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Authors: Gary Jennings

Tags: #Histórico

Azteca (114 page)

Después de eso, ya no se recordó que Pápantzin hiciera más apariciones públicas, pero otros sucesos extraños se dejaron oír por los alrededores, causando tanta conmoción que el Consejo de Voceros nombró investigadores especiales para que buscaran la verdad en todos ellos. Sin embargo, que yo recuerde, ninguno fue corroborado y los más de ellos fueron considerados como presagios hechos por adivinos que querían llamar la atención o por alucinaciones de borrachos.

Entonces, cuando ese hético año terminó, cuando los días vacíos ya habían pasado y el año Cuatro-Casa empezaba, el Venerado Orador Nezahualpili llegó de Texcoco inesperadamente. Se dijo que él había venido a Tenochtitlan sólo para disfrutar de nuestra celebración de El Árbol Se Levanta, pues por muchos años había estado viendo una versión de esa celebración en Texcoco. La verdad era que él había venido para consultar secretamente con Motecuzoma, pero los dos gobernantes se habían encerrado juntos, sólo por un pequeño tiempo en la mañana, antes de mandar llamar a otra persona que necesitaban consultar. Para mi gran sorpresa fue a mí a quien mandaron llamar.

Con el vestido de saco puesto, hice mi entrada al salón del trono, aunque esta, vez mis reverencias fueron más humildes de lo que exigía el protocolo, ya que en la sala había dos Venerados Oradores esa mañana. Yo estaba bastante sorprendido de ver que Nezahualpili estaba casi calvo y que el pelo que le quedaba era cris. Cuando al fin me puse de pie enfrente de los dos
icpaltin
, tronos, que estaban lado a lado entre los dos discos de oro y plata, el UeyTlatoani de Texcoco al fin me reconoció y dijo casi alegremente:

«¡Mi formal cortesano, Cabeza Inclinada! ¡Mi una vez escribano y conocedor de palabras. Topo! ¡Mi una vez heroico guerrero, Nube Oscura!».

«En verdad, que Nube Oscura —gruñó Motecuzoma. Ése fue su único saludo, acompañado de una mirada enojada—. ¿Entonces usted conoce a este desgraciado, mi amigo?».

«
Ayyo
, hubo un tiempo en que estuvimos muy unidos —dijo Nezahualpili, sonriendo ampliamente—. Cuando usted me habló de un campeón Águila llamado Mixtli, no lo relacioné con él, pero debí pensar que se elevaría de título tras título. —Dirigiéndose a mí, dijo—: Le saludo y lo felicito, campeón de la Orden del Águila».

Tengo la esperanza de que contesté adecuadamente, pues estaba ocupado en ver que el saco me cubriera bien las rodillas, pues éstas me temblaban visiblemente. Motecuzoma preguntó a Nezahualpili: «¿Ha sido siempre este Mixtli un embustero?».

«Nunca un embustero, mi amigo, le doy mi palabra. Mixtli siempre ha dicho la verdad, conforme la ha visto. Desgraciadamente, sus visiones no son siempre cómodamente acordes con las de otras gentes».

«Ni tampoco las de un embustero —dijo Motecuzoma entre dientes. Y a mí me dijo casi gritándome—: Usted nos hizo creer a todos nosotros que no había nada que temer de…».

Nezahualpili le interrumpió diciendo calmadamente: «¿Me permite, señor amigo? ¿Mixtli?».

«¿Sí, Señor Orador?» respondí roncamente, sin saber en qué problema me hallaba, pero sintiéndome totalmente seguro de que estaba en un problema.

«Hace poco más de dos años, los maya enviaron mensajeros-veloces a todas estas tierras, para avisar que habían visto extraños objetos, casas flotantes, dijeron, en las playas de la península de Uluümil Kutz. ¿Recuerda aquella ocasión?».

«Vívidamente, mi señor —dije—. Yo interpreté ese mensaje, como que ellos habían visto un pez gigante y cierto pez alado».

