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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Aliento de los Dioses (60 page)

—Tú —susurró.

—Exacto, yo —dijo él, entre bocado y bocado.

Vivenna se miró: Ya no llevaba la ropa interior, sino un suave camisón de algodón. Y su cuerpo estaba limpio. Se llevó una manó al pelo, sintiendo que las marañas y pegotes habían desaparecido. Todavía era blanco.

Le resultó muy extraño estar limpia.

—¿Me has violado? —preguntó en voz baja.

Él bufó.

—Una mujer que ha pasado por la cama de Denth no es ninguna tentación para mí.

—Nunca me he acostado con él —replicó ella, molesta por la insolencia.

Vasher se volvió, el rostro todavía enmarcado en aquella barba hirsuta y descuidada. Sus ropas eran bastante peores que las de ella. La miró a los ojos.

—Te engañó, ¿eh?

Ella asintió.

—Idiota.

Ella volvió a asentir.

Vasher volvió a su comida.

—Pagué a la mujer que lleva este edificio para que te bañara, vistiera y cambiara la bacina. No te he tocado.

Ella frunció el ceño.

—¿Qué… sucedió?

—¿Recuerdas la pelea en la calle?

—¿Con tu espada?

Él asintió.

—Vagamente. Me salvaste.

—Le quité a Denth una herramienta de las manos. Eso es todo lo que importa.

—Gracias, de todas formas.

Él guardó silencio unos instantes.

—No hay de qué —dijo por fin.

—Me siento mal…

—Tienes tramaria. Es una enfermedad desconocida en las Tierras Altas. La propagan las picaduras de insectos. Probablemente la contrajiste unas semanas antes de que te encontrara. Se ceba en los organismos debilitados.

Ella se llevó una mano a la cabeza.

—Lo has pasado mal últimamente —dijo Vasher—. De ahí el mareo, la demencia y el hambre.

—Ya.

—Te lo merecías.

Continuó comiendo. Ella no se movió durante un rato. La comida olía bien, pero al parecer la habían alimentado durante las fiebres, pues no estaba tan hambrienta como cabía esperar. Sólo sentía un poco de apetito.

—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —preguntó.

—Una semana. Debes dormir más.

—¿Qué vas a hacer conmigo?

Él no respondió.

—Los alientos biocromáticos que tenías, ¿se los diste a Denth?

Ella vaciló.

—Sí —mintió.

Vasher la miró, alzando una ceja.

—Está bien —admitió Vivenna, apartando la mirada—. Los puse en el chal que llevaba.

Él se levantó y salió de la habitación. Vivenna pensó en huir, pero se levantó y empezó a comerse la comida que había en la mesa: un pescado entero y frito. Ya no le molestó comer frutos del mar.

Vasher regresó y se detuvo en la puerta a verla roer la espina del pescado. No la obligó a levantarse del asiento, sino que se sentó en la otra silla. Finalmente, le tendió el chal, lavado y limpio.

—¿Es esto? —preguntó.

Ella se detuvo, aún masticando un trozo de pescado.

Vasher colocó el chal en la mesa junto a ella.

—¿Me lo devuelves?

Él se encogió de hombros.

—Si de verdad hay aliento almacenado dentro, no puedo recuperarlo. Sólo tú puedes.

Ella lo recogió.

—No sé la orden.

Vasher alzó una ceja.

—¿Escapaste de aquellas cuerdas mías sin despertarlas?

Ella negó con la cabeza.

—Esa la adiviné.

—Tendría que haberte amordazado mejor. ¿Qué quieres decir con que la adivinaste?

—Era la primera vez que usaba el aliento.

—Ya. Perteneces a línea real.

—¿Qué significa eso?

Él negó con la cabeza, señalando el chal.

—Tu aliento al mío —dijo—. Esa es la orden que necesitas.

Ella puso la mano sobre el chal y pronunció las palabras. Al instante, todo cambió.

El mareo desapareció y a ella le pareció renacer al mundo. Vivenna jadeó, temblando con el placer del aliento restaurado. Era tan fuerte que se cayó de la silla, estremeciéndose como quien tiene un ataque de puro asombro. Podía sentir la vida. Podía sentir a Vasher creando un bolsillo de color a su alrededor, brillante y hermoso. Estaba viva de nuevo.

Se regodeó en ello durante un largo instante.

—Resulta sorprendente la primera vez —dijo Vasher—. No suele ser tan fuerte si vas recuperando el aliento cada poco tiempo. Aunque si pasan unas semanas, es como tomarlo por primera vez.

Sonriendo, ella volvió a sentarse y se limpió los labios con un intenso sabor a pescado.

—¡Ya no siento mareo!

—Es normal, tienes suficiente aliento para al menos la Tercera Elevación, si no me equivoco. Nunca conocerás la enfermedad y apenas envejecerás. Siempre y cuando consigas conservar el aliento, claro.

Ella lo miró súbitamente asustada.

—Tranquila, no voy a obligarte a dármelo. Aunque probablemente debería. Causas más problemas de lo que vales, princesa.

