»Cuatro años después, unos estudios epidemiológicos concluyentes demostraron más allá de toda duda que los implantes mamarios no causaban ninguna enfermedad. Pero para entonces la crisis ya había cumplido su objetivo, y el PJM había seguido su curso, una voraz maquinaria en busca de nuevos miedos, nuevos terrores. Se lo aseguro, así funciona la sociedad moderna, mediante la creación continua de miedo. Y no existe ninguna fuerza compensatoria. No existe ningún mecanismo de control y equilibrio de poderes, ninguna limitación al fomento perpetuo de un miedo tras otro…
—Porque tenemos libertad de expresión, libertad de prensa.
—Esa es la respuesta clásica del PJM. Así es como siguen en activo —repuso Hoffman—. Pero piénselo. Si no es correcto gritar falsamente «¡Fuego!». en un teatro abarrotado, ¿por qué habría de ser correcto gritar «¡Cáncer!». en las páginas del
New Yorker
cuando no es verdad? Hemos gastado más de veinticinco mil millones de dólares en esclarecer la falaz afirmación de que los cables de alto voltaje producían cáncer.
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«¿Y qué?», me dirá. Se lo veo en la cara. Está pensando: «Somos ricos, nos lo podemos permitir. Son solo veinticinco mil millones de dólares». Pero el hecho es que veinticinco mil millones de dólares son más del total del PIB de las cincuenta naciones más pobres del mundo
juntas
. La mitad de la población mundial vive con dos dólares al día. Así que veinticinco mil millones de dólares bastarían para mantener a treinta y cuatro millones de personas durante un año. O podríamos haber ayudado a toda la gente que ha muerto de sida en África. En lugar de eso, lo derrochamos en una fantasía publicada en una revista cuyos lectores se la toman muy en serio. Créame, es un tremendo despilfarro de dinero. En otro mundo, sería un despilfarro criminal. Uno podría imaginar fácilmente otro juicio de Nuremberg, esta vez por la implacable dilapidación de riqueza occidental en trivialidades, junto con imágenes de bebés muertos en África y Asia como resultado de eso. —Se interrumpió apenas para tomar aire—. Como mínimo, estamos hablando de una atrocidad moral. Así, cabría esperar que nuestros líderes religiosos y nuestras grandes figuras humanitarias clamasen contra este derroche y las innecesarias muertes resultantes en todo el mundo. Pero ¿lo denuncia algún líder religioso? No. Muy al contrario, se suman al coro. Promueven lemas como «¿Qué coche conduciría Jesús?». Como si olvidasen que el cometido de Jesús sería expulsar del templo a los falsos profetas ya quienes infunden temor. —Se acaloraba cada vez más—. Estamos hablando de una situación que es profundamente inmoral. A decir verdad, es repugnante. El PJM pasa por alto sin la menor contemplación la penosa situación de los seres humanos más pobres y desesperados de nuestro planeta a fin de mantener a políticos gordos en el cargo, a presentadores de televisión ricos en el aire y a abogados maquinadores en Mercedes Benz descapotables. Ah, y a profesores universitarios en Valva. No nos olvidemos de ellos.
—¿Y eso? —preguntó Evans—. ¿Qué tienen que ver con esto los profesores universitarios?
—Bueno, eso sería tema de otra conversación.
—¿No existe una versión abreviada? —preguntó Evans.
—La verdad es que no. Por eso, Peter, los titulares no son la noticia. Pero intentaré resumirlo —respondió Hoffman—. He aquí la cuestión: el mundo ha cambiado en los últimos cincuenta años. Ahora vivimos en la sociedad del conocimiento, la sociedad de la información, o como quieras llamarlo. Y tiene un gran impacto en nuestras universidades.
»Hace cincuenta años, quienes querían llevar lo que entonces se conocía como «la vida del espíritu», es decir, ser intelectuales, vivir de la inteligencia, debían trabajar en una universidad. La sociedad en general no tenía cabida para ellos. Podía considerarse que unos cuantos periodistas vivían de su inteligencia, pero ahí se acababa. Las universidades atraían a aquellos que voluntariamente renunciaban a los bienes mundanos para llevar una vida intelectual enclaustrada, enseñar los valores eternos a las generaciones más jóvenes. La labor intelectual se desarrollaba exclusivamente en la universidad.