«Sí. Ésa fue la explicación que se esparció por orden de su Venerado Orador, y creo que toda la gente la escuchó con alivio».

«Para mi muy considerable vergüenza», dijo ceñudo Motecuzoma.

Nezahualpili hizo un gesto para aplacarlo y luego continuó preguntándome: «Parece que algunos de los maya que vieron esas apariciones hicieron algunos dibujos, joven Mixtli, pero sólo hasta ahora llegó uno de esos dibujos a nuestro poder. ¿Puede usted todavía decir, si estos objetos pintados son un pez?».

Me alargó un pedazo de papel de corteza, pequeño, cuadrado y andrajoso, que yo observé atentamente. Era un típico dibujo maya, tan pequeño y tan mal hecho que no me quedó otro remedio que casi adivinar qué era lo que en realidad quería representar. Sin embargo tuve que decir: «Debo confesar, mis señores, que esto se asemeja más a una casa que a un pez inmenso. Yo me confundí».

«¿O el pez volador?», preguntó Nezahualpili.

«No, mi señor. Las alas del pez se extienden a ambos lados. Todo lo que puedo decirle es que, en estos objetos las alas parece que están directamente encima de ellos, sobre sus espaldas o sus azoteas».

Él hizo notar: «Y esos puntos que están en fila, entre las alas y el tejado o azotea, ¿qué cree usted que son?».

Sintiéndome algo molesto dije: «Es casi imposible de asegurar por este dibujo tan mal hecho, pero puedo aventurar que parecen las cabezas de los hombres que se asoman».

Sintiéndome miserable, levanté los ojos del papel para mirar directamente a cada uno de los Oradores. «Mis señores, me desdigo de mi anterior interpretación. Sólo puedo decir que no había recibido la información adecuada. Ahora puedo decir que Uluümil Kutz fue visitado por unas inmensas canoas que de alguna manera se mueven con alas y van llenas de hombres. No podría decir de qué nación son esos hombres ni de dónde vienen, excepto que son extranjeros y que obviamente tienen muchos conocimientos. Si ellos pueden construir esa clase de canoas, muy bien pueden hacer la guerra y quizás una guerra de lo más atemorizante, como nunca la hemos visto».

«¡Ah, lo ve! —dijo Nezahualpili con gran satisfacción—. Aun a riesgo de desagradar a su Venerado Orador, Mixtli no titubea en decir la verdad como él la ve… cuando él la ve. Mis adivinos y oráculos, cuando vieron este dibujo maya, leyeron en él ese mismo portento».

«Si ese presagio hubiera sido leído correctamente y pronto —murmuró Motecuzoma— hace más de dos años que hubiera fortificado y enviado hombres a las costas de Uluümil Kutz».

«¿Con qué propósito? —preguntó Nezahualpili—. Si los extranjeros escogen ese sitio para golpear, deje que los maya que están allí reciban el golpe. Pero si como parece, ellos nos pueden invadir por el ilimitado mar, hay innumerables playas en donde ellos puedan desembarcar, al este o norte, al oeste o al sur. Ni los guerreros de todas las naciones juntas, alcanzarían para proteger todas las playas vulnerables. Es mejor que usted concentre su defensa, en un apretado círculo, alrededor de su nación».

«¿Yo? —exclamó Motecuzoma—. ¿Y usted qué?».

«Ah, yo estaré muerto para entonces —dijo Nezahualpili arrellenándose regaladamente en su silla—. Los adivinos me han asegurado eso, y estoy muy contento, porque así podré pasar mis últimos años en paz y reposando. De ahora en adelante no haré más la guerra, hasta que muera. Ni tampoco la hará mi hijo Flor Oscura, quien será mi sucesor en el trono».

Yo estaba parado enfrente del trono, sintiéndome bastante incómodo, pero aparentemente les tenía sin cuidado y se habían olvidado de mí, ni siquiera me dijeron que me fuera.

