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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Carolina se enamora (58 page)

Sigue lloviendo a cántaros. Estoy empapada. Es el llanto de los ángeles. Sí, pese a que estamos en el mes de mayo, también llueve ahí arriba. Un rayo de sol ha horadado la oscuridad y atraviesa las nubes. Ilumina una parte de la periferia que queda al fondo. Te amo, Massi. Te amo. Me gustaría proclamarlo a voz en grito. Querría decírselo mirándolo a los ojos, con una sonrisa. Pero ni siquiera logro susurrárselo. Me enjugo la cara con la palma de la mano y me echo el pelo hacia atrás, como si pudiese servir para algo. Qué tonta, estamos bajo la lluvia.

—¿Qué pasa? ¿En qué estás pensando? —me pregunta risueño.

Me refugio de nuevo en su pecho, en el hueco que hay junto al hombro, escondida de todo, de todos. Sola con él en lo más profundo, en tanto que la lluvia sigue cayendo.

—Me gustaría escaparme contigo…

Y nos damos otro beso, tan fresco como no lo había probado en mi vida. Prolongado. Bajo ese cielo. Bajo esas nubes. Bajo esa lluvia. A lo lejos está escampando y ha aparecido un sol rojo perfecto, limpio en su ocaso. Y yo me estrecho contra su cuerpo y sonrío. Y soy feliz. Respiro profundamente. Estoy un poco mejor. Por el momento. Por el momento he comprendido que lo amo. Y es precioso. Algún día lograré decírselo.

En los días sucesivos hemos hecho cosas increíbles.

Hemos pasado toda una tarde sentados en el mismo banco bajo la virgencita de Monte Mario. Es una virgen preciosa, enorme, que se puede ver a lo lejos. Es toda dorada, pero eso es lo de menos. Massi ha querido saberlo todo de mí en lo tocante a los chicos con los que he salido. Le he contado las pocas cosas que he hecho. Prácticamente he reconocido que no he hecho nada. Al principio parecía preocupado, luego menos, hasta que al final ha sonreído. Después me ha desconcertado diciendo: «Mejor así».

No he acabado de comprender si está pensando en algo en concreto. Aunque lo cierto es que no me importa mucho, no estoy inquieta, sino serena. Tengo ganas de conocerlo, de conocerme, de descubrirlo y de que me descubra. De acuerdo, debería estar preocupada. ¿A qué se debe que un chico quiera saber con quién ha salido una? ¿En qué puede cambiar eso lo que siente por ella? ¿Y si le hubiese dicho: «Massi, ya no soy virgen, he estado con tres chicos, mejor dicho, con cuatro, y he hecho esto, aquello y lo de más allá…»? ¿Cómo habría reaccionado? Maldita sea, debería haberlo pensado antes. Ahora ya no tiene remedio. Aunque siempre puedo decirle que le he contado una mentira. Sí, ésa sí que es una buena idea.

—Massi —le digo risueña—. Te he mentido.

Veo que le cambia completamente la cara.

—¿Sobre qué?

—No te lo digo. Basta que sepas que he sido sincera… pero, en cualquier caso, te he dicho una mentira.

Se queda perplejo por un momento, sin saber muy bien qué pensar. Luego, imaginando que le estoy gastando una broma, se echa a reír y me besa.

—Así que no has sido sincera…

—Sí, sí: por supuesto… —Me desprendo de su abrazo—. He sido totalmente sincera, sólo te he dicho una mentira.

Él sacude la cabeza y se encoge de hombros. Me mira a los ojos curioso, me escudriña como si tratase de entender qué parte es verdad y qué parte no. Yo le sonrío y me vuelvo hacia el otro lado. Por el momento no las tiene todas consigo. Mejor.

Durante los días siguientes hemos ido a comer varias veces fuera. Al japonés de la via Ostia, riquísimo, a una pizzería que hay junto a la via Nazionale y que se llama Est Est Est, alucinante, y en la via Panisperna, 56, La Carbonara, para chuparse los dedos. ¡En los tres locales apenas he probado bocado! Massi me ha mirado las tres veces preocupado: «¿No te gusta el sitio?». «¿Odias la comida japonesa?». «¿La carbonara es demasiado pesada?».

