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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Carolina se enamora (63 page)

—De eso nada. Así no vale. «Te lo juro por Snoopy» es una pijada, y además ya está algo pasado…

Alis le arrebata el paquete de caramelos de las manos y echa a correr riéndose.

—¡No! ¡Te arrepentirás de haber hecho eso!

Clod la persigue para recuperarlo.

—«Te lo juro por Snoopy» es un juramento perfecto.

Alis sube a su coche y se encierra dentro.

—Venga, devuélvemelos…

Alis saca un par, los desenvuelve y se los mete rápidamente en la boca. A continuación baja la ventanilla y le da los que sobran.

—Eh, el sábado quedamos en mi casa de campo. He mandado que preparasen la piscina. Será divertido, vendrán todos.

—¿Todos, quiénes?

—Todos…, todos los que cuentan… ¡Y quienes vosotras queráis!

Arranca como suele hacer ella, acelerando y haciendo chirriar las ruedas. Un coche que aparece por el otro lado tiene que frenar en seco y le toca el claxon para protestar por su repentina salida.

—¡He sacado un notable, mamá!

—¡Muy bien! ¡Fantástico! Me alegro mucho por ti.

Me abraza, me estruja, me besuquea. Y no me molesta como me sucede en otras ocasiones. Estoy muy feliz.

—¿Has oído, Dario? ¿Has visto qué bien le ha ido a Carolina?

Llega papá de la otra habitación con el
Corriere dello Sport
en las manos. Sonríe. Lo justo. Él es así. Jamás un derroche de efusiones.

—Bueno, en ese caso, podrás pasar unas vacaciones tranquilas… No como tu hermana Alessandra.

Alza un poco el tono para que mi hermana lo oiga desde su habitación. Acto seguido, se va.

Mi madre sonríe arqueando las cejas.

—Ha suspendido dos: este verano tendrá que estudiar. Deberá llevarse los libros a cuestas. ¿Y tus amigas? ¿Cómo les ha ido a ellas?

—¡Oh, bien! —Me siento a la mesa—, Clod ha sacado un suficiente…

—Bueno, no es como para echar las campanas al vuelo…

—Le da igual, lo que importa es que ha aprobado. Alis, en cambio, ha sacado sobresaliente.

—¡Faltaría más, si se habrá pasado el curso haciéndoles la pelota a los profesores!

—¡Pero qué dices, mamá! Siempre la miras con malos ojos, incluso cuando hace algo bueno…

—Esa chica no me gusta. No me gusta su familia. Su madre nunca está en casa, su padre sólo llama para las fiestas…

—¿Y eso qué tiene que ver con sus notas? Si ella ha sabido responder correctamente y los exámenes le han ido bien, ¿por qué no debería sacar un sobresaliente?

—Bueno, supongo que me molesta que le haya ido mejor que a ti…

—Ah, en ese caso… —me acerco a la pila, donde está lavando la ensalada para la cena—, me parece bien.

Y la abrazo. Sonríe mientras me pego a su espalda.

—Nadie puede superar a mi hija…

—Pero, mamá, si soy una nulidad en matemáticas…

—Ya mejorarás… Estoy segura de que mejorarás, ¿no?

Se vuelve hacia mí y me pellizca las mejillas con las manos mojadas.

—¡Mamá, que me estás mojando!

Me aparto de ella y me encamino hacia la puerta, pero antes de salir me paro y le dedico una sonrisa preciosa, la más bonita que he esbozado en mi vida.

—El sábado celebramos una fiesta de fin de curso en Sutri, puedo ir, ¿verdad?

Mi madre se vuelve, irritada.

—¡Me he enterado esta mañana, te lo juro!

—Sí, sí…, te lo juro por
Snoopy
.

¡Caramba, también ella conoce la frasecita! Me encamino radiante hacia mi habitación, contenta porque esa respuesta es propia de ella, sí.

—¡Holaaa!

