Read Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media Online
Authors: J.R.R. Tolkien
Tags: #Fantasía
Ahora lo recordaba todo otra vez, y era evidente que yo había escuchado las últimas palabras de Thráin II,
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aunque entonces no dijo su nombre ni el de su hijo; y Thorin, por supuesto, no sabía qué había sido de su padre, ni mencionó nunca "el último de los Siete anillos". Yo tenía el plano y la llave de la entrada secreta a Erebor por la que habían huido Thrór y Thráin, de acuerdo con la historia de Thorin. Y los había guardado, aunque sin abrigar ningún designio al respecto, hasta el momento en que resultaron de suma utilidad.
Afortunadamente, no cometí error alguno en el uso que les di. Me los guardé en la manga, como decís en la Comarca, hasta que las cosas no parecieron ya tener esperanzas. No bien los vio Thorin, decidió seguir mi plan, cuando menos en lo que concernía a la expedición secreta. Sea lo que fuere lo que pensaba de Bilbo, él mismo se habría puesto en camino. La existencia de una puerta oculta, que sólo los Enanos son capaces de descubrir, apuntaba a la posibilidad de tener alguna noticia de las andanzas del Dragón, y quizás aun recuperar algo de oro, o alguna valiosa herencia que apaciguara los anhelos de su corazón.
Pero esto no me bastaba. En mi corazón sabía que Bilbo por fuerza tenía que acompañarlo; de lo contrario toda la búsqueda fracasaría, o, como diría ahora, los acontecimientos más importantes no llegarían a ocurrir. De modo que tenía que persuadir todavía a Thorin de que lo llevara con él. Hubo luego muchas dificultades en el camino, pero para mí ésa fue la parte más difícil de todo el asunto. Aunque discutí con él hasta muy entrada la noche después de que Bilbo se retirara, sólo a la mañana siguiente quedó zanjada la cuestión.
Thorin sentía por él desprecio y desconfianza.
—Es blando —dijo con un bufido—. Blando como el lodo de su Comarca, y tonto. Su madre murió demasiado pronto. Usted me está jugando una mala pasada, señor Gandalf. Estoy seguro de que ayudarme no es el único propósito de usted.
—Tiene perfecta razón —le dije—. Si no tuviera ningún otro propósito, no lo ayudaría en absoluto. Aunque sus propios asuntos le parezcan a usted muy importantes, no son sino la mezquina hebra de una gran trama. Yo me intereso en múltiples hebras. Pero eso debería dar a mi consejo mayor peso y no menos. —Hablé por fin con gran calor. —¡Escúcheme, Thorin Escudo de Roble! —dije—. Si este Hobbit va con usted, se saldrá con la suya. De lo contrario, fracasará. Tengo un presentimiento, y se lo estoy comunicando.
—Conozco su fama —respondió Thorin—. Espero que sea merecida. Pero esta tonta insistencia en ese Hobbit suyo me hace dudar de que tenga realmente un presentimiento y me hace sospechar que quizá sea usted un loco antes que un vidente. Las muchas preocupaciones pueden haberle alterado el juicio.
—Por cierto han sido suficientes como para que así sea —dije—. Y entre ellas la más exasperante es toparme con un Enano orgulloso que pide mi consejo (sin que nada le dé derecho a hacerlo, que yo sepa), y luego me recompensa con la insolencia. Haga lo que quiera, Thorin Escudo de Roble. Pero si desdeña mi consejo, el desastre es inevitable. Y no volverá a recibir consejo ni ayuda de mí hasta que lo alcance la Sombra. Y refrene su orgullo y su codicia, o fracasará en cualquier camino que emprenda aunque tenga las manos repletas de oro.
Vaciló un poco entonces; pero sus ojos llamearon. —¡No me amenace! —exclamó—. Recurriré a mi propio juicio en este asunto como en todo lo que me concierne.
—¡Hágalo, pues! —dije—. No puedo añadir nada más, excepto esto: no concedo yo mi amor o mi confianza a la ligera, Thorin; pero este Hobbit me gusta y le deseo lo mejor. Trátelo bien y contará usted con mi amistad hasta el fin de sus días.
