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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Aliento de los Dioses (67 page)

—A mi llamada —dijo—, convertíos en mis dedos y agarrad lo que debo.

Las borlas de las mangas se agitaron.

—Espera —dijo Vivenna—. ¿Qué ha sido eso? ¿Una orden?

—Demasiado complicada para ti —contestó él, arrodillándose para deshacer el dobladillo de los pantalones. Ella vio que también ahí había sobrantes de tela—. Convertíos en mis piernas y dadme fuerzas —ordenó.

Las borlas-piernas se cruzaron sobre sus pies, tensándose. Vivenna no discutió que las órdenes fueran «demasiado complicadas». Simplemente las memorizó.

Finalmente, Vasher se echó por encima su raída capa, rota en algunas partes.

—Protégeme —ordenó, y ella vio que gran parte de su aliento restante iba a la capa. Se envolvió la cuerda a la cintura: era fina, para tratarse de una cuerda, pero fuerte, y ella sabía que su propósito no era sujetarle los pantalones.

Finalmente, recogió a Sangre Nocturna.

—¿Vienes?

—¿Adonde?

—Vamos a capturar a algunos de esos ladrones. A preguntarles qué quería Denth exactamente de ese carruaje.

Vivenna sintió una punzada de temor.

—¿Por qué me invitas? ¿No será más difícil para ti?

—Depende —contestó él—. Si nos metemos en una pelea y tú andas por medio, entonces será más difícil. Si nos metemos en una pelea y la mitad de ellos te ataca a ti y no a mí, hará más fáciles las cosas.

—Suponiendo que no me defiendas.

—Es una buena suposición —dijo él, mirándola a los ojos—. Si quieres venir, ven. Pero no esperes que te proteja. Y, hagas lo que hagas, no intentes seguirme por tu cuenta.

—No lo haré.

Vasher se encogió de hombros.

—Me ha parecido que debía hacerte la invitación. Aquí no eres ninguna prisionera, princesa. Puedes hacer lo que quieras. Pero no me estorbes, ¿vale?

—Comprendo —dijo ella, sintiendo un escalofrío mientras tomaba la decisión—. Y voy a ir.

Él no intentó disuadirla. Simplemente señaló la espada.

—Llévala.

Ella asintió y se la sujetó al cinto.

—Desenváinala.

Ella obedeció, y él corrigió su forma de blandirla.

—¿De qué servirá agarrarla bien? —preguntó ella—. Sigo sin saber cómo utilizarla.

—Parece una pose amenazadora y puede conseguir que alguien que te ataque dude. Pueden vacilar un par de segundos en una pelea, y eso podría significar mucho.

Ella asintió nerviosa, y volvió a guardar la espada en su vaina. Cogió varios trozos de cuerda.

—Sujeta cuando te lance —le dijo a la más corta, y se la guardó en el bolsillo.

Vasher la miró.

—Mejor perder aliento a que te maten —dijo ella.

—Pocos despertadores estarían de acuerdo contigo —advirtió él—. Para la mayoría, la idea de perder aliento es más aterradora que la perspectiva de la muerte.

—Bueno, yo no soy como la mayoría de despertadores. Una parte de mí sigue considerando blasfemo todo el proceso.

Él asintió.

—Pon el resto de tu aliento en otra parte —dijo, abriendo la puerta—. No podemos permitirnos llamar la atención.

Ella sonrió, hizo lo que le decía y puso su aliento en su camisa con una orden básica y no activa. En realidad era lo mismo que dar una orden murmurada. Esas órdenes podían extraer el aliento, pero lo dejaban incapaz de actuar.

En cuanto colocó el aliento, regreso el aturdimiento. Todo parecía muerto a su alrededor.

—Vamos —dijo Vasher, saliendo a la oscuridad.

