudo, jadeando sin aliento.

Tras ella, la puerta principal de La Luna Creciente volvió a abrirse de golpe, y Korvan salió a matarla. Lureene siguió corriendo desesperada deslizándose y resbalando en el barro. Tenía que avisar a Gorstag antes de que el cuchillo de Korvan pudiera alcanzarlo...

Los dos hombres se hallaban sólo a diez pasos ahora... ahora seis, ahora tres... De repente, Gorstag se deslizó hacia un lado y tiró con fuerza de la muñeca del guerrero en vez de empujarla; la espada se proyectó hacia adelante y pasó junto al hombro del posadero sin herirlo. éste se estrelló contra el pecho de su enemigo y luego llevó su puño con toda la fuerza que pudo contra su garganta.

Se oyó un crujido, y el hombre se desplomó sin el menor sonido; Gorstag se volvió justo a tiempo para coger a Lureene por los hombros y detenerla.

—Cariño —le dijo, y ella señaló tras él.

—Korvan —jadeó—. ¡Sirve al culto! ¡Cuidado!

Mientras hablaba, el cocinero, ganando velocidad en un último esfuerzo, llegó hasta ellos y lanzó una embestida con su arma. Gorstag le dio un fuerte empujón a Lureene hacia un lado, que le hizo perder el equilibrio, y él saltó hacia el otro lado. El cuchillo sólo encontró el aire vacío.

Fuera de sí, Korvan miró a su alrededor, a uno y a otro... demasiado tarde. Unos dedos de hierro lo cogieron por el cuello desde atrás. El cocinero se tambaleó y asestó un ciego golpe hacia aquel lado con su cuchillo... y sólo consiguió que Gorstag le capturara la muñeca y se la retorciera. Korvan lanzó un pequeño grito y el arma se desprendió de sus entumecidos dedos. Gorstag le retorció el cuerpo violentamente hasta quedar ambos cara a cara.

—Así que... —dijo el posadero—, primero molestas a mi pequeña... ¡y ahora quieres matar a mi prometida! Me amenazas con un arma aquí en el patio y sirves al Culto del Dragón... en mi propia cocina. —Su voz sonaba suave y tranquila, pero Korvan se contorsionaba en sus brazos como un frenético pez en el anzuelo, con la cara blanca hasta los mismos labios.

—Esto ha venido sucediendo durante mucho tiempo, ¿no? —dijo lentamente Gorstag—. Pero al fin he aprendido algo sobre cocina...

La mano que sostenía la muñeca de Korvan soltó ésta para irse con la velocidad de un látigo hacia su garganta, donde sus viejas manos retorcieron sin misericordia. Hubo un crujido sordo, y Korvan del culto dejó de existir.

Gorstag dejó caer el cuerpo en el fango y se volvió hacia Lureene.

—¿Estás bien, mi señora? —preguntó—. ¿Hay fuego o ruinas tras de ti en La Luna?

Lureene sacudió la cabeza con ojos espantados.

—No, mi señor —dijo, al borde de las lágrimas—. Estoy bien..., gracias. Estamos a salvo.

—Eso parece —dijo Gorstag mirando hacia el camino—. Pero, ¿lo estarán Narm y Shandril? Búscame el más rápido de los caballos mientras voy a buscar mi hacha.

Lureene lo miró horrorizada.

—¡No! —dijo—. ¡Te matarán!

—¿Abandonar a mis amigos a la muerte sin hacer nada por evitarlo? —La cara de Gorstag parecía de hierro—. ¡Tráeme el caballo más rápido!

Lureene corrió hacia los establos con las lágrimas empañándole la vista.

—No —murmuraba—. Oh, dioses, no. —Pero los dioses no la escucharon antes de que alcanzara los establos.

Entonces hubo un lento y sordo pisar de cascos de caballo, mientras Gorstag volvía de la cantina con el hacha en la mano. Unas caras asustadas comenzaron a congregarse alrededor del patio.