Dije eso sin esperanzas de persuadirlo; pero no podría haber dicho nada mejor. Los Enanos comprenden la devoción a los amigos y la gratitud a los que los ayudan. —Muy bien —dijo Thorin por fin, tras unos momentos de silencio—. Formará parte de mi compañía si se atreve (cosa que dudo). Pero si insiste en cargarme con ese peso, ha de venir usted también, y cuidar del tesoro.
—¡Bien! —respondí—. Iré también y los acompañaré mientras pueda: por lo menos hasta que usted haya descubierto lo que vale este Hobbit. —Resultó bien al final, pero en ese momento estaba preocupado, pues tenía entre manos el urgente asunto del Concilio Blanco.
Así se inició la Búsqueda de Erebor. No creo que cuando empezó tuviera Thorin verdaderas esperanzas de destruir a Smaug. No había la menor esperanza. Sin embargo, sucedió. Pero, ¡ay!, Thorin no vivió para gozar de su triunfo y de su tesoro. El orgullo y la codicia pudieron más que él, a pesar de mi advertencia.
—Pero sin duda habría caído en la batalla de cualquier manera —dije yo—. Los Orcos lo habrían atacado, por generoso que hubiera sido Thorin con el tesoro.
—Eso es cierto —dijo Gandalf—. ¡Pobre Thorin! Fue un gran Enano de una gran casa aun a pesar de sus defectos; y aunque cayó al final del viaje, ayudó mucho a él que el Reino bajo la Montaña quedara restaurado como yo deseaba. Pero Dáin Pie de Hierro fue un digno sucesor. Y ahora nos enteramos de que murió luchando también ante Erebor, mientras nosotros luchábamos aquí. Diría que es ésa una pérdida lamentable, pero sobre todo estoy asombrado de que a su avanzada edad
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pudiera todavía esgrimir el hacha como dicen que lo hacía, de pie junto al cuerpo del Rey Brand ante las Puertas de Erebor, hasta la caída de la noche.
En verdad, todo podría haber sucedido de modo muy distinto. El ataque más importante se centró en el sur, es cierto; y, sin embargo, con su larga mano derecha Sauron podría haber hecho estragos en el norte mientras nosotros defendíamos Gondor, si el Rey Brand y el Rey Dáin no le hubieran interceptado el paso. Cuando penséis en la gran Batalla de Pelennor, no olvidéis la Batalla del Valle. Pensad en lo que podría haber sucedido. ¡Fuego de Dragones y espadas salvajes en Eriador! Podría no haber Reina en Gondor. Podríamos ahora no tener otra esperanza que volver de la victoria a la ruina y la ceniza. Pero eso se ha evitado: porque me encontré con Thorin Escudo de Roble una noche a comienzos de la primavera no lejos de Bree. Un encuentro casual, como decimos en la Tierra Media.
La situación del texto de esta obra es compleja y difícil de poner en claro. La primera versión constituye un manuscrito completo, pero en borrador y muy corregido, que llamaré aquí A; lleva por título «La historia de las relaciones de Gandalf con Thráin y Thorin Escudo de Roble». A partir de ésta, se hizo una transcripción dactilográfica B, con muchas más correcciones todavía, aunque en su mayoría de importancia menor. Ésta se titula «La búsqueda de Erebor» y también «Gandalf cuenta de cómo preparó la expedición a Erebor y envió a Bilbo con los Enanos». Algunos extractos extensos de esta copia dactilográfica se ofrecen más adelante.
Además de A y B («la primera versión») existe otro manuscrito, C, sin título, que cuenta la historia de manera más sucinta y apretada, en el que se omite gran parte de la primera versión y se incorporan unos pocos nuevos elementos, pero también (particularmente en la última parte) se conserva en gran parte la redacción original. Me parece casi indudable que C es posterior a B, y C es la versión que acaba de darse, aunque aparentemente se perdió parte del principio. La escena de los recuerdos de Gandalf se establece en Minas Tirith.
