Read Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media Online
Authors: J.R.R. Tolkien
Tags: #Fantasía
Hay abundante material escrito en relación con los acontecimientos del año 3018 de la Tercera Edad, acontecimientos que se citan en otras partes, como el cómputo de los años y los informes de Gandalf y otros en el Concilio de Elrond; y estos escritos son sin duda los «esbozados» a que se refiere la carta. Les he dado el título de «La búsqueda del Anillo». Los manuscritos mismos, en grande aunque no excepcional confusión, son descritos en «La Tercera Edad». Pero cabe mencionar aquí la cuestión de la fecha (pues creo que todos pertenecen al mismo período, incluyendo «sobre Gandalf, Saruman y la Comarca», presentados como la tercera parte de esta sección). Fueron escritos después de la publicación de
El Señor de los Anillos
, pues hay referencias a la paginación del texto impreso; como difieren en la fecha que se da a ciertos acontecimientos en el cómputo de los años del Apéndice B. Es obvio que se escribieron después de la publicación del primer volumen, pero antes de la del tercero, que contenía los apéndices.
L
os principales obstáculos con los que se topaba Saruman para la fácil conquista de Rohan los constituían Théodred y Éomer: eran hombres vigorosos y devotos al Rey, que los tenía en muy alta estima por ser respectivamente su único hijo y el hijo de su hermana; e hicieron todo lo posible por frustrar la influencia que ganó Grima sobre el Rey, cuya salud había empezado a flaquear. Esto ocurrió a principios del año 3014, cuando Théoden tenía sesenta y seis años; su enfermedad pudo, pues, ser consecuencia de causas naturales, aunque los Rohirrim por lo general vivían hasta los ochenta años y aún más. Pero pudo haber sido inducida o agravada por venenos sutiles administrados por Grima. De cualquier modo, la sensación de debilidad y la dependencia que tenía de Grima eran en gran parte consecuencia de la astucia y la habilidad mostradas por este mal consejero. La política de Grima consistía en desacreditar a sus principales opositores ante Théoden, y si le era posible, en desembarazarse de ellos. Le fue imposible, sin embargo, hacerlos disputar entre sí: Théoden, antes de su «enfermedad», había sido muy amado de todos sus parientes y su pueblo, y la lealtad de Théodred y Éomer permaneció inalterable, aun en su estado de aparente chochez. Éomer tampoco era un hombre ambicioso, y el amor y el respeto que sentía por Théodred (trece años mayor que él) sólo eran superados por el amor que sentía hacia su padre adoptivo.
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Por eso Grima intentó oponerlos entre sí a los ojos del Rey, pintando a Éomer como un hombre ansioso por acrecentar su autoridad, que actuaba sin consultar al Rey o su Heredero. En este sentido, obtuvo cierto buen éxito, que dio fruto cuando Saruman logró por fin la muerte de Théodred.
Se vio claramente en Rohan, cuando se conoció la verdad acerca de las batallas de los Vados, que Saruman había dado órdenes especiales de que Théodred debía ser muerto a toda costa. En la primera batalla todos sus guerreros más feroces atacaron im-placables a Théodred y a su custodia sin consideración alguna por otros acontecimientos de la batalla que, de otra manera, podría haber tenido por resultado una mucho más dañosa derrota para los Rohirrim. Cuando Théodred fue muerto por fin, el comandante de Saruman (que sin duda obedecía órdenes) pareció satisfecho por el momento y Saruman cometió el error, fatal como luego se comprobó, de no hacer intervenir más fuerzas de inmediato y luego proceder a la invasión masiva de Folde Oeste;
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aunque el valor de Grimbol y Yelmo de Elfo contribuyó a su demora. Si la invasión de Folde Oeste hubiera empezado cinco días antes, no cabe duda de que los refuerzos venidos de Edoras no habrían llegado al Desfiladero de Helm, sino que habrían sido derrotados y aplastados en la llanura abierta; y esto suponiendo que Edoras misma no hubiera sido atacada y tomada antes de la llegada de Gandalf.