En cada ocasión me he echado a reír como si fuese medio idiota, pero no he dicho nada.

—Ah…, ahora lo entiendo, ¡aún estás a dieta!

—¡De eso nada! Estoy de maravilla, me encanta el sitio y todo está delicioso.

—¿Entonces?

—No tengo mucha hambre…

—Ah, ¿eso es todo? ¡Mejor así! —Coge mi plato y engulle las sobras, se lo mete en la boca con voracidad—. ¡Ya veo que me saldrás barata!

Pruebo a darle un golpe.

—¡Imbécil! Eres un macarra…

Y él come adrede con la boca abierta.

—¡Qué asco! ¡Se acabaron los besos, ¿eh?!

Massi exagera a propósito, mueve la cabeza arriba y abajo como si pretendiese decir; «¡Ahora verás si te doy asco!».

Y organizamos un buen bullicio, le tiro de la manga de la camisa para que se detenga, él intenta hacerme cosquillas, bromeamos, simulamos que discutimos y no dejamos de reírnos en ningún momento. La verdad es que, cuando estoy con él, es como si perdiese el apetito.

—¿Tregua? ¿Paz?

No puedo más, al final me rindo.

—Está bien.

Massi sonríe, me sirve un poco de agua, después el también se llena el vaso. Nos miramos mientras bebemos y a los dos se nos ocurre la misma idea, fingimos que nos salpicamos con el agua que tenemos en la boca. Pongo cara de preocupación. Al final Massi se inclina hacia mí como si tratase de echarme el agua, pero se la ha tragado ya. Sacudo la cabeza, sonrío y, poco a poco, nos vamos calmando. Lo miro, el corazón me late acelerado, siento la emoción en los ojos. Se tiñen de amor. No entiendo lo que me está ocurriendo. Me miro al espejo que tengo al lado. Nada de dieta… ¡Esto es amor! Es amor, amor, amor. Tres veces amor. ¡Estoy acabada!

Hoy vamos a ver
Juno
.

¡Qué guay! Lo ha escrito Diablo Cody una joven
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que ha ganado un Oscar por su primer guión. Los americanos son geniales. Viven en el país de las grandes oportunidades. Como cuando ganan la lotería o en el casino, de inmediato los ves en las fotos junto a un cheque gigantesco con la cifra que se han embolsado escrita encima. ¡Y puedes ver a los afortunados en persona! Unas personas auténticas, con una maravillosa sonrisa escrita en la cara. En nuestro país nunca se sabe nada, la noticia de que alguien ha ganado en el casino sólo se hace pública si el afortunado es Emilio Fede, el periodista del canal Retequattro. En cambio en Estados Unidos, sin ser siquiera mínimamente conocida, esa
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, Diablo Cody, ha ganado un Oscar. ¡Imaginaos si eso le ocurriese a Rusty James! Me vestiría con mis mejores galas, lo acompañaría a Los Ángeles a recogerlo y haría como Benigni: me pondría de pie sobre la butaca y gritaría: «¡Rusty James! ¡Rusty James es mi hermano!».

¡Ya me imagino resbalando y cayéndome al suelo!

Estamos en el intermedio de la película. Es una peli muy chula, muy ocurrente, realmente divertida. La actriz protagonista es muy joven, además de muy buena. Creo que se llama Ellen Page.
Juno
es la historia de una chica que decide hacerlo con su novio, un tipo gracioso, un poco gafe, pero muy mono y tierno…, ¡y se queda embarazada!

—A veces ocurre…

Massi se inmiscuye en mis pensamientos.

—Menudo lío.

—No sé cómo consigue arreglárselas tan tranquila… Quizá porque se trata de una película…

Massi me toca la barriga.

—¿Y tú qué harías?

Cierro los ojos.

—No niego que me encantaría tener un hijo, ¡pero tengo catorce años! —Los abro de nuevo—. ¡Ella tiene quince, de modo que todavía me queda un año de libertad!…

—Si lo consideras un castigo… ¿De verdad no te gustaría?