Motecuzoma miró a Nezahualpili, y su rostro se fue ensombreciendo. «¿Me está usted dando a entender que Texcoco y su nación alcohua dejan de pertenecer a la Triple Alianza? Señor amigo, aborrezco hablar sobre traición y cobardía».

«Pues entonces no hable sobre eso —dejó caer Nezahualpili—. Lo que quiero decir es que nosotros… que nosotros debemos… reservar todos nuestros guerreros para la invasión que ha sido profetizada. Y cuando digo nosotros, me estoy refiriendo a
todas
las naciones de estas tierras. No debemos gastar más nuestras fuerzas y nuestros guerreros combatiendo entre nosotros. Los feudos y rivalidades deben ser suspendidas y todas nuestras energías, todos nuestros ejércitos juntos deben luchar para repeler al invasor. Así es como yo lo veo a la luz de los presagios y a la interpretación que de ellos dieron mis sabios. Es por eso que pasaré los días que me quedan y Flor Oscura lo seguirá haciendo después de mí, en trabajar para conseguir una tregua y la solidaridad entre todas las naciones, para que todos presentemos un frente unido cuando los extranjeros lleguen».

«Todo eso está muy bien para usted y para su dócil y disciplinado Príncipe Heredero —dijo Motecuzoma en una forma insultante—. Pero nosotros ¡somos los mexica! Desde que hemos implantado nuestra supremacía en El Único Mundo, ningún extranjero ha puesto un pie dentro de nuestros dominios sin nuestro consentimiento. Y siempre será así, si debemos pelear solos contra todas las naciones conocidas o no conocidas, aunque
todos
nuestros aliados deserten o se vuelvan contra nosotros».

Sentí un poco de pena al ver que el Señor Nezahualpili no se resentía ante esa demostración abierta de desprecio. Él dijo casi con tristeza:

«Entonces le contaré una leyenda, señor amigo. Quizá ha sido olvidada por ustedes los mexica, pero todavía se lee en nuestros archivos de Texcoco. De acuerdo con esa leyenda, cuando sus ancestros azteca se aventuraron por primera vez fuera de su tierra de Aztlán, al norte de aquí, e hicieron esa larga caminata que les tomó varios años hasta llegar aquí, ellos no sabían los obstáculos que podrían encontrar en su camino. Todo lo que sabían era que se encontrarían en tierras prohibidas, y con pueblos tan hostiles a ellos, que pudieran juzgar preferible retroceder en sus caminos y regresar a Aztlán. Para prevenir esa contingencia, hicieron todos los arreglos para poder tener una rápida y segura retirada. En siete u ocho de los lugares en que se detuvieron entre Aztlán y este distrito del lago, ellos recolectaron y escondieron grandes cantidades de armas y provisiones. Si ellos se veían forzados a retroceder a su tierra otra vez, lo harían a su propio paso bien nutridos y bien armados. O podrían detenerse en cualquiera de esas posiciones ya preparadas».

Motecuzoma bostezó; claramente se veía que él no había escuchado ese cuento antes, ni yo tampoco. Nezahualpili continuó:

«Por lo menos eso dice esa leyenda. Desgraciadamente no dice dónde estaban ubicados esos siete u ocho lugares. Respetuosamente le sugiero, señor amigo, que mande usted exploradores hacia el norte, a través de las tierras desiertas para buscarlos. Podría utilizarlos o mandar hacer una nueva línea de aprovisionamiento, pues si usted no desea tener como aliado a ninguna nación vecina ahora, llegará el tiempo en que ninguna de ellas lo será y entonces usted podrá necesitar una ruta de escape. Nosotros los acolhua preferimos rodearnos de amigos».

Motecuzoma estuvo en silencio por largo tiempo, encogido en su silla como si estuviese confundido ante la aproximación de una tormenta. Luego se sentó derecho, levantó sus hombros y dijo: «Suponga que esos extranjeros nunca lleguen. Usted se encontrará tranquilamente acostado, sin más propósito que el caer en la trampa de cualquier
amigo
que se sienta lo suficientemente fuerte».

