Read Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media Online
Authors: J.R.R. Tolkien
Tags: #Fantasía
Por la mañana, cuando Túrin se disponía a abandonar Menegroth para volver a las fronteras septentrionales, Saeros lo abordó corriendo tras él, esgrimiendo una espada y con un escudo en el brazo. Pero Túrin, alerta, entrenado en la vida de las tierras salvajes, lo vio con el rabillo del ojo, y saltando a un lado, desenvainó con prontitud y se volvió hacia su enemigo.
—¡Morwen —gritó—, quien se haya burlado de ti pagará su escarnio! —Y hendió el escudo de Saeros y entonces lucharon juntos con rápidas espadas. Pero Túrin había pasado largo tiempo en dura escuela, y se había vuelto tan ágil como cualquier Elfo, pero más fuerte. Pronto dominó el lance, e hiriendo el brazo con que Saeros sostenía la espada, lo tuvo a su merced. Entonces puso el pie sobre la espada que Saeros había dejado caer. —Saeros —dijo—, tienes una larga carrera por delante, y tus ropas serán un estorbo; el pelo te bastará. —Y arrojándolo por tierra, lo desnudó, y Saeros sintió la gran fuerza de Túrin, y tuvo miedo. Pero Túrin dejó que se pusiera en pie: —¡Corre! —le gritó— ¡Corre! Y a no ser que seas tan veloz como el ciervo, te ensartaré por detrás. —Y Saeros corrió internándose en el bosque, pidiendo frenéticamente socorro; pero Túrin lo perseguía como un sabueso, y como quiera que Saeros corriera o girara, tenía siempre la espada detrás de él, urgiéndolo a seguir adelante.
Los gritos de Saeros atrajeron a muchos otros a la cacería, pero sólo los más rápidos de entre ellos podían mantenerse a la par de los corredores. Mablung era quien iba adelante, y tenía la mente turbada, porque aunque la provocación le había parecido mal, «malicia que despierta a la mañana, es regocijo para Morgoth antes que caiga la tarde»; y se tenía además por ofensa avergonzar a nadie del pueblo de los Elfos sin que el asunto fuera sometido a juicio. Nadie sabía todavía entonces que Saeros había sido el primero en atacar a Túrin y que lo habría matado de haberle sido posible.
—¡Detente, detente, Túrin! —gritó—. Ésta es acción de Orcos en los bosques! —Pero Túrin le contestó:— ¡Acción de Orcos en los bosques por palabras de Orcos en la sala! —Y corrió otra vez en pos de Saeros; y éste, desesperando de recibir ayuda y creyendo que la muerte lo seguía de cerca por detrás, continuó corriendo hasta que llegó de pronto a la orilla donde una corriente que alimentaba al Esgalduin fluía a través de unas rocas afiladas por una hendidura demasiado ancha para atravesarla de un salto. Allí Saeros, empujado por un gran temor, intentó saltar; pero el pie le resbaló en la orilla opuesta y cayó lanzando un grito penetrante, y se estrelló contra una gran piedra que había en el agua. Así terminó su vida en Doriath; y Mandos lo retendría durante mucho tiempo.
Túrin miró el cuerpo que yacía en la corriente y pensó: —¡Desdichado necio! Desde aquí lo habría dejado volver andando a Menegroth. Ha puesto ahora sobre mí una culpa inmerecida. —Y se volvió y miró sombrío a Mablung y sus compañeros que ahora llegaban y se detenían junto a él en la orilla. Luego, al cabo de un silencio, Mablung dijo:— ¡Ay! Pero vuelve ahora con nosotros, Túrin, que el Rey ha de juzgar estos hechos.
Pero Túrin dijo: —Si el Rey fuera justo, me juzgaría inocente. Pero, ¿no era éste uno de sus consejeros? ¿Por qué un rey justo habría de tener por amigo un corazón malicioso? Abjuro de su Ley y de su juicio.
—Tus palabras son insensatas —dijo Mablung, aunque en su corazón sentía piedad por Túrin—. No querrás ocultarte en los bosques. Te ruego que nos acompañes de regreso, como amigo. Y habrá otros testimonios. Cuando el Rey sepa la verdad, puedes esperar su perdón.
Pero Túrin estaba cansado de las estancias de los Elfos y temía ser retenido en cautiverio; y le dijo a Mablung: —Me niego a lo que me pides. No he de buscar el perdón de Thingol por nada; e iré ahora donde su justicia no pueda alcanzarme. No tienes sino dos opciones: dejarme ir en libertad o matarme, si eso conviene a tu ley. Porque sois muy pocos para atraparme vivo.
Vieron en sus ojos que lo que decía era verdad, y lo dejaron partir; y Mablung dijo: —Una muerte ya es bastante.