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Se dijo que el valor de Grimbol y Yelmo de Elfo contribuyeron a la demora de Saruman, que resultó desastrosa para éste. La crónica que precede quizá subestime su importancia.
El Isen descendía velozmente desde sus fuentes en Isengard, pero en la tierra llana del Paso se volvía lento hasta que su curso torcía hacia el oeste; luego fluía a través del campo descendiendo por prolongadas cuestas hasta las bajas tierras costeras de los con-fines de Gondor y Enedwaith, donde se volvía profundo y rápido. Justo encima de esta curva hacia el oeste se encontraban los Vados del Isen. Allí el río era ancho y poco profundo y se abría en dos brazos en torno a un islote sobre un lecho arenoso cubierto de piedras y guijarros arrastrados desde el norte.
Al sur de Isengard, aquél era el único punto por donde podía cruzar el río un gran ejército, sobre todo si iba bien pertrechado y montado. Saruman tenía, pues, esta ventaja: podía enviar a sus tropas a cada lado del Isen y atacar los Vados, si le oponían resistencia, desde ambos extremos. Cualquier fuerza del lado oeste del Isen podía retirarse a Isengard en caso de necesidad. Por otra parte, Théodred podría enviar hombres a través de los Vados, o bien en cantidad suficiente para desencadenar un ataque contra las tropas de Saruman o con intención de defender la cabeza de puente del lado oeste; pero si eran derrotados, no tenían retirada posible, salvo retroceder nuevamente por los Vados con el enemigo en los talones, y posiblemente esperándolos también en la orilla oriental. Al sur y al oeste, a lo largo del Isen, no tenían modo de volver a su tierra,
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a no ser que estuvieran provistos para un largo viaje a Gondor Occidental.
El ataque de Saruman no era imprevisto, pero se produjo antes de lo esperado. Los exploradores de Théodred le habían advertido de una reunión de tropas ante las Puertas de Isengard, sobre todo (según parecía) al lado oeste del Isen. Por tanto, montó guardia al este y al oeste en los accesos a los Vados recurriendo a hombres fornidos de a pie reclutados en Folde Oeste. Dejando tres compañías de Jinetes junto con cuidadores de caballos y caballos de reserva, cruzó con el grueso de su caballería: ocho compañías y una compañía de arqueros, cuya tarea era desbaratar el ejército de Saruman antes de que estuviera plenamente preparado.
Pero Saruman no había revelado sus intenciones ni el alcance de sus fuerzas. Estaban ya en marcha cuando Théodred se puso en camino. A unas veinte millas de los Vados, Théodred se topó con su vanguardia y la dispersó con pérdidas. Pero cuando avanzó cabalgando para atacar al grueso del ejército, la resistencia se endureció. El enemigo, de hecho, estaba en posiciones preparadas para el acontecimiento, tras trincheras con hombres armados de picas, y Théodred, en la éored de vanguardia, fue detenido en su avance y casi derrotado, porque nuevas fuerzas que venían presurosas de Isengard lo flanqueaban desde el oeste.
Lo libró de la dificultad el ataque de las compañías que venían en pos de él; pero miró hacia el este y quedó consternado. Había sido una mañana poco soleada y con nieblas; pero las nieblas retrocedían ahora por el Paso llevadas por una brisa que soplaba desde el oeste, y a lo lejos, al este del río, divisó otras fuerzas que venían presurosas hacia los Vados, aunque no alcanzaba ver si eran numerosas. Sin vacilar ordenó una retirada que los Jinetes, bien entrenados en la maniobra, llevaron a cabo en orden y con escasas pérdidas más; pero no se desembarazaron del enemigo ni se distanciaron mucho de él, porque la retirada fue a menudo entorpecida y la retaguardia mandada por Grimbol tuvo que volverse para mantener a raya a los más ansiosos de sus perseguidores.