—Eh, Caro, no te esperaba…

Rusty James me sonríe al verme subir a la pasarela de su barcaza.

—He venido para darte una sorpresa.

—Bien… —lo dice en un tono extraño.

Luego oigo ruidos en la cocina y de repente aparece ella.

—¡Debbie! Qué bien, no sabía que estabas aquí…

—¡Hola! —Debbie coloca una bandeja sobre la mesa. Me precipito hacia ella y la abrazo.

—Cuánto tiempo hacía que no te veía… Te ha crecido mucho el pelo, y estás morena…

—Tú también estás muy guapa, Caro.

Rusty James abre los brazos.

—¿Por qué no os dais los teléfonos? ¡Parecéis dos viejas amigas que no se han visto en mucho tiempo!

Debbie y yo nos miramos sonrientes.

—Pues sí…, tienes razón. Iré a coger un vaso para ti.

Desaparece en la cocina.

Veo que Rusty James lleva un sobre en la mano.

—Muy bien, R. J., me alegro por ti…

—¿Por qué? —No quiere confiarse.

Sonrío y me siento a su lado.

—Me alegro y punto… Ya sabes lo bien que me cae.

Cuando estoy a punto de añadir algo, vuelve Debbie.

—¿Quieres el té helado al limón o al melocotón?

—Lo que haya…

—He traído de las dos clases.

—En ese caso, melocotón.

—Bien, veo que todos tenemos los mismos gustos…

Debbie sirve el té en los vasos. Cojo el mío y lo levanto.

—¡Brindemos porque me han puesto un notable!

—¡Eso es fantástico, me alegro por ti!

Debbie hace chocar su vaso con el mío mientras R. J. silba.

—Uff…, menos mal, creía que te habían suspendido.

—Estúpido…

—Bueno, que los debías repetir. ¿Acaso te diferencias en algo de Ale?

—¡En todo! Y también de ti…

—Sí, es cierto —responde, serio—. Nosotros dos somos muy distintos.

—¡No! ¡Ni hablar! —Me abalanzo sobre él con todas mis fuerzas—. ¡Yo quiero parecerme en todo a ti!

—¡Ay, Caro! —Me empuja a otro sillón—. Mira que Debbie es muy celosa, ¿eh?

—¿Yo? —Debbie da un sorbo a su té—. De eso nada… Yo creo que lo estás haciendo adrede… Abre de una vez esa carta…

Rusty James coge la carta que llevaba antes en la mano. La mira, le da vueltas, le echa un vistazo a contraluz. Debbie se impacienta.

—Ábrela, venga… Lleva haciendo eso desde esta mañana.

—Pero ¿qué es?

Rusty James me mira.

—Es una carta de una editorial. Deben de haber leído mi novela.

—¿Y te escriben?

—Sí, para decirme si les ha gustado o no.

—¿Quieres que la abra yo?

—No. Quiero disfrutar del momento en que lo haga. Ya está. —Mira el reloj—. Son las siete y cuarto, el atardecer es maravilloso y me acompañan dos mujeres preciosas.

Le sonrío.

—Y un magnífico té al melocotón…

—Exacto.

A continuación se decide. Exhala un hondo suspiro y la abre con decisión, poco menos que desgarrando el papel. Saca el folio, lo desdobla, lo aplana y empieza a leer.

Debbie y yo nos quedamos inmóviles, casi sin aliento, preocupadas de que algo, incluso el más mínimo movimiento, pueda estropear una decisión que de todos modos ya está escrita en esa hoja de papel.

Rusty James dobla el folio. Nos mira y abre los brazos.

—Bueno… No ha salido bien. Lástima… —Se levanta—. En fin, voy a coger algo de la nevera.

Me levanto del sillón y lo sigo por un momento.

—No te preocupes, habrá otras oportunidades. Algún día llegará la buena… La has mandado a más sitios, ¿verdad?

—Sí, claro…

—¡Pues eso!