* * *

La noche en T'Telir era muy distinta de la noche en Idris. Allí era posible ver tantas estrellas en el cielo que parecía que hubieran arrojado al aire un cubo de arena blanca. Aquí había farolas, tabernas, restaurantes y casas de entretenimiento. El resultado era una ciudad llena de luces, un poco como si las estrellas hubieran bajado a inspeccionar la grandiosa T'Telir. Sin embargo, a Vivenna le entristecía las pocas estrellas de verdad que veía en el cielo.

Nada de eso implicaba que los lugares adonde iban fueran brillantes en modo alguno. Vasher la condujo a través de las calles, y rápidamente se convirtió en poco más que una sombra. Dejaron atrás lugares con farolas y ventanas iluminadas, dirigiéndose a un suburbio desconocido. Era uno de aquellos en los que ella había temido entrar, incluso cuando malvivía en la calle. La noche pareció hacerse aún más oscura cuando entraron y recorrieron uno de los serpenteantes y oscuros callejones que hacían las veces de calles en esos lugares. Permanecieron en silencio. Vivenna sabía que no debía hablar para no llamar la atención.

Al cabo de un rato, Vasher se detuvo. Señaló un edificio: de una sola planta, techo plano, y ancho. Se alzaba solo, en una depresión, con varias chabolas que cubrían el promontorio de detrás. Vasher le indicó que esperara, y entonces introdujo el resto de su aliento en su cuerda y se arrastró hacia la loma.

Vivenna esperó, nerviosa, acuclillada junto a una chabola ruinosa que parecía construida con ladrillos viejos. «¿Por qué he venido? —pensó—. No me ordenó que lo hiciera: solo dijo que podía hacerlo. Bien podría haberme quedado en la habitación.»

Pero estaba cansada de que le sucedieran cosas sin que tuviera ninguna intervención. Había sido ella quien señaló que tal vez había alguna conexión entre el sacerdote y el plan de Denth. Quería seguir la pista hasta el final. Hacer algo.

Fue fácil pensarlo en la habitación. No ayudaba a sus nervios que, acechando a la izquierda de la chabola hubiera una estatua de D'Denir. Había algunas de ellas en los suburbios de las Tierras Altas, aunque la mayoría estaban desfiguradas o rotas.

Sin su sentido vital, no notaba nada. Se sentía casi como si se hubiera quedado ciega. La ausencia del aliento traía recuerdos de noches durmiendo en un frío callejón lodoso. Tundas recibidas a manos de pillastres callejeros que tenían la mitad de su tamaño y el doble de su habilidad. Hambre. Terrible, omnipresente, deprimente y agotadora hambre.

Una pisada crujió y una sombra acechó. Vivenna casi dejó escapar un jadeo de temor, pero consiguió controlarse al reconocer a Sangre Nocturna.

—Dos guardias —dijo Vasher—. Ambos silenciados.

—¿Valdrán para responder a nuestras preguntas?

En la oscuridad, Vasher sacudió la cabeza.

—Son prácticamente chiquillos. Necesitamos a alguien más importante. Tendremos que entrar. Eso, o sentarnos a vigilar durante días para determinar quién está al mando, y luego cogerlo cuando esté solo.

—Eso nos llevaría demasiado tiempo.

—Estoy de acuerdo, pero no puedo usar la espada. Cuando Sangre Nocturna acaba con un grupo, nunca queda nadie para interrogar.

Vivenna se estremeció.

—Vamos —susurró él.

Lo siguió silenciosamente en dirección a la puerta principal. Vasher la agarró por el brazo y negó con la cabeza. Ella lo siguió hasta un lado, sin advertir apenas los dos cuerpos inconscientes arrojados a una zanja. En la parte trasera del edificio Vasher empezó a palpar el suelo. Tras unos instantes sin éxito, maldijo en voz baja y se sacó algo del bolsillo. Un puñado de paja.

En pocos segundos, había construido tres hombrecillos con paja e hilo, y luego usó el aliento recuperado de su capa para animarlos. Le dio a cada uno la misma orden.

—Encontrad túneles.

