Read El Séptimo Secreto Online
Authors: Irving Wallace
—¡Tía Evelyn! ¡Qué alegría verte! —besó afectuosamente a Evelyn—. ¿A qué se debe tu visita?
—Tengo una cita dentro de un ratito —dijo Evelyn vagamente—. Pero, ¿qué dijo el doctor? Eso es lo importante.
—Todo va a la perfección —respondió con los ojos relucientes. Luego con una mueca añadió—: Pero es probable que también tenga vómitos por las mañanas. —Comenzó a salir de la habitación—. Voy a cambiarme para ir a la cocina, Franz va a venir a comer. Quiere saber las últimas noticias. Espero que te quedarás para verle, tía Evelyn.
Evelyn estaba ya de pie.
—Gracias, querida. Me encantaría quedarme, pero no puedo. Debo acudir a mi cita.
Más que nada lo que quería era marcharse antes de que Franz Fiebig apareciera.
Había conseguido escapar.
Ahora estaba en la mesa del restaurante esperando la llegada del jefe de Policía Wolfgang Schmidt.
Primero sirvieron la ensalada, los panecillos y el té que había pedido ella, y la cerveza para Schmidt. Había terminado de endulzar el té y estaba a punto de coger un panecillo, cuando se percató de que el corpulento Schmidt había llegado, se estaba inclinando encima de ella, cogiéndole la mano y besándola.
—¿Cómo estás, Effie? —preguntó, instalando su gran mole detrás de la mesa, enfrente suyo.
—Bien, muy bien, Wolfgang —contestó—. Sólo algo inquieta por tu mensaje.
—No quise asustarte —dijo—. Pero hay algo que creo que deberíamos comentar. —Acercó los labios a la jarra y tomó un trago—. Voy un poco justo de tiempo esta mañana, o sea que no puedo quedarme demasiado rato. Sin embargo, esto es importante.
—¿Qué es? —quiso saber Evelyn—. ¿Qué es tan importante?
—Esto —dijo Schmidt. Sacó un periódico doblado del bolsillo de su chaqueta y comenzó a desplegarlo—. El BZ de esta mañana. Supuse que no lo habrías visto.
—Sabes que raras veces lo leo.
—Hoy deberías leerlo —dijo, pasando la primera y la segunda páginas y tendiéndole el periódico para que pudiera leer la tercera página—. Echa una ojeada a esta fotografía que ocupa la mitad superior.
Evelyn tenía el periódico en la mano y contemplaba con curiosidad la fotografía grande.
Era una fotografía nítida, tomada desde la plataforma de observación de la Potsdamer Platz en Berlín occidental, y enfocaba el montículo de tierra que cubría el viejo búnker del Führer. En la ampliación podían distinguirse claramente tres personas, una mujer joven y dos hombres de edad que estaban charlando junto al montículo del búnker.
El titular rezaba: «¿EXCAVARÁN DE NUEVO EN BUSCA DE HITLER?»
Oyó que Schmidt decía:
—Lee el pie de fotografía, Effie.
Bajó la mirada al pie de fotografía y lo leyó rápidamente. Las tres personas de la fotografía eran identificadas como Emily Ashcroft, la eminente historiadora británica que estaba en Berlín para concluir la biografía definitiva sobre Hitler, Herr Enrst Vogel, un antiguo guardia de honor de las SS que fue enviado al búnker del Führer en sus días finales, y el profesor Otto Blaubach, un especialista de Berlín oriental en el Tercer Reich y viceministro del gobierno de Alemania oriental. Continuaba diciendo que éstas eran las primeras personas que visitaban el enclave del histórico búnker del Führer por lo menos en la última década, y se especulaba con la posibilidad de que la señorita Ashcroft estuviera examinando el lugar para preparar una excavación más amplia de la zona en busca de una nueva pista relativa a la muerte del Führer.
Evelyn levantó la cabeza, desconcertada momentáneamente.