—Sí, tienes razón…

Lo dejo que vaya a la cocina y regreso al lado de Debbie.

—Lástima…, me sabe mal que se lo tome así…

Cojo el folio y empiezo a leer mientras Debbie dice: «Apreciado señor Bolla: Sentimos comunicarle que su novela no se ajusta a nuestra línea editorial…».

Bajo la hoja.

—¡Sí, es exactamente lo que pone! Pero ¿cómo sabías…?

Debbie abre un cajón cercano.

—Mira…

Está lleno de cartas de otras editoriales. Me aproximo a él. Elijo una al azar. Después otra.

—Ya ha recibido otras… nueve, y todas dicen más o menos lo mismo…

Leo la carta con más detenimiento. En la parte de arriba figura el título de su novela.


Como el cielo al atardecer
. Al final la ha titulado así… Es bonito.

—Sí, a mí también me gusta mucho.

—Estoy segura de que tarde o temprano la leerá alguien capaz de apreciarla y será todo un éxito.

Rusty James regresa en ese momento de la cocina.

—Tened, he traído unas fresas…

Pone delante de nosotras un cuenco lleno de fruta con un poco de helado de vainilla.

—Te he oído, ¿sabes? Es una pena…

—¿A qué te refieres?

—Que todavía tengas catorce años… ¡Si fueras mayor, te contrataría como agente!

—Para eso ya tienes a Debbie…

—Ella no me vale, no es objetiva. Se deja influenciar demasiado. —Rusty James la abraza con fuerza—. Cuando alguien rechaza el libro en lugar de exponer los aspectos positivos de lo que he escrito, les tiraría el té a la cabeza… ¡Me amas demasiado!

Y la besa en los labios. Debbie se agita entre sus brazos y se echa a reír.

—Sobre una cosa tienes razón.

—¿Me amas demasiado?

—¡Le tiraría el té a la cabeza!

—Ah, qué malvada…

Debbie se desembaraza de él, se escabulle por debajo de sus brazos. Echa a correr y se inicia entonces una persecución.

—Verás cuando te coja…

—No, no, socorro… ¡Socorro!

Debbie no deja de reírse mientras pasa rozando los sofás, se esconde detrás de una columna y al final se para utilizando un sillón como parapeto. Hace amago de moverse hacia la derecha, luego a la izquierda y después de nuevo a la derecha. Rusty James se abalanza sobre ella, prueba a cogerla, pero ella se echa hacia atrás y él tropieza, va a parar sobre el sillón y lo hace caer.

—¡Ay! Como te pille…

Prueba a atraparla desde el suelo, a aferrar su pierna desde abajo, pero ella salta, alza ambas piernas y echa de nuevo a correr.

Rusty James se levanta y empieza otra vez a perseguirla.

—¡No! ¡Socorro! ¡Socorro!

Acaban en el dormitorio. Se oye un batacazo.

—¡Ay! ¡Ay, me estás haciendo daño!

Después reina el silencio. Sólo se oye una risa ahogada.

—Venga…

Alguna voz a lo lejos, ligeramente sofocada.

—Quieto, que tu hermana está ahí afuera.

—Sí, pero ya se marcha.

Desde el salón puedo oírlos perfectamente y no tengo ninguna duda al respecto. Alzo la voz para que me oigan:

—Adiós, me voy…

—¿Lo ves? Eres un idiota…

—Adiós, Caro… ¡Eres la mejor!

—¿Por qué? —le grito al salir.

—¡Por el examen!

—Ah, pensaba que lo decías porque me voy.

Oigo que se ríen. Subo a la moto, la arranco y me pongo el casco. Parto así, envuelta en el leve aroma de unas flores amarillas y del maravilloso atardecer que se ha quedado encajado en el arco de un puente lejano.

«Me amas demasiado». Acto seguido, sus risas. La fuga. La caída. Y ahora estarán haciendo el amor. Sonrío. «Me amas demasiado».