Vivenna observó, fascinada, cómo los hombrecillos correteaban por el suelo. Vasher continuó buscando también. «Al parecer la experiencia y la habilidad para usar imágenes mentales son los aspectos más importante del despertar —pensó—. Vasher lleva haciendo esto mucho tiempo, y la forma en que habló antes, como un erudito, indica que ha estudiado el despertar muy en serio.»

Uno de los hombrecillos de paja empezó a dar saltos arriba y abajo. Los otros dos corrieron a su encuentro y empezaron a saltar también. Vasher se acercó a ellos, igual que Vivenna, que observó cómo él descubría una trampilla oculta bajo una gruesa capa de tierra. La alzó un poco y metió la mano debajo. Sacó varías campanitas, al parecer colocadas allí para que sonaran si la puerta se abría del todo.

—Ningún grupo como éste tiene un escondite sin una salida secreta —dijo Vasher—. Normalmente un par de ellas. Siempre con trampa.

Vivenna vio cómo recuperaba el aliento de los hombrecillos de paja, dándole las gracias a ambos. Frunció el ceño al oír las curiosas palabras. Eran sólo paja. ¿Por qué agradecérselo?

Vasher devolvió el aliento a su capa con una orden de protección, y luego bajó por la trampilla. Vivenna lo siguió, pisando con cuidado, saltándose un escalón cuando Vasher se lo indicó. Abajo había un túnel burdamente abierto, o esa sensación le produjo la oscura cámara de tierra.

Vasher avanzó: ella lo notaba por el silencioso roce de sus ropas. Lo siguió y sintió curiosidad al ver luz delante. También pudo oír voces. Hombres hablando, y riendo.

Pronto distinguió la silueta de Vasher; se acercó a él y ambos se asomaron a la salida del túnel, que daba a una habitación con suelo de tierra. Un fuego ardía en el centro, y el humo se retorcía y escapaba por un agujero en el techo. La planta superior, el edificio en sí, era probablemente sólo una fachada, pues la cámara allí abajo parecía muy habitable. Había piezas de tela, petates, ollas y sartenes. Todo tan sucio como los hombres que estaban reunidos alrededor del fuego, riendo.

Vasher le indicó que se hiciera a un lado. Había otro túnel a pocos palmos de donde estaban. El corazón de Vivenna dio un vuelco cuando Vasher entró a rastras en la habitación y se dirigió al segundo túnel. Miró el fuego. Los hombres estaban muy concentrados en su bebida y los cegaba el resplandor. No parecieron reparar en Vasher.

Vivenna inspiró profundamente y luego se encaminó hacia las sombras de la habitación, sintiéndose expuesta con el fuego a la espalda. Vasher, sin embargo, no fue muy lejos antes de pararse. Ella casi chocó con él. Se quedó allí plantado unos instantes; finalmente, Vasher le dio un golpecito en la espalda, intentando que se moviera a un lado para ver lo que veía él. Vasher se apartó, permitiéndole ver lo que tenía delante.

Ese túnel terminaba bruscamente: no era un túnel sino un hueco. Al fondo había una jaula, casi de un metro de altura. Dentro había una niña.

Vivenna se quedó boquiabierta, empujó a Vasher para abrirse paso y se acercó a la jaula. «Lo que había de valor en el carruaje —pensó, haciendo la conexión— no era el oro. Era la hija del sacerdote. La perfecta moneda de cambio si quieres chantajear a alguien para que cambie de postura en la corte.»

Mientras Vivenna se arrodillaba, la niña se encogió en la jaula, lloriqueando en voz baja, temblorosa. La jaula apestaba a excrementos humanos y la niña estaba cubierta de mugre… todo excepto sus mejillas, limpias por las lágrimas.

Vivenna miró a Vasher. Sus ojos estaban en sombras, ya que se encontraba de espaldas al fuego, pero pudo ver que apretaba los dientes. Notó la tensión en sus músculos. Volvió la cabeza a un lado, medio iluminando su rostro al resplandor.