—Yo no la quise, pero no guardo duelo por ella —dijo Túrin—. Que Mandos le haga justicia; y si alguna vez vuelve a las tierras de los vivos, ojalá tenga más tino. ¡Adiós!
—Vete en libertad —dijo Mablung—, pues tal es tu deseo. Pero no tengo esperanzas de nada bueno si te vas de este modo. Tienes una sombra en el corazón. Que no se haya oscurecido todavía más cuando volvamos a vernos.
No contestó Túrin a eso, sino que los dejó y se fue de prisa nadie supo a dónde.
Se dice que cuando Túrin no regresó a las fronteras septentrionales de Doriath, y no se tenía de él noticia alguna, Beleg Arco Firme fue él mismo a Menegroth a buscarlo; y con pesadumbre en el corazón escuchó la historia de la huida de Túrin. Poco después Thingol y Melian volvieron a sus estancias, porque ya menguaba el verano; y cuando el Rey se enteró de lo que había sucedido, se sentó en su gran trono en la sala de Menegroth y a su alrededor estaban todos los señores y los consejeros de Doriath.
Entonces todo se investigó y se dijo, hasta las palabras de despedida de Túrin; y por último Thingol suspiró y dijo: —¡Ay! ¿Cómo se ha infiltrado esta sombra en mi reino? Tenía a Saeros por fiel y prudente; pero si viviera conocería mi cólera, pues fue maligna su provocación, y lo culpo de todo lo que sucedió en la sala. En esto tiene Túrin mi perdón. Pero haber avergonzado a Saeros y haberlo perseguido hasta su muerte son males mayores que la ofensa, y estos hechos no puedo pasarlos por alto. Son señal de un corazón duro y orgulloso. —Entonces Thingol guardó silencio, pero por fin volvió a hablar con tristeza. No hay gratitud en éste, mi hijo adoptivo, y es Hombre en exceso orgulloso para su condición .¿Cómo he de albergar a alguien que me desprecia y desprecia a mi ley, o perdonar a quien no se arrepiente? Por tanto, he de desterrar a Túrin, hijo de Húrin, del reino de Doriath. Si intenta volver, me será traído para que lo juzgue; y hasta que no pida perdón a mis pies, no será ya hijo mío. Si alguien considera esto injusto, que hable.
Hubo silencio en la sala, y Thingol levantó la mano para pronunciar su sentencia. Pero en ese momento Beleg entró de prisa y gritó: —¡Señor! ¿Puedo hablar?
—Llegas tarde —dijo Thingol—. ¿No fuiste invitado con los demás?
—Es cierto, señor —respondió Beleg—, pero me retrasé; buscaba a alguien que conocía. Traigo ahora por fin un testigo que debe ser escuchado antes que dictéis vuestra sentencia.
—Todos los que tenían algo que decir fueron convocados —dijo el Rey—. ¿Qué puede decir él ahora que tenga más peso?
—Vos juzgaréis cuando lo hayáis oído —dijo Beleg—. Concededme esto, si he merecido alguna vez vuestra gracia.
—Te está concedido —dijo Thingol.
Entonces Beleg salió, y trajo de la mano a la doncella Nellas, que vivía en los bosques y jamás iba a Menegroth; y ella tenía miedo, tanto de la gran sala con columnas como del techo de piedra, y también de los muchos ojos que la miraban. Y cuando Thingol le pidió que hablase, dijo: —Señor, estaba yo sentada en un árbol —pero luego vaciló en respetuoso temor ante el Rey, y no le fue posible decir nada más.
Se sonrió el Rey entonces y dijo: —Otros han hecho lo mismo, pero no sintieron necesidad de venir a decírmelo.
—Otros lo han hecho en verdad —dijo ella, animada por la sonrisa—. ¡Aun Lúthien! En ella estaba pensando esa mañana, y en Beren, el Hombre.
A eso Thingol no contestó y no siguió sonriendo, sino que esperó a que Nellas continuara hablando.
—Porque Túrin me recordó a Beren —dijo por fin—. Son parientes, según se me ha dicho, y algunos pueden ver este parentesco: los que miran de cerca.
Entonces Thingol se impacientó. —Es posible que así sea —dijo—. Pero Túrin, hijo de Húrin, se ha ido menospreciando el respeto que me debe, y ya no lo verás para leer en él el parentesco. Porque ahora pronunciaré mi sentencia.
—¡Señor Rey! —exclamó ella entonces—. Tened paciencia conmigo y dejadme hablar primero. Estaba sentada en un árbol para ver partir a Túrin; y vi a Saeros salir del bosque con espada y escudo y saltar sobre Túrin que estaba desprevenido.
Hubo entonces un murmullo en la sala; y el Rey levantó la mano diciendo: —Traes a mis oídos nuevas más graves que lo que parecía probable. Presta atención ahora a todo lo que dices; porque ésta es una corte de justicia.
