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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Cruzada (25 page)

―Quiero que sea removida hasta la última y más íntima huella ―decía el fornido hombre de cabellos grises situado en el centro―. Dejad que el bosque lo cubra todo como ordené. Este lugar sería más valioso para ellos que toda una flota.

―Señor, los prisioneros... ―objetaba el hombre que yo había reconocido, pero su superior lo interrumpía.

―Representan un peligro demasiado grande. Mátalos, y hazlo sin dilación.

El joven y la mujer intercambiaban una incómoda mirada a espaldas de su superior, cuyo rostro, para mi frustración, seguía escondido.

―¿Hay algún problema, teniente?

El hombre negó con la cabeza.

―No, señor ―dijo y se volvió, pero entonces oí cascos de caballos y una voz que gritaba desde el patio.

―¡Señor, se acercan desde el sur!

El oficial blasfemó y luego la escena se desvaneció abruptamente. Al despertar vi a Ravenna apoyada sobre mí y sentí una angustia terrible en la boca del estómago.

―Ya ha amanecido, debemos partir ―anunció ella.

―¿Llueve todavía?

―Sí, como antes. ¿Has tenido pesadillas?

Me senté con mucho malestar, intentando expulsar de mi atormentada cabeza las imágenes de la sala y la mesa de piedra.

―¿Estabas despierta?

―Yo también tuve. No parecías muy feliz hace unos minutos.

La sala era aún menos acogedora a la luz fría y gris de la mañana que durante la oscuridad de la tarde anterior. Las casas de la ciudad de Tehama debían de haber sido por dentro parecidas a ésa aunque más alegres. Nadie habría habitado un edificio así de no estar sumamente decorado.

―He echado un vistazo ―comentó Ravenna, sentada contra la pared y mirándome con seriedad―. Todas las estancias son como ésta, al menos aquí arriba. Pero no creo que hayan permanecido doscientos años desocupadas.

Sostenía en una mano un pequeño objeto metálico.

―El distintivo de un oficial de rango ―explicó mientras lo acercaba a la reducida luz que entraba por la estrecha ventana cuadrada. Dos líneas onduladas y una medialuna sobre una insignia que alguna vez debió de estar cosida en el cuello del uniforme de un oficial―. No sé a qué graduación pertenece, pero estoy segura de que es de los tiempos de mi abuelo.

A juzgar por las líneas onduladas, seguramente había pertenecido a un oficial naval, y no a uno muy veterano.

―Se le debe de haber caído a alguien, quizá a un fugitivo de las cruzadas ―sugerí, y me acosó una idea―. Creía que la marina de Orethura era pequeña.

―No tanto como se cree, pero no era comparable a las demás ―dijo Ravenna con la mirada fija en el desolado salón―. Quizá mi abuelo utilizase este fuerte con algún fin. De todos modos, ya no tiene importancia. Tendríamos que ponernos en marcha y buscar más comida.

Incluso estando cansada y sucia, el rostro de Ravenna conservaba la intensidad y la inteligencia que la hacían destacar. Era una persona tan complicada... pero tan hermosa.

Ninguno de los dos pronunció palabra y por un segundo nos miramos a los ojos, tomando conciencia de que no éramos dos extraños reunidos por la desgracia. Entonces, con indecisión, me aproximé a ella y le puse la insignia en el pecho de la túnica, ya que sus sencillas ropas de esclava carecían de cuello.

―Gracias ―dijo ella, y se incorporó. Noté en su tono una cierta desazón. ¿Acaso la había ofendido colocándole el distintivo. Sólo los Elementos podían saberlo: su mente funcionaba siguiendo patrones extraños.

Dejamos la sala sin volver la vista atrás, pero me detuve junto a la columnata intentando recordar el sitio exacto en el que había visto a las tres figuras de mi sueño. Un sueño muy singular y muy diferente de las pesadillas, aunque en cierto modo sí lo había sido. Me pregunté entonces quién habría sido el oficial de cabellos grises, aquel que de modo tan casual ordenaba la ejecución de prisioneros desarmados. Para mi sorpresa, no pude recordar sus uniformes, así que bien podían haber sido caballeros cruzados.

Si tan sólo recordara la identidad del hombre de la derecha, el que me había parecido reconocer, descubriría si el episodio había sido un producto de mi imaginación. En realidad, empecé a razonar, no podía ser otra cosa. ¿Cómo habría podido soñar una escena de la que no sabía lo más mínimo y que no había vivido en absoluto? Y, sin embargo, cabía la posibilidad de que me equivocase y que, en efecto, eso hubiese sucedido varios siglos atrás.

―¿Qué estás haciendo? ―preguntó Ravenna.

―Nada, vámonos ―dije mientras la seguía bajo la lluvia bajando la escalera hacia el sombrío patio. Según noté, en aquella planta las puertas eran dos gigantescas losas de piedra montadas sobre surcos. Estaban abiertas y pude observar lo gruesas que eran las losas. ¿Habría habido allí un corral para bestias, con puertas de piedra para impedir que escapasen los elefantes? Pero ¿por qué mantener elefantes en compartimientos mal ventilados?

