Ciudad de los ángeles caídos (19 page)

—Confío en ti —dijo Jocelyn en voz baja.

—En ese caso, no te importará que te acompañe al hospital.

—Clary, no creo que...

—Sé lo que piensas. Piensas que es lo mismo que le pasó a Sebastian... quiero decir, a Jonathan. Piensas que tal vez hay alguien por ahí haciendo a los bebés lo mismo que Valentine le hizo a mi hermano.

A Jocelyn le tembló la voz al replicar:

—Valentine ha muerto. Pero en el Círculo había gente que nunca llegó a ser capturada.

«Y nunca encontraron el cuerpo de Jonathan.» A Clary no le gustaba en absoluto pensar en aquel tema. Además, Isabelle estaba presente y siempre había declarado con firmeza que Jace le había partido la espalda a Jonathan con una daga y que Jonathan había muerto como resultado de ello. Se había metido en el agua para verificarlo, había dicho. No había pulso, ni latidos.

—Mamá —dijo Clary—. Era mi hermano. Tengo derecho a acompañarte.

Jocelyn asintió muy lentamente.

—Tienes razón. Supongo que sí. —Cogió el bolso que tenía colgado en una percha junto a la puerta—. Vamos entonces, y coge el abrigo. Han dicho en la tele que es muy probable que llueva.

Washington Square Park estaba prácticamente desierto a aquellas horas de la mañana. El aire era fresco y limpio, las hojas cubrían el suelo con una mullida alfombra de rojos, dorados y verdes oscuros. Simon las apartó a patadas al pasar por debajo del arco de piedra que daba acceso al extremo sur del parque.

Había poca gente: un par de vagabundos durmiendo en sendos bancos, envueltos en sacos de dormir o mantas raídas, y algunos tipos vestidos con el uniforme verde de los basureros vaciando papeleras. Había también un hombre empujando un carrito, vendiendo donuts, café y
bagels
cortados en rebanadas. Y en medio del parque, al lado de la grandiosa fuente circular, estaba Luke. Llevaba un cortavientos de color verde con cremallera y saludó a Simon con la mano en cuanto lo vio llegar.

Simon le respondió de igual manera, con cierta indecisión. No estaba seguro aún de si había algún problema. La expresión de Luke, que Simon apreció con más detalle a medida que fue acercándose, no hizo más que intensificar su presentimiento. Luke parecía cansado y tremendamente estresado. Miraba a Simon con expresión preocupada.

—Simon —dijo—. Gracias por venir.

—De nada. —Simon no tenía frío, pero igualmente mantuvo las manos hundidas en el fondo de los bolsillos de su chaqueta, sólo por hacer algo con ellas—. ¿Qué es lo que va mal?

—No he dicho que algo vaya mal.

—No me sacarías de la cama en pleno amanecer de no ir algo mal —apuntó Simon—. Si no es cosa de Clary, entonces...

—Ayer, en la tienda de vestidos de novia —dijo Luke— me preguntaste por alguien. Por Camille.

De entre los árboles salió volando una bandada de aves, graznando. Simon recordó entonces una cancioncilla sobre las urracas que su madre solía cantarle. Era para aprender a contar, y decía: «Una para el dolor, dos para la alegría, tres para una boda, cuatro para un nacimiento; cinco para la plata, seis para el oro, siete para un secreto jamás contado».

—Sí —dijo Simon. Ya había perdido la cuenta de cuántas aves había. Siete, creía. Un secreto jamás contado. Fuera el que fuera.

—Estás al corriente de que en el transcurso de la semana pasada han encontrado a varios cazadores de sombras asesinados en la ciudad —dijo Luke—, ¿no?

Simon asintió lentamente. Tenía un mal presentimiento sobre hacia dónde iba el tema.

—Parece que la responsable podría ser Camille —dijo Luke—. No pude evitar recordar que tú me preguntaste por ella. Oír la mención de su nombre dos veces en el mismo día, después de años sin haber oído hablar de ella... me parece una curiosa coincidencia.

