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Authors: Howard Mittelmark & Sandra Newman

Tags: #Ensayo, Humor

Cómo no escribir una novela (22 page)

Y entonces volvió a salirme ese herpes vaginal…

Cuando los personajes intercambian información demasiado íntima

Ella se sentó frente al mostrador y pidió una taza de café. El camarero era guapo, más o menos de su misma edad, y se le veía de natural fogoso. Naturalmente acabaron hablando.

—¿Qué le pasa? —pregunto él—. Su triste mirada me dice que algo la está haciendo sufrir.

—Sí, así es, mi marido no me ha hecho ni caso durante años, por lo que he decidido romper con él y empezar una nueva vida —dijo ella—. Es muy doloroso que te traicione la persona a la que amas. Me pasó lo mismo cuando descubrí que mis padres no eran mis padres de verdad. Esas cosas te destrozan el corazón.

—Oh, las mujeres como usted, que rompen sus matrimonios porque no se sienten amadas, son lo que está llevando América a la ruina —comentó él—. Usted debe ser una mujer muy egoísta.

—Es obvio que usted no entiende nada de las relaciones entre un hombre y una mujer. Seré tolerante con usted, ya veo que se siente amenazado por lo que yo pueda decirle.

—Seguramente usted cree que quiero llevármela a la cama. Bueno, crea lo que quiera. Pero sepa que soy muy exigente a la hora de decidir con quién me acuesto.

—Usted se vendría a la cama conmigo en cuanto yo quisiera —dijo ella—. De hecho, ¿por qué no se pasa por mi hotel más tarde?

—Vale —repuso él—. Pero el problema es que cuando le haya enseñado a usted cómo es un hombre de verdad, probablemente se enamorará de mí y se convertirá en una obsesa de lo más enferma y en una acosadora sexual.

Vale, tu nuevo personaje no sabe nada de tu protagonista y tienes que crear una situación lógica en la que ambos mantengan una conversación. Por consiguiente pisas el acelerador.

Error.

A pesar de que ciertas personas aprecian a los desconocidos porque cada uno de ellos es un amigo en potencia, a nosotros siempre nos han gustado porque no nos van a contar la historia de su vida ni sus pensamientos más profundos. Difícilmente la gente que se sienta a nuestro lado en el autobús nos relatará su desgraciada infancia, la tragedia del alcoholismo rampante de su madre, ni lo de sus callos. Si lo intentan, cambiamos de asiento.

Incluso los amigos más íntimos expresan ciertas ideas y opiniones con el mayor de los cuidados y buenas dosis de diplomacia. Una relación tiene que ser muy larga para que pueda sobrevivir a una sencilla afirmación como: «Tienes mal aliento».

De la misma manera, pese a que una opinión como «yo es que soy muy buen amante» se la hemos oído a mucha gente, de ambos sexos, por lo general sólo se puede decir en broma.

Asimismo, aunque el propósito de un autor sea mostrarnos el carácter de un personaje, pocas veces también es el propósito de ese mismo personaje. Los personajes suelen ser personas, y la gente ofrece un rostro en público que es diferente de su interior. Algunas personas quieren comentar su última y delicadísima intervención quirúrgica con desconocidos a las primeras de cambio; esto se debe a que todos sus amigos y cercanos las rehúyen, y los desconocidos son los únicos con los que pueden hablar. A menos que desees que tu personaje sea un paria, éste debe mostrar las defensas y las inhibiciones normales antes de que revele su yo más profundo a su nuevo amigo/amor/ese desconocido con el que ha quedado atrapada en el ascensor del que, está claro, no saldrán con vida.

Por razones parecidas, los personajes no deben cambiar repentinamente de actitud. No deben, por ejemplo, rendirse de inmediato cuando el protagonista demuestra que su visión del mundo es absolutamente idiota. Aunque podemos reconocer de vez en cuando que estamos equivocados, o lamentar una postura que hayamos tomado («¡No me interesa el dinero! ¡Yo escribo por amor al arte!»), la necesidad de salvar las formas obliga a que pase un tiempo. Debe explicarse el camino que se ha seguido para ese cambio de mentalidad, antes de que admitamos que hemos cambiado de opinión.

