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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (60 page)

Los Eldar los llamaban Drúedain y los admitían en la jerarquía de los Atani,
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pues fueron muy amados mientras duraron. No tenían ¡ay! una vida muy larga, y nunca llegaron a ser numerosos, y perdieron a muchos en su lucha contra los Orcos, que también los odiaban y se deleitaban en capturarlos y torturarlos. En el tiempo en que las victorias de Morgoth destruyeron todos los reinos y las fortalezas de los Elfos y los Hombres en Beleriand, se dice que habían quedado reducidos a unas pocas familias compuestas sobre todo de mujeres y niños, algunas de las cuales llegaron por fin a los refugios de las Desembocaduras del Sirion.
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En sus primeros días habían sido de gran provecho para aquellos entre quienes vivían, y eran muy buscados; aunque pocos abandonaban la tierra del Pueblo de Haleth.
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Tenían una maravillosa capacidad para rastrear a cualquier criatura viviente, y enseñaban a sus amigos lo que podían de este arte; pero sus discípulos no los igualaban, porque los Drúedain usaban el olfato, como los sabuesos, con la peculiaridad de que además tenían una vista muy aguda. Se jactaban de que con viento favorable eran capaces de olfatear a un Orco que se encontraba todavía demasiado lejos para que los demás Hombres pudieran verlo, y de seguir el olor durante semanas, salvo a través de aguas corrientes. El conocimiento que tenían de toda criatura que creciera casi igualaba al que tenían los elfos (aunque éstos no se lo hubieran enseñado); y se dice que si se trasladaban a una nueva región, en poco tiempo conocían a todas las criaturas que en ella crecían, grandes o minúsculas, y daban nombre a las que eran nuevas para ellos, distinguiendo a las venenosas de las comestibles.
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Los Drúedain, como también los demás Atani, carecieron de Escritura hasta que se encontraron con los Eldar; pero nunca aprendieron a escribir con runas o letras. La escritura que ellos mismos inventaron no eran más que unos cuantos signos, en su mayoría simples, para señalar huellas o dar información o advertencia. Parece que en un pasado remoto tuvieron ya pequeños utensilios de pedernal para raspar y cortar, y todavía los utilizaban, porque si bien los Atani tenían conocimiento de los metales y empleaban hasta cierto punto el arte de la herrería antes de llegar a Beleriand,
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los metales eran difíciles de encontrar y las armas y las herramientas forjadas resultaban muy costosas. Pero cuando en Beleriand, por la asociación con los Elfos y el tráfico con los Enanos de Ered Lindon, estas cosas se volvieron más comunes, los Drúedain demostraron un gran talento para la talla en madera o piedra. Tenían ya un conocimiento de los pigmentos, derivados sobre todo de las plantas; y trazaban figuras y formas sobre madera o superficies planas de piedra; y a veces tallaban los nudos de la madera para convertirlos en caras que pudieran pintarse. Pero con herramientas más afiladas y fuertes se deleitaban en tallar figuras de hombres y bestias, ya fueran juguetes y ornamentos o grandes imágenes , a las que los más hábiles de entre ellos daban una animada apariencia de vida. A veces estas imágenes eran extrañas y fantásticas, o aun terribles: entre las lúgubres bromas en las que ponían toda su habilidad, se contaba la hechura de figuras de Orcos que colocaban en las fronteras del país, modeladas como si huyeran chillando de miedo. Hacían también imágenes de sí mismos y las colocaban a la entrada de los caminos o las curvas de los senderos de los bosques. A éstas llamaban «piedras de vigilancia»; las más notables estaban emplazadas en las cercanías de los Cruces del Teiglin, y cada una de ellas representaba un Drúadan de mayor tamaño que el natural acuclillado pesadamente sobre un Orco muerto. Estas figuras no servían sólo de insulto al enemigo, pues los Orcos las temían y creían que estaban llenas de la malevolencia de los Oghor-hai (así es como llamaban a los Drúedain) y que podían comunicarse con ellos. Por tanto, rara vez se atrevían a tocarlas o a tratar de destruirlas, y a no ser que fueran en gran número, se detenían al ver una «piedra de vigilancia», y ya no seguían avanzando.