Ella sonrió y se volvió hacia la comida. Ahora parecía que las últimas semanas habían sido una pesadilla. Una burbuja irreal, desconectada de su vida. ¿De verdad había sido ella quien había estado mendigando por las calles? ¿Quien había vivido y dormido bajo la lluvia y el barro? ¿De verdad había considerado prostituirse?

Lo había hecho. No podía olvidarlo ahora sólo porque volvía a tener el aliento. Pero ¿había sido por causa de haberse convertido en una apagada? ¿Había influido también la enfermedad? Fuera como fuese, en su mayor parte había sido sólo desesperación.

—Muy bien —dijo él, poniéndose en pie y recogiendo la espada negra—. Hora de irse.

—¿Adónde? —preguntó ella, recelosa. La última vez que había visto a ese hombre, la había atado y obligado a tocar aquella espada suya, para dejarla luego amordazada.

Él ignoró la pregunta y arrojó unas ropas sobre la mesa.

—Ponte esto.

Ella le echó un vistazo: pantalones gruesos, una túnica, un chaleco. Todo en diversos tonos de azul. La ropa interior era de colores menos brillantes.

—Pero son ropas de hombre.

—Son útiles —dijo Vasher, dirigiéndose hacia la puerta—. No voy a malgastar el dinero comprándote vestidos hermosos, princesa. Tendrás que llevar eso.

Ella abrió la boca, pero al punto la cerró, descartando la queja. Había pasado… no sabía cuánto tiempo deambulando con una ropa interior fina y casi transparente que apenas la cubría hasta medio muslo. Cogió las prendas, agradecida.

—Agradezco la ropa —dijo entonces—. Pero ¿puedo saber al menos qué pretendes hacer conmigo?

Vasher titubeó en la puerta.

—Hay un trabajo que quiero que hagas.

Ella se estremeció, pensando en los cuerpos que le había mostrado Denth, y en los hombres que Vasher había matado.

—¿Vas a matar de nuevo?

—Denth pretende algo. Voy a impedírselo.

—Él trabajaba para mí. O al menos fingía hacerlo. Todo lo que hizo fue por orden mía. Me seguía la corriente para tenerme contenta.

Vasher soltó una risotada y Vivenna se ruborizó. Su cabello, respondiendo a su estado de ánimo por primera vez desde la conmoción de ver muerto a Parlin, se volvió rojo.

Todo parecía irreal. ¿Dos semanas en las calles? Parecía haber sido mucho más tiempo. Pero ahora, de repente, estaba aseada y alimentada y volvía a ser ella misma. Una parte se debía al aliento. El hermoso y maravilloso aliento. No volvería a separarse nunca más de él.

No, no era ella misma. ¿Quién era ahora, pues? ¿Importaba?

—Te ríes de mí —dijo, volviéndose hacia Vasher—. Pero lo hice lo mejor que pude. Quería ayudar a mi gente en la guerra que se avecina. Luchar contra Hallandren.

—Hallandren no es tu enemigo.

—Lo es —replicó ella con brusquedad—. Y planea atacar a mi pueblo.

—Los sacerdotes tienen buenos motivos para actuar como lo hacen.

Vivenna bufó.

—Denth dijo que todo el mundo piensa que hace lo correcto.

—Denth es muy listo. Jugó contigo, princesa.

—¿Qué quieres decir?

—¿Es que no te ha dado por pensar? ¿Atacar las caravanas de suministros? ¿Agitar a los pobres idrianos para que se rebelen? ¿Recordarles a Vahr y sus promesas de libertad, tan frescas en sus memorias? ¿Mostrarte a los señores del hampa, para hacerles creer que Idris intentaba socavar el gobierno de Hallandren? Princesa, dices que todo el mundo piensa que hace lo correcto, que todos se engañan. —La miró a los ojos—. ¿No te has parado a pensar que tal vez eras tú quien estaba en el bando equivocado?

Ella no respondió.

—Denth no trabajaba para ti —añadió Vasher—. Ni siquiera fingía hacerlo. Alguien en esta ciudad lo contrató para que provocara una guerra entre Idris y Hallandren, y ha pasado estos últimos meses utilizándote para que así sea. Quiero comprender por qué. ¿Quién está detrás, y para qué les serviría una guerra?

Vivenna se echó hacia atrás, los ojos muy abiertos. No podía ser. Tenía que estar equivocado.

—Fuiste el peón perfecto —concluyó Vasher—. Le recordaste a la gente de los suburbios su verdadera herencia, dándole a Denth algo para incitarlos. La Corte de los Dioses está a punto de atacar tu patria, mas no porque odien a los idrianos, sino porque consideran que los insurgentes de Idris han empezado a atacarlos.

Sacudió la cabeza.

—Me resultó inconcebible que no te dieras cuenta. Supuse que trabajabas con él intencionadamente para promover la guerra. —La miró—. Subestimé tu estupidez. Vístete. No sé si tenemos tiempo suficiente para deshacer lo que has hecho, pero voy a intentarlo.

* * *

Las ropas le parecían extrañas. Los pantalones le apretaban en los muslos, haciéndola sentirse expuesta. Era raro no notar en los tobillos el bamboleo de las faldas.