Esos extranjeros tan difíciles

Cuando el autor hace hablar a un extranjero y no lo consigue

—Jefe, es very surprising que ese camarón crazy haya saltado la barrier de las especies de manera tan easy —dijo Mogambo Kinthe, el portero ugandés, que estaba estudiando la carrera de biología por las noches—. Y yo también estoy sorpresivo. En cambio I see you muy contento de que yo esté here mientras usted revisa las muestras.

—Yes —dijo el doctor Cruz haciendo un esfuerzo para expresarse en inglés.

—Oiga, boss —dijo Mogambo Kinthe poniéndose colorado—, perdone que yo le pregunte one thing, ¿usted es normal o es maricón?

—Mí no entendel plegunta —terció Fu Mao Chochín, el maligno responsable de que el camarón hubiese saltado la barrera de las especies, irrumpiendo en la habitación—. Pelo de todos modos: «Manos aliba» —añadió apuntándolos con su Wabash 38. Sin embargo, pese a su determinación, la rabia que le producía que se hubiera descubierto su malvado bio-plan le hizo empezar a lanzar imprecaciones en su lengua materna—: ¡Zhou Jiang Jieshi Zedong, Khalajo!

Mogambo Kinthe lo señaló con el dedo y exclamó:

—Ya sabía yo que you were un hijo de mala mother, pedazo hijo de puta.

Es muy difícil hacer que unos personajes hablen mal nuestra lengua sin caer en el ridículo. Con todo, hay ciertos errores que pueden evitarse fácilmente.

Evita que tus personajes hablen perfectamente nuestro idioma hasta que suelten un «monsieur» o «signorina». No salpiques la conversación con palabras en inglés o alemán que hayas cazado por ahí. Por lo general esas palabras son las mismas que un extranjero aprende antes que ninguna.

También suele ser una mala idea tratar de reproducir por escrito el acento o la forma de hablar de una persona que no ha nacido en nuestro país. Un italiano diciendo: «
Io sono un verdadero italiano, un meravilloso italiano, todo amore adentro, ciertamente, un bell machio
», puede ofender a ciertas personas pero no convencerá a nadie.

Cuando se intenta reproducir un acento en el que se cecea, o un dialecto con aspiradas, es importante recordar que con un poco basta. Bajo ninguna circunstancia intente reproducirlo tal cual suena:

—No zé qué cozaz m’eztaz contando, muhé. Déhame en pá.

No importa el buen oído que tengas y cuán perfectamente puedas reproducir esos sonidos Le estarás dando un trabajo extra al lector, pues éste se verá forzado a descifrar esa frase palabra por palabra y pronto perderá la paciencia. En vez de eso un par de palabras bien colocadas aquí y allá serán suficientes para darle ese sabor local.

Una variante especialmente problemática de este tipo de error se da cuando los escritores intentan reproducir la forma de hablar de los analfabetos o los incultos:

—¡Ah, cohonera! ¡Su vai a entera, cuadrilla pasmao!

Recuerda: los ignorantes pueden tener una dicción tan buena como el que más. Como su personaje está hablando, no escribiendo, cualquier error al escribir una palabra que encuentre el lector, lo achacará al autor, no al personaje.

CUARTA PARTE
EL ESTILO: EL PUNTO DE VISTA Y LA VOZ NARRATIVA

¿Y tú cómo lo ves?

La mayoría de las novelas que se ven en los estantes de las librerías y grandes superficies están escritas en tercera persona, con un punto de vista muy cercano al del personaje principal. De este modo tenemos noticia de las cosas que ocurren a medida que él o ella las hace, y sabemos de tribulaciones mientras se desarrolla la historia (
Con un escalofrío de pánico, liberó a Pluto. Ya no había vuelta atrás
). Algunas novelas pueden ofrecer varios puntos de vista. En éstas lo característico es que el autor cambie de punto de vista al inicio de cada nueva escena.

Para conseguir una mayor sensación de inmediatez hay autores de éxito que deciden escribir en primera persona (
Corrí tan rápido como pude escaleras abajo, lejos de aquel gato aparentemente tan inocente
) o cuentan su historia utilizando preferentemente los verbos en presente (
Incómodo, me remuevo bajo la lona. Ese ruido cada vez se oye más cerca. ¿Me habrá encontrado el gato?
). En todos estos casos los autores emplean el monólogo interior para enriquecer su historia, que relatan sobre todo sirviéndose de las acciones de sus personajes.