—Bueno, lo ideal es que suceda cuando haya vivido por lo menos el doble… O sea, cuando tenga veintiocho años.

—Vale, me parece justo. Me reservo para cuando llegue ese momento…

Me sonríe y me coge la mano.

Tiene diecinueve años, uno menos que mi hermano ¿Qué diría Rusty si lo conociese? ¿Sentiría celos de él? Y mientras pienso en eso apoyo la cabeza en su hombro. Mi melena rubia se esparce sobre su camiseta azul. Espero tranquilamente a que empiece la película.

—¿Quieres palomitas, Carolina?, ¿algo de beber?

Reflexiono por un instante y miro al vendedor de helados que está ahí, en un rincón más abajo, junto a la pantalla, rodeado de un montón de gente.

¡No! No me lo puedo creer. Veo que delante de mí se levantan Filo, Gibbo y varios más de la clase, Raffaelli, Cudini, Alis y Clod, con Aldo.

—No, no, gracias, no quiero nada.

Y me deslizo hacia abajo en mi asiento. No sé por qué, pero el caso es que me incomoda. No quiero que me vean. Con él no. Massi es mío. No quiero compartirlo con nadie. Bueno, tampoco es eso. Es que me siento muy feliz y esta felicidad me parece muy frágil, eso es, como una telaraña.

Sí, está compuesta de unos sutiles hilos de cristal y yo me encuentro en el centro, tendida, prisionera, con mi pelo rubio esparcido sobre mis hombros mientras Massi avanza, camina a cuatro patas y me mira, como un magnífico hombre araña, un Spiderman vestido de negro… Y sólo se necesita una menudencia para que nuestra mágica red se deshaga, puf…, y yo me caiga.

De manera que me deslizo un poco más hacia abajo en mi asiento, casi desaparezco. Luego, por suerte, se apagan las luces. Presto atención a la película, pero ya no me divierto como antes. Los vislumbro a lo lejos, reconozco sus perfiles incluso en la penumbra de la sala. De vez en cuando, alguna escena algo más luminosa los alumbra un poco más, y entonces puedo verlos mejor. Aunque, por otra parte, ¡los conozco sobradamente! Los veo a diario desde hace tres años. Incluso en los matices más nimios. ¿Cómo puedo confundirme? Son mis amigos. Y, al pensar en eso, me siento un poco más tranquila, me agito menos y me acomodo en la butaca. Me concentro de nuevo en la película y me río otra vez como todos, a la vez que ellos, relajada, confundida entre la gente que ocupa la platea, como ellos, como mis amigos, así, despreocupada.

Acaba la película. Me levanto en seguida, pese a que, por lo general, me gusta leer los créditos para averiguar el nombre de determinado actor o la pieza de música que me ha gustado. Me vuelvo dando la espalda a mis amigos y me encamino hacia la salida. Massi me sigue. Sus anchos hombros me tapan.

No tardamos nada en salir, pero en cuanto doblo la esquina…

—¡Carolina!…

Es Gibbo.

—Caramba, ¿estabas en el cine? ¡No te he visto!

Se acerca a nosotros y en un instante llegan los demás.

—¿Te ha gustado?

—Sí, menudo enredo.

—Ya ves, imagínate que me quedara embarazada a esa edad. ¡Al menos a ti eso no puede sucederte!

—¿Por qué lo dices? Tal vez el año que viene…

—Sí, con la ayuda del Espíritu Santo…

—¡Anda ya, ni aun así! ¡Ni siquiera con un milagro!

—Sí, sí, con un milagro del…

Algunos se ríen. La vulgaridad de Cudini no tiene remedio. Y siguen bromeando y soltando frases maliciosas y empujones, como siempre que nos encontramos en grupo. Entonces veo que algunos miran a Massi con curiosidad.

—Ah, él es Maximiliano.

—¡Hola!

Massi alza la cabeza a modo de saludo general.

—Ella es Clod, Aldo… Él es Cudini, y éstos son Filo, Gibbo. Ella es mi amiga Alis. ¿Te acuerdas de ella? Te he hablado de Clod y de Alis…

Se dan la mano, se miran a los ojos y yo, no sé por qué, noto algo extraño.

