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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Carolina se enamora (59 page)

La ciudad desfila ante mis ojos. Una calle tras otra, cada vez más rápido, los muros, las persianas metálicas, las tiendas y los edificios. Después, nada. Campos verdes apenas florecidos, espigas secas que se doblan con el viento, flores amarillas, grandes y numerosas que abarrotan las parcelas de tierra. Avanzamos así, enfilamos la carretera de circunvalación y después descendemos en dirección a Ostia.

El pinar. No hay nadie. Ahora Massi ha aminorado la marcha. La moto protesta ligeramente mientras nos lleva hacia esa última playa, donde desemboca un pequeño río. Massi se detiene y se quita el casco.

—Ya está, hemos llegado.

Un cartel: «Capocotta». Pero ¿acaso ésta no es una playa nudista? No se lo digo. El sol está alto en el cielo, precioso, y el calor no aprieta. Massi saca unas toallas del baúl; ha pensado en todo.

—¡Ven!

Me coge la mano, corro a duras penas detrás de él exultante de felicidad, riendo en tanto que me dirijo hacia ese inmenso mar azul que parece esperarnos sólo a nosotros.

—Pongámonos aquí.

Lo ayudo a extender las toallas. Una junto a otra. No hay viento. La playa está vacía.

—¿Sabes? Aquí suelen venir nudistas.

—Eh, sí, de hecho, me acordaba del nombre.

—Sí, pero hoy por suerte no hay nadie.

Miro alrededor.

—Ya…

—Podemos hacer nudismo, si te parece.

—¡Imbécil! Voy a ponerme el traje de baño.

Menos mal que a pocos metros hay una casa medio derruida, las antiguas ruinas de una importante villa romana. Doy varias vueltas hasta que encuentro un rincón apartado para cambiarme. Qué bien. Por suerte no hay un alma en los alrededores.

El traje de baño me sienta bien o, al menos, eso creo; por desgracia, no hay ningún espejo aquí. Me pongo la camisa por encima y salgo de las ruinas.

Massi se ha cambiado ya. Está de pie junto a las toallas. Tiene un cuerpo magnífico, delgado, aunque no enjuto. Además, no es muy peludo. Se ha puesto un traje de baño negro, ancho pero no excesivamente largo. Me doy cuenta de que le estoy mirando ahí, me da vergüenza y me pongo colorada. Por suerte estamos solos y nadie puede darse cuenta.

—¿He adivinado la talla?

—Sí. —Sonrío—. Y eso no me gusta.

—¿Por qué?

—Habría preferido que te equivocaras… Eso quiere decir que tienes buen ojo, ¡porque no te falta experiencia!

—Boba…

Me atrae hacia sí. Me besa, y el hecho de que estemos tan próximos, casi desnudos, me resulta extraño, pero no me molesta. Al contrario.

Poco después estamos tumbados sobre las toallas. Lo espío. Lo miro. Lo admiro. Lo deseo. Toma el sol boca arriba. Juega con mi pierna, me acaricia. Me toca la rodilla, después sube. A continuación vuelve a bajar. Pero en su ascenso siempre llega más arriba. Y el sol. El silencio. El ruido del mar. No lo sé. Me estoy excitando. Me siento arder por dentro. Qué sensación tan extraña. No entiendo una palabra. Llegado un momento, Massi se vuelve lentamente hacia mí. A pesar de que tengo los ojos cerrados, puedo sentirlo. Entonces ladeo poco a poco la cabeza y los abro. Me está mirando. Sonríe. Yo también.

—Ven.

Se levanta de golpe. Me ayuda y poco después empezamos a correr por la arena. No está demasiado caliente. En un abrir y cerrar de ojos llegamos a las viejas ruinas. Mira alrededor. No hay nadie. Me aparta como si pretendiese examinarme.

—Ese traje de baño te sienta realmente bien.

Me siento observada y me avergüenzo. Estoy blanca. Demasiado pálida.