Un novelista impublicable sabe que a todos esos autores les falta imaginación. Está por encima de esas ridículas convenciones que aprisionarían su obra dentro de los dominios de lo comprensible. Jamás permitirá que ningún editor o corrector fiscalice su trabajo tratándole de dar cierta cohesión.

Por eso, si tu personaje se para a echar gasolina: ¿por qué no hacer que la narración dé un salto directamente a la mente de ese gasolinero mientras éste le llena el depósito a tu protagonista? ¿Que tu héroe ya está de vuelta en la autopista y no pasa nada? ¡No te preocupes! La gente no siempre piensa en grandes cuestiones. ¿Qué tal si tu personaje oye un ruidito en la parte de atrás de la cabina de su camión? Puede darle vueltas a ese ruidito durante 10.000 palabras, como mínimo. ¿Ha oído un ruidito realmente? ¿O es un ruidito que siempre hace el camión y que hasta ahora él no había oído? Es un ruidito muy molesto. Ahí está de nuevo… condenado ruidito.

Sí, éstas son las cosas con las que las personas realmente ocupan su mente. Y como publicar tu libro no figura entre tus planes, tienes toda la libertad creativa del mundo para dedicarte a este meticuloso realismo.

Pero ¿por qué pararse ahí? ¿Sientes curiosidad por saber si hay algo que va mal en ese camión? Bueno, ¿quién puede saberlo mejor que nadie? ¡El propio camión! Veamos qué piensa el camión sobre su dueño, los litros de gasolina que consume y ese Volkswagen tan chulo que lo está siguiendo desde Ohio. Y entonces, con una pirueta propia de un genio, vuelves al punto de vista de tu personaje haciéndole pensar: «Es sorprendente lo mucho que las máquinas se parecen a las personas».

Éste es uno de los miles de ejemplos en los que el punto de vista narrativo puede impedir sin remedio la publicación de un libro. Con sólo un poco de imaginación las posibilidades son infinitas, literalmente hablando: ¿Qué piensa la gasolina, sabiendo como sabe que su inevitable destino es ser consumida? ¿Y es una autoestopista lo que se ve allí delante? Seguro que esa chica aún está luchando con sus traumas infantiles. ¡Vamos a descubrirlo!

Y esto es sólo el principio. A continuación hemos reunido las formas más frecuentes de que una historia tipo «chico conoce chica» se convierta en una novela pesada, intrincada e ininteligible.

11
EL PUNTO DE VISTA NARRATIVO

«¿Soy yo la tercera persona?», me pregunto yo.

Los novelistas impublicables primerizos acaban poco a poco, página a página, echando por tierra la posibilidad de ver publicada su novela. Los auténticos genios de las novelas impublicables, sin embargo, tienen la sabiduría necesaria para salvaguardar su condición de escritor aficionado mediante un golpe maestro: eligiendo un punto de vista narrativo completamente inadecuado para su historia.

Yoísmo total

La novela auto-hagiográfica

Apenas podía entenderlo. Él, James Lumisberg, el hombre que había provocado a tantas mujeres su primer orgasmo —que siempre le decían: «Hasta ahora nadie me había hecho sentir así, tigre»—… ¿cómo podía sucederle eso a él?

Ahora tenía cincuenta años, pero cualquiera diría que tenía cuarenta y pico.

Seguro que esa camarera con la que había hablado mientras le tomaba nota había pensado que tenía treinta y cinco. Seguro. Casi no le quedaba cabello, pero él sabía que para las mujeres eso es un signo de virilidad más que de envejecimiento.

Y lo de sus ochenta kilos de sobrepeso, bueno, eso hacía que las mujeres se sintieran más cómodas con la lujuria que les inspiraba. Hacía veinte años las adolescentes del parque estaban tan confundidas y abrumadas por sus sentimientos que salían corriendo, muchas de ellas obviamente enfadadas consigo mismas por negarse su propia sexualidad. Ahora se las veía mucho menos incómodas, más como esas jóvenes camareras que a duras penas resistían su atractivo sexual. De hecho, él estaba seguro de que alguna de ellas no tardaría en caer.

Y entonces, lo sabía, como todas esas prostitutas que habían tenido un verdadero orgasmo gracias a él, le estarían agradecidas.

Ése había sido el plan. Pero la evidencia era incontestable: le había ocurrido demasiadas veces para seguir negándolo. Era impotente.

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