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Authors: Brian Lumley

El origen del mal (75 page)

Las imágenes eran muy vivas: cómo cogía ella un trozo de pescado y cómo lo restregaba por la cara del hombre y después hacía lo mismo sobre las mesas hasta llegar a la última, antes de volverlo a dejar en la bandeja junto a los hediondos restos. En aquel extremo había una pantalla, donde ahora ella ocupaba su sitio, sentándose con el hacha en la mano, adoptando la imagen misma de la paciencia mientras miraba a través de un agujerito de la pantalla y esperaba que ocurriera. Y cómo se clavaban sus ojos en la boca abierta de par en par de aquel hombre torturado.

Después venía la parte peor del sueño: era cuando el cestodo salía del hombre… Su cuerpo en forma de cinta segmentada esforzándose laboriosamente en salir de su convulsionada garganta, contorsionándose para rastrear el hedor a pescado que lo conduciría al alimento. Un gusano ciego, pero no carente de otros sentidos y tampoco privado de apetito; su cabeza aplastada sobre la mesa pero oscilando a uno y otro lado, reptando hacia adelante, los segmentos provistos de ganchos saliendo paulatinamente a través del hombre sometido a una especie de estrangulamiento, uno detrás de otro, soltando los ganchos y aventurándose a la luz del día. Porque aunque el hombre se estaba muriendo de hambre debido al gusano, éste también se estaba muriendo de hambre debido a que los médicos hacía cinco o seis días que no le daban de comer.

Harry recordaba tan vividamente aquel sueño…

La longitud de aquella cosa, que primeramente cubría una mesa de dos metros de largo, después dos mesas, tres… hasta que ya se temía que no iban a bastar seis para que se desplegara totalmente. Siete metros y sesenta y dos centímetros cuando aparecía por fin la cola bífida en forma de escorpión, con una estela de moco y de sangre detras de ella. Al llegar a este punto los médicos se pusieron tensos y avanzaron silenciosamente.

Entretanto el hombre tendido sobre la mesa se atragantaba y sentía náuseas y el cestodo reptaba cautelosamente hacia adelante, aunque ahora con mayor avidez a medida que iba aumentando la hediondez del pescado. Entretanto, la mujer aguardaba con el hacha a punto, esperando el momento con los dientes apretados, como saboreando salvajemente el instante…

El parásito alcanzando la bandeja y su cabeza de sanguijuela poniéndose a tragar con voracidad…, el hacha describiendo un destello de plata en las manos hábiles de la mujer, cercenando la blanda quitina y las tripas rudimentarias de la criatura…, el médico apresurándose a tapar con la mano la boca del hombre cuando ya los últimos segmentos del gusano culebreaban una marcha atrás para volver a introducirse en su interior.

Éste era el momento que Harry escogía para despertarse con un grito.

Ahora se había despertado al oír la voz de lady Karen que le hacía varias preguntas mientras los dos estaban sentados uno enfrente del otro. Harry esperaba haber conseguido mantener oculto el tejido de sus pensamientos, puesto que no le habría gustado que la mujer los penetrara.

—Lo siento, estaba divagando.

—Te decía —le repitió con una sonrisa— que hace tres puestas de sol que eres mi invitado y que pronto vendrá la cuarta y que todavía no me has dicho por qué quisiste venir, por propia voluntad, a vivir en mi nido de águilas.

Por mi hijo
.

—Pues porque tú fuiste amiga del Habitante en tiempos de necesidad —mintió Harry, sin dejar que sus pensamientos trascendieran al exterior— y porque tenía curiosidad de ver cómo era tu nido de águilas.

Y también porque si encuentro la manera de curarte a ti a lo mejor también consigo curarlo a él
.

Lady Karen se encogió de hombros.

—Pero ahora ya has visto mi nido de águilas, Harry, o por lo menos ya lo has visto casi totalmente. Hay algunas cosas que no te he mostrado porque las encontrarías… desagradables. Pero has visto todo lo demás. Entonces ¿qué te retiene aquí? Ni tomas mis alimentos ni bebes mi agua… De veras que aquí no hay nada para ti… a no ser peligro quizá.

—¿Te refieres a tu vampiro? —dijo él enarcando las cejas.

¿Tu cestodo con los ganchos agarrados en tu corazón y con sus tripas metidas en tu cerebro?

—Por supuesto, aunque ahora ya no pienso en él como mi vampiro. Los dos lo somos.

Y se echó a reír, aunque no con alegría, mientras a través de sus dientes fulgurantes aleteaba la lengua de una serpiente y sus ojos mostraban un color escarlata muy intenso y uniforme.

—Pasé mucho tiempo queriendo resistirme, pero al final me di cuenta de que no tenía sentido. La batalla en el jardín del Habitante fue el momento crucial, porque entonces me di cuenta de que todo había terminado y acepté que soy lo que soy. Fue la batalla, el poder y la sangre. Estuve esperando, atenta a todo, aceptando lo que fuese hasta aquel momento, pero entonces ya se puso todo en marcha y cobró ascendencia. Pero no debo pensar de esa manera, porque ahora somos lo mismo. ¡Y yo soy wamphyri!

