Read Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media Online
Authors: J.R.R. Tolkien
Tags: #Fantasía
No mucho después, como Beleg había temido, los Orcos atravesaron el Brithiach, y resistidos con todas las fuerzas de que pudo disponer Handir de Brethil, se encaminaron hacia el sur por los Cruces del Teiglin en busca de botín. Muchos de los Hombres de los Bosques habían seguido el consejo de Beleg y habían enviado a sus mujeres y a sus hijos a pedir refugio en Brethil. Éstos y sus escoltas escaparon atravesando a tiempo los Cruces; pero los hombres armados que iban detrás fueron alcanzados por los Orcos y cayeron derrotados. Unos pocos se abrieron camino luchando, y llegaron a Brethil, pero muchos fueron muertos o hechos prisioneros; y los Orcos asaltaron las casas y las saquearon y las incendiaron. Después se volvieron hacia el oeste en busca del Camino, porque deseaban ahora regresar al Norte tan pronto como pudieran junto con los cautivos y el botín.
Pero los exploradores de los proscritos no tardaron en enterarse de la presencia de Beleg; y aunque poco se cuidaban de los cautivos, codiciaban el botín tomado a los Hombres de los Bosques. A Túrin le parecía peligroso manifestarse a los Orcos en tanto no supiesen cuántos eran; pero los proscritos no le hicieron caso, porque tenían necesidad de muchas cosas en tierras desiertas, y algunos empezaban a lamentar que estuviera al mando. Por tanto, escogiendo a un tal Orleg como único compañero, Túrin fue a espiar a los Orcos; y dejando el mando de la banda a Andróg, le encomendó que se mantuviera cerca y bien escondido.
Ahora bien, la hueste de los Orcos era mucho más numerosa que la banda de los proscritos, pero se encontraban en tierras que muy pocas veces habían osado invadir, y sabían también que más allá del camino estaba la Talath Dirnen, la Planicie Guardada, en la que vigilaban los exploradores y los espías de Nargothrond; y presintiendo el peligro, avanzaban con precaución, y los exploradores se deslizaban de árbol en árbol, a ambos lados de las líneas de la frontera. Así fue que Túrin y Orleg fueron descubiertos, porque tres exploradores tropezaron con ellos mientras yacían escondidos; y aunque mataron a dos, el tercero escapó gritando: —
¡Golug! ¡Golug!
—Ahora bien, ése era el nombre con que designaban a los Noldor. Inmediatamente el bosque se llenó de Orcos que se adelantaban en silencio y lo registraban a todo lo largo y todo lo ancho. Entonces Túrin, viendo que había pocas esperanzas de escapar, pensó cuando menos en engañarlos y alejarlos del escondite de sus hombres; y dándose cuenta por el grito de
¡Golug!
que tenían miedo de los espías de Nargothrond, huyó con Orleg hacia el oeste. No tardaron en perseguirlos, y por más que giraron y esquivaron al fin tuvieron que salir del bosque; y allí los Orcos los vieron, y cuando trataban de cruzar el Camino, Orleg fue alcanzado por muchas flechas. Pero a Túrin lo salvó la malla élfica y consiguió escapar, y por su rapidez y habilidad eludió a sus enemigos internándose en tierras lejanas y extrañas. Entonces los Orcos, temiendo que los Elfos de Nargothrond no fuesen advertidos, dieron muerte a los cautivos y se dirigieron rápidamente al Norte.
Ahora bien, cuando tres días hubieron transcurrido, y Túrin y Orleg no regresaban, algunos de los proscritos quisieron abandonar la caverna en la que se escondían; pero Andróg se opuso. Y mientras estaban en medio de este debate, de pronto una figura gris se irguió ante ellos. Beleg los había encontrado por fin. Avanzó sin arma alguna en las manos y mostrando las palmas; pero ellos dieron un salto de miedo, y Andróg, acercándosele por detrás, le echó un lazo corredizo y tiró de él amarrándole fuertemente los brazos.
—Si no queréis huéspedes, tendríais que mantener una mejor vigilancia —dijo Beleg—. ¿Por qué me dais esta bienvenida? Vengo como amigo y sólo busco a un amigo. Sé que lo llamáis Neithan.
—No se encuentra aquí —dijo Ulrad—, pero a menos que nos espíes desde hace tiempo, ¿cómo sabes su nombre?
—Esta es la sombra que nos viene siguiendo los pasos —dijo Andróg—. Ahora quizá nos enteremos de sus verdaderos propósitos. —Y ordenó que ataran a Beleg a un árbol junto a la caverna; y cuando estuvo bien amarrado de manos y de pies, lo interrogaron. Pero a todas sus preguntas Beleg daba sólo una respuesta:— He sido amigo de este Neithan desde que por primera vez lo encontré en los bosques, y no era entonces más que un niño. Sólo lo busco por cariño y para darle buenas nuevas.