Los párrafos iniciales de B (que se ofrecen más adelante) son casi idénticos a un pasaje del Apéndice A (III, El Pueblo de Durin) de
El Señor de los Anillos
, y evidentemente depende de la narración acerca de Thrór y Thráin que los precede en el Apéndice A; mientras que el final de «La búsqueda de Erebor» también se encuentra casi exactamente con las mismas palabras en el Apéndice A (III), también aquí en boca de Gandalf, que se dirige a Frodo y Gimli en Minas Tirith. Por la carta citada en la Introducción resulta claro que mi padre escribió «La búsqueda de Erebor» con el propósito de que formara parte de la narración de El Pueblo de Durin que aparece en el Apéndice A.
Extractos de la primera versión
La copia dactilográfica B de la primera versión empieza de este modo:
Así, Thorin Escudo de Roble se convirtió en el Heredero de Durin, pero heredero sin esperanzas. Cuando el saqueo de Erebor, había sido demasiado joven para portar armas, pero en Azanulbizar había luchado en la vanguardia del ataque; y cuando Thráin se perdió, tenía noventa y cinco años, un gran Enano de orgulloso porte. No tenía Anillo alguno y (por esa razón quizá) pareció contento de quedarse en Eriador. Allí trabajó largo tiempo y acumuló tantas riquezas como pudo; y a su gente se sumaron muchos de los Enanos errantes de Durin que habían oído de él y a él acudieron. Ahora tenían bellos recintos en las montañas, con bienes almacenados, y sus días no resultaban tan duros, aunque en sus cantos hablaban siempre de la Montaña Solitaria a lo lejos, y el tesoro y la beatitud de la Gran Sala a la luz de la Piedra del Arca.
Los años pasaron. Los rescoldos del corazón de Thorin volvieron a avivarse mientras meditaba en los males de su Casa y en la venganza contra el Dragón que le había correspondido asumir por herencia. Pensaba en armas y en ejércitos y en alianzas mientras su gran martillo resonaba en la fragua; pero los ejércitos se dispersaron y las alianzas se quebrantaron y las hachas de su pueblo eran pocas; una gran cólera sin esperanzas le ardía en el pecho mientras golpeaba el hierro rojo sobre el yunque.
Gandalf no había desempeñado aún papel alguno en los destinos de la Casa de Durin. No había tenido mucho trato con los Enanos; aunque era amigo de los de buena voluntad y le gustaban los exiliados del Pueblo de Durin que vivían en el Oeste. Pero en una ocasión, mientras viajaba por Eriador (yendo a la Comarca, que no había visitado desde hacía varios años) se encontró por casualidad con Thorin Escudo de Roble, y conversaron en el camino y reposaron durante la noche en Bree.
Por la mañana, Thorin dijo a Gandalf: —Tengo muchas cosas acumuladas en la mente, y dicen que es usted sabio y que sabe más que la mayoría de lo que acaece en el mundo. ¿Vendrá usted conmigo y me escuchará y me dará consejo?
A esto consintió Gandalf y cuando fueron al aposento de Thorin se sentó largo rato con él y escuchó toda la historia de sus males.
De este encuentro se siguieron muchos acontecimientos de gran importancia: el hallazgo del Anillo Único y su llegada a la Comarca y la elección del Portador del Anillo. Muchos, por esta razón, han supuesto que Gandalf previo todas estas cosas y escogió el momento para su encuentro con Thorin. Pero nosotros no creemos que fuera así. Porque en la narración de la Guerra del Anillo, Frodo, el Portador del Anillo, dejó un relato de las palabras de Gandalf sobre este punto precisamente. Esto es lo que escribió:
En lugar de las palabras «Esto es lo que escribió», A, el primer manuscrito, dice: «Ese pasaje se eliminó del cuento, pues pareció muy largo; pero la mayor parte queda ahora incorporada aquí».
Después de la coronación, nos alojamos en una bella casa en Minas Tirith con Gandalf, y él estaba muy alegre, y aunque le hicimos muchas preguntas acerca de todo cuanto nos pasaba por la cabeza, su paciencia parecía tan inagotable como su conocimiento. No recuerdo ahora la mayor parte de las cosas que nos dijo; a menudo no las comprendíamos. Pero recuerdo muy claramente esta conversación. Gimli estaba con nosotros y le dijo a Peregrin:
—Hay una cosa que debo hacer un día de éstos: tengo que visitar esa Comarca vuestra.