—Me gustaría estar un poco morena. Me quedaría mejor…

—De eso nada, así estás guapísima…

Me atrae hacia él. Estamos en un rincón de las ruinas, ocultos entre dos muros. El mar es el único espectador curioso. Pero educado. Respira silencioso formando alguna que otra ola pequeña. Siento la mano de Massi en un costado. Me atrae hacia sí. Me besa. Lo abrazo. Lo siento encima de mí. Noto que está excitado. Tanto. Demasiado. No por nada, es que no tengo la menor idea de lo que debo hacer. En cambio, él sí sabe cómo moverse. Poco después siento su mano en mi traje de baño. Lenta, suave, delicada, agradable. Se detiene en el borde, tira un poco del elástico y, plof, se sumerge delicadamente. Su mano acaricia mi cuerpo. Desciende, cada vez más abajo, sin hacerme cosquillas, entre las piernas, me acaricia despacio y yo me abandono en su beso como si fuese un refugio capaz de contener todo lo que estoy experimentando, que me sorprende, me maravilla, que me gustaría parar, fijar para siempre, sin vergüenza, con amor.

Seguimos besándonos mientras mi respiración se va haciendo cada vez más entrecortada, jadeante, hambrienta de él, de sus besos, de su mano, que me ha secuestrado, que sigue moviéndose dentro de mí. Y casi me entran ganas de echarme a gritar… Al final me muerdo el labio superior y, casi exhausta, permanezco con la boca abierta, suspendida en ese beso. Pasan unos segundos. Ahora lenta, más lenta, su mano, como una última caricia, casi de puntillas, educada, se separa de mi traje de baño. Noto que me mira como si me espiase, como si buscase detrás de mis ojos alguna huella de placer. Y entonces, emocionada, con los ojos entornados, le sonrío. De improviso siento algo que casi me asusta. No. Me relajo. Es su mano, me acaricia el brazo derecho, se desliza por el antebrazo hasta llegar a la muñeca. Me toma la mano, la sostiene por un instante así, suspendida en el aire, inmóvil, como si fuese una señal. Pero no lo entiendo. Lo oigo respirar cada vez más rápido, me aprieta la mano y, poco a poco, la guía hacia su traje de baño. Entonces comprendo. Qué tonta. ¿Es la hora? ¿Qué se supone que debo hacer? No es que no quiera…, ¡es que no tengo ni idea de qué debo hacer! Y en un instante lo recuerdo todo. Las explicaciones de Alis. Pero ¿serán adecuadas? ¿Serán ciertas? Repaso mentalmente todo lo que creo recordar, y en un abrir y cerrar de ojos me encuentro allí, sobre su traje de baño, es decir, mi mano está allí sola, porque la suya acaba de abandonarla.

Me quedo inmóvil por unos segundos, no más. Luego empiezo a moverme lenta y suavemente, sin prisas, sin miedo, entro en su traje de baño, con delicadeza, buscando abajo, siempre más abajo, hasta encontrarlo. En ese mismo momento busco su boca y lo beso, como si pretendiera esconderme, huir de mi vergüenza. Pero a la vez muevo la mano arriba y abajo, lentamente, poco a poco, después algo más rápido. Siento que Massi respira cada vez más de prisa. Y sus besos son apresurados, hambrientos, se interrumpen de repente para atacar de nuevo, y yo prosigo cada vez más decidida, segura, veloz, otra vez, más, mientras noto aumentar el deseo en su aliento. Y, de repente, esa explosión caliente en mi mano, prosigo mientras sus besos se frenan, ahora son más tranquilos, casi se detienen en mi boca. Luego Massi apoya la mano sobre el traje de baño, encima de la mía, para que me detenga.

Sonrío.

—Me parece que la he liado…

Él se encoge de hombros.

—Da igual… Ven.

Me coge y me arrastra fuera de las ruinas, por la playa desierta, abandonada, barrida por un viento ligero, yerma, vacía. Somos los únicos que caminan por esa arena suave, blanca y caliente, como lo que acabamos de vivir. Llegamos a la orilla. Massi entra corriendo en el agua, yo me detengo.