—Las coincidencias existen.

—De vez en cuando —dijo Luke—, pero no suelen ser la respuesta más probable. Esta noche, Maryse piensa convocar a Raphael para interrogarlo acerca del papel de Camille en estos asesinatos. Si sale a relucir que tú sabías alguna cosa relacionada con Camille, que has tenido contacto con ella, no quiero que te coja por sorpresa, Simon.

—En ese caso seríamos dos. —A Simon volvía a retumbarle la cabeza. ¿Sería normal que los vampiros tuviesen dolor de cabeza? No recordaba la última vez que había sufrido uno, antes de los acontecimientos de los últimos días—. Vi a Camille —dijo—. Hace cuatro días. Creía que me había convocado Raphael, pero resultó ser ella. Me ofreció un trato. Si trabajaba para ella, me convertiría en el segundo vampiro más importante de la ciudad.

—¿Y por qué quería que trabajases para ella? —preguntó Luke con un tono de voz neutral.

—Sabe lo de mi Marca —respondió Simon—. Me explicó que Raphael la había traicionado y que podría utilizarme para recuperar el control del clan. Me dio la sensación de que no sentía precisamente un cariño muy especial hacia Raphael.

—Todo esto es muy curioso —dijo Luke—. Según mis informaciones, hará cosa de un año Camille tomó una baja indefinida de su puesto como directora del clan y nombró a Raphael su sucesor temporal. Si lo eligió para ejercer de jefe en su lugar, ¿por qué querría sublevarse contra él?

Simon se encogió de hombros.

—No tengo ni idea. Te estoy contando simplemente lo que ella me dijo.

—¿Por qué no nos lo comentaste, Simon? —preguntó Luke en voz baja.

—Me dijo que no lo hiciera. —Simon se dio cuenta de que aquello sonaba como una auténtica estupidez—. Nunca había conocido a un vampiro como ella —añadió—. Sólo conozco a Raphael y a los que viven en el Dumont. Resulta difícil explicar cómo era. Deseaba creerme todo lo que me decía. Deseaba hacer todo lo que ella me pedía que hiciese. Deseaba satisfacerla aun sabiendo que estaba jugando conmigo.

El hombre con el carrito de los cafés y los donuts volvió a pasar por su lado. Luke le compró un café y una
bagel
y se sentó en la fuente. Simon se sentó a su lado.

—El hombre que me dio el nombre de Camille la calificó de «antigua» —dijo Luke—. Por lo que tengo entendido, es uno de los vampiros más antiguos de este mundo. Me imagino que es capaz de hacer sentir pequeño a cualquiera.

—Me hizo sentirme como un bichito —dijo Simon—. Me prometió que si en cinco días decidía que no quería trabajar para ella, no volvería a molestarme nunca. De modo que le dije que me lo pensaría.

—¿Y lo has hecho? ¿Te lo has pensado?

—Si se dedica a matar cazadores de sombras, no quiero tener nada que ver con ella —dijo Simon—. Eso ya te lo digo ahora.

—Estoy seguro de que Maryse se sentirá aliviada en cuanto oiga esto.

—Ahora no te pongas sarcástico.

—No es mi intención —dijo Luke, muy serio. Era en momentos como ése, que Simon podía dejar de lado sus recuerdos de Luke (casi un padrastro para Clary, el tipo que siempre rondaba por allí, el que en todo momento estaba dispuesto a acompañarte en coche a casa al salir del colegio, o a prestarte diez pavos para comprar un libro o una entrada para el cine) y recordar que Luke lideraba la manada de lobos más importante de la ciudad, que era alguien a quien, en momentos críticos, la Clave entera se había sentado a escuchar—. Olvidas quién eres, Simon. Olvidas el poder que posees.

—Ojalá pudiera olvidarlo —dijo Simon con amargura—. Ojalá que se esfumara por completo si hiciese uso de él.

Luke movió la cabeza de un lado a otro.