—Matémosle y librémonos del espía —dijo Andróg, colérico, y miró con codicia el arco de Beleg, porque él mismo era un arquero. Pero otros menos duros de corazón hablaron contra él, y Algund le dijo:— El capitán todavía puede volver, y te arrepentirás si se entera de que le has robado un amigo junto con buenas nuevas.
—No doy crédito a las palabras de este Elfo —dijo Andróg—. Es un espía del Rey de Doriath. Pero si tiene en verdad nuevas, que nos las diga; y juzgaremos si ellas justifican que lo dejemos vivir.
—Esperaré a vuestro capitán —dijo Beleg.
—Te quedarás ahí hasta que hables —le dijo Andróg.
Entonces, a instancias de Andróg, dejaron a Beleg atado al árbol sin alimentos ni agua; y se sentaron cerca comiendo y bebiendo; pero él ya no les habló más. Cuando dos días y dos no-ches hubieron pasado de este modo, sintieron enfado y temor, y estaban ansiosos por partir; y la mayoría estaba ahora dispuesta a dar muerte al Elfo. Así que avanzó la noche, se reunieron a su alrededor, y Ulrad trajo un tizón del pequeño fuego que ardía junto a la boca de la caverna. Pero en ese mismo momento regresó Túrin. Llegando en silencio, como era su costumbre, se detuvo en las sombras más allá del anillo de hombres, y vio la cara macilenta de Beleg a la luz del tizón.
Entonces se sintió como herido por una flecha, y como el súbito descongelamiento de la escarcha, lágrimas por mucho tiempo retenidas le llenaron los ojos. Dio un salto y se acercó corriendo al árbol.
—¡Beleg, Beleg! —gritó—. ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Y por qué te encuentras de ese modo?
Sin demora cortó las ligaduras de su amigo y Beleg cayó hacia adelante en sus brazos.
Cuando Túrin hubo escuchado todo lo que los hombres estuvieron dispuestos a decir, sintió enfado y pena; pero en un principio sólo prestó atención a Beleg. Mientras lo atendía con toda la habilidad de que era capaz, pensó en la vida que llevaba en el bosque, y su enfado se volvió contra él mismo. Porque muchos forasteros habían muerto cuando se los sorprendía cerca de la guarida de los proscritos, o habían sido asaltados por ellos, y él no lo había impedido; y a menudo él mismo había hablado mal del Rey Thingol y de los Elfos Grises, de modo que tenía que compartir la culpa si se los trataba como a enemigos. Entonces con amargura se volvió a los hombres. —Fuisteis crueles —dijo—, y lo fuisteis sin necesidad. Nunca hasta ahora hemos dado tormento a un prisionero; pero a tal obra de Orco nos ha llevado la vida que arrastramos. Sin ley y sin fruto han sido todos nuestros hechos; sólo a nosotros nos han servido y han puesto odio en nuestros corazones.
Pero Andróg dijo: —¿A quién hemos de servir sino a nosotros mismos? ¿A quién hemos de amar cuando todos nos odian?
—Cuando menos mis manos no se levantarán otra vez contra Elfos u Hombres —dijo Túrin—. Angband ya tiene bastantes sirvientes. Si otros no hacen este voto conmigo, partiré solo.
Entonces Beleg abrió los ojos y levantó la cabeza.
—Solo no —dijo—. Ahora por fin puedo comunicarte las nuevas que te traigo. No eres un proscrito, y Neithan no es nombre que te cuadre. La falta que se vio en ti está perdonada. Un año has sido buscado para devolverte el honor y al servicio del rey. Durante demasiado tiempo se ha echado de menos el Yelmo del Dragón.
Pero Túrin no dio muestras de alegría al escuchar las nuevas, y se quedó sentado largo tiempo en silencio; porque al escuchar las palabras de Beleg una sombra había caído otra vez sobre él. —Dejemos que transcurra esta noche —dijo por fin—. Luego decidiré. Sea como fuere, hemos de abandonar mañana esta guarida; porque no todos los que nos siguen nos desean el bien.
—No, ninguno —dijo Andróg, y echó a Beleg una mirada torcida.
A la mañana, Beleg, que se había curado pronto de las heridas como sucedía a los Elfos de antaño, habló aparte con Túrin.
—Esperaba más alegría de mis nuevas —dijo—. ¿Volverás sin duda a Doriath? —Y rogó a Túrin que lo hiciera; pero cuanto más insistía, más se oponía Túrin. No obstante interrogó a Beleg con detalle acerca de la sentencia de Thingol. Entonces Beleg le dijo todo lo que sabía y por fin Túrin dijo: —entonces Mablung demostró que era mi amigo, como lo pareció una vez.
—Amigo de la verdad, sobre todo —dijo Beleg—, y eso fue lo mejor al fin y al cabo. Pero ¿por qué, Túrin, no le dijiste que Saeros te había atacado? Muy diferentes habrían sido las cosas entonces. Y —dijo mirando a los hombres que yacían tendidos frente a la caverna— mantendrías el yelmo todavía en alto, y no habrías caído en esto.
