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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Carolina se enamora (27 page)

Cudini no la deja escapar.

—No, si te parece, con esas raquetas hace de barrendero… Eh, ¡cuando quieres eres muy graciosa!… —Luego Cudini simula ponerse triste—. Lástima que no te des cuenta…

Alis y Giorgia se ríen. Michele intenta no ponerla en un aprieto.

—Estoy disputando un torneo aquí cerca. Tengo que irme dentro de poco… Y, además, de vez en cuando doy clases de tenis por las tardes para ganar algo de dinero.

Lo miro. Nuestros ojos se encuentran y él me sonríe. Es un encanto. Y eso de que de clases de tenis para sacarse un poco de dinero me parece fantástico. Un poco como Rusty James. En fin, que tampoco Michele quiere ser una carga para sus padres, si bien no creo que para ellos sea un problema, a diferencia de los nuestros.

—¿Cuestan mucho las clases? —Decido intervenir en la conversación.

—Oh…, no mucho; además, siempre trato de llegar a un acuerdo. El tenis es demasiado bonito como para no probarlo por lo menos una vez en la vida.

Le sonrío.

—Creo que me gustaría probar…

Michele adopta un aire profesional.

—¿Sabes jugar?

—Nunca he jugado, aunque quizá se me dé bien. Soy buena en deporte.

Clod asiente para demostrar que no miento. Alis compone una expresión altanera. No sé por qué a veces tiene celos de lo que me sucede. Perdona, pero tú también podrías decir algo, ¿no? Estamos aquí todos sin decir nada…

Clod se repone y decide intervenir.

—Yo probé una vez… No me fue tan mal.

Cudini tampoco pasa ésta por alto.

—Sí, es muy buena en gimnasia. ¡Cuando jugamos a baloncesto la usamos como pelota!

Y estalla en carcajadas, solo. Como de costumbre, tiene que estropearlo todo. Menos mal que justo en ese momento entran dos enfermeras.

—Perdonen, ahora deben salir de la habitación… Tenemos que asear a los pacientes antes de que los médicos pasen para examinarlos. Gracias.

Una de las dos es rubia, algo rellenita pero muy mona, quizá se haya pasado un poco con el maquillaje, pero tiene un pecho que mi hermana no consigue ni siquiera con los
push up
. De hecho, Cudini apoya los codos en la cama y se desliza un poco hacia atrás con el culo, como si pretendiese parecer más presentable, suponiendo que eso sea posible. Y, por primera vez, parece mostrarse de acuerdo con una solicitud oficial.

—Sí, sí, tenéis que salir…

Su madre y su tía vuelven a besuquearlo, esta vez de manera más apresurada y, al final, salimos todos al pasillo del hospital.

—Adiós…

Michele y Giorgia se despiden de nosotros.

Michele hace ademán de decir algo, pero después cambia de opinión y se marcha. También la madre de Cudini se despide.

—Adiós, chicas, gracias por haber venido.

Y también la tía.

—Sí, habéis sido muy amables.

Después las tres nos quedamos un rato en el pasillo, charlando.

—Oh…, pero ¿es que aquí no hay una máquina para comprar chocolate o algún refresco?

—Clod, te has comido todos los bombones de Cudini…

—En efecto, por eso mismo ahora no tengo hambre, sino sed. Pero ¿es posible que no haya ni siquiera un surtidor, nada?

—Si, sí, ya veo que tienes sed.

—Tengo sed, de verdad, me estoy deshidratando… y, además, ya sabéis que beber ayuda a adelgazar, disuelve la grasa.

—Sí, pero no lo que tú quieres beber—, ¡chocolate!

—Madre mía, mira que eres estricta…

En ese momento pasa un médico.

—Perdone. —Clod se acerca a él—. ¿Sabe si hay algún surtidor, uno de ésos con el chorro hacia arriba…, en fin, para beber un poco de agua? —Y nos mira, mejor dicho, para ser más precisa, me mira a mí, como diciendo «¿Has visto?… ¿Qué te creías?».

