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Authors: Jasper Fforde

Algo huele a podrido (36 page)

BOOK: Algo huele a podrido
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—¿Hay algo que no fabriquen ustedes mismos?

—En realidad no. Es insultante no dar a la materia prima todos los usos posibles. El dinero que ganamos se destina íntegramente al plan de recompra. Tal vez cuando nos llegue nuestra hora podamos permitirnos los títulos de propiedad.

—Entonces, si me disculpa, ¿qué sentido tiene?

—Morir libre, señor Cable. ¿Algo de beber?

La señora Stiggins regresó con cuatro vasos cortados del fondo de botellas de vino y nos los ofreció. Stig se tomó el contenido del suyo de un trago y yo intenté hacer lo mismo. Estuve a punto de atragantarme… no era muy diferente a beber gasolina. Bowden se atragantó y se agarró la garganta como si le quemase. El señor y la señora Stiggins nos miraron con curiosidad y estallaron luego en toda una serie de toses guturales.

—Me parece que no entiendo el chiste —dijo Bowden con los ojos llenos de lágrimas.

—Es costumbre neandertal humillar a los invitados —anunció Stig, recogiendo nuestros vasos—. Ustedes han bebido ginebra de patata… nosotros agua. La vida es buena. Tomen asiento.

Nos sentamos en el sofá y Stig revolvió las brasas del fuego. En el espetón había un conejo y suspiré aliviada; no tendríamos que almorzar escarabajos.

—Esos jugadores de cróquet de ahí fuera —dije—, ¿cree que se les podría convencer para jugar en los Mazos de Swindon?

—No. Sólo los humanos se definen a sí mismos por oposición a otros humanos. Para nosotros ganar o perder carece de sentido. Las cosas simplemente son lo que se supone que deben ser.

Pensé en ofrecer dinero. Después de todo, el salario de un mes de un jugador medio podría cubrir con facilidad un millar de planes de recompra. Pero los neandertales son muy raros con el dinero… sobre todo con el dinero que no creen haberse ganado. No dije nada.

—¿Tiene alguna idea más sobre los Shakespeares clonados? —preguntó Bowden.

Stig pensó un momento, arrugó la nariz, le dio la vuelta al conejo y luego se acercó a un enorme buró y regresó con un expediente grueso: el informe genómico que había recibido del señor Rumplunkett.

—Son definitivamente clones —dijo—, y quien los crease se cubrió las espaldas… Eliminaron los números de serie de las células y al ADN le falta la información del fabricante. En lo que se refiere al nivel molecular, podrían haber sido creados en cualquier parte.

—Stig —dije, pensando en
Hamlet
—, no hace falta que le diga lo importante que es que encontremos un clon de Will… y pronto.

—Todavía no hemos terminado, señorita Next. ¿Ve esto?

Me entregó una evaluación espectroscópica de los dientes del señor Shaxtper y miré la gráfica en zigzag sin comprender.

—Lo hacemos para examinar los patrones de salud a largo plazo. A partir de una sección transversal de los dientes de Shaxtper podemos deducir la zona de fabricación basándonos exclusivamente en la dureza del agua.

—Comprendo —dijo Bowden—. Bien, ¿dónde se encuentra esa agua?

—Fácil: en Birmingham.

Bowden batió palmas de contento.

—¿Quiere decir