Authors: Brian Lumley
—Se considera una persona muy equilibrada —le había dicho Vyotsky—; si esto no le saca de quicio, no habrá ya nada que pueda inmutarlo.
Aquella bestia de la KGB estaba completamente loco, de eso Tassi estaba absolutamente segura. Aunque ahora hacía bastante tiempo que no la visitaba para someterla a sus tormentos, cada vez que la chica oía que alguien se acercaba a la puerta de su celda, se le helaba la sangre en las venas. Y si las pisadas dejaban de oírse en la puerta, su respiración se convertía en jadeo y su pobre corazón comenzaba a palpitar mucho más aprisa.
Hacía un momento que se había puesto a palpitar de aquella manera, si bien en esta ocasión el visitante no era otro que el superior de Vyotsky, el comandante Khuv.
¡No era más que el comandante Khuv! Esto era lo que pensó Tassi cuando el cortés oficial de la KGB entró en su celda. Aquel hombre no la inquietaba excesivamente. Sin embargo, ya no se las prometió tan felices cuando esposó la muñeca de la chica a la suya y le dijo:
—Taschenka, querida, quiero enseñarte una cosa. Creo que es algo que debes ver antes de que vuelva a interrogarte con mayor detenimiento. Muy pronto sabrás por qué.
Tropezando detrás de él, Tassi no hizo el más mínimo esfuerzo para tratar de adivinar adonde la llevaba. Ella era una campesina y para ella el Projekt no era más que una especie de laberinto, un dédalo de pesadilla construido con acero y cemento. La claustrofobia que sentía la desorientaba de tal modo que se sintió perdida tan pronto como atravesó el umbral de su celda.
—Tassi —murmuró Khuv, mientras la conducía por pasillos casi desiertos, apenas iluminados por débiles luces—, quiero que medites concienzudamente, mucho más profundamente que hasta ahora, y veas si tienes algo que decirme de las actividades subversivas de tu hermano, de tu padre y de los habitantes de Yelizinka en general… y más especialmente de la organización secreta y antisoviética a la que pertenecían todos ellos… Bueno, en fin, Tassi, que ésta va a ser realmente la última oportunidad que te queda.
—Comandante —dijo la chica entre jadeos—, señor, le digo de veras que no sé nada de lo que usted me pregunta. Si mi padre fuera lo que usted dice que es…
—Lo era… —dijo Khuv echando una ojeada a la chica y afirmando gravemente con un movimiento de cabeza—. Puedes estar segura que era lo que digo.
Fue la manera de pronunciar la última frase, aquel ominoso énfasis que puso en las palabras lo que hizo que Tassi se llevara a la boca la mano que le quedaba libre.
—¿Qué… qué han hecho con él?
Pero la frase se perdió en un inaudible murmullo.
Llegaron a una puerta en la que había unas letras familiares a Khuv pero que no decían nada a Tassi. La chica no hizo más que echar una mirada furtiva al letrero, que decía algo sobre un carcelero y personal del servicio de seguridad. Khuv, sirviéndose de su tarjeta de identidad, activó el mecanismo de la puerta y contestó a Tassi:
—¿Que qué hemos hecho a tu padre? Pues yo no le he hecho absolutamente nada. En todo caso fue él mismo quien se lo hizo… al negarse a cooperar. Un tipo obstinado ese Kazimir Kirescu…
Se abrió la puerta con un chasquido y Khuv, dejando una rendija, gritó:
—Vasily, ¿todo va bien?
—¡Oh, sí, comandante! —fue la contestación articulada con voz pastosa—. Todo está preparado.
Khuv sonrió a Tassi. Era la sonrisa del tiburón antes de disponerse a atacar.
—Querida muchacha —dijo Khuv, empujando la puerta para abrirla y dejar pasar a la joven al interior de la habitación—. Voy a mostrarte algo que va a desagradarte y a decirte una cosa que te desagradará todavía más y, finalmente, voy a aconsejarte lo que te resultará más desagradable de todo. Después de lo cual podrás pasar todo el resto de la noche y todo el día de mañana pensando en lo que quieres hacer. Pero para entonces el plazo ya se habrá terminado.
La habitación estaba casi a oscuras y las luces del techo lo único que hacían era añadir un fantasmal resplandor rojo al ambiente. Tassi podía distinguir la figura de un hombrecillo vestido con una bata blanca y la forma de una gran caja rectangular o tanque, cubierto con una sábana blanca. Aquel tanque debía de ser de vidrio, puesto que a través de él se vislumbraba una luz blanca que estaba en la pared de enfrente y que proyectaba en la sábana una silueta espectral y lechosa, el perfil de algo que se movía perezosamente dentro del recipiente.
—Acércate —dijo Khuv atrayendo a Tassi hacia el tanque—. No tengas miedo, que no te va a hacer ningún daño… por lo menos de momento.
De pie junto al comandante de la KGB, agarrada de manera inconsciente y del modo más inocente al brazo del hombre, contempló con ojos desencajados la extraña silueta que se dibujaba en la sábana.
—Muy bien, Vasily, veamos qué tenemos aquí —oyó Tassi que decía al científico vestido con bata blanca.
Vasily Agursky se colocó a un extremo de la sábana y comenzó a tirar lentamente de ella, dejando que la luz tenue fuera iluminando paulatinamente lo que descubría. De repente aceleró el movimiento y la sábana cayó al suelo. La «cosa» que estaba metida en el tanque se encontraba de espaldas a los tres y, como si sintiera los ojos de todos clavados en ella, miró por encima de la protuberancia que formaba su hombro. Tassi la observó como si no creyera lo que veían sus ojos, se estremeció y se agarró a Khuv todavía con más fuerza. Él le daba palmadas en la mano con aire distraído, de una manera que, si las circunstancias hubieran sido otras, habría podido parecer paternal. Sin embargo, aquel hombre no era su padre, sino el que había permitido que Karl Vyotsky la aterrorizara.
—¿Y bien, Tassi? —le dijo en voz muy baja y siniestra—, ¿qué piensas de eso?
Ella no sabía qué pensar y, en todo caso, no tardaría en pensar que habría dado cualquier cosa con tal de poder olvidar lo que veía. Pero, de momento, le parecía que aquello tenía una forma que recordaba vagamente la de un hombre, aun cuando, pese a la escasa luz reinante, podía darse perfecta cuenta de que no se trataba de un hombre. Al parecer, estaba comiendo, para lo cual se servía de las manos, que más bien parecían garras, y con las cuales desgarraba la carne cruda y sanguinolenta, reduciéndola a tiras y metiéndosela en la boca. Tenía la cara casi totalmente oculta, pero Tassi podía ver cómo trabajaban sus mandíbulas y advertía el maléfico fulgor de sus ojos, casi humanos, atisbando por encima de la espalda.
Allí encorvada, agazapada o acurrucada en el suelo cubierto de arena del tanque, la cosa parecía un mono de piel leprosa, toda arrugada, con los pies agarrados al suelo, con una serie de dedos ganchudos y esqueléticos. Por detrás le colgaba un apéndice parecido a una cola pero que no era una cola, y Tassi pudo darse cuenta de que aquel extraño miembro también estaba provisto de un ojo rudimentario, sin párpado, absolutamente inexpresivo.
Aquella cosa era de lo más extraño, especialmente por la manera como comía…
Tassi dio un salto y se apartó súbitamente del tanque. Aquel ser había recogido más comida del suelo de su celda de vidrio y de pronto la chica descubrió un brazo humano asido por sus espantosas manos. Mientras Tassi contemplaba horrorizada la escena, la cosa comenzó a masticar la mano y los dedos de aquel brazo.
—¡Mantente firme, querida mía! —le dijo Khuv tranquilamente, al oír que la muchacha gemía y se tambaleaba a su lado.
—Pero…, pero… es que se está comiendo un… un…
—¿Un hombre? —dijo Khuv terminando la frase—. Mejor dicho, ¿lo que queda de él? Pues es verdad, así es. Le gusta todo tipo de carne, pero la que prefiere es la humana.
Y dirigiéndose a Agursky continuó:
—Vasily, ¿tienes algo para Tassi?
Aquel extraño científico se adelantó con unas cuantas cosas en la mano. ¿Una cartera? ¿Un anillo? ¿Un carnet de identidad? Y aun cuando todos aquellos objetos le resultaban muy familiares, Tassi estuvo mucho rato negándose a reconocerlos, como si se resistiera a establecer una conexión definitiva y terrible. Después…
Sintió un horrible mareo y tuvo que apoyarse en la pared de vidrio del tanque para evitar desplomarse, en tanto sus ojos tan pronto observaban aquellas cosas que le habían dado y que tenía en la mano como saltaban a aquella cosa agazapada en el interior del recipiente. Horrorizada, pero fascinada al mismo tiempo, no paraba de observarla. ¿Pretendían decirle aquellos hombres que lo que estaba comiendo aquella criatura… era su propio padre?
Agursky se retiró a un rincón de la habitación y de pronto encendió la luz. Súbitamente todo cobró una precisión definida, deslumbrante casi. La criatura abandonó a un lado lo que estaba comiendo y se volvió hacia Khuv y Tassi, enroscando el cuerpo mientras éstos retrocedían instintivamente hacia atrás.
Tassi habría caído al suelo desmayada, de no haber estado agarrada por la muñeca a la del comandante y si éste no hubiera acogido prontamente su cuerpo con sus brazos.
La cosa que estaba dentro del tanque era algo espantoso, infernal, de pesadilla. Pero lo mas espantoso era que, por muy monstruoso y retorcido que fuera aquel ser, por muy extravagante y horrible que fuera su expresión, semejante a la caricatura de un rostro humano cuando se encaraba con ella, Tassi reconocía en ella el rostro de su padre.
El piso de soltero con terraza georgiana que tenía Jazz Simmons en Hampstead era muy pintoresco pero estaba muy desordenado. Hacía algo más de veinticuatro horas que Harry Keogh se mudó a él y lo encontró terriblemente frío y sin teléfono. Había pedido a la Rama-E que se lo dejaran expedito para disponer de él como base de operaciones, no sin dejarles de advertir que procurasen no molestarle. Darcy Clarke le había dado palabra de que podía instalarse libremente en él sin miedo a interferencias.
Lo que quería, en primer lugar, era tratar de captar el ambiente del lugar. Quizá podía averiguar cómo era Simmons si se percataba de cómo vivía, si conocía sus gustos y las cosas que le disgustaban, si se enteraba de cuáles eran sus rutinas. No de su rutina de trabajo, sino de su rutina privada. Harry no creía que un hombre fuera tal como se comportaba profesionalmente, sino tal como llevaba su vida privada.
La primera cosa que le impresionó fue el desorden. Jazz Simmons era, en privado, un hombre sumamente descuidado. Tal vez aquélla era su manera de relajarse. Cuando uno está acostumbrado a manejar un cuchillo de hoja afilada debe tener la posibilidad de protegerlo de vez en cuando con una vaina si no quiere cortarse. Aquél era el lugar donde Jazz se había refugiado.
El «desorden» se hacía patente en el gran número de libros y revistas desparramados por todas partes, más fuera de los estantes de la librería que bien colocados. Las novelas de espionaje (Harry consideraba muy lógico que las leyera) estaban amontonadas junto a publicaciones en lenguas extranjeras, la mayoría en ruso. Junto a la cama de Jazz había un montón de
Pravdas
que alcanzaba un palmo y medio de altura, cubiertos de polvo y rematados por un ejemplar del último
Playboy
. Harry no pudo por menos de sonreír, puesto que difícilmente habrían podido encontrarse unas publicaciones que representasen ideologías más encontradas.
En el dormitorio había fotografías enmarcadas de los padres de Jazz y, en la pared, un póster de tamaño natural de Marilyn Monroe, una vitrina colocada junto a la ventana, en la que se veían una serie de copas obtenidas en varias competiciones de esquí y, sujetos igualmente en la pared, un par de esquíes amarillos muy estropeados, acompañados de los palos correspondientes, que seguramente tendrían un significado especial para su propietario. Un pequeño armario situado en un estrecho pasillo bombardeó a Harry con todo un cúmulo de adminículos relacionados con el esquí y, junto al vídeo-cassette-grabadora observó, amontonadas al azar, toda una serie de películas de las principales competiciones de invierno de los últimos cinco años. Aunque Jazz no hubiera tenido oportunidad de participar, no se las hubiera perdido totalmente.
En un rincón de un cajón del dormitorio había un montoncito de fotografías de chicas y un álbum de recortes que contenía un registro fotográfico del período militar de Jazz. Resultaba en cierto modo significativo que, envuelto en un viejo jersey, guardara un segundo álbum que contenía toda una serie de cartas descoloridas que le había escrito su padre.
Harry dejó que todas estas cosas fueran penetrando lentamente en él. Durmió en la cama de Jazz, se sirvió de su cocina y de su cuarto de baño e incluso se puso su bata. Descubrió varios números de teléfono de antiguas amigas, las llamó y les preguntó por Jazz, solamente para descubrir que las chicas constituían un variado ramillete con poca cosa en común, salvo la inteligencia y el que todas coincidieran en que Jazz era «un muchacho muy agradable». Harry ya empezaba también a pensarlo y, si antes Michael J. Simmons había sido simplemente un medio para llegar a un fin —supuestamente al descubrimiento de la familia de Harry—, ahora se había convertido en algo con méritos propios. En resumen, el horizonte de la obsesión de Harry se ampliaba más allá de aquellos intereses puramente personales.
En este estadio Harry tuvo la impresión de que ahora se encontraría un poco más cerca del propio Simmons. Si no era él, por lo menos se había convertido en su eco metafísico. Simmons ya no existía en este universo, pero había existido en el pasado…
En los días incorpóreos de Harry, había podido viajar al pasado y hacerse inmaterial una vez, había podido manifestar un parecido fantasmagórico de sí mismo en la antigua pantalla de los hechos. Ahora, encarnado y plenamente corpóreo una vez más, esto ya no era posible; le crearía increíbles paradojas y quizás incluso dañaría la estructura del tiempo propiamente dicho. Todavía podía viajar a través del tiempo, pero al hacerlo no debía tratar nunca de abandonar el continuo de Möbius metafísico y sustituirlo por el mundo real.
No es que esto fuera una necesidad, pero en esta ocasión el viaje a través del tiempo bastaría para conseguir su objetivo. Así es que entró en el continuo de Möbius, encontró una puerta hacia el pasado y viajó hacia atrás menos de dos años. Al hacerlo, Harry modificó su posición en el tiempo, pero no en el espacio, pues seguía ocupando el piso de Jazz Simmons. Cuando juzgó que ya había recorrido un trecho bastante largo hacia atrás, hizo un viraje para dirigirse nuevamente hacia «el futuro», y entonces supo sin lugar a dudas que aquel hilo de la vida azul y poderoso que corría paralelo al suyo tenía que ser el de Simmons ya que, después de todo, lo había encontrado estando en su piso. Y siguiendo ese hilo de la vida que lo conducía hacia el futuro, supo también que ahora estaba a punto de comprobar de una manera u otra una similitud entre… ¿la transferencia? de Simmons y las de su esposa y su hijo.