Nezahualpili movió su cabeza y dijo: «Los extranjeros vendrán».

«Usted parece muy seguro de ello».

«Lo suficientemente seguro como para hacerles la guerra —dijo Nezahualpili casi jovial—. Señor amigo, lo reto a usted. Juguemos al
tlachtli
en el patio ceremonial. Sin jugadores, sólo usted y yo, digamos tres juegos. Si pierdo, tomaré ese presagio como contradictorio. Me retractaré de todas mis tristes predicciones y pondré todas las armas acolhua, todos sus ejércitos y recursos a su disposición. Si usted pierde…».

«¿Qué?».

«Concédame sólo esto. Me dejará a mí y a mis acolhua libres y fuera de todos sus futuros enredos, para que podamos pasar así nuestros últimos días en paz, dedicados a otras cosas más placenteras».

Motecuzoma dijo al instante: «De acuerdo. Tres buenos juegos», y sonrió malignamente.

Él debió de haber sonreído así porque no era el único que pensaba que Nezahualpili debía de estar loco al retarlo a jugar. Por supuesto, nadie excepto yo —que había jurado guardar el secreto— sabía en esos momento que el Venerado Orador de Texcoco acababa de apostar su porvenir. Para los ciudadanos de Tenochtitlan, así como para los visitantes, la contienda sería otro simple entretenimiento para ellos o un honor más para Tláloc, durante las celebraciones de la ciudad, de El Árbol Se Levanta. Pero no era un secreto que Motecuzoma era por lo menos veinte años más joven que Nezahualpili, ni que ese juego de
tlachtli
era un juego brutal, jugado solamente por jóvenes fuertes y robustos.

Todo alrededor y más allá de las paredes exteriores del patio de pelota y El Corazón del Único Mundo, estaba lleno de gente, tanto nobles como plebeyos, que se apretujaban hombro con hombro, aunque ni siquiera uno de cien pudiera haber tenido la esperanza de echarle una simple mirada al juego. Sin embargo, cuando el juego hacía que los espectadores que estaban adentro del patio, gritaran un «
¡Ayyo!
» de alabanza, o un «
¡Ayya!
» como gemido, o un «
hoo-oo-ooo
» piadoso, toda la gente que estaba afuera en la plaza, lo repetía como un eco, sin ni siquiera saber el porqué.

Las hileras de escalones de piedra inclinadas, que se desprendían de las paredes de mármol del patio interior, estaban pletóricas de altos nobles de Tenochtitlan y de Texcoco —los que habían venido con Nezahualpili—. Posiblemente en compensación o como soborno a mi silencio, los dos Venerados Oradores me habían asignado uno de los preciosos asientos allí. Siendo sólo un campeón Águila, yo era la persona de más bajo rango en toda esa augusta reunión, a excepción de Nochipa, a quien había llevado para sentarla en mis piernas.

«Mira, hija, y recuerda —le dije al oído—. Esto es algo que nunca se volverá a ver. Dos de los hombres más notables y con mayor señorío en todo El Único Mundo, compitiendo en público espectáculo. Mira y recuérdalo para toda tu vida. Nunca volverás a ver un espectáculo como este».

«Pero, padre —dijo ella—, ese jugador que trae un yelmo azul es un
viejo
». Y apuntó discretamente con su barbilla a Nezahualpili, quien estaba parado en el centro del patio, un poco aparte de Motecuzoma y del principal sacerdote de Tláloc, el sacerdote que se encargaba de todas las ceremonias durante ese mes.

«Bueno —le dije—, el jugador que tiene un protector de cabeza de color verde, es más o menos de mi edad, por lo tanto no es tan juvenil».

«Parece que estás más a favor del viejo».

«Espero que grites de alegría por él, cuando yo lo haga. He apostado una pequeña fortuna a su favor».

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