—Sí, sí, me has hablado de todos…

Pero Massi es excepcional, le ha bastado con decir esa frase genial para dominar la situación, me ha superado. De manera que, divertida, observo la expresión que ponen mis amigos mientras lo miran. Cómo lo estudian, curiosos y curiosas, cómo hacen como si nada, como si estuvieran distraídos. Quizá lo estén realmente, y al final dejan que nos marchemos.

—Simpáticos, tus amigos…

—Sí, es cierto. Hace mucho que vamos a la misma clase…

—Tu amiga es muy mona…

—Sí… —Me entran ganas de atizarle, pero disimulo—. Tiene novio.

Massi sonríe.

—Bueno, no soy celoso.

No es la primera vez que oigo esa ocurrencia. Paolo la soltó en una ocasión, uno de los novios de Ale… Lo aborrecí cuando lo dijo. Acto seguido miro a Massi. Bueno, he de reconocer que en su caso el efecto es bien diferente. Él se da cuenta, se echa a reír y se abalanza sobre mí para darme un abrazo.

—Venga, que lo he dicho sólo para picarte…

Me mantengo firme.

—Bueno, pues lo siento… ¡No lo has conseguido!

Intenta besarme, forcejeamos un poco, pero al final cedo de buen grado.

Lo más bonito, sin embargo, me sucedió a finales de mayo.

Primera hora de la mañana. Bueno, no tan pronto. Llego jadeante al colegio. Le pongo el candado a la moto y cojo la mochila, que he dejado a un lado. Cuando me incorporo veo a Massi con un paquete en la mano.

—¡Hola! ¿Qué haces aquí?

Me sonríe.

—Quiero ir a clase contigo.

—Venga ya, tonto, sabes que no se puede… ¿No tienes que estudiar?

—Han aplazado el examen de derecho para mediados de julio.

—Mejor, ¿no? No acababa de entrarte en la cabeza. —A continuación lo miro con curiosidad— ¿Y ese paquete?

—¡Es para ti!

—Qué sorpresa más estupenda, ¿hablas en serio? ¡Gracias!

No quiero besarlo y abrazarlo aquí, delante del colegio, pero lo cierto es que lo haría de buena gana… Sólo que ¿y si me ven los demás? Podrían aguarme la fiesta. Sea como sea, estoy muy emocionada, pese a que intento con todas mis fuerzas que no se me note. Me apresuro a abrir el paquete.

—¡Pero… si es un traje de baño!

Lo despliego, es azul oscuro y celeste, precioso.

—Has adivinado la talla. —Lo miro perpleja—. ¿Estás seguro de que es para mí?

—Claro. —Me coge la mano—. Estaba convencido de que no tenías ninguno.

—Como éste, no…, pero si otros distintos.

—No tenías uno aquí, en cualquier caso, porque ahora… —se acerca a su moto, saca un segundo casco y se sube a ella— nos vamos a la playa.

En un segundo pasa por mi mente el profe de italiano, la de matemáticas, la tercera hora de historia, el recreo y, luego, la clase de inglés… Me preocupa, y no porque tenga dificultades con los idiomas, no, sino porque no ir a clase así, sin haberlo planeado siquiera de antemano, de haber inventado una excusa por si… Luego lo miro y con una ternura que no soy capaz de describir me pregunta: «¿Y bien…?». Es tan delicado, tan ingenuo, que casi se ha disgustado ya por una hipotética negativa por mi parte. «¿Vamos?». Su sonrisa despeja todas mis dudas. Cojo el casco, me lo pongo al vuelo y en un instante me encuentro detrás de él, lo abrazo con fuerza y me apoyo contra su espalda. Y miro al cielo y casi pongo los ojos en blanco. ¡Estoy haciendo novillos! No me lo puedo creer. No lo he pensado dos veces, no he tenido ninguna preocupación, miedo, sospecha, indecisión o duda. ¡Estoy haciendo novillos! Lo repito para mis adentros, pero ya no estoy…

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