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¡No ya para ver hobbits! Dudo que pueda aprender algo acerca de ellos que ya no sepa. Pero ningún Enano de la Casa de Durin podría dejar de contemplar con maravilla esa tierra. ¿No empezaron allí acaso la recuperación del Reino bajo la Montaña y la caída de Smaug? Para no mencionar el fin de Barad-dûr, aunque ambas cosas estaban extrañamente entretejidas. Extrañamente, muy extrañamente —dijo, e hizo una pausa.Luego, mirando con fijeza a Gandalf, continuó diciendo: —Pero ¿quién tejió la trama? No creo haber considerado nunca antes esta cuestión. Entonces, ¿usted planeó todo esto, Gandalf? Si no, ¿por qué condujo a Thorin Escudo de Roble a una puerta tan peculiar? Para encontrar el Anillo y llevarlo lejos al Oeste a esconderlo, y luego escoger al Portador del Anillo… y de paso recobrar el Reino de la Montaña como si nada: ¿no fue ése su designio?
Gandalf no respondió en seguida. Se puso en pie y miró por la ventana hacia el oeste, en dirección al mar; el sol se ponía y en su cara había un resplandor. Se estuvo largo rato en silencio. Pero por fin se volvió hacia Gimli y dijo: —No conozco la respuesta. Porque he cambiado desde aquellos días y no me estorba ya la carga de la Tierra Media como entonces. En aquellos días habría respondido con palabras como las que dirigí a Frodo el año pasado en primavera. ¡Sólo el año pasado! Pero semejantes medidas no tienen sentido. En ese tiempo lejano le dije a un pequeño Hobbit asustado: Bilbo debía encontrar el Anillo antes que su hacedor, y tú, por tanto, debías transportarlo. Y podría haber añadido: y yo debía haberos guiado a ambos a este fin.
Para lograrlo utilicé en mi vigilia sólo los medios que me estaban permitidos, haciendo lo que me era posible de acuerdo con las razones que tenía. Pero lo que yo sabía en mi corazón, o lo que sabía antes de pisar estas costas grises, eso era otra cuestión. Era yo Olórin en el Oeste que nadie recuerda, y sólo con los que allí se encuentran hablaré más claramente.
A dice en cambio «y sólo con los que allí se encuentran (o, quizá, con los que allí vuelvan conmigo) hablaré más claramente».
Entonces, dije: —Ahora lo comprendo mejor, Gandalf. Aunque supongo que destinado o no, Bilbo podría haberse negado a abandonar su patria, y también yo. Usted no podía obligarnos. Ni siquiera se le permitió que lo intentara. Pero siento todavía curiosidad por saber por qué hizo lo que hizo, siendo como era entonces, y como parecía, un viejo canoso.
Entonces Gandalf les explicó que en aquel tiempo nunca había estado seguro de cuál sería el primer movimiento de Sauron, y les habló de su temor por Lórien y Rivendel. En esta versión, después de decir que asestar un golpe directo contra Sauron era una cuestión más importante que la de Smaug, proseguía:
—Por esta razón, para dar un salto adelante, es por lo que partí, no bien la expedición contra Smaug estuvo ya en marcha, y persuadí al Concilio de que atacáramos Dol Guldur antes de que él atacara Lórien. Así lo hicimos, y Sauron huyó. Pero siempre se nos adelantaba en sus planes. He de confesar que realmente creí que se había retirado, y que quizá tuviéramos otro período de paz vigilada. Pero no duró mucho tiempo. Sauron decidió que le tocaba dar el paso siguiente. Volvió en seguida a Mordor, y en diez años proclamó sus intenciones.