Caminaba junto a Vasher en silencio, la cabeza gacha, el pelo demasiado corto para recogerlo en una trenza. No había intentado hacerlo crecer de nuevo. Eso extraería de su cuerpo una nutrición que ahora le era necesaria.

Atravesaron el suburbio idriano, y Vivenna tuvo que esforzarse por no dar un respingo a cada momento, mirando por encima del hombro para ver si alguien los seguía. ¿Era aquél un hampón que quería atracarla? ¿Era aquello un grupo de matones que pretendía vendérsela a Denth? ¿Eran aquellas sombras sinvidas de ojos grises que venían a atacar y matar? Pasaron ante una mendiga, una joven de edad indefinida con la cara sucia de hollín y ojos brillantes que los observaba. Vivenna leyó el hambre en aquellos ojos. La muchacha trataba de decidir si intentar robarles o no.

La espada que Vasher llevaba era un elemento suficientemente disuasorio. Vivenna la vio alejarse por un callejón, sintiendo una extraña sensación de conexión.

«Colores —pensó—. ¿Así era realmente yo?»

No, no había sido tan capaz como esa muchacha. Vivenna era tan ingenua que la habían secuestrado sin que lo supiera, y luego había trabajado para comenzar una guerra sin tener ni idea.

«¿No te has parado a pensar que tal vez eras tú quien estaba en el bando equivocado?»

No sabía qué creer. Denth la había engañado tan fácilmente que dudaba en aceptar todo lo que decía Vasher. Sin embargo, algo de lo que le había dicho era cierto.

Denth siempre la había llevado a encontrarse con los elementos menos recomendables de la ciudad, aquellos que sin duda preferirían el caos de la guerra. Atacar los suministros hallandrenses no sólo haría más difícil administrar la guerra, sino también que los sacerdotes estuvieran más dispuestos a atacar mientras eran todavía fuertes. Las pérdidas también servirían para hacerlos enfadar más.

Todo tenía un sentido escalofriante, un sentido que le resultaba difícil ignorar.

—Denth me hizo creer que la guerra era inevitable —susurró mientras recorrían los suburbios—. Mi padre cree que es inevitable. Todo el mundo dice que va a suceder.

—Pues se equivocan. La guerra entre Hallandren e Idris ha estado a punto de producirse durante décadas, pero nunca ha sido inevitable. Lograr que este reino ataque requiere convencer a los Retornados, y éstos normalmente están demasiado ocupados en sí mismos como para querer algo tan molesto como una guerra. Sólo un gran esfuerzo, primero convencer a los sacerdotes y luego hacerlos debatir hasta que los dioses los crean, tendría éxito.

Vivenna contempló las calles sucias con su colorida basura.

—Sí que soy una inepta, ¿eh? —susurró. Vasher la miró—. Primero, mi padre envió a mi hermana a casarse con el rey-dios en vez de a mí. Yo la seguí, pero Denth me encontró el primer día que llegué aquí. Cuando finalmente escapé de él, no pude pasar un mes en las calles sin que me robaran, me golpearan y me capturaran. Y ahora tú dices que yo sólita he llevado a mi pueblo al borde de la guerra.

Vasher bufó.

—No te pongas demasiadas medallas. Denth lleva trabajando en esto desde hace mucho tiempo. Por lo que he oído, corrompió al propio embajador idriano. Además, hay elementos en el gobierno de Hallandren, los que contrataron a Denth, que quieren que este conflicto estalle.

Todo era muy confuso. Lo que él decía tenía sentido, pero lo que había dicho Denth también. Vivenna necesitaba saber más.

—¿Tienes idea de quiénes son los que contrataron a Denth?

Él negó con la cabeza.

—Uno de los dioses, creo… o tal vez un grupo de ellos. O un grupo de sacerdotes, actuando por su cuenta.

Volvieron a guardar silencio.

—¿Por qué? —preguntó finalmente Vivenna.

—¿Cómo voy a saberlo? Ni siquiera sé quién está detrás de esto.

—No. No me refiero a eso. Me refiero a ti. ¿Por qué te implicas? ¿Por qué te importa?

—Porque sí.

—Pero ¿por qué?

Vasher suspiró.

—Mira, princesa, yo no soy como Denth: no tengo su habilidad con las palabras, y tampoco es que me guste la gente. No esperes que charle contigo. ¿De acuerdo?

Vivenna cerró la boca, sorprendida. «Si está tratando de manipularme, tiene una manera muy extraña de hacerlo», pensó.

Su destino era un edificio desvencijado en un cruce de calles. Mientras se acercaban, Vivenna se preguntó cuántos suburbios como ése existían. ¿Los construían sin orden ni concierto y desaliñados a propósito? ¿Habían sido antaño esas calles, como otras que había visto, parte de un barrio mejor que había caído en la decadencia?

Vasher la agarró por el brazo y la dirigió hacia una puerta a la que llamó con el pomo de su espada. La puerta se abrió y un par de ojos nerviosos se asomaron.

—Quítate de en medio —dijo Vasher, empujando la puerta y metiendo dentro a Vivenna.

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