Pero entre las capacidades de este extraño pueblo quizá la más notable fuera la de mantenerse quietos y en silencio lo que soportaban a veces durante días enteros, sentados con las piernas cruzadas, las manos en las rodillas o el regazo, y los ojos cerrados o fijos en el suelo. Sobre esto, se contaba un cuento entre el Pueblo de Haleth:

Una vez, uno de los Drûgs más hábiles en la talla de la piedra hizo una imagen de su padre, que había muerto; y la colocó junto a un sendero cerca de su casa. Luego se le sentó al lado y se sumió en un silencio profundo y reflexivo. Sucedió que no mucho después un forastero pasó por allí camino de una aldea distante, y al ver dos Drûgs, les hizo una inclinación de cabeza y les deseó los buenos días. Pero no recibió respuesta, y se detuvo por un momento, sorprendido, mirándolos de cerca. Luego siguió caminando, y diciendo entre dientes: —Grande es su habilidad para la talla de la piedra, pero nunca había visto nada tan real. —Tres días después volvió, y como estaba muy fatigado, se sentó y apoyó la espalda en una de las figuras. Sobre los hombros de esta figura puso la capa, para que se secase, pues había estado lloviendo, y en aquel momento brillaba el sol. Allí se quedó dormido; pero al cabo de un tiempo lo despertó la voz de la figura que estaba tras él.

—Espero que haya descansado —dijo la figura—, pero si desea seguir durmiendo, le ruego que se traslade a la otra. A ella nunca le hará falta volver a estirar las piernas; y a mí esta capa me da demasiado calor en un día de sol como hoy.

Se dice que los Drúedain a menudo se quedaban así sentados en momentos de dolor o de duelo, pero a veces lo hacían por el placer de pensar o para trazar un plan. También solían recurrir a esta quietud en momentos de cautela; y entonces se sentaban o permanecían de pie, escondidos en la sombra, y aunque sus ojos parecieran estar cerrados o mirar el vacío, nada pasaba ni se acercaba que no fuera advertido y recordado. Tan intensa era esta vigilancia invisible, que podía ser percibida como una amenaza hostil por los intrusos, que se retiraban amedrentados antes de que se les hiciera advertencia alguna; y si alguna criatura maligna se acercaba, emitían un agudo silbido que resultaba doloroso tanto si se oía de cerca como de muy lejos. El servicio de vigilancia que prestaban los Drúedain era muy apreciado por el Pueblo de Haleth en tiempos de peligro; y si no se contaba con esa vigilancia, se colocaban figuras talladas parecidas a ellos (hechas con ese propósito por los Drúedain mismos) en las cercanías de las casas en la creencia de que estas figuras transmitían en parte la amenaza de los hombres vivientes.

la verdad es que muchos del Pueblo de Haleth, aunque amaban a los Drúedain y les tenían confianza, los creían dotados de poderes mágicos y extraños; y entre sus cuentos de maravillas había no pocos que hablaban de esas cosas. Uno de ellos se recoge a continuación.