—Sí, hay uno enfrente de los servicios, al fondo.

De manera que Clod, Alis y yo nos dirigimos al final del pasillo. Quizá debido al hecho de que por fin ha aplacado su sed, Clod parece despabilarse.

—La verdad es que el primo de Cudini no está nada mal.

—Por lo menos, es educado… —corrobora Alis—. Además de mono.

Yo también estoy de acuerdo con ellas. Además, veía que me miraba y, ya se sabe, cuando te das cuenta de que le interesas a alguien, automáticamente empieza a gustarte un poco… o, al menos, en mi caso es así.

Clod se echa a reír.

—¿Qué pasa? ¿Por qué te ríes? ¿En qué estás pensando?

Clod se acerca al surtidor de agua.

—En que está como un tren… con esa ropa deportiva…

Alis arquea las cejas y la mira.

—Bueno, como decía antes Cudini, tú eres la pelota de baloncesto, ¡a mí, en cambio, me gustaría ser su pelota de tenis!

Clod abre el grifo y empieza a beber.

—Eh, te estás
acudinando
.

Clod deja de beber y me mira. Todavía tiene los labios mojados y el semblante de una niña curiosa.

—¿Qué quieres decir, Caro?

—¡Que Alis se está volviendo un poco garrula!

—Sí, claro, y ahora nos dirás que a ti Michele no te ha gustado.

—Pues no —digo serena, sin más.

—Pero te miraba…

—Escuchad, ¿qué hacemos? —Clod se entromete en nuestra discusión— ¿Por qué no vamos a…?

—No, yo tengo que estudiar…

—Yo también y, además, mañana tenemos el examen de matemáticas.

—A segunda hora… Qué pocas ganas de hincar los codos.

—¿A primera hora qué hay?

—Religión…

—Pues ya está… arreglado, eso te dará oportunidad de rezar para que te salga bien.

Y salimos así del hospital, riendo divertidas. Claro que, si uno lo piensa un poco, no deberíamos hacerlo, dado que las personas que acuden allí lo hacen porque tienen algún problema. Pero el hecho de que Cudini esté bien a nosotras sólo nos produce alegría, y el hospital, a fin de cuentas, es un sitio parecido al colegio… en el sentido de que, si no te toca a ti, ¡es genial! Pero cuando cruzamos la verja y llegamos junto a los coches de Clod y de Alis, donde me gustaría que también estuviese el mío, nos encontramos con él, con Michele. Está de pie con la bolsa de las raquetas de tenis al hombro y parece cohibido. Alis y Clod se miran. Clod sonríe.

—Me está esperando. —Alis es siempre terrible en esos casos.

—¡Sí, claro! Está esperando a Caro…

—¿Estás segura?

—Al ciento por ciento.

Yo no digo nada. A veces conviene mantenerse al margen de ciertas discusiones. Pero, al final, con la intención de ser un poco amable con Clod, intervengo.

—¿Por qué dices eso?

No obstante, a medida que nos vamos aproximando a él, resulta cada vez más evidente. Michele se dirige directamente a mí. Alis arquea las cejas y mira a Clod.

—¿Has visto? ¿Qué esperabas?

Clod, que no sabe cómo responderle, intenta salir bien parada.

—Hablaba por hablar…, estaba bromeando.

Llegados a ese punto, Michele ya está casi delante de mí. Clod y Alis me dedican la mejor de sus sonrisas, como si fuésemos superamigas, porque lo somos, por supuesto que sí, aunque en cierta manera nos estamos jugando la amistad por él.

—Nosotras nos vamos, Caro…

—Sí, nos vemos mañana en el colegio.

Michele las saluda alzando la cabeza y espera a que se marchen.

—¿Tú también tienes un microcoche?

Vaya rollo, empezamos bien, acaba de meter el dedo en la llaga.