—Así me lo ha dicho Beleg —respondió ella—, y sólo por eso me he atrevido a venir aquí, para que Túrin no fuera juzgado mal. Es valiente, pero también piadoso. Lucharon, señor, esos dos, hasta que Túrin despojó a Saeros de espada y escudo; pero no lo mató. Por tanto, no creo que quisiera finalmente su muerte. Si Saeros fue sometido a la vergüenza, era una vergüenza que se había ganado.
—A mí me corresponde juzgar —dijo Thingol—. Pero lo que has dicho gobernará mi juicio. —Entonces interrogó a Nellas con detalle; y por fin se volvió a Mablung diciendo: —Me extraña que Túrin no te haya dicho nada de esto.
—Pues no lo hizo —dijo Mablung—. Y si hubiera hablado de ello, otras habrían sido mis palabras de despedida.
—Y otra será mi sentencia ahora —dijo Thingol—. ¡Escuchadme! La falta que pudo haber en Túrin la perdono, pues ha sido ofendido y provocado. Y dado que fue en verdad, como él lo dijo, uno de los miembros de mi consejo el que lo maltrató, no ha de buscar él este perdón, sino que yo se lo enviaré dondequiera pueda encontrárselo; y lo traeré de nuevo con honores a mis estancias.
Pero cuando esta sentencia fue pronunciada, Nellas de pronto se echó a llorar. —¿Dónde podrá encontrárselo? —dijo—. Ha abandonado nuestra tierra y el mundo es vasto.
—Será buscado —dijo Thingol. Entonces se puso en pie, y Beleg se llevó a Nellas de Menegroth; y le dijo—: No llores; porque si Túrin vive todavía y anda por las tierras salvajes, lo encontraré aunque fracasen todos los demás.
Al día siguiente Beleg fue ante Thingol y Melian y el Rey le dijo: —Aconséjame, Beleg; porque estoy apenado. Recibí al hijo de Húrin como hijo propio, y así ha de seguir siendo, a no ser que el mismo Húrin vuelva de las sombras a reclamar lo suyo. No quiero que nadie diga que Túrin fuera echado con injusticia al desierto y de buen grado lo recibiría de nuevo; porque lo quise bien.
Y Beleg respondió: —Buscaré a Túrin hasta que lo encuentre, y lo traeré de nuevo si puedo; porque también yo lo quiero. —Luego partió y a través de Beleriand buscó en vano noticias de Túrin con desdén de múltiples peligros; y pasó ese invierno y también la primavera que lo siguió.
A
quí continúa la historia de Túrin. Éste, creyéndose un proscrito perseguido por el rey, no volvió con Beleg a las fronteras septentrionales de Doriath, sino que partió hacia el oeste, y abandonando en secreto el Reino Guardado, se dirigió a los bosques al sur del Teiglin. Allí, antes de la Nirnaeth, muchos Hombres habían morado en viviendas aisladas; eran en su mayoría del pueblo de Haleth, pero no tenían señor alguno y vivían de la caza y también de la agricultura, criando cerdos con bellotas y despejando terrenos en los bosques, que luego cercaban contra la flora silvestre. Pero la mayor parte había sido por entonces aniquilada o había huido a Brethil, y toda esa región vivía en el temor de los Orcos y los proscritos. Porque en ese tiempo de ruina Hombres sin casa y desesperados, despojos de batallas y derrotas en tierras devastadas, extraviaron la buena senda, y algunos eran Hombres que habían huido al descampado, perseguidos por sus malas acciones. Cazaban y recolectaban los alimentos que podían; pero en invierno, cuando los acosaba el hambre, eran tan temibles como los Lobos, y Gaurwaith, los licántropos, los llamaban aquellos que todavía defendían sus casas. Unos cincuenta de esos Hombres se habían unido en una banda, y erraban en los bosques más allá de las fronteras occidentales de Doriath; y apenas eran menos odiados que los Orcos, porque había entre ellos gente descastada, dura de corazón, que guardaban rencor contra los de su propia especie. El más torvo entre ellos era uno llamado Andróg, que había sido perseguido en Dor-Lómin por haber dado muerte a una mujer; y otros también provenían de esa tierra: el viejo Algund, el de más edad de la banda, que había huido de la Nirnaeth, y Forweg, como se llamada a sí mismo, el capitán de la banda, un hombre de cabellos rubios y ojos brillantes de mirada huidiza, corpulento y audaz, pero muy apartado de las leyes de los Edain y del pueblo de Hador. Se habían vuelto muy cautelosos y ponían exploradores o guardianes a su alrededor, avanzaran o se mantuvieran quietos en un sitio; y de ese modo no tardaron en conocer que Túrin se encontraba en aquellos parajes. Le siguieron el rastro y lo rodearon; y de pronto, al salir a un claro junto a un arroyo, Túrin se encontró dentro de un círculo de hombres con arcos tensos y espadas desenvainadas.