En ese único ojo iluminado, Vivenna vio furia.

—¡Eh! —exclamó uno de los ladrones.

—Saca a la niña —dijo Vasher en un ronco susurro.

—¿Cómo has entrado aquí? —chilló otro hombre.

Vasher la miró a los ojos y Vivenna se sintió encoger. Asintió y Vasher se dio media vuelta, un puño cerrado, la otra mano aferrando a Sangre Nocturna. Avanzó despacio deliberadamente, mientras se aproximaba a los hombres, la capa crujiendo. Vivenna quería hacer lo que le había pedido, pero le resultaba difícil dejar de mirarlo.

Los hombres desenvainaron sus espadas. Vasher se movió de pronto.

Sangre Nocturna, todavía envainada, golpeó a un hombre en el pecho, y Vivenna oyó cómo le partía los huesos. Otro hombre atacó, y Vasher giró extendiendo una mano. Las borlas de su manga se movieron por su cuenta, envolviéndose en la espada del ladrón, capturándola. El impulso de Vasher le arrancó el arma de las manos, y la arrojó a un lado después de que las borlas la liberaran.

La espada golpeó el suelo de tierra. Vasher agarró la cara del ladrón. Las borlas se enroscaron en la cabeza del hombre como tentáculos de pulpo. Vasher lo empujó y lo hizo caer al suelo, inclinándose para aumentar su impulso, mientras golpeaba con la envainada Sangre Nocturna las piernas de otro hombre y lo derribaba. Un tercero intentó descargar un mandoble por detrás, y Vivenna gritó. La capa de Vasher, sin embargo, se agitó de pronto y cogió al sorprendido hombre por los brazos.

Vasher se volvió, el rostro enfurecido, y blandió Sangre Nocturna hacia su atacante. Vivenna dio un respingo al oír los huesos rotos. Dejó de mirar la pelea mientras los gritos continuaban. Con dedos temblorosos, trató de abrir la jaula.

Estaba cerrada con llave. Extrajo algo de aliento de una cuerda y luego intentó despertar el candado, pero no sucedió nada.

«Metal —pensó—. No ha estado vivo, así que no puede ser despertado.»

En cambio soltó un hilo de su camisa, tratando de ignorar los alaridos de dolor que oía detrás. Vasher empezó a gritar mientras luchaba, perdiendo toda semejanza con un asesino frío y profesional. Era un hombre enfurecido.

Vivenna alzó el hilo.

—Abre —ordenó.

El hilo se agitó un poco, pero cuando lo metió en el candado, no sucedió nada.

Vivenna retiró el aliento, inspiró dos o tres veces para calmarse y cerró los ojos.

«Tengo que decir bien la intención. Tengo que entrar dentro, retorcer el cerrojo para soltarlo.»

—Retuerce —dijo, sintiendo el aliento dejarla. Metió el hilo en el cerrojo. Lo hizo girar y oyó un chasquido. La puerta se abrió, Los sonidos de lucha cesaron, aunque los hombres continuaron gimiendo.

Vivenna recuperó su aliento y metió la mano en la jaula. La niña gimió, llorando y escondiendo la cara.

—Soy una amiga —la tranquilizó Vivenna—. He venido a ayudarte.

Pero la niña se sacudió y gritó cuando la tocó. Frustrada, la princesa se volvió hacia Vasher.

Estaba junto al fuego, la cabeza gacha, rodeado de cuerpos tendidos. Sostenía a Sangre Nocturna en una mano, la punta envainada apoyada contra el suelo. Por algún motivo, parecía más grande que hacía unos momentos. Más alto, más ancho de hombros, más amenazador.

La otra mano de Vasher cubría el pomo de Sangre Nocturna. El cierre de la vaina estaba suelto, y de la hoja manaba humo negro, una parte hacia el suelo, otra flotando hacia el techo. Como si titubeara.

El brazo de Vasher temblaba.

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