Me acerqué a la puerta y eché un vistazo al interior, donde sólo había un vestíbulo abovedado y tres pasillos que llevaban aun nivel inferior. Sin duda, esa zona estaría infestada de murciélagos y otros animales, pero no me paré a pensar cuál habría sido su función.

―¿En qué dirección iremos? ―pregunté.

Después de dejar atrás el patio, Ravenna empezó a rodear el edificio.

―Veamos si existe otro portal, y si no es así, daremos la vuelta. No tiene sentido volver sobre nuestro pasos.

Pasamos junto a más edificios, todos de formas diferentes y diseminados sin distribución lógica aparente, en nuestro descenso por el pequeño valle, aunque ninguno era tan grande como el primero. No había otro portal, pero nos las compusimos para trepar por el muro y pasar al otro lado aterrizando sobre unas resistentes plantas trepadoras.

Los frutos de aquel bosque eran pocos y alejados entre sí, pero comimos todo lo que pudimos confirmar que era comestible, proponiéndonos ignorar el sabor. Lo peor, en realidad, fue una fruta de color marrón por completo insípida y desabrida, pero que según dijo Ravenna era la base para un plato muy condimentado que precisaba de algo fresco y blando.

Las horas transcurrieron sin ningún cambio ni la menor señal de persecución, como había sucedido en las últimas jornadas. Odiaba aquella jungla infinita con su tapiz de barro, que empeoraba cada jornada a medida que seguía la tormenta. Detestaba también el modo en que la lluvia repiqueteaba sin pausa sobre mi cabeza y hombros, lo bastante fuerte para resultar perturbador.

Pese a las molestias, la lluvia era lo último que hubiese considerado peligroso. Pero algo sucedió al disponernos a cruzar una amplia corriente, cuyas rápidas aguas habían multiplicado su caudal tras las permanentes precipitaciones de las últimas dos jornadas. Según nos aproximamos a la riada, la lluvia empezó a aflojar. Elevé la mirada al cielo con la leve esperanza de que la tormenta llegase a su fin, pero no noté diferencia alguna en el color de las nubes, sólo una extraña mancha sobre nuestras cabezas. La desestimé considerándola un efecto visual de la luz y el agua sobre mis ojos, y empecé a deslizarme hacia el borde de la corriente, uno o dos pasos por detrás de Ravenna.

La única advertencia fue un repentino cambio de luz mientras intentaba mantener el equilibrio, y luego algo se lanzó sobre mi espalda, empujándome hacia adelante con mucha fuerza. Sorprendido, me desestabilicé. Caí de lleno en el agua y me llevó la corriente. Intenté salir a la superficie, pero al no poder me entró el pánico. ¿Dónde estaba Ravenna? No podía verla, no podía ver nada; sólo sentía en mis oídos el rugido del agua.

Aunque lo busqué con desesperación, totalmente desorientado, no pude encontrar el fondo para incorporarme. La riada sólo me llegaba a la altura de la cintura, de modo que no podía ser tan complicado hacer pie.

Pero ¿dónde estaba el condenado fondo? ¡Por Thetis! ¿Qué estaba sucediendo? Abrí los ojos pero todo cuanto pude ver fue un enloquecido remolino gris. Volví a cerrarlos, pero la sensación de mareo, de ser levantado y revuelto, no cesó.

Traté de formar el vacío en mi mente, pero algo me sacudió y perdí el control. Volví a intentarlo. Estaba dando vuelta tras vuelta en un enorme círculo de agua, totalmente sumergido. Algo terrible estaba sucediendo. ¿Quién empleaba en contra de mí la magia del Agua?

Cada vez me movía con mayor rapidez y creí que me reventaría la cabeza, incapaz de asimilar la velocidad a la que giraba.

Por tercera vez intenté reunir mis dotes mágicas, pero el vacío era demasiado inestable y no podría mantenerme en guardia si perdía la conciencia. Volví a luchar contra el agua que me rodeaba y descubrí que había algo más empujando hacia abajo con extremada fuerza. Cuando ya me parecía que se me desprendería la cabeza del dolor, logré apartar el agua a mi alrededor y me encontré cayendo a través de la lluvia, cayendo junto a alguien más. ¿Cayendo hacia dónde? Ahora no estaba bajo el agua y sin embargo todavía seguía girando. Volví a salir a la lluvia y empecé a retroceder para protegerme, aunque no logré más que ser atrapado de nuevo.

Se produjo entonces un tremendo impacto cuando fui expulsado contra algo mucho más duro que el aire o el agua, lo bastante duro para que desease volver a desmayarme. Mi cabeza parecía arder y puse toda la voluntad en perder la conciencia para que se disipase el dolor.

Pero eso no ocurrió, y durante largos minutos yací incapaz de moverme o de escapar, hasta que por fin el dolor se atenuó y me atreví a abrir los ojos.

Grité el nombre de Ravenna, pero no oí respuesta alguna. No tenía la menor idea de lo lejos que habíamos sido impulsados y me pareció que ella podría estar en cualquier parte. Los enormes árboles seguían en pie, pero las ramas habían sido diezmadas por lo que fuera que nos había atacado. El suelo estaba cubierto de plantas destrozadas.

