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Authors: Howard Mittelmark & Sandra Newman

Tags: #Ensayo, Humor

Cómo no escribir una novela (19 page)

Hay ciertos autores cuyos personajes siempre se están tirando pedos alegremente y estornudando ruidosamente, y cuya higiene personal merecería un tratado de microbiología. Todas las escenas se desarrollan con un telón de fondo de montañas de basura podrida trufada de ruidosas ratas, legiones de cucarachas y, claro está, el protagonista. Especialmente desagradable es la escena en que el héroe y su amada parecen estar en un gabinete victoriano de monstruosidades médicas.

Aunque los detalles ordinarios pueden tener su lugar, no deben estar presentes en todas las escenas. Los lectores suelen encontrar estas descripciones repulsivas y acaban abrigando serias sospechas sobre el autor. Escribir un libro de este tipo no es el camino más seguro para conseguir un generoso anticipo de un editor.

Limita las escenas desagradables a esos momentos en que es lógico que los lectores experimenten desagrado. Si la terrible tortura de alguien en un sótano frío y húmedo es repelente, esa escena es perfecta. Si todas tus escenas son repelentes, tu lector emigrará a climas más saludables.

Una nota final: a pesar de lo que aprendiste en el bachillerato, lo ordinario no es divertido. Las bromas con las que os reíais tú y tus amigachos una y otra vez sólo funcionan en el registro cómico.

Ve allí y tráeme aquello

Cuando el autor cree que el lector ya le entiende

Joe se sentía diferente ahora. Era un sentimiento tan abrumador que no podía definirlo. Se sentó en el borde del acantilado y se quedó mirando la vista que tenía debajo. Era perfecta. Todo era perfecto. Las montañas recortadas contra el cielo no se parecían a nada que hubiera visto antes, y la temperatura era la ideal.

Pensó en la semana que había tenido, cuando descubrió que su verdadero padre era Barrington Hewcott, el hombre más rico —y elegante— del mundo. Exhaló un suspiro. Era tan increíble. Cuanto más lo pensaba más increíble le parecía. Barrington era un gran tipo. Por las cosas que decía, pero sobre todo por las cosas que hacía. Tal vez por las cosas que tenía. O tal vez por cómo era.

Ni que decir tiene que también era una buena cosa que Barrington fuera tan generoso. Algunas de las cosas que él le había dado tenían un valor incalculable. De ahora en adelante Joe viviría a lo grande. Quizás ahora encontraría a la mujer que en el fondo deseaba. Una muy maja que realmente fuera su tipo.

Sus pies volvieron sobre sus pasos, pero no sin antes volver a mirar aquel escenario que desafiaba toda descripción. A veces la vida es hermosa.

Está muy bien que el mundo de tu novela se refleje a través de las reacciones de tus personajes, pero lo que nos interesa es ver ese mundo, no sólo las reacciones de tus personajes. Esas reacciones por sí mismas deben describirse vívidamente si aportan algo al lector. «Alucinante» o «genial» en el fondo no dicen nada, tampoco «magnífico» o «impresionante». Decir que algo es «indescriptible» sólo dice que el autor ha fracasado miserablemente al intentar describirlo.

No basta con que a tu personaje un musical de Andrew Lloyd Webber le parezca «increíblemente espectacular». Queremos saber en qué se diferencia ese musical de otros, incluso de anteriores musicales de Andrew Lloyd Webber, que también pueden haber sido «increíblemente espectaculares». ¿Qué había en ese musical que tanto impresionó a tu personaje? ¿Gatos haciendo cabriolas o unos adolescentes con monopatines bailando la conga? Todos esos detalles ayudarán a tu lector a captar lo alucinante, increíble y total de esa experiencia con mucha más claridad que con la palabra «genial». Aunque estos calificativos bien pueden usarse en una descripción, nunca deben emplearse para ahorrarnos una descripción.

10
LOS DIÁLOGOS

—Y entonces Jane, balanceándolo, hizo pivotar con su mano derecha su encantador mechón de largos cabellos de la cabeza —manifestó aquel hombre tan interesante de Michigan.

—Lo que no entiendo es por qué desde hace rato estamos hablando como un par de robots —replicó Judy desconcertantemente.

En un diálogo los lectores tienen un contacto directo con los personajes de la novela. El autor, mediante una convención, les hace hablar directamente. Si sus frases parecen reales, dará la impresión que esos personajes están vivos.

Por consiguiente, si quieres que jamás te publiquen, debes evitar a toda costa escribir diálogos que suenen como las frases de alguien real. Esto no es tan sencillo. No importa cuánto te esfuerces, siempre se te escapara alguna línea de diálogo vívida y creíble. Por eso hemos reunido aquí las mejores técnicas para que te asegures de que tus diálogos sean imposibles.

El hombre que explicitaba

Cuando el autor cree que está por encima de emplear «dijo»

—Se trataba de una noche negra y tormentosa —manifestó él—. Y como estábamos a muchas millas de la costa no teníamos miedo de ninguna criatura marina. ¡Qué errados estábamos! —explicitó.

—Entonces, ¿fue una criatura marina? —inquirió ella—. ¿Cómo es eso posible?