Entonces todo se oscureció. Y, sin embargo, ése no era su plan original; y en última instancia resultó un error. La resistencia tenía todavía dónde deliberar fuera del alcance de la Sombra. ¿Cómo podría haber escapado el Portador del Anillo si no hubiera habido Lórien o Rivendel? Y esos sitios habrían caído, pienso, si Sauron hubiera volcado primero todo su poder contra ellos en lugar de consumir más de la mitad de sus fuerzas contra Gondor.
Bien, pues así fue. Esa era mi razón principal. Pero una cosa es ver lo que es necesario hacer, y otra muy distinta, encontrar el medio. Empezaba a preocuparme seriamente la situación en el Norte cuando un día me encontré con Thorin Escudo de Roble: a mediados de marzo de 2941, creo. Escuché toda su historia y pensé: Pues bien, ¡éste sí que es un enemigo de Smaug! Y es digno de recibir ayuda. He de hacer lo que pueda. Debí haber pensado antes en los Enanos.
Y además estaba el pueblo de la Comarca. Empecé a consagrarle un sitio cálido en mi corazón en el Largo Invierno, que ninguno de vosotros puede recordar.
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Lo pasaron muy mal entonces. Fue uno de los más grandes aprietos en que nunca se encontraron: morían de frío y de hambre en el terrible período de escasez que siguió al invierno. Pero fue ésa una ocasión excepcional para comprobar su coraje y su mutua compasión. Fue por su solidaridad tanto como por su firme y resignado coraje por lo que sobrevivieron. Yo quería que siguieran sobreviviendo. Pero veía que a las Tierras del Oeste les aguardaba tarde o temprano otra muy dura temporada, aunque de una especie del todo distinta: la guerra implacable. Para salir con buen fin de ella, les era preciso contar con algo más que lo que ahora tenían. No era fácil decir qué. Bien, quizá les fuera preciso saber algo más, comprender algo más claramente lo que los aguardaba y la situación en que se encontraban.Habían empezado a olvidar: a olvidar sus propios orígenes y le-yendas, a olvidar lo poco que sabían de la grandeza del mundo. La memoria de lo elevado y lo peligroso no había desaparecido todavía, pero había empezado a quedar sepultada. Pero no es posible enseñar eso de prisa a todo el mundo. No había tiempo. Y de cualquier manera, es necesario empezar en algún punto con alguien. Me atrevo a afirmar que estaba "elegido", y yo sólo era el elegido para elegirlo; lo cierto es que escogí a Bilbo.
—Pues eso es precisamente lo que me interesa saber —dijo Peregrin— ¿Por qué lo hizo?
—¿Cómo seleccionaría a un Hobbit para un fin semejante? —respondió Gandalf—. No tenía tiempo de examinarlos a todos; pero conocía la Comarca bastante bien por entonces, aunque cuando encontré a Thorin había estado ausente de ella más de veinte años, dedicado a menos placenteros asuntos. De modo que, naturalmente, al pensar en los Hobbits que conocía, me dije: «Quiero una pizca de los Tuk (sólo una pizca, Señor Peregrin) y quiero un buen cimiento de una especie más sólida, un Bolsón, quizá». Eso señalaba sin vacilaciones a Bilbo. Lo había conocido antes muy bien, cuando había llegado casi a la mayoría de edad, mejor que lo que él me conocía a mí. Me gustaba entonces. Y comprobaba ahora que «carecía de compromisos» que le impidieran emprender nuevas acciones; esto, por supuesto, no lo supe hasta llegar a la Comarca. Me enteré de que no se había casado. Me pareció extraño, aunque adiviné el motivo; y el motivo que adiviné no era el que la mayor parte de los Hobbits me dieron: que había quedado a edad temprana en buena situación y enteramente dueño de sí. No, adiviné que quería permanecer «libre de compromisos» por alguna razón profunda que él mismo no comprendía, o que no reconocía porque lo alarmaba. No obstante, quería estar libre para partir cuando la oportunidad le llegara o hubiera acumulado el coraje suficiente. Recordaba cómo me importunaba con preguntas, cuando era un jovenzuelo, acerca de los Hobbits que ocasionalmente «se habían disparado», como se decía en la Comarca. Por lo menos, dos de sus tíos de la rama Tuk lo habían hecho.