—El poder es como un imán. Atrae a los que lo desean. Camille es una de ellos, pero habrá más. Hemos tenido suerte, en cierto sentido, de que haya tardado tanto tiempo. —Miró a Simon—. ¿Crees que si vuelve a convocarte podrás ponerte en contacto conmigo, o con la Clave, para decirnos dónde encontrarla?

—Sí —respondió Simon—. Me dio una forma de entrar en contacto con ella. Pero no se trata precisamente de que vaya a aparecer si soplo un silbato mágico. La otra vez que quiso hablar conmigo, hizo que sus secuaces me pillaran por sorpresa y me condujeran a ella. Por lo tanto, no va a funcionar que pongas gente a mi alrededor mientras intento contactar con ella. Tendrás a sus subyugados, pero no la tendrás a ella.

—Humm. —Luke reflexionó—. Tendremos que pensar en algo inteligente.

—Pues mejor que pienses rápido. Dijo que me daba cinco días, lo que significa que mañana estará esperando algún tipo de señal por mi parte.

—Me lo imagino —dijo Luke—. De hecho, cuento con ello.

Simon abrió con cautela la puerta de entrada del apartamento de Kyle.

—¡Hola! —gritó al entrar en el recibidor y mientras colgaba la chaqueta—. ¿Hay alguien en casa?

No hubo respuesta, pero Simon oyó en la sala de estar los conocidos sonidos,
zap-bang-crash
, de un videojuego. Se encaminó hacia allí, portando como ofrenda de paz una bolsa blanca llena de
bagels
que había comprado en Bagel Zone, en la Avenida A.

—Os he traído desayuno...

Se interrumpió. No estaba seguro de lo que podía esperarse después de que sus autonombrados guardaespaldas se hubieran dado cuenta de que había salido del apartamento sin que se enteraran de ello. Se imaginaba una recepción con frases del tipo: «Vuélvelo a intentar y te mataremos». Pero jamás se le habría pasado por la cabeza encontrarse a Kyle y a Jace sentados en el sofá, codo con codo, y comportándose como los mejores amigos del mundo ante los ojos de cualquiera. Kyle tenía en las manos el mando del videojuego y Jace estaba inclinado hacia adelante, con los codos apoyados en las rodillas, observando con atención el desarrollo del juego. Ni se dieron cuenta de que Simon acababa de entrar.

—Ese tipo de la esquina mira hacia el otro lado —comentó Jace, señalando la pantalla del televisor—. Si le atizas una patada de rueca, lo mandarás al carajo.

—En este juego no se pueden dar patadas. Sólo puedo disparar. ¿Lo ves? —Kyle machacó algunas teclas.

—Vaya estupidez. —Jace levantó la cabeza y fue entonces cuando vio a Simon—. Veo que estás de vuelta de tu reunión del desayuno —dijo, sin que su tono de voz fuera precisamente de bienvenida—. Seguro que te crees muy listo por haberte escapado como lo has hecho.

—Medianamente listo —reconoció Simon—. Una especie de cruce entre el George Clooney de
Ocean’s Eleven
y esos tipos de
Los cazadores de mitos
, aunque más guapo.

—No sabes lo que me alegro de no tener ni idea de esas tonterías que hablas —dijo Jace—. Me llena de una profunda sensación de paz y bienestar.

Kyle dejó el mando y la pantalla se quedó congelada en un primer plano en el que se veía una arma gigantesca con extremo afilado.

—Cogeré un
bagel
.

Simon le lanzó uno y Kyle se fue a la cocina, que estaba separada de la sala mediante una barra larga, para tostar y untar con mantequilla su desayuno. Jace miró la bolsa blanca e hizo un gesto de rechazo con la mano.

—No, gracias.

Simon se sentó en la mesita.

—Tendrías que comer algo.

—Mira quién habla.

—En estos momentos no tengo sangre —dijo Simon—. A menos que te ofrezcas voluntario.