Cuando Théodred ganó los Vados, el día ya acababa. Puso a Grimbol al mando de la guarnición de la orilla del oeste, reforzada con cincuenta Jinetes desmontados. Al resto de los Jinetes y a todos los caballos los hizo cruzar el río, pero él y su propia compañía montaron guardia en el islote para cubrir la retirada de Grimbol, si era éste obligado a retroceder. Casi en seguida sobrevino el desastre. Las fuerzas del este de Saruman llegaron con inesperada velocidad; eran mucho menos numerosas que las del oeste, pero más peligrosas. En la vanguardia había algunos jinetes dunlendinos y una gran manada de seres órquicos montados en lobos, muy temidos por los caballos.
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Tras ellos venían dos batallones de feroces Uruks, fuertemente armados pero adiestrados para desplazarse a gran velocidad en trayectos de muchas millas. Los jinetes y las criaturas montadas en lobos cayeron sobre los grupos de caballos, dándoles lanzadas, matándolos y dispersándolos. La guarnición de la orilla izquierda, sorprendida por el súbito ataque de los Uruks formados en prietas filas, fue dispersada, y atacaron a los jinetes que acababan de cruzar desde la orilla oeste antes de que pudieran reagruparse, y aunque lucharon desesperadamente, fueron rechazados de los Vados a lo largo de la línea del Isen, y perseguidos por los Uruks.
No bien se hubo apoderado el enemigo del extremo oriental de los Vados, apareció una compañía de hombres u orcos-hombres (evidentemente preparados para la ocasión), feroces, vestidos de cota de malla y armados de hachas. Se precipitaron sobre el islote y lo atacaron desde ambos lados. Al mismo tiempo Grimbol, en la orilla oeste, fue atacado por las fuerzas de Saruman que había en esa orilla del Isen. Al mirar hacia el este, afligido por el estruendo de la batalla y los espantosos gritos de victoria lanzados por los Orcos, vio a los hombres armados de hachas que rechazaban a las fuerzas de Théodred de las orillas del islote hacia la loma no muy alta que había en su centro, y oyó la fuerte voz de Théodred que gritaba: ¡A mí, Eórlidas! Casi en seguida Grimbol, llevando consigo unos pocos hombres que estaban cerca, volvió corriendo al islote. Grimbol, hombre de gran fuerza y estatura, lanzó un ataque tan feroz contra la retaguardia del enemigo, que se abrió camino con otros dos, hasta que llegó a Théodred, acorralado en la loma. Demasiado tarde. Cuando llegó a su lado, Théodred cayó herido por un orco-hombre. Grimbol dio muerte al orco-hombre y se irguió sobre el cuerpo de Théodred creyéndolo muerto; y allí habría muerto también él si no hubiera sido por la llegada de Yelmo de Elfo.
Yelmo de Elfo había venido cabalgando de prisa por el camino de Edoras conduciendo a cuatro compañías en respuesta a la llamada de Théodred; esperaba la batalla, aunque no antes de unos cuantos días. Pero cerca de la unión del camino con la ruta que venía del Desfiladero,
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su escolta de la derecha comunicó que habían sido vistos dos individuos a lomos de lobos en los campos. Advirtiendo que no iban bien las cosas, no torció el camino para dirigirse al Desfiladero de Helm con el fin de pasar la noche, como había planeado, sino que siguió cabalgando a toda velocidad hacia los Vados. El camino para cabalgaduras torcía al noroeste después de unirse con el camino que bajaba del desfiladero, pero una vez más doblaba pronunciadamente hacia el oeste al alcanzar la altura de los Vados, a los que se llegaba por un estrecho sendero de unas dos millas de longitud. Yelmo de Elfo, pues, no vio ni oyó nada de la lucha entre la guarnición en retirada y los Uruks al sur de los Vados. El sol se había puesto y la luz disminuía cuando se acercó a la última curva del camino, y allí encontró algunos caballos que corrían desbocados y unos pocos fugitivos que le contaron del desastre. Aunque sus hombres y sus caballos estaban ya fatigados, cabalgó tan de prisa como pudo a lo largo del estrecho sendero, y cuando llegó a divisar la orilla del este, ordenó a sus compañías que cargaran.