En el cielo, sobre nosotros, seguía presente aquella ominosa mancha, y miré a mi alrededor con creciente pánico. Si no encontraba a Ravenna esta vez, podía suceder que nunca volviésemos a vernos. Pero tenía que haber caído junto a mí... ¿Dónde estaría?

―¿Cathan?

Respondí y un momento después Ravenna se acercó deslizándose, con un aspecto todavía más lamentable que antes.

Sin que ella tuviese tiempo de decir nada, sentimos un crujido sobre nosotros y uno de los árboles, con sus cincuenta metros de altura, estalló en llamas. Era como una monstruosa estaca, como una antorcha en medio del bosque.

―Están persiguiéndonos, Cathan ―anunció Ravenna perdiendo la calma―. Cathan, están empleando la magia contra nosotros.

―Sólo los Elementos individuales.

―¡No! ―gritó ella―. Están utilizando la Tormenta. ¿No puedes sentirlo? Están intentando hacernos salir a campo abierto, forzarnos a combatir cuerpo a cuerpo contra ellos.

La luz se volvía cada vez más extraña, filtrada por aquel techo ultraterreno en el cielo.

―Tenemos que intentar resistirlos, no pueden seguir manteniendo esta situación para siempre.

Otro haz de relámpagos
atravesó
el agua y encendió un árbol bien alejado. Entonces, un instante después, el negro techo del cielo se desplomó sobre nosotros.

Ravenna se arrojó encima de mí simultáneamente al impacto, y cuando el agua nos engulló sentí que su cuerpo se aflojaba. Si alguna parte de mi mente seguía siendo capaz de pensar de forma racional, ésa fue la que hizo que abrazara a Ravenna con todas mis fuerzas antes de que el torrente volviese a llevarnos y nos perdiésemos en un torbellino de burbujas, en la feroz corriente desatada por aquel poder maléfico que dominaba ahora los cielos de Qalathar.

En esta ocasión sí perdí la conciencia, sólo que fue casi como dormirme, sintiendo apenas el machacante dolor de cabeza a medida que el torbellino nos llevaba a su antojo de aquí para allá.

Cuando por fin volví a abrir los ojos me enfrenté a un bosque despojado al menos de la mitad de su vegetación, que yacía a nuestros pies formando una masa de ramas quebradas a través de la cual se filtraba la lluvia. ¡Por Thetis! ¿Por qué no acababa de una vez esa condenada tormenta y lanzaba su furia contra el océano en lugar de acosarnos a nosotros?

Ravenna parecía seguir entera, aunque su ropa estaba en un estado tan terrible como la mía y mis sandalias, que llevaba puestas entonces, casi le habían sido arrancadas de los pies.

Sus pies. Pensé primero que sería un efecto de la luz producido por las hojas sueltas que lo cubrían todo, pero cuando miré su tobillo con detalle comprendí que tenía inconfundibles marcas de dientes. No eran profundas, sólo lo suficiente para haber dejado una cicatriz, la marca exacta que habría dejado un jaguar al morderla por detrás sin intención de herirla.

Recorrí la mordedura con los dedos para asegurarme de que era real, de que no me la estaba imaginando. Era consciente de que a ella no le gustaría, pero tenía que comprobarlo.

¿Acaso aquel sueño de la última noche habría provenido directamente de su mente? ¿Cómo lo habría logrado? No era una maga mental ni nada parecido...

Pero algunas personas de Tehama sí lo eran. Todos esos terribles sueños no habían sido producto de mi imaginación, conjurando innombrables temores. Había sido Ravenna quien corría a través del bosque, encadenada a la mesa de madera mientras sacaban de su mente los más íntimos secretos. Su propio pueblo, los líderes de la Mancomunidad de Tehama, quienes obviamente aún se aferraban a sus tradiciones democráticas.

Miré con atención a Ravenna, que yacía inconsciente en un montón de despojos vegetales, y me pregunté cómo podía alguien ser tan brutal para herirla siendo ella capaz de tantas cosas. ¿Acaso nadie había intentado jamás obtener su lealtad en lugar de sólo torturarla? Probablemente no, pues, a su manera, también era una fanática.

Era difícil no sentir deseos de protegerla y aún más fácil sentir un profundo odio. Odio por la gente que le había hecho eso, que había forzado su mente para apoderarse de nuestro buque, que era la clave para la comprensión de las tormentas.

Arrastré a Ravenna hacia el sitio protegido más cercano que pude encontrar, bajo un par de enormes ramas y algunos restos de follaje que por lo menos nos resguardarían de lo peor del siguiente diluvio. Allí esperé la inevitable e implacable fuerza del agua.

Cuando llegó, no resultó tan terrible como había temido. La vegetación se comprimió compacta sobre nosotros y una catarata de agua y barro se derramó sobre el fondo de nuestra protección vegetal tan pronto como volví a alzar la cabeza. Con todo, permanecimos donde estábamos.

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