—No.

—Ah, en ese caso, ¿puedo llevarte a algún sitio?

—Claro, por supuesto.

Michele echa a andar.

—¿No tenías un torneo?

Me sonríe.

—Sí, pero no tenía nada que hacer contra Grazzini. Seguro que habría perdido. Es el más fuerte. De manera que es mejor que no vaya, así puedo mantener la ilusión de que, quizá, le habría ganado.

Sonrío.

—Eso es cierto, pero tarde o temprano tendrás que enfrentarte a ese Grazzini.

—Tarde o temprano. ¡Mejor que sea tarde!

Y, riéndose, me abre la puerta de un Smart Cabrio que es una auténtica chulada. Es el último modelo, el Double Two. Lo rodea y mete la bolsa con las raquetas detrás. Caramba, por dentro es también bonito, tiene los asientos de piel, el salpicadero negro, radio con CD y una pantalla plana para DVD. Precioso. Es un coche de adultos. ¡De manera que él lo es! Dios mío, no había pensado en eso… Michele entra en el Smart y me sonríe. Yo le devuelvo la sonrisa, aunque ligeramente intimidada. Madre mía, ¿cuántos años tendrá? Por eso es tan perfecto, el torneo, el coche, su manera de hablar, las respuestas que ha dado para que Clod se sintiera cómoda… Basta, no lo resisto más. Será mejor que se lo pregunte cuanto antes.

—Oye…, este coche es una preciosidad.

No me atrevo. No puedo empezar preguntándole cuántos años tiene. Sería como reconocer que tengo miedo de algo. ¿De qué, además? Por suerte, interrumpe mis cavilaciones.

—Te gusta… Mis padres me lo regalaron hace dos meses… Por mi cumpleaños. —Lo miro risueña, aunque podría haber dicho cuantos años tiene, ¿no?—. Cumplí dieciocho.

Tengo la impresión de que me lee el pensamiento. Me mira.

—Ah…

Sonrío exultante.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Claro…

—¿Cuántos años tienes?

Permanezco en silencio por un instante.

—¿Yo?

—Sí.

Me sonríe de nuevo. Claro. ¿A quién si no puede ir dirigida la pregunta? Qué estúpida.

—Catorce…

Me salto varios meses. A veces, ciertos detalles carecen de importancia, ¿no? Michele sonríe. Parece satisfecho con mi respuesta.

—Oye, ¿tienes que ir en seguida a casa o podemos dar una vuelta? A fin de cuentas, el torneo me lo he perdido ya.

—Demos una vuelta.

De modo que arranca y es muy divertido. Parece un tipo serio, ¡pero no lo es! Quita la capota al coche y me pasa una gorra y unas gafas.

—Siempre llevo dos, ¿sabes? Por si la persona que me acompaña no tiene.

—Ya veo.

Sonrío, me encasqueto la gorra y la sujeto con la mano. También me pongo las gafas. Son unas D&G grandes con los cristales ahumados y el logo de la marca en rojo sobre la patilla, un poco estilo años ochenta, nada mal, sin embargo. Cubren bien los ojos y no me llega ni mi soplo de viento. En realidad llevo un par de gafas en la bolsa, pero no me ha parecido bien decírselo. Es tan amable. Chulo, el Smart. Nunca había subido en uno, cuando se abre la capota resulta realmente precioso. A Rusty James también le encantaría tener un coche. Su sueño es un descapotable. Me ha dicho que, para él, el no va más sería uno de esos viejos Mercedes, un Pagoda celeste. Asegura que los antiguos no cuestan mucho. Claro que a saber cuándo se lo podrá permitir, por el momento ha podido alquilar la barcaza, que ya es mucho. Y los muebles de Ikea, si bien me ha confesado que los pagará a plazos. Ahora que lo pienso, ¿se los habrán llevado ya? Decido llamarlo más tarde sin falta.