—¿Me estás haciendo una advertencia? —dijo Harry.

Ella dejó vagar la mirada e hizo un movimiento de impaciencia con la cabeza. Después volvió a mirar a Harry.

—Lo que te estoy diciendo es que sería mejor que te fueras. Puedes ser el padre del Habitante, pero tú eres un ser inocente, Harry Keogh. Y éste no es lugar para la inocencia.

¿Yo, inocente?

—Cuando yo dormía en mi cuarto —dijo—, cuando me sentaba junto a la ventana y contemplaba el oro que se iba diluyendo en las distantes cumbres, antes de la última puesta de sol, alguna vez me desperté sobresaltado porque estaba soñando que estabas ante mí.

—Estaba ante ti, a veces estaba ante ti —dijo ella con un suspiro—. Harry, te he deseado.

¿Me has deseado a mí? ¿O has deseado mi sangre?

—¿De qué manera me has deseado?

—De todas las maneras posibles. En mí hay una mujer con las necesidades de una mujer. Pero yo soy wamphyri, con las necesidades de un vampiro.

—Tú no tienes necesidad de sangre.

—Te equivocas. La sangre es vida.

—Entonces debes de estar hambrienta de vida, pues no has comido desde hace tiempo. Por lo menos desde que yo estoy aquí.

Harry había ido a comer al jardín y había viajado de un lado a otro a través del continuo de Möbius. Pero sus comidas habían sido muy parcas, porque Harry no quería dejar a Karen sola demasiado tiempo, no quería perderse nada.

Cuando Karen volvió a hablar, su voz sonó muy fría.

—Harry, si insistes en quedarte… no puedo sentirme responsable…

Antes de que él pudiera responder, se levantó, salió de la gran sala y desapareció de su vista de la manera tan solemne y peculiar en ella. Harry no la había seguido nunca con anterioridad ni tampoco la había espiado en profundidad, pero creyó que había llegado el momento de hacerlo.

—¿Adonde va ahora? —preguntó Harry a las criaturas cartilaginosas que habían muerto hacía mucho tiempo y cuyos restos servían de decoración a aquella extraña torre.

Un hueso esculpido que servía de barandilla a una escalera situada entre los niveles superiores le respondió:

Va abajo, Harry, a su despensa. Incluso ahora su mano se posa sobre mí
.

—¿Su despensa?

Al mismo sitio que Dramal Doombody antes que ella. Conserva a unos cuantos trogloditas en estado de hibernación. Los tiene como reserva
.

—Ella me dijo que había concedido la libertad a los trogloditas, que había dejado que se fueran.

Pero no a éstos
, le respondió el hueso de la barandilla, que en otro tiempo también había sido un troglodita,
éstos son como una nota decorativa y, en épocas de vacas flacas, le sirven de alimento
.

Harry bajó dos niveles más abajo y vio que Karen se introducía por una abertura de la pared y la siguió. Vio que uno de los trogloditas parecía activado y que había sido sacado de su capullo. Harry, escondido en la sombra, se reservaba sus pensamientos. Observó que Karen conducía al troglodita a la mesa y que aquel ser, arrastrando los pies y sólo despierto a medias, se tendía en la mesa, como hechizado, y echaba para atrás su repulsiva y prehistórica cabeza como ofreciéndose a ella.

Ella abrió la boca, la abrió desmesuradamente. La sangre le goteaba de las encías cuando de ellas parecieron haberle brotado unos dientes como dagas que se hundieron en la yugular de aquel ser, una yugular que latía perezosamente. Karen tenía la nariz aplastada contra el cuello del troglodita y sus ojos parecían granates que fulgurasen a la media luz de aquella estancia.

—¡Karen! —le gritó Harry.

Y ella se irguió repentinamente, lo hizo callar con un leve siseo, lanzó una maldición… y pasando junto a él hecha una furia, desapareció. No podía posponer las cosas por más tiempo y, puesto que sabía qué debía hacer, Harry volvió al jardín…

Harry fue a buscarla cuando el sol se había levantado y mientras estaba durmiendo en su habitación sin ventanas. Puso cadenas de plata en su puerta, que dejó entreabierta más o menos un palmo, y puso junto a ella varias macetas de
kneblasch
, cuyo olor incluso a él lo mareaba. Fue el fuerte aroma de aquella planta lo que despertó a Karen, que le gritó:

—Harry, ¿qué estás haciendo?

—Tranquilízate —le dijo él desde fuera—, pues no puedes hacer nada para cambiar la situación.

—¿Cómo? —dijo ella enfurecida, yendo de un lado a otro de la habitación—. ¿Ésas tenemos?

Y enseguida comenzó a gritar órdenes a sus guerreros:

—¡Venid aquí! ¡Liberadme!

Pero no le respondió nadie.

—¡Han quemado a todos! —le explicó Harry—. Y los trogloditas de tu despensa han cobrado vida… y han escapado. En cuanto a ese ser lamentable y monstruoso que actuaba como sifón, debo decirte que ha muerto envenenado al ingerir el agua de tus pozos que yo previamente contaminé. Y lo mismo ha ocurrido con las bestias productoras de gas: se han envenenado al respirar gases mefíticos. Ahora sólo quedas tú.

Entonces ella se echó a llorar y a implorar clemencia.

—¿Qué harás conmigo? ¿Me vas a quemar también?

Pero Harry, sin responder palabra, se marchó…

Estuvo custodiándola, volviendo cada tres o cuatro horas para comprobar que las cadenas de plata seguían en la puerta o para regar las plantas de
kneblasch
, pero sin dejar que ella lo viera en ningún momento. A veces la encontraba dormida, murmurando desvaríos que le dictaban sus sueños rojos, pero otras veces estaba despierta, y entonces deliraba y lanzaba maldiciones. Harry tan sólo durmió una vez en el nido de águilas y aun en aquella ocasión hubo de despertarse para encontrarse en la puerta del cuarto de Karen, atendiendo a la llamada de ésta. Aquello no hizo sino fortalecer su resolución.

Otra vez la encontró totalmente desnuda y hubo de escuchar de sus labios que lo amaba, que lo deseaba, que lo necesitaba. Harry, sin embargo, sabía muy bien qué era lo que necesitaba. Ignoró sus obscenos y voluptuosos contoneos y se marchó.

El sol volvió a levantarse cinco veces y volvió a ponerse otras tantas y Karen se hundió en el delirio. Y cuando volvió a ponerse, ya había caído en un sueño profundo del que no era posible despertarla. Había llegado el momento.

Harry sacó el
kneblasch
, pero no retiró las cadenas de la puerta; como antes, dejó una pequeña abertura. Después fue al jardín y buscó un cochinillo, que sacrificó en una jofaina de oro. Con la sangre hizo un reguero que iba desde la puerta del cuarto de Karen hasta el gran salón, donde colocó la jofaina en el centro mismo de la estancia. Dentro de ella estaba el pobre animal, rígido y sumergido en su propia sangre.

Después Harry, sentado en la sombra, se quedó esperando, inmóvil como no lo había estado nunca en la vida y ocultando sus pensamientos. Y ocurrió igual que en su sueño, pero peor aún, puesto que esta vez él estaba presente y era él quien empuñaba el hacha… que no era una hacha.

Por fin el vampiro que anidaba dentro de Karen abandonó a Karen (¿cómo?, ¿a través de qué camino? Harry no lo sabía ni quería saberlo) y se puso a seguir el reguero de sangre. Balanceando la cabeza de aquí para allá, entró en la sala y se encaminó a la jofaina. Era una larguísima sanguijuela, toda arrugada, con la cabeza de cobra, ciega y llena de ganchos. Y debajo del bajo vientre palpitante tenía una gran cantidad de ubres puntiagudas que le recorrían toda la parte inferior del cuerpo, grisácea y asquerosa.

Al husmear la sangre, se apresuró todavía más… pero entonces olió a Harry. Inició una precipitada retirada, enroscándose sobre sí misma y culebreando igual que un reptil. Harry se introdujo en el continuo de Möbius y volvió a salir en la puerta de la habitación de Karen. El vampiro, que se acercaba reptando por el suelo, lo descubrió demasiado tarde, pues él ya lo estaba apuntando con el lanzallamas y lo dejó carbonizado. Al morir, puso una enorme cantidad de huevos, que comenzaron a rodar por el suelo, a deslizarse, a vibrar… pero siempre en dirección hacia él. Harry, que sentía el cuerpo empapado de sudor, pese a lo cual se sentía helado, los quemó todos. Y la destrucción siguió hasta que no quedó nada más que un terrible hedor y un grito.

El grito de Karen…

Harry, que se sentía agotado, se echó a dormir. Durmió en el nido de águilas; ahora ya no tenía nada que temer. Soñó que Karen estaba de pie a su lado y que llevaba puesto aquel vestido largo de color blanco, aquel vestido tan incitante que se había puesto en honor de los wamphyri, y le explicaba por qué podía considerarse el más desgraciado de los hombres. Su victoria no era más que
ceniza
. Ella había sido wamphyri, pero ahora no era más que una envoltura. Él se figuraba haber salido vencedor, pero había sido derrotado. Cuando alguien ha conocido el poder, la libertad, las extraordinarias emociones que comporta el hecho de ser vampiro… ¿qué otra cosa puede desear? Karen le dijo que le tenía lástima, porque ella sabía por qué había hecho él lo que había hecho. Y la verdad es que había fracasado. Y a continuación le dijo adiós.

Cuando Harry se despertó, la buscó, pero como Karen ya no era wamphyri, había sacado las cadenas de la puerta y había huido. Harry registró la columna de arriba abajo, entró y salió del continuo de Möbius hasta que no supo ya dónde se encontraba… pero no dio con ella. Por fin decidió asomarse al balcón donde antes se asomaba ella y miró abajo. El vestido blanco de Karen estaba en el suelo cubierto de guijarros hecho un ovillo. Lo veía muy abajo, a más de medio kilómetro de distancia, si bien ahora no era totalmente blanco sino también rojo.

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