»Pero hoy día amplios sectores de la sociedad se dedican a la vida del espíritu. Toda nuestra economía se basa en el trabajo intelectual. El treinta y seis por ciento de los trabajadores dependen de sus conocimientos, muchos más de los que encuentran empleo en el sector manufacturero. Y cuando los profesores decidieron que ya no enseñarían a los jóvenes, sino que dejarían la tarea a sus alumnos de posgrado, que sabían mucho menos que ellos y hablaban mal el inglés, cuando eso ocurrió, las universidades entraron en crisis. ¿De qué servían ya? Habían perdido su control exclusivo de la vida del espíritu. Ya no enseñaban a los jóvenes. En un año solo podía publicarse determinado número de textos teóricos sobre la semiótica de Foucault. ¿En qué se convertirían nuestras universidades? ¿Qué función cumplirían en la era moderna?
Se puso en pie como si la pregunta lo hubiese vigorizado y de pronto volvió a sentarse.
—Lo que ocurrió —prosiguió— es que en la década de los ochenta las universidades se transformaron. Antes bastiones de libertad intelectual en un mundo mercantilista, antes lugar de experimentación y libertad sexual, se convirtieron en los entornas más restrictivos de la sociedad moderna. Porque tenían que desempeñar un nuevo papel. Se convirtieron en las creadoras de nuevos miedos al servicio del PJM. Hoy día las universidades son fábricas de miedo. Inventan los nuevos terrores y las nuevas angustias sociales. Los códigos restrictivos nuevos. Palabras que no pueden pronunciarse. Ideas que no pueden concebirse. Producen una corriente continua de nuevas ansiedades, peligros y terrores sociales para uso de los políticos, los abogados y los periodistas. Alimentos nocivos para el organismo. Comportamientos inadmisibles. No se puede fumar, no se puede decir tacos, no se puede follar, no se puede
pensar
. Estas instituciones han cambiado por completo en una generación. Es verdaderamente extraordinario.
»El Estado de miedo moderno no podría existir si las universidades no lo alimentasen. Para sostener todo esto, ha surgido una peculiar línea de pensamiento neo estalinista, y solo puede prosperar en un marco restrictivo, a puerta cerrada, sin el debido proceso. En nuestra sociedad solo las universidades han creado eso hasta el momento. La idea de que estas instituciones son
progresistas
es una broma cruel. Son fascistas hasta la médula, se lo aseguro. —Se interrumpió y señaló hacia la entrada del palacio de congresos—. ¿Quién es ese que se abre paso entre la gente? Me suena de algo.
—Es Ted Bradley, el actor —dijo Evans.
—¿Dónde lo he visto?
—Hace el papel de presidente en la televisión.
—Ah, sí. Ese.
Jadeando, Ted se detuvo ante ellos.
—Peter —dijo—, he estado buscándote por todas partes. ¿Tienes el móvil encendido?
—No, porque…
—Sarah te ha estado llamando. Dice que es importante. Tenemos que marcharnos de inmediato. Y trae el pasaporte.
—¿Marcharnos? —repitió Evans—. ¿Qué tiene esto que ver contigo?
—Yo os acompaño —dijo Ted.
Cuando se disponían a marcharse, Hoffman agarró a Evans de la manga y lo retuvo. Tenía una nueva idea.
—No hemos hablado de la involución —dijo.
—Profesor…
—Es el paso siguiente en el desarrollo de las naciones-estado. De hecho, ya se ha iniciado. Fíjese en la ironía. Al fin y al cabo, veinticinco mil millones de dólares y diez años después, los mismos elitistas ricos que estaban aterrorizados por el cáncer provocado por las líneas de alto voltaje compran ahora imanes para sujetárselos a los tobillos o colocados sobre sus colchones… los imanes japoneses de importación son los mejores, los más caros… a fin de disfrutar de los efectos beneficiosos para la salud de los campos magnéticos. Los mismos campos magnéticos… solo que ahora, por lo visto, nunca se cansan de ellos…
—Profesor —dijo Evans—, tengo que irme.
—¿Por qué esa gente no se recuesta contra la pantalla del televisor sin más? ¿Se arrima a un electrodoméstico de cocina? ¿A cualquiera de esos objetos que antes los aterrorizaban?
—Luego hablaremos —dijo Evans, y retiró el brazo.
—¡Venden imanes incluso en las revistas de salud! ¡Una vida sana gracias a los campos magnéticos! ¡Qué locura! Nadie se acuerda siquiera de unos años atrás. George Orwell. La ausencia de memoria.
—¿Quién es ese tipo? —preguntó Bradley cuando se alejaban—. Parece un poco chiflado, ¿no?