—Eh, ¿te apetece algo caliente?

Sí, la verdad es que estamos en noviembre y resulta un poco absurdo ir con la capota quitada. Parece que estemos en Miami con la gorra y las gafas de sol, a bordo de uno de esos coches que corren por la playa. Sólo que, en efecto, hace frío.

Michele me sonríe y dobla una curva en dirección desconocida. No le pregunto adónde vamos. No tengo prisa. Siento curiosidad y estoy relajada. Me reclino en el asiento y, en cierto modo, me siento dueña del mundo. Quién sabe, quizá algún día yo también tenga un coche. Falta la música.

—¿Tienes algún CD, Michele?

—Llámame Lele… Toma, enchufa esto —me pasa un iPod— El cable está en el salpicadero. Luego elige la canción que quieras.

—Vale, gracias…, Caro.

—¿Qué? ¿Por qué me dices «gracias,
caro
»? ¿«Querido»?

—No, perdona. —Me echo a reír—. Te decía gracias por el iPod, y lo de Caro… ¡Caro es como puedes llamarme tú, no «querido» en italiano!

—Ah, no te había entendido.

Y sigue riéndose. La verdad es que la situación ha sido cómica, y al final elijo Moby porque me encanta,
In My Heart
. Ni que decir tiene que no querría que pareciese un mensaje. Pero Michele, es decir, Lele, se ríe. Y parece no darle mucha importancia. Estoy bien y no quiero pensar en eso. Al final me lleva a un sitio chulísimo que está en la vía del Pellegrino, se llama Sciam y sirven un sinfín de variedades de té y de infusiones. Y además se puede fumar en narguile, de modo que eso hacemos, ¡A mí me parece una especie de porro como los que se hace Cudini de vez en cuando, de esos que te colocan con sólo inhalar el humo! Quiero decir que es cierto que te hace sonreír, pero también debe de ser malo, ¿no? Clod, que fuma un poco, una vez probó a dar unas caladas y luego vomitó por la tarde. Estaba eufórica. En mi opinión, fue más porque había conseguido adelgazar algo que por el resto. Sea como sea, Lele y yo nos estamos divirtiendo como enanos. Elijo un narguile al escaramujo y a la miel. No está nada mal. Y luego nos traen unos pastelitos, buenos a decir poco, y nos comemos varios; son ligeros y, además, es bonito porque alrededor se perciben una infinidad de aromas: regaliz, jazmín, frutas tropicales y esencias naturales mezcladas con tabaco. Luego se acerca un tal Youssef, creo que es el propietario, y nos hace notar que en la pared hay colgado un cartel que reza «Prohibido fumar».

—Los puros y los cigarrillos están prohibidos en nuestro local, sólo permitimos el narguile porque es algo natural…

Así pues, nos deja probar una pipa para dos personas y turnamos juntos un poco de tabaco toscano con miel y esencia de manzana. En parte me río, aunque también me entran ganas de toser, pero al final resulta genial. Ahora estoy de nuevo en el Smart, tengo un buen sabor de boca, un poco dulce, no me molesta, y parece que nos hayan perfumado con incienso.

—Eh, gracias, me ha gustado mucho.

—Gracias, ¿por qué? Yo también me he divertido de lo lindo. ¿Vives aquí?

—Sí. —Le señalo mi edificio—. En el cuarto piso.

—¿Cuál es tu apellido?

—Bolla…

—Bien, toma, te he anotado mi número de móvil. —Y me da la tarjeta del local donde hemos estado—. Así puedes elegir entre ir a tomarte una infusión con una de tus amigas o llamarme a mí… ¡Les he pedido que no te dejen entrar si vas acompañada de otro, puesto que ese sitio te lo he enseñado yo!

—Está bien… —Cojo la tarjeta y me la meto en el bolsillo. Me gustaría decir algo ingenioso, pero no se me ocurre nada especial—. En ese caso, tú tampoco debes ir con otra.

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