—Es posible, si lo llamas caída —dijo Túrin—. Puede ser. Pero así sucedió todo; y las palabras se me trabaron en la garganta. Me miraba con aire de reprobación, sin hacerme preguntas, por un hecho que yo no había cometido. Mi corazón de Hombre era orgulloso, como lo dijo el rey Elfo. Y todavía lo es, Beleg Cúthalion. No soporto la idea de regresar a Menegroth y ser mirado con piedad y perdón como un niño descarriado que ha vuelto a la buena senda. Yo tendría que conceder el perdón, en lugar de recibirlo. Y no soy ya un niño, sino un hombre, según ocurre con mi especie; y un hombre endurecido por el destino.
Entonces Beleg se sintió perturbado.
—¿Qué harás entonces? —preguntó.
—Ir en libertad —dijo Túrin—, como me deseó Mablung al despedirnos. La gracia de Thingol no se extenderá hasta abarcar a los compañeros de mi caída; pero no me separaré de ellos ahora, si ellos no quieren separarse de mí. Les amo a mi manera, aun a los peores de entre ellos, un poco. Son de mi propia especie, y en cada uno de ellos hay un cierto bien que podría fructificar. Creo que se quedarán conmigo.
—Ves con ojos diferentes de los míos —dijo Beleg—. Si tratas de separarlos del mal, te abandonarán. Dudo de ellos, de uno sobre todo.
—¿Cómo ha de juzgar un Elfo a los Hombres? —dijo Túrin.
—Como juzga todos los hechos, no importa quien los ejecute —respondió Beleg, pero ya no dijo más, y no habló de la malicia de Andróg, principal responsable del maltrato a que había sido sometido; pues al advertir el estado de ánimo de Túrin temió que no le creyera y dañar así la vieja amistad que había entre ellos, empujándolo a recaer en malas acciones.
—Ir en libertad, Túrin, mi amigo —dijo—, ¿qué quiere decir?
—Conduciré a mis propios hombres y haré la guerra a mi propio modo —respondió Túrin—. Pero en esto, cuando menos, ha cambiado mi corazón: me arrepiento de todos los golpes que hemos dado, salvo los asestados contra el Enemigo de los Hombres y de los Elfos. Y, sobre todo, querría tenerte junto a mí. ¡Quédate conmigo!
—Si me quedara contigo, el amor sería mi guía, no el tino —dijo Beleg—. El corazón me advierte que deberíamos volver a Doriath.
—No obstante, no iré allí —dijo Túrin.
Entonces Beleg intentó una vez más persuadirlo a que volviera a ponerse al servicio del Rey Thingol, diciendo que había una gran necesidad de fuerza y valor en las fronteras septentrionales de Doriath, y le habló de las nuevas incursiones de los Orcos, que descendían a Dimbar desde Taur-nu-Fuin por el Paso de Anach. Pero de nada sirvieron sus palabras, y por fin dijo: —Te has llamado a ti mismo un hombre endurecido, Túrin. Eres duro en verdad, y terco. A mí me toca ahora. Si quieres en verdad tener al Arco Firme junto a ti, búscame en Dimbar; porque allí estaré.
Entonces Túrin se quedó sentado en silencio y luchó con su orgullo, que no le permitía volver; y meditó en los años que habían quedado atrás. Pero saliendo de pronto de sus pensamientos dijo a Beleg:
—La doncella Elfo a la que te referiste: le estoy en deuda por su oportuno testimonio; sin embargo, no la recuerdo. ¿Por qué vigilaba mis idas y venidas?
Entonces Beleg lo miró de un modo extraño.
—¡Por qué, en verdad! —dijo—. Túrin, ¿has vivido siempre con tu corazón y la mitad de la mente ausentes? Andabas con Nellas por los bosques de Doriath cuando eras un niño.
—Eso fue hace mucho —dijo Túrin—. O así de distante me parece mi infancia ahora, y una neblina envuelve todo, salvo el recuerdo de la casa de mi padre en Dor-Lómin. Pero ¿por qué habría yo andado con una doncella Elfo?
—Para aprender lo que ella pudiera enseñarte, quizá —dijo Beleg—. ¡Ay, hijo de los Hombres, hay otras penas en la Tierra Media que las tuyas, y hay heridas que no abren las armas! En verdad, empiezo a pensar que los Elfos y los Hombres no deberían conocerse ni mezclarse.
Túrin no dijo nada, pero miró largo tiempo la cara de Beleg como si quisiera leer el enigma de sus palabras. Pero Nellas de Doriath no volvió a verlo, y la sombra de Túrin para siempre se alejó.
[12]
D
espués de la partida de Beleg (en el segundo verano después de huir Túrin de Doriath)
[13]
, no les fue bien a los proscritos. Hubo lluvias fuera de estación, y los Orcos, en números más crecidos que nunca, venían desde el Norte y a lo largo del viejo Camino del Sur por sobre el Teiglin, e infestaban todos los bosques sobre las fronteras occidentales de Doriath. No había para ellos seguridad ni descanso, y la banda de Túrin era más veces perseguida que perseguidora.