Una vez superado el miedo inicial debe de ser precioso.

Massi… ¿Y yo? Yo todavía no he logrado decirte que te amo. «Te amo, te amo, te amo». Pruebo todas las entonaciones posibles mientras circulo con la moto por la pista para bicicletas. Como si fuera una actriz. «Te amo». Seria. «Te amo». Alegre. «Te amo». Pasional. «Te amo». Despreocupada. «Te amo». Canción napolitana. «Te amo». Umberto Tozzi. «Te amo». Culebrón venezolano. «Te amooooo». Una chalada que grita.

Dos chicos que corren en dirección contraria se vuelven riéndose. Uno de los dos es más rápido que el otro.

—¡Y yo a tiií!

Y se alejan sin dejar de reírse.

Ahora estoy lista y mucho más serena.

Cuando entramos en su espléndido jardín la música suena a todo volumen. Todos bailan junto a la piscina, algunos en traje de baño, otros vestidos, en tanto que el disc-jockey, subido a una plataforma que han colocado en lo alto de un árbol, alza una mano al cielo, con los auriculares medio caídos en el cuello, y la otra mano contra la oreja, escuchando un tema que está a punto de cambiar. ¡Ahí va!
Please, don't stop the music
.

—¡Ésta es genial! ¡Me encanta! Aparca ahí, Massi, hay un sitio libre.

Massi sigue mis indicaciones y detiene su Cinquecento azul petróleo con la bandera inglesa en la explanada del parking.

—Vamos.

Me apeo del coche y tiro de él.

—¡Espera al menos a que lo cierre!

—¡Qué más da! Aquí nadie te lo robará.

De modo que echamos a correr en dirección a la gran pista que ocupa el centro del prado de la magnífica casa que Alis tiene en Sutri.

—¡Aquí están, por fin han llegado!

Varias personas nos salen al encuentro.

—¡Holaaa! Os presento a Massi.

—Hola, Virginia.

—Hola, nosotros ya nos conocemos, soy Clod, la amiga de Caro.

—Por supuesto, te recuerdo. Y él es Aldo, tu novio…

Lo miro orgullosa. Massi se acuerda de todo.

—Y ella es Alis, la homenajeada.

Se sonríen.

—Sí, pero tú y yo también nos hemos visto ya.

—Sí, en el cine.

—Eso es. ¡Pero yo no soy la homenajeada! ¡La fiesta es para todos! Vamos a bailar, Caro…

Alis me arrastra hasta el centro de la pista. Clod se une a nosotras y nos divertimos a más no poder, bailando al unísono, siguiendo el ritmo, saltando y cambiando de movimientos a la perfección, sí, porque somos las amigas perfectas.

—¡Este sitio es fabuloso!

—¡Precioso! —grito para que me oigan a pesar de la música.

—¿Te gusta?

—¡Muchísimo! ¡No recordaba que fuese tan bonito!

—No hace mucho que construimos la piscina y que compramos los caballos. Mira.

Me doy media vuelta. A mis espaldas, Gibbo corre a toda velocidad y se tira en bomba a la piscina salpicando a todo el mundo.

—¡Nooo! Pero ¿has invitado también a los profes?

El profe Leone y la Boi se encuentran en el borde de la piscina mirándose la ropa, que Gibbo les acaba de empapar.

—¡Faltaría más, nos han aprobado a todos! ¡Era justo que también ellos recibiesen un premio!

En ese momento, del otro lado de la piscina, llega la bomba Filo, que acaba dejándolos como sopas.

—Bueno, ¡justo premio, justo castigo!

—Sólo falta que ahora se tire también Clod, ¡entonces la ducha sería completa!

—¡Imbéciles!

Y seguimos bailando como locas, empujándonos y riéndonos divertidas, mientras por el rabillo del ojo veo que Massi está bebiendo algo con Aldo, hablando de sus cosas.

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