La piedra fiel

H
abía una vez un Drûg llamado Aghan, muy conocido como curan-dero. Tenía gran amistad con Barach, un guardabosque del Pueblo, que vivía en una casa en los bosques a dos millas o más de la aldea más próxima. Las moradas de la familia de Aghan se encontraban más cerca, y él pasaba la mayor parte del tiempo con Barach y su esposa, y era muy querido de sus hijos. Llegaron tiempos difíciles cuando muchos Orcos atrevidos entraron secretamente en los bosques de las cercanías y andaban por ellos esparcidos en parejas o tríos asaltando a los que se aventuraban solos por parajes apartados y atacando por la noche las casas de la vecindad. Los de la casa de Barach no estaban muy atemorizados, porque Aghan se quedaba con ellos por la noche y montaba guardia fuera. Pero una mañana Aghan fue al encuentro de Barach y le dijo: —Amigo, tengo malas nuevas de los míos y me temo que tenga que dejaros por un tiempo. Han herido a mi hermano, que yace en el lecho con mucho dolor y me llama, pues sé curar las heridas que causan los Orcos. Volveré tan pronto como pueda. —Barach estaba muy preocupado y su esposa y sus hijos lloraron, pero Aghan dijo: Haré lo que esté de mi parte. He hecho traer una piedra de vigilancia y la he apostado cerca de tu casa. —Barach salió con Aghan y miró la piedra de vigilancia. Era grande y pesada y estaba asentada bajo unos arbustos no lejos de las puertas. Aghan puso su mano sobre ella y al cabo de un silencio dijo:— He dejado en ella algunos de mis poderes. ¡Ojalá puedan librarte del mal!

Nada adverso sucedió durante dos noches, pero a la tercera Barach oyó la llamada de advertencia de los Drûgs… o soñó que la había oído, porque a nadie más despertó. Abandonando la cama cogió el arco de la pared y se acercó a una ventana angosta, y vio a dos Orcos que ponían combustible contra la casa y se disponían a prenderle fuego. Entonces Barach tembló de miedo porque los Orcos que por allí merodeaban llevaban consigo azufre o alguna otra materia diabólica que ardía rápidamente y era imposible apagarla con agua. Recuperándose, tendió el arco, pero en ese momento, justo al surgir las llamas, vio a un Drûg que venía corriendo por detrás de los Orcos. A uno de ellos lo tumbó de un puñetazo, y el otro huyó; luego el Drûg se internó descalzo en el fuego, esparciendo el combustible ardiente y pisando las llamas órquicas que se extendían por los lados. Barach se encaminó a la puerta, pero cuando hubo terminado de desatrancarla, el Drûg había desaparecido. No había ni rastro del Orco lastimado. El fuego se había extinguido y sólo quedaba humo y cierto hedor.

Barach volvió a su casa para tranquilizar a su familia, a la que el ruido y las emanaciones ardientes habían despertado; pero cuando fue de día salió otra vez y lo examinó todo. Descubrió que la piedra de vigilancia había desaparecido, pero no hizo ningún comentario. «Esta noche tendré que ser yo el guardián», pensó; pero ese mismo día regresó Aghan y fue recibido con alegría. Llevaba botas altas como las que suelen llevar los Drûgs en la dura intemperie, cuando caminan entre abrojos y piedras, y estaba fatigado. Pero sonreía y parecía complacido; y dijo: —Traigo buenas noticias. Mi hermano ya no tiene dolores y no morirá, porque llegué a tiempo para detener el efecto del veneno. Y me he enterado de que los merodeadores han sido muertos o han huido. ¿Cómo os ha ido a vosotros?

—Estamos todavía con vida —dijo Barach—. Pero ven ahora conmigo y te mostraré y diré algo más. —Entonces condujo a Aghan al sitio del fuego y le contó lo del ataque nocturno—. La piedra de vigilancia ha desaparecido… Obra de Orcos, supongo. ¿Qué dices tú?

—Hablaré cuando haya mirado y pensado más tiempo —dijo Aghan; y luego fue de aquí para allá examinando el terreno, seguido de Barach. Por fin Aghan se acercó a un matorral que había al borde del claro donde se levantaba la casa. Allí estaba la piedra de vigilancia, sentada sobre un Orco muerto, pero tenia las piernas ennegrecidas y agrietadas, y le habían arrancado un pie, que estaba suelto a un lado; Aghan pareció apenarse, pero dijo—: ¡Pues bien! Hizo lo que pudo. Y es mejor que hayan sido sus pies los que pisaron el fuego del Orco y no los míos.

Entonces se aflojó los cordones de las botas y Barach vio que debajo tenía las piernas cubiertas de vendas. Aghan se las quitó.