—¿Es ésta la joven de la que me hablaste el otro día? Schmidt estrujó una galleta en su mano y engulló las migas. —Emily Ashcroft, la historiadora inglesa que se aloja en el Kempinski. Pensé que deberías saber que sigue adelante.
Evelyn no ocultó su preocupación.
—¿Crees que conseguirá el permiso para excavar?
—Su padre lo obtuvo justo antes de su accidente mortal. Supongo que ella también lo conseguirá. Ese tipo de la fotografía, Blaubach, es un pez gordo en el gobierno de Berlín oriental. Él podría facilitárselo.
—Pero ¿por qué excavar ahora, al cabo de tanto tiempo? Todo el mundo sabe que el Führer y Eva Braun murieron en el búnker y que fueron enterrados allí.
—Pero evidentemente no todo el mundo se lo cree, Effie. Evelyn estaba examinando de nuevo la fotografía, y agitando la cabeza dijo:
—¡Qué locura! Me pregunto qué está buscando.
—Eso no importa —dijo Schmidt recogiendo el periódico, doblándolo y guardándolo en el bolsillo—. Sólo quiero tranquilizarte, Effie, en caso de que oigas hablar de esto. Te prometo que no habrá excavación en el búnker. Basta de intromisiones en el pasado.
—¿Lo prometes?
Schmidt levantó su voluminoso cuerpo de la silla, sus gruesos labios se contrajeron en una sonrisa.
—Lo prometo. No hace falta que te preocupes más por la señorita Ashcroft.
Emily había estado muy ocupada aquella mañana en su suite del Kempinski. Por fin llegó el paquete de correos que Pamela había enviado con los ficheros desde Oxford. Los sobres superiores contenían información dedicada a la carrera de Hitler como artista, y el resto eran archivos fotográficos de todos los edificios oficiales construidos en las principales ciudades alemanas bajo el gobierno de Hitler. Emily no tardó en llamar al hotel Palace para saber si Nicholas Kirvov se había inscrito ya, y en seguida pudo hablar por teléfono con él.
—He recibido el material de Oxford —dijo—. Quizá pueda decirle algo más sobre el edificio de su pintura de Hitler.
—¡Cuánto se lo agradezco! ¿Está usted libre para comer hoy? Si le parece bien podemos ir al grill de mi hotel, y luego examinar los archivos juntos.
Emily quedó citada con él. En cuanto hubo colgado, sonó el teléfono, descolgó el auricular, era Rex Foster. Emily sintió un deleite de adolescente al oír su voz.
—Supongo que no es de mi incumbencia —le estaba diciendo—, pero ¿me puedes decir dónde estuviste anoche? Debí de llamarte al menos media docena de veces.
A Emily le encantó oír aquello.
—Estuve inspeccionando el lugar de la excavación hasta la hora de cenar. Luego cené con la persona que va a dirigir la excavación, en caso de que obtenga el permiso. Pasé la velada con él y con su esposa, explicándoles lo que había visto en el lugar del búnker. —Se detuvo—. ¿Por qué me llamabas? ¿Ah, supongo que era para saber si puedo ayudarte a localizar al arquitecto Zeidler.
—No, Emily, no te llamaba por eso. Sólo quería saber cómo estabas, preguntarte si tal vez estabas libre...
—Si quieres saber cómo estoy, ¿por qué no me acompañas al hotel Palace? Voy a comer allí con Nicholas Kirvov. ¿Te acuerdas? El director del Ermitage de Leningrado. Intentaré ayudarle con su pintura de Hitler. Tú también puedes colaborar. Tráete tu carpeta de arquitectura del Tercer Reich. Además, creo que te gustará conocer a Kirvov. Tenéis muchas cosas en común.
—Estoy más interesado en lo que tenemos en común tú y yo —dijo Foster—. Así, ¿cómo quedamos?
Fijaron una hora para encontrarse en el vestíbulo.