—No, gracias. Ya hemos ido por ese camino y creo que será mejor que sigamos sólo como amigos. —El tono de Jace era casi tan sarcástico como siempre, pero mirándolo de cerca, Simon se dio cuenta de lo pálido que estaba y de que sus ojos estaban envueltos en sombras grisáceas. Los huesos de su cara sobresalían mucho más que antes.

—De verdad —dijo Simon, empujando la bolsa por encima de la mesita hacia donde estaba sentado Jace—. Deberías comer algo. No bromeo.

Jace miró la bolsa de comida y puso mala cara. Tenía los párpados azulados de agotamiento.

—Sólo de pensarlo me entran náuseas, si te soy sincero.

—Anoche te quedaste dormido —dijo Simon—. Cuando supuestamente tenías que vigilarme. Sé que esto de ejercer de guardaespaldas es casi como un chiste para ti, pero aun así... ¿Cuánto tiempo hacía que no dormías?

—¿Toda la noche seguida? —Jace se puso a pensar—. Dos semanas. Quizá tres.

Simon se quedó boquiabierto.

—¿Por qué? ¿Qué te pasa?

Jace le regaló una sonrisa fantasmagórica.

—«Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme un rey del espacio infinito, de no ser por las pesadillas que sufro.»

—Ésa la conozco
. Hamlet
. ¿Quieres con esto decirme que no puedes dormir porque tienes pesadillas?

—Vampiro —dijo Jace, con una sensación de cansada certidumbre—, no tienes ni idea.

—Ya estoy aquí. —Kyle dio la vuelta a la barra y se dejó caer en el áspero sillón—. ¿Qué sucede?

—Me he reunido con Luke —dijo Simon, y les explicó lo sucedido al no ver motivos para escondérselo. Obvió mencionar que Camille lo quería no sólo porque era un vampiro diurno, sino también por la Marca de Caín. Kyle movió afirmativamente la cabeza en cuanto hubo terminado.

—Luke Garroway. Es el jefe de la manada de la ciudad. He oído hablar de él. Es un pez gordo.

—Su verdadero apellido no es Garroway —dijo Jace—. Había sido cazador de sombras.

—Es verdad. También lo había oído comentar. Y ha jugado un papel decisivo en todo el tema de los nuevos Acuerdos. —Kyle miró a Simon—. Caray, conoces a gente importante.

—Conocer a gente importante implica tener muchos problemas —dijo Simon—. Camille, por ejemplo.

—En cuanto Luke le cuente a Maryse lo que sucede, la Clave se ocupará de ella —dijo Jace—. Existen protocolos para tratar a los subterráneos malvados. —Al oír aquello, Kyle lo miró de refilón, pero Jace no se dio cuenta—. Ya te he dicho que no creo que sea ella la que intenta matarte. Sabe lo de... —Jace se calló—. Sabe que no le conviene.

—Y además, quiere utilizarte —dijo Kyle.

—Buen punto —dijo Jace—. No hay por qué eliminar un recurso valioso.

Simon se quedó mirándolos y sacudió la cabeza.

—¿Desde cuándo sois tan colegas? Anoche no parabais de proclamar «¡Soy el guerrero más poderoso!», «¡No, el guerrero más poderoso soy yo!». Y hoy os encuentro jugando a
Halo
y apoyándoos el uno al otro con buenas ideas.

—Nos hemos dado cuenta de que tenemos algo en común —dijo Jace—. Nos fastidias a los dos.

—He tenido una idea en este sentido —dijo Simon—. Aunque me parece que a ninguno de los dos va a gustarle.

Kyle levantó las cejas.

—Suéltala.

—El problema de que estéis vigilándome todo el tiempo —dijo Simon— es que si lo hacéis, los que intentan matarme no volverán a intentarlo, y si no vuelven a intentarlo, no sabremos quiénes son, y además, tendréis que vigilarme constantemente. Y me imagino que tenéis otras cosas que hacer. Bueno —añadió mirando a Jace—, posiblemente tú no.

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