—Ya se me están curando —dijo—. Velé junto a mi hermano durante dos noches, y anoche dormí. Me desperté dolorido antes del amanecer, y descubrí mis piernas cubiertas de ampollas. Entonces adiviné lo que había sucedido. ¡Ay! Si algún poder se transmite desde tu persona a una obra de tus manos, has de compartir sus dolores.
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Más notas acerca de los Drúedain

M
i padre se preocupó por poner de relieve la diferencia radical que había entre los Drúedain y los Hobbits. Eran de forma física y apariencia totalmente distintas. Los Drúedain eran más altos y de constitución más pesada y fuerte. Tenían rasgos faciales desagradables (juzgados de acuerdo con las normas humanas); y mientras que los cabellos de los Hobbits eran abundantes (aunque cortos y rizados), los Drúedain los te-nían escasos y lacios, y ningún vello en las piernas y los pies. Se sentían a veces dichosos y alegres, como los Hobbits, pero tenían un lado más torvo en su naturaleza, y podían mostrarse sarcásticos e implacables; y tenían, o se les atribuía, poderes extraños o mágicos. Eran además un pueblo más frugal: comían con moderación incluso en tiempos de abundancia y sólo bebían agua. En ciertos aspectos se asemejaban más bien a los Enanos: en la constitución y la estatura, y también en la resistencia; en la habilidad para la talla de la piedra; en el aspecto ceñudo de sus naturalezas y en sus extraños poderes. Pero la capacidad «mágica» que se atribuía a los Enanos era del todo diferente; y los Enanos tenían un carácter torvo y también gozaban de larga vida, mientras que los Drúedain eran de vida corta en comparación con otras especies de Hombres.

Sólo una vez en una nota aislada se dice algo explícito acerca de la relación entre los Drúedain de Beleriand durante la Primera Edad, que guardaban las casas del Pueblo de Haleth en el bosque de Brethil, y los remotos antecesores de Ghân-buri-Ghân, que guió a los Rohirrim por el paso del Pedregal de las Carreteras camino de Minas Tirith (El Retomo del Rey, V, 5), o los hacedores de las imágenes que se encuentran en el camino a la Quebrada de los Túmulos (ibid., V, 3).
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Esta nota dice:

Una rama emigrante de los Drúedain acompañó al Pueblo de Haleth a fines de la Primera Edad, y vivió en el Bosque [de Brethil] con ellos. Pero en su mayoría se quedaron en las Montañas Blancas pese a ser perseguidos por unos Hombres, llegados más tarde, que reincidieron poniéndose al servicio de la Oscuridad.

Se dice también aquí que la semejanza de las estatuas de la Quebrada de los Túmulos con los restos de los Drúath (percibida por Meriadoc Brandigamo cuando vio por primera vez a Ghân-buri-Ghân) fue originalmente reconocida en Gondor, aunque en la época en que Isildur estableció el reino númenóreano, sólo sobrevivían en el Bosque Drúadan y en el Drúwaith Iaur (véase más adelante).

Así pues, si lo deseamos, nos es posible completar la antigua leyenda de la llegada de los Edain en
El Silmarillion
con el descenso de los Drúedain de Ered Lindon, que llegaron a Ossiriand junto con los Haladin (el Pueblo de Haleth). Otra nota afirma que los historiadores de Gondor creían que los primeros hombres en cruzar el Anduin fueron en verdad los Drúedain. Venían (según se creía) de tierras al sur de Mordor, pero antes de llegar a las costas de Haradwaith, torcieron al norte hacia Ithilien, y encontrando por fin un punto por donde cruzar el Anduin (probablemente cerca de Cair Andros), se asentaron en los valles de las Montañas Blancas y en las tierras boscosas del borde septentrional. «Eran un pueblo furtivo que desconfiaba de toda otra especie de Hombres, pues, por mucho que se remontaran en el tiempo, siempre recordaban haber sido objeto de acoso y persecución, y se habían dirigido hacia el oeste en busca de una tierra donde esconderse para vivir en paz». Pero nada más se dice, ni aquí ni en ningún otro sitio, acerca de la historia de su asociación con el Pueblo de Haleth.

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