—¡Pero está fría! ¡Mejor dicho, helada!

—¡Venga! ¡Está genial!

Echa de nuevo a correr para dejar bien claras sus intenciones y después, ¡plof!, se tira y apenas emerge del agua empieza a nadar a toda velocidad para dejar de temblar de frío. Al cabo de un momento se para y se vuelve hacia mí.

—¡Brrr! Una vez dentro es fantástico.

De manera que me convence y yo también lo hago. Corro sin detenerme y al final me tiro, emerjo y nado aún más de prisa, cada vez más, hasta llegar a su lado. Él me abraza de inmediato y me da un beso dulce, aunque salado, suave y cálido, hecho de mar y de amor. Acto seguido se separa envuelto en los rayos del sol.

—¿Estás bien?

—De maravilla.

—Yo también…

—¿En serio? Nunca lo había hecho.

Me mira buscando algún indicio de mentira. Entonces recuerdo que debo procurar que no se sienta excesivamente seguro.

—¿Me estás diciendo la verdad, Caro?

—Por supuesto…

Me alejo nadando a toda velocidad. Después me paro, me vuelvo y lo miro, está guapísimo ahí, en medio de nuestro mar.

—Yo siempre te digo la verdad, salvo alguna que otra mentira…

Junio

¿Sencillo o complicado? Sencillo.

¿Amistad o amor? Las dos cosas.

¿Moto o microcoche? Por el momento estoy contenta con
Luna 9
, mi Vespa, luego ya veremos.

¿Móvil o tarjeta telefónica? Móvil.

¿Maquillaje o sólo agua y jabón? Depende. Alis dice que debería maquillarme más.

¿Una cosa extraña? Sentirme como me siento ahora.

¿Una cosa buena? Massi.

¿Una cosa mala? La ausencia de Massi.

¿Un motivo para levantarse por la mañana? ¡Massi!

¿Un motivo para quedarse en la cama? La ausencia de Massi…

¿Qué estás escuchando ahora? El silencio.

¿Qué escuchas antes de acostarte? Ahora, a Elisa.

¿Un vicio al que no puedes renunciar? El chocolate.

¿Una cita que siempre queda bien? «Tenemos que emplear lo mejor posible el tiempo libre», Gandhi.

¿Una palabra que siempre suena bien? Amor.

¿Sabéis una de esas mañanas en que no tenéis ganas de levantaros y la cama os parece el lugar más bonito, cómodo y acogedor de este mundo? Pues bien, eso es lo que me ocurre hoy. Sólo que no puedo regodearme. Qué pena. Todo me parece tan lento, tan fatigoso, tan negativo. Las zapatillas no están en su sitio y además tengo un ligero dolor de cabeza. El sábado o el domingo, cuando por fin puedo dormir, resulta que nunca lo hago. Al revés, a veces me sucede que esos días me levanto temprano incluso aunque no deba hacerlo. ¿Será posible que sólo cuando hay que ir al colegio la cama me parezca tan maravillosa? Uf.

Cuando me levanto, mi madre ha salido ya. Mi padre también. Sólo queda Ale, con su consabido cruasán de crema, y eso que luego se lamenta porque engorda. Faltaría más. Por si fuera poco, lo moja invariablemente en un tazón de leche enorme.

—Buenos días, ¿eh?

Nada, no habla. Emite una especie de extraño gruñido como si fuese un cerdo concentrado en unas bellotas deliciosas. Esta mañana Ale está más esquiva de lo habitual. ¡Refunfuña! Me visto, pero hoy me falla la imaginación, de manera que me pongo un par de vaqueros con un bordado en un costado y la camiseta azul claro. Me miro en el espejo de cuerpo entero de la habitación. Un desconocido que me viese hoy por la calle no se pararía a mirarme ni de coña. Hay mañanas en las que no te gustas en absoluto y, si por casualidad alguien te hace un cumplido, te cuesta de creer. De repente se me pasa por la cabeza: «Después de todo, la verdadera belleza está en el corazón». Me lo decía siempre el abuelo. Y a él se lo había dicho Gandhi. Quiero decir, no directamente, el abuelo había leído la frase en un libro de citas suyas. No sé si mi corazón es puro o no, lo que está claro es que me gustaba cómo me decía esa frase el abuelo. Por un momento siento un extraño vacío en mi interior, algo indefinido, como una suerte de vértigo. Digamos que hoy dejo la hermosura para mi corazón, no para la cara.