—Sí, se trataba de una criatura marina —declaró él—. Pero una que había mutado de alguna manera para convertirse en una criatura mucho más peligrosa que sus congéneres marinos. Podía moverse en tierra firme —adicionó él—. Se había hecho más grande y mucho más fuerte. Es divertido —cloqueó él—, ahora que lo pienso a nivel de seguridad.

—¿Divertido? —le interrogó ella.

—¡Hilarante! —profirió él.

—¿Estás seguro? —le demandó ella.

—¡Qué poco sabes! —le apostrofó él.

—Si tú lo dices —retrucó ella.

—Es lo último que querría decir pero… —infirió él a modo de conclusión—. ¡Vaya interlocutora estás hecha! —voceó él.

Los autores que publican utilizan la palabra «dijo», o un verbo sencillo, cuando desean indicar que cierto personaje está diciendo algo. Emplear un simple «dijo» es una convención tan firmemente establecida que los lectores apenas si reparan en él. Esto ayuda a que el diálogo parezca real, pues así se consigue que la estructura del diálogo sea invisible.

A muchos autores impublicables, sin embargo, les molesta esa repetición de «dijo», o la ausencia de todo verbo introductor, e intentan mejorar la estructura del diálogo mediante el uso de «verbos de decir» inusitados y poco naturales.

Una variante particularmente memorable de este error se da cuando un autor perpetra frases como:

—¿Tú y cuántos más? —quiso elucidar él mientras blandía su espada.

En vez de una frase como:

—¿Tú y cuántos más? —dijo él blandiendo su espada.

Lo único que se consigue con esto es que el lector desvíe su atención hacia ese verbo no habitual, lo que le recuerda que ahí hay un escritor que se está peleando con el diccionario como un poseso para no escribir «dijo».

Por supuesto que hay excepciones. Se puede escribir «preguntó» para formular preguntas. Y «gritó» cuando un personaje alza mucho la voz, e incluso se puede matizar el tono con que se dicen esas palabras (por ejemplo, «susurró») siempre que el verbo sea natural. Pero «inquirió», «apostrofó» o «explicitó» por lo general malograrán cualquier intento de que esa conversación suene real.

Un narrador cautivante

Cuando el autor le dice al lector lo que debe pensar de lo que ha escrito

—Y se presentó ante nosotros después de romper el cristal de la ventana, con su característico pestazo a pescado —dijo aquel forastero que tan bien hablaba—. No tardamos en estar todos contra la pared, tratando de salvarnos —añadió con un tono de voz ominoso.

—¿Y qué era? ¿Un cliente con mal aliento? —preguntó jocosamente el muchacho.

—No —dijo aquel forastero que sabía envolver a la gente con sus palabras—. No lo era.

—¿Era un pescado? —preguntó inteligentemente una muchacha.

—No, tampoco era un pescado —dijo el forastero poéticamente.

No intentes manipular al lector haciéndole creer que las frases de tus personajes son fascinantes, asombrosas, aterradoras o desternillantes indicándole que lo son. Si un diálogo no es fascinante alardear de que lo es molestará al lector. Incluso cuando tus diálogos se merezcan ese adjetivo decírselo al lector anula su efecto.

Dijo el hombre que acababa de volver de una expedición de tres meses en el Ártico

Cuando el autor carga demasiado el verbo que introduce el diálogo

—Todo lo que dejé tras de mí fue un escenario de destrucción —dijo el forastero que se había escapado por los pelos de que se lo comiera la criatura que estaba sembrando el terror en Cincinnati.

—¿Murió tu hermana? —preguntó el niño empollón al que siempre le había dado miedo el mar y ahora más que nunca.

—Puede que eso fuera lo mejor que le podía ocurrir después de lo que esa criatura le hizo —terció el esbelto y hábil androide con el rostro de rasgos bien definidos.

—Sí… El plácido olvido de la muerte… —dijo Fred con una voz que parecía rememorar la dulce y confiada cara de su joven hermana, a la vez que los horribles gritos que oyó esa noche de agosto cuando su hermanita, bautizada con el nombre de Eglantina pero a la que siempre llamaban Eggy, pasaba a ser una sombra que en nada recordaría a aquella muchacha con tantas ganas de vivir que había sido.

—Por cierto, ¿cómo te llamas? —quiso saber el inquisitivo niño, que respondía al nombre de Bruno.

—Oh, me llamo Fred —respondió Fred, que habitualmente era parco en palabras pero que ahora estaba más locuaz que nunca.

Los diálogos son uno de esos fragmentos de una novela donde las largas explicaciones sobran. Muchos diálogos pueden consistir en dos o tres palabras.

—[SUSTANTIVO Y/O ADJETIVO] —dijo.

Lo cual es mucho mejor que:

—[SUSTANTIVO Y/O ADJETIVO] —exclamó el hombre alto con muchas pecas que progresivamente se había vuelto más tímido y más sobrio por culpa de las constantes críticas de su madre.

Y esto es aplicable tanto si el sujeto de estas oraciones es un hombre o una mujer como un objeto que pueda hablar o reproducir palabras.

En casi todas las circunstancias la única información que se puede añadir cómodamente a una línea de diálogo es una sencilla acción simultánea. Es decir, acciones o pensamientos que puedan darse a la vez —o poco antes o poco después— que el personaje dice su frase.

Incluso una línea de diálogo puede ir seguida de la descripción de una breve acción sin necesidad de introducir «un verbo de decir».

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