Esta vez fueron los isengardeanos los sorprendidos. Oyeron el trueno de los cascos y vieron venir, como negras sombras, recortadas sobre el este en penumbra, un gran ejército (tal parecía) con Yelmo de Elfo a la cabeza, y junto a él, un estandarte blanco llevado como guía de aquellos que lo seguían. Pocos se quedaron en su puesto. La mayoría huyó hacia el norte, perseguidos por dos de las compañías de Yelmo de Elfo. A las otras las hizo desmontar para guardar la orilla del este, pero sin dilación, y con los hombres de su propia compañía, se precipitó hacia el islote. Los portadores de hachas se vieron atrapados entonces entre los defensores sobrevivientes y el ataque de Yelmo de Elfo, con las dos orillas todavía en posesión de los Rohirrim. Siguieron luchando, pero antes de acabar el día fue muerto hasta el último hombre. Yelmo de Elfo saltó hacia la loma y allí encontró a Grimbol luchando con dos altos portadores de hachas por la posesión del cuerpo de Théodred. A uno de ellos mató Yelmo de Elfo sin demora, y el otro cayó ante Grimbol.
Se agacharon entonces para levantar el cuerpo, y vieron que Théodred respiraba todavía; pero vivió sólo lo suficiente para pronunciar sus últimas palabras: ¡Dejadme yacer aquí…para mantener los Vados hasta que llegue Éomer! Cayó la noche. Se oyó sonar un áspero cuerno, y un silencio cayó sobre la tierra. El ataque contra la orilla del oeste cesó de pronto, y el enemigo se desvaneció en la oscuridad. Los Rohirrim conservaron los Vados del Isen; pero sus bajas fueron cuantiosas, y perdieron también muchos caballos; el hijo del Rey había muerto y ya no tenían jefe y no sabían qué podría ocurrir aún.
Cuando después de una fría noche sin dormir volvió la luz gris, no había signo de los isengardeanos, salvo los muchos muertos abandonados en el campo. A lo lejos aullaban los lobos, esperando a que los sobrevivientes se fueran. Muchos de los hombres dispersados por el súbito ataque de los isengardeanos empezaron a volver, algunos montados todavía, otros trayendo caballos recobrados. Más tarde, por la mañana, la mayor parte de los Jinetes de Théodred que habían sido rechazados hacia el sur y río abajo por un batallón de negros Uruks, volvieron fatigados de la batalla, pero en orden. Lo que tenían que contar era parecido. Se detuvieron en una colina baja y se aprestaron a defenderla. Aunque habían rechazado a una parte de las fuerzas atacantes de Isengard, la retirada hacia el sur sin provisiones no tenía a la larga esperanza alguna. Los Uruks habían impedido todo intento de irrumpir hacia el este, y los estaban empujando hacia el país hostil de la «frontera occidental» de los Dunlendinos. Pero al prepararse los Jinetes para resistir el ataque, aunque era entonces plena noche, sonó un cuerno; y pronto descubrieron que el enemigo había partido. Tenían muy pocos caballos para intentar una persecución o aun para actuar como exploradores, si de algo servía hacerlo por la noche. Al cabo de un tiempo empezaron, precavidos, a avanzar hacia el norte otra vez, pero no hallaron oposición. Pensaron que los Uruks habían vuelto para reforzar su dominio de los Vados y esperaban emprender la batalla allí nuevamente, y se asombraron mucho al comprobar que los Rohirrim dominaban la situación. Sólo más tarde descubrieron a dónde habían ido los Uruks.