Bip, bip.

Debe de ser Alis. Seguro que me pide que la espere frente a la escuela para poder copiar algo. Quizá matemáticas, ya que la lección de ayer era un poco difícil. No entendí mucho de las ecuaciones algebraicas. Y digo yo, ¿para qué hay que poner letras si en el fondo se trata de números? Ya entiendo poco las cifras, así que sólo me faltaba el alfabeto. Además, nos han dicho que esto se estudia en primero de bachillerato, pero la profe quería enseñárnoslo antes para que estemos más preparados. Bueno, la verdad es que si Alis espera que yo… ¿No podría habérselo pedido a Clod?

Abro el sobrecito del mensaje. ¡Es de R. J.! Qué extraño, a esta hora. «Hola. Caro… ¿Vas al colegio o inventas una de las tuyas?». Voy, voy, ojalá tuviese un poco de imaginación. «¿Te apetece acompañarme a un sitio esta tarde? Manda OK si tienes ganas y puedes y pasaré a recogerte a las tres».

No hay nada que hacer. Rusty siempre es así. Jamás te dice adónde va, lo descubres después. O aceptas la caja cerrada o nada.

«OK», y envío el mensaje. Desayuno de prisa, me lavo los dientes, me preparo y salgo. Ale incluso se despide de mí. Increíble. El día está empezando a cambiar, vuelvo a estar de buen humor. De todas formas, pensándolo bien, las sorpresas de Rusty James me gustan por el misterio que entrañan. Lo que no sabía era que esta vez me iba a sentir ya mayor. Una de esas sorpresas que sabes que existen, que se producirán tarde o temprano, y que, en cualquier caso, nunca estarás preparada para ellas.

En el colegio he tenido que copiar la ecuación de Clod. Pero todo ha salido a pedir de boca. Las horas sucesivas han pasado volando y ahora estoy detrás de él.

—¿Se puede saber adónde vamos? —le grito con el casco puesto.

—Cerca.

Serpentea entre el tráfico.

Rusty James ha pasado a recogerme por casa, haciendo una llamada perdida al móvil para evitar que mi madre lo oyese. Ahora estamos zigzagueando por las calles de Roma y no logro entender adónde vamos. Veo que Rusty está sentado encima de un sobre amarillo.

—¿No se te caerá si lo llevas así?

—No. Si eso sucede, tú te darás cuenta. Si no, ¿de qué me sirves? Además, hay un motivo…

—¿Cuál?

—Luego te lo digo.

Después de un par de cruces más, nos detenemos. R. J. aparca la moto y coge el sobre. Yo bajo con mi habitual saltito sobre los estribos. Miro alrededor. Veo un palacete antiguo con un gigantesco portón de madera y un sinfín de placas a un lado.

—¿Dónde estamos?

—Subo un momento. Espérame aquí.

—Pero ¿por qué no puedo ir yo también?

—Por superstición.

—¿Qué pasa?, ¿traigo mala suerte?

—Nunca se sabe.

Y me deja allí plantada tras cruzar a toda prisa el portón. Me acerco a la hilera de placas. Hay de todo: un asesor laboral, un agente comercial, un abogado, un notario, un editor, una empresa de estudios de mercado, una agencia inmobiliaria, una modista y, por último, un letrero que destaca sobre los demás, un centro de estética que ofrece depilación incluso para hombres. ¿Adónde habrá ido? Entro en el patio y veo la escalinata y el ascensor, pero R. J. ha desaparecido. Pasados diez minutos regresa bajando de tres en tres los peldaños. Se acerca a mí y me levanta en volandas.

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