—El registro de catástrofe está contenido en los núcleos de hielo —dijo el ponente, hablando con voz monótona desde el podio. Era ruso y tenía un marcado acento—. Los núcleos de hielo de Groenlandia demuestran que en los últimos cien mil años se han producido cuatro cambios climáticos abruptos. Algunos han ocurrido muy deprisa, en cuestión de años. Si bien los mecanismos por los que se producen estos fenómenos aún están estudiándose, revelan que puede haber en el clima efectos «detonantes», debido a los cuales pequeños cambios (incluidos cambios provocados por el hombre) pueden tener consecuencias de dimensiones catastróficas. Hemos presenciado un anticipo de tales efectos en fechas recientes con el desprendimiento del iceberg más grande del mundo y la terrible pérdida de vidas humanas causada por las riadas en el sudoeste de Estados Unidos, y no es difícil predecir que veremos más…
Se interrumpió cuando Drake subió apresuradamente al estrado y se acercó a susurrarle algo al oído. A continuación bajó de nuevo consultando su reloj.
—Esto, les pido disculpas —dijo el ponente—. Según parece he traído una versión desfasada de mis comentarios. ¡Estos ordenadores! Eso formaba parte de la charla del año 2001. Quería decir que el desprendimiento del iceberg de ese año, mayor que muchos estados de Norteamérica, y las peligrosas anomalías en la climatología de todo el mundo, incluido el soleado sudoeste, presagian una futura inestabilidad climática. Es solo el principio.
Sarah Jones, de pie al fondo, hablaba con Ann Garner, esposa de un destacado abogado de Hollywood e importante donante del NERF. Como siempre, Ann hablaba sin parar y con tono muy categórico.
—No sabes de qué me he enterado —decía Ann—. He oído que hay una campaña orquestada por la industria para desacreditar a las ONG. La industria teme el creciente poder del movimiento ecologista y está
desesperada
, desesperada, por impedirlo. Hemos tenido nuestros modestos logros en los últimos años, y eso los está enloqueciendo, y…
—Disculpa, Ann —dijo Sarah—. Un momento. —Se volvió para mirar al ponente ruso en el podio. «¿Qué ha dicho?», pensó.
Se acercó rápidamente a la mesa de prensa, donde estaban los periodistas con sus ordenadores portátiles abiertos. Recibían transcripciones de las ponencias en tiempo real.
Miró por encima del hombro de Ben López, el reportero de
Los Ángeles Times
. A Ben no le importó; iba detrás de ella desde hacía meses.
—Hola, encanto.
—Hola, Ben. ¿Te importa si consulto algo?
Sarah tocó el ratón y desplazó el texto en la pantalla hacia arriba.
—Ni mucho menos, tú misma. Un agradable perfume.
Sarah leyó:
PUEDE HABER EN EL CLIMA EFECTOS «DETONANTES», DEBIDO A LOS CUALES PEQUEÑOS CAMBIOS (INCLUIDOS CAMBIOS PROVOCADOS POR EL HOMBRE) PUEDEN TENER CONSECUENCIAS DE DIMENSIONES CATASTRÓFICAS. HEMOS PRESENCIADO UN ANTICIPO DE TALES EFECTOS
EN FECHAS RECIENTES CON EL DESPRENDIMIENTO DEL ICEBERG MÁS GRANDE DEL MUNDO Y LA TERRIBLE PÉRDIDA DE VIDAS HUMANAS CAUSADA POR LAS RIADAS EN EL SUDOESTE DE ESTADOS UNIDOS, y NO ES DIFÍCIL PREDECIR QUE VEREMOS MÁS…
Mientras observaba, el texto cambió, desapareció la parte tachada y fue sustituida por el nuevo texto:
PUEDE HABER EN EL CLIMA EFECTOS «DETONANTES», DEBIDO A LOS CUALES PEQUEÑOS CAMBIOS (INCLUIDOS CAMBIOS PROVOCADOS POR EL HOMBRE) PUEDEN TENER CONSECUENCIAS DE DIMENSIONES CATASTRÓFICAS. HEMOS PRESENCIADO UN ANTICIPO DE TALES EFECTOS CON EL DESPRENDIMIENTO DEL ICEBERG DEL AÑO 2001, MAYOR QUE MUCHOS ESTADOS DE NORTEAMÉRICA, Y CON LAS PELIGROSAS ANOMALÍAS EN LA CLIMATOLOGÍA DE TODO EL MUNDO, INCLUIDO EL SOLEADO SUDOESTE. FENÓMENOS QUE PRESAGIAN UNA FUTURA INESTABILIDAD CLIMÁTICA.