Un enano sobre una mula salpicada de barro cabalgó hasta la cancela y se detuvo delante de Gorstag. El enano se echó hacia un lado y se dejó caer desde su montura con habilidad, utilizando el hacha desnuda que llevaba sobre su hombro a modo de bastón. Tullido, se apoyaba pesadamente en su hacha mientras avanzaba cojeando hasta Gorstag. El posadero miró ansioso hacia los establos y vio que Lureene salía tirando de un caballo.

—Bien hallado —dijo el enano al posadero—. ¿Tú eres Gorstag?

El posadero, que estaba atento a Lureene y la montura que se aproximaba, miró hacia abajo con sorpresa:

—Sí, yo soy.

—¿Has visto a una compañera mía, la aventurera Shandril? Servía en esta posada hace algún tiempo —dijo el enano con voz áspera—. He oído que cabalga con un joven mago, ahora, y que arroja fuego mágico.

—Sí, lo sé —dijo Gorstag levantando el hacha—. ¿Quién eres tú, y qué tienes que ver con Shandril Shessair?

—Vengo del Valle de las Sombras —dijo el enano con brusquedad, mirándolo con una expresión en sus ojos tan firme y severa como la del propio Gorstag—. Por Sharantyr, Rathan y Torm, de los caballeros, he sabido hacia adónde se encaminaba Shandril y la he seguido. He sido enviado por Storm Mano de Plata, de los Arpistas, y por Elminster, el sabio, y traigo una nota para ti que dice que confíes en mí. Toma, léela. Ahora, dime dónde está Shandril; el tiempo pasa y mis huesos no rejuvenecen.

Gorstag sonrió ante aquello y desenrolló el pergamino:

—No tanta prisa, señor enano. La vida es menos adversa a los pacientes.

—Sí —replicó el enano—, la mayoría de ellos yacen muertos. ¡Dime dónde está Shandril!

—Un momento.

Gorstag leyó el pergamino. Lureene se acercó con el caballo y él se hizo a un lado para que ella pudiera también leer lo que había escrito:

A Gorstag, de Luna Alta. Antes que nada, ¡bien hallado! El portador de esta misiva es el enano Delg, en otros tiempos compañero de Shandril en la Compañía de la Lanza Luminosa, justo después de que ella abandonara tu casa. No sirve a ningún malvado señor ni desea mal a Shandril, créenos: se ha sometido a todas nuestras pruebas de arte a este respecto, y es verdad. El Culto del Dragón destruyó a la Compañía y creyó que sólo Shandril había sobrevivido. Este Delg, dejado por muerto en el Valle de Oversember, consiguió caminar hasta las orillas del Sember, donde fue encontrado por los elfos y llevado a los sacerdotes de Tempus. Mientras éstos curaban sus heridas y oraban al dios pidiéndole consejo en cuanto al cometido que debían asignarle a cambio de ello, un mensajero de Tempus apareció diciendo que la tarea de Delg era defender a la joven que manejaba el fuego mágico contra las espadas que la perseguían; y por eso ha venido hasta ti en busca de tus noticias. Tu parte en la defensa de Shandril está hecha, valiente Gorstag; nosotros cuidamos y recordamos el lugar donde descansa Dammasae. Ayuda a Delg lo mejor que puedas y serás altamente honrado. A tu disposición quedarán

Elminster del Valle de las Sombras y

Storm Mano de Plata del Valle de las Sombras.

Gorstag terminó de leer, frunció un poco el entrecejo, y después miró a Delg.

—Llegas algo tarde —dijo simplemente—. Se han marchado a caballo hacia el oeste, hace no mucho rato de eso. Un mago hostil los persigue, muy de cerca por cierto.

—¿Se han ido? Entonces, no hay tiempo que perder —dijo el enano cojeando con premura hasta su montura—. ¡Arriba! —le ordenó—, ¡y cabalga como el viento... o ella se hallará en dificultades de nuevo, y en necesidad del viejo Delg, antes de que lleguemos allí!

—¿No quieres coger una montura más veloz? —preguntó Gorstag señalando el caballo que sostenía Lureene. Delg sacudió la cabeza.

—Mi agradecimiento, pero, ¿con qué rapidez viajaría si me caigo en la primera vuelta del camino? No, me quedo con lo que conozco y ya me daré prisa a mi manera. Que te vaya bien, Gorstag. Queda en paz junto a tu dama. Es la mejor aventura que puedes tener ahora.

Les lanzó una sonrisa y se alejó, levantando su brazo en un saludo de guerrero. Gorstag se lo devolvió y lo vio marchar, mientras Lureene acariciaba su brazo pensativa y sin decir nada.

Al cabo de un rato, Gorstag retiró la mirada del camino y gruñó con tono resignado:

—Bien; puedes guardar el animal. No lo necesitaremos.

Lureene asintió:

—Por supuesto. —Y, volviéndose, añadió—: Y hay también un pequeño detalle; algunos cadáveres esparcidos por ahí...

Shargrailar el Oscuro sobrevolaba en círculos el Desfiladero del Trueno con los fríos vientos silbando a través de sus extendidos dedos de hueso que eran todo cuanto quedaba de sus alas. Shargrailar era el más poderoso dracolich de Faerun conocido por el culto, tal vez el dragón más terrible que jamás había existido. Sus ojos eran dos lámparas blancas en las vacías cuencas de un largo y feroz cráneo. Con la fría paciencia de un ser que había dejado la tumba atrás y todavía podía volar, miró hacia abajo y, perdiendo algo de altura, siguió volando en vigilante espera.

¿De modo que una hembra humana se atrevía a destruir dracoliches? Debía morir. Sin duda, había debido de acompañarla la suerte y sus víctimas eran jóvenes idiotas pero, de todos modos, debía morir. Según decían, ella se dirigía hacia la guarida de Shargrailar, armada con su fuego mágico. Interesante. Shargrailar planeaba entre las nubes como una sombra silenciosa, escudriñando el estrecho camino que discurría allá abajo, a lo lejos, y que los hombres llamaban el Camino del Este. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Shargrailar se interesara por algo.

Allí abajo, en el camino, aparecieron dos jinetes humanos con mulas..., uno de ellos era hembra. Silenciosamente, Shargrailar descendió escrutando con su esquelética cabeza. Sí... sí... debía de ser ella. Y, si no, ¿qué importa? ¿Qué par de humanos podría nunca herir a Shargrailar? El gran dracolich bajó del cielo en picado, como una gigantesca flecha de muerte, porque ése es el modo de los dracoliches. Mientras descendía, Shargrailar pudo ver que la humana era hermosa... y abrió sus huesudas quijadas para darle muerte...

Thiszult cabalgaba a todo galope, tironeando desaforadamente de las riendas. Tenía que adelantar a la doncella y al mago y ponerse a la cabeza, para tener tiempo de invocar su magia especial... o encontrar un promontorio o su campamento, para tenerlos algún tiempo a la vista antes de hacerlo. No podía perderlos ahora... ni acercárseles demasiado y ponerlos sobre aviso, sin sus guerreros allí para asediarlos y obligarlos a detenerse.

Pensaba furiosamente mientras cabalgaba. No llevaba insignia alguna y cabalgaba solo. Nada delataba que fuese un mago ni que deseara mal a nadie. Pero cabalgaba con una prisa salvaje —peligrosa, ya que la carretera ascendía hacia las montañas— y era un aviso para cualquiera de que no iba todo bien, en especial para una pareja que, sin duda, a estas alturas, andaría siempre alerta ante cualquier ataque. Aminoró el paso de su montura, devanándose los sesos en busca de un plan. Ellos podrían eludirlo con facilidad en la oscuridad. Sin embargo, era necesario dormir, y tendrían que detenerse para acampar. Quizás entonces fuera el mejor momento para atacar, pero sólo si lograba mantenerse tras su pista y permanecía inadvertido. No había otra manera.

Con un suspiro, obligó al caballo a efectuar una estremecedora parada, saltó limpiamente de él y después ató las riendas a un arbolito antes de que el asfixiado caballo pudiera escapar. Comprobó la carga. Estaba todo seguro. Estupendo. Un rápido vistazo arriba y abajo del camino —vacío, hasta donde él podía alcanzar a ver— y enseguida se aplicó hechizos de invisibilidad y de vuelo a sí mismo y se elevó de un salto hacia el cielo.

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