Y ahora, a las doce y media, en la puerta del grill del Palace, Kirvov estaba esperando a Emily, algo disgustado. Después de saludar a Foster se disculpó ante sus invitados. El grill estaba atiborrado y no había podido reservar mesa hasta dentro de media hora.
—Bueno, ¿y por qué no matamos el rato intentando resolver la ubicación del edificio de su óleo de Hitler? —dijo Emily, y echó una ojeada a su alrededor—. Quizá podríamos ir a su habitación para estar más tranquilos, si le parece bien.
—Sería lo ideal —dijo Kirvov con impaciencia—. Por favor, acompáñenme.
A los pocos minutos Emily y Foster, ella con sus archivos fotográficos y él con su carpeta de arquitectura, estaban en la habitación de Kirvov en la cuarta planta. Era una habitación agradable, observó Emily, con cortinas de terciopelo de color pálido en las ventanas y en las paredes una tela de papel de arroz tostado, un televisor en color con un jarrón de capullos de rosa amarillos encima y un edredón sobre la cama de matrimonio.
—Vayamos directamente a su óleo —propuso Emily.
—Por favor, siéntense —dijo Kirvov, llevando dos sillas hasta una mesa rinconera, mientras Foster acercaba una tercera silla. Cuando se sentaron, Kirvov desenvolvió la pintura y la colocó delante de sus invitados.
Emily, mirando continuamente la pintura del edificio del óleo de Hitler, iba repasando su archivo de fotografías de los edificios oficiales del Tercer Reich en Berlín. Mientras tanto, tomando también como referencia la pintura, Foster iba pasando las páginas de su carpeta de arquitectura, abierta en el suelo junto a su silla.
Emily soltó un grito.
—¡Creo que lo tengo, Nicholas! —sacó una fotografía de su archivo y la puso junto a la pintura—. ¿No es ésta?
Foster la miró, tiró de una hoja de su carpeta y la examinó colocándola junto a la foto. Era otra perspectiva del macizo edificio tomada desde un ángulo distinto.
Emily se dio cuenta inmediatamente de que era el mismo edificio.
—Es éste —aseguró—. Por supuesto ninguno de nosotros tiene una imagen exacta de la entrada principal que coincida con la del cuadro. Llamaré a Pamela para ver si tenemos algo más en otros archivos, sólo para asegurarnos.
—Sí, estaría bien —dijo Foster, y dirigiéndose a Kirvov añadió—: De todos modos creo que hemos encontrado tu edificio, Nicholas, si me permites tutearte.
El ruso asintió sonriendo.
—Lo habéis encontrado, sí, estoy seguro de que lo habéis encontrado. Pero... me gustaría saber qué es.
—El Reichsluftfahrtministerium —dijo Emily a Kirvov—. El Ministerio del Aire del Reich, conocido también por el Ministerio del Aire de Göring —leyó las anotaciones del dorso—. Comenzó a construirse en 1933, y fue terminado en 1935.
—Un gran descubrimiento —dijo Kirvov con entusiasmo—. La única pintura de Hitler que conozco hecha en Berlín.
—Debió de pintar el edificio después de 1935, pero no más tarde de principios de 1940 —dijo Emily—. Después no pudo haberlo pintado porque no estaba allí. Todos los edificios del Tercer Reich fueron destruidos y luego arrasados por los masivos bombardeos aéreos de norteamericanos y británicos en los años 1940.
Foster había separado la página de su carpeta y releía las anotaciones. Levantó la cabeza y dijo:
—No vayas tan de prisa, Emily. Lo que dices no es totalmente cierto.
Emily, confundida, preguntó:
—¿A qué te refieres?
—No todos los edificios oficiales del Tercer Reich fueron destruidos y arrasados por los bombardeos de los aliados sobre Berlín en los años 1940. Hay un edificio que sobrevivió intacto. Sólo un edificio.
—¿Cuál? —quiso saber Emily.
Foster señaló la fotografía grapada a la página de su carpeta y dijo:
—Este mismo. El Ministerio del Aire de Göring fue el único superviviente de estos bombardeos. Sufrió un treinta y cinco por ciento de daños, pero la construcción propiamente dicha nunca fue derruida. De todas las obras de la arquitectura de Hitler solamente el Ministerio del Aire sobrevivió en Berlín. Se erigió entre los años treinta y cuarenta en el mismo lugar en que se encuentra aún hoy en los años ochenta.
—¿Qué estás diciendo? —interrumpió Kirvov.
—Estoy diciendo —continuó Foster— que igual que Adolf Hitler pudo haber pintado su óleo en los años treinta, también pudo haber realizado la pintura en cualquier momento durante la década de los cuarenta, o incluso en los años sesenta, setenta u ochenta. Ya que el edificio sigue ahí como modelo. Lo pudo haber pintado en cualquier momento posterior a su suicidio en 1945.
—Si seguía con vida —dijo Emily en voz baja.
—Si seguía con vida —convino Foster.
Emily miró a uno y a otro, y dijo:
—Creo que antes de intentar digerir esto, deberíamos ir a comer.
—Y a tomar un buen trago —dijo Foster pensativamente.
Almorzaron con Nicholas Kirvov en el grill del Palace y durante la comida y la larga sobremesa especularon sobre la posibilidad de que la identificación del Ministerio del Aire de Göring en el óleo de Hitler pudiera darles alguna pista sobre el destino real del Führer. Emily se vio obligada a reconocer que todavía carecían de datos, y que se estaban permitiendo el lujo de jugar a las adivinanzas. Kirvov se mostró más práctico. Había pensado que le gustaría echar un vistazo al edificio representado en el óleo de Hitler, y Emily y Foster le prometieron guiarle a Berlín oriental para visitarlo en cuanto tuvieran tiempo. Mientras tanto, Kirvov se dedicaría a seguir el rastro de la galería de arte que había vendido el óleo de Hitler, ya que no había recibido aún noticias del camarero del buque con el nombre de la galería.
A media tarde, mientras regresaban al vestíbulo del Kempinski, Foster dijo a Emily:
—Esta mañana mencionaste a Rudi Zeidler. ¿Te mandó tu secretaria algo sobre él?
—Zeidler, el arquitecto nazi al que querías localizar. El de los planos que te faltaban. Claro que sí. Perdóname, Rex, se me fue de la cabeza. Sí, el paquete de Pamela contenía algunas voluminosas carpetas sobre los arquitectos de Hitler. Estoy segura de que Zeidler está entre ellos. Repasaré las carpetas en cuanto llegue, y te llamaré. —Se dirigió hacia el mostrador de recepción—. Espera que coja mi llave y los mensajes que haya.
—Sí, te espero —dijo Foster—. Yo ya tengo mi llave. Voy a comprar algo para leer. Nos vemos en el ascensor.
Emily miró a Foster girar hacia la izquierda y detenerse en el quiosco que exhibía numerosos periódicos y revistas locales e internacionales. Ella fue hacia el mostrador de recepción y pidió la llave de su suite. Cuando se dio vuelta, vio que Foster volvía caminando lentamente hacia ella. Había pasado la primera página de lo que parecía un periódico ilustrado alemán y lo sostenía abierto entre la segunda y la tercera página. De pronto detuvo sus pasos.
Emily se preguntó qué habría llamado su atención y Foster continuó caminando hacia ella.
La tomó por el codo y la condujo en dirección contraria al ascensor, hacia una mesa con tres sillas del vestíbulo.
—Aquí hay algo que quiero enseñarte —dijo misteriosamente.
—¿De qué se trata, Rex? —preguntó.
—Querías mantener en secreto tu visita a esta ciudad, ¿no es cierto?
—Sí, ya lo sabes.
—¿Quién está en el ajo, quiero decir, aquí en Berlín? —insistió Rex.