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Authors: Friedrich Nietzsche

El anticristo (12 page)

Más tarde los cruzados combatieron una cosa ante la cual les hubiera sido mejor postrarse en el polvo, una civilización frente a la cual hasta nuestro siglo XIX puede aparecer muy pobre, muy tardío. Ciertamente, los cruzados querían hacer botín: el Oriente era rico... Despojémonos de prejuicios: los cruzados fueron la más alta piratería, y nada más. La nobleza alemana, en el fondo nobleza de vikingos, se encontró en su elemento con las cruzadas: la Iglesia sabía harto bien de qué modo se podía ganar a la nobleza alemana... La nobleza alemana, que fue siempre lo que fueron los suizos, los mercenarios para la Iglesia, siempre al servicio de los malos instintos de la Iglesia, estaba, sin embargo, bien pagada... Precisamente con la ayuda de las espadas tudescas, del valor y la sangre tudesca, condujo la Iglesia su guerra mortal contra todo lo que es noble en la tierra.

Aquí se presenta una cantidad de preguntas dolorosas. La nobleza alemana falta casi completamente en la historia de la cultura superior: se adivina el motivo... Cristianismo, alcohol, los dos grandes medios de corrupción... En sí no se puede elegir entre cristianos e Islam, entre un árabe y un hebreo. La decisión está ya hecha: nadie es libre de hacer aquí una elección. O se es un chandala o no se es un chandala: “¡Guerra a muerte a Roma! ¡Paz, amistad con el Islam!”: así pensó, así hizo todo espíritu libre, aquel genio entre los emperadores alemanes, Federico II. ¿Cómo? ¿Es que un alemán tiene que ser precisamente un genio, un librepensador, para tener sentimientos decorosos? Yo no comprendo cómo un alemán pudo nunca tener sentimientos cristianos...

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Aquí es preciso volver a evocar un recuerdo que es aún cien veces más penoso para los alemanes. Los alemanes han robado a la Europa la última gran cosecha, la última cosecha que ha producido Europa, la del Renacimiento. ¿Se comprende fácilmente, se quiere comprender qué fue el Renacimiento? Fue la transmutación de los valores cristianos, fue una tentativa, hecha por todos los medios, con todos los instintos, con todo el genio, para conducir a la victoria los valores contrarios, los valores nobles... Hasta ahora no ha habido mas que esta gran guerra, hasta ahora no ha habido posición de problemas más decisiva que la obrada por el Renacimiento, mi problema es su problema...: ni tampoco ha habido una forma de asalto más sistemática, más derecha, más severamente desencadenada sobre todo el frente así como contra el centro. Atacar en el punto decisivo, en la sede del cristianismo, poner allí en el trono los valores nobles, o sea introducirlos en los instintos, en las más profundas necesidades y deseos de los que tenían allí su sede... Yo veo ante mí una posibilidad de fascinación y de encanto de aquellos, completamente subterránea: me parece que esta posibilidad resplandece en todos los estremecimientos con una belleza refinada, que en ella obra un arte, tan divino, tan diabólicamente divino, que en vano se encontraría a través de milenios una segunda posibilidad semejante: veo un espectáculo tan rico de sentido, y, al mismo tiempo, tan maravillosamente paradójico, que todas las divinidades del Olimpo habrían prorrumpido en una carcajada inmortal: “¡César Borja papa!” ¿Se me entiende? Pues bien: ésta habría sido la victoria que hoy yo solo deseo...; ¡con ésta, el cristianismo quedaba abolido!...

¿Qué sucedió en cambio? Un fraile alemán, Lutero, llegó a Roma. Este fraile, que tenía en el cuerpo todos los instintos vengativos de un sacerdote fracasado, surgió en Roma contra el Renacimiento... En lugar de comprender con profundo reconocimiento el prodigio acaecido, la derrota del cristianismo en su sede, su odio supo sacar de aquel espectáculo su propio sustento. El hombre religioso no piensa nunca mas que en sí mismo.

Lutero vio la corrupción del papado, siendo así que se podía tocar con la mano precisamente lo contrario: la antigua corrupción, el
peccatum originale
, el cristianismo no se sentaba ya en la silla papal. Por el contrario, se sentaba la vida, el triunfo de la vida. El gran sí a todas las cosas bellas, altas, audaces... Y Lutero restableció la Iglesia: la atacó... El Renacimiento: un hecho sin sentido, un gran en vano. ¡Ah, estos alemanes, cuánto nos han costado ya! Hacer todas las cosas vanas: tal fue siempre la obra de los alemanes. La Reforma; Leibniz; Kant y la llamada filosofía alemana; las guerras de liberación; el imperio; cada vez fue reducida a la nada una cosa que ya existía, una cosa irrevocable... Estos alemanes son mis enemigos, yo lo confieso; en ellos desprecio yo toda especie de impureza de ideas y de valores, de vileza frente a todo sincero sí y no. Desde hace casi mil años han confundido y embrollado todo lo que han tocado con sus dedos; tienen en la conciencia hechas a medias, hechas por tres octavas partes, todas las cosas de que la Europa padece; tienen también sobre su conciencia la más impura especie de cristianismo que existe, la más insana, la más irrefutable, el Protestantismo... Si no nos desembarazamos del cristianismo, los alemanes tienen la culpa...

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Con esto he llegado al fin y expreso mi juicio. Yo condeno el cristianismo, yo elevo contra la Iglesia cristiana la más terrible de todas las acusaciones que jamás lanzó un acusador. Para mí, es la más grande de todas las corrupciones imaginables, tuvo la voluntad de la última corrupción imaginable. La Iglesia cristiana no dejó nada libre de su corrupción; de todo valor hizo un no valor, de toda verdad una mentira, de toda probidad una bajeza de alma. Y todavía se atreven a hablarme de los beneficios que ha reportado a la humanidad. Suprimir cualquier miseria era cosa contraria a su más profundo interés: vive de miserias, creó miserias para eternizarse... Por ejemplo, el gusano del pecado: la Iglesia fue precisamente la que enriqueció a la humanidad con esta miseria...

La igualdad de las almas ante Dios, esta falsedad, este pretexto para los rencores de todos aquellos que tienen el ánimo abyecto, esta idea que es un explosivo y que terminó por convertirse en una revolución, idea moderna y principio de decadencia de todo el orden social, es dinamita cristiana... ¡Los beneficios humanitarios del cristianismo! Éste hizo de la
humanitas
una contradicción consigo misma, un arte de arruinarse a sí mismo, una voluntad de mentir a toda costa, un desprecio y una repugnancia contra todos los instintos buenos y honrados. Éstas son para mí las bendiciones aportadas por el cristianismo. El parasitismo como única práctica de la Iglesia; la Iglesia, que con sus ideales anémicos, con sus idealidades de santidad, chupa de la vida toda la sangre, todo el amor, toda la esperanza; el más allá como voluntad de negar toda realidad; la cruz como signo de reconocimiento por la más subterránea conjura que jamás ha existido, conjura contra la salud, contra la belleza, contra el bienestar, contra la bravura, contra el espíritu, contra la bondad del alma, contra la vida misma...

Yo quiero escribir sobre todas las paredes esta eterna acusación contra el cristianismo, allí donde haya paredes; yo poseo una escritura que hace ver aun a los ciegos... Yo llamo al cristianismo la única gran maldición, la única gran corrupción interior, el único gran instinto de venganza, para el cual ningún medio es bastante venenoso, oculto, subterráneo, pequeño; yo la llamo la única inmortal vergüenza de la humanidad.

¡Y se computa el tiempo partiendo del
dies nefastus
con que comenzó esta fatalidad, desde el primer día del cristianismo! ¿Y por qué no mejor desde su último día? ¿Desde hoy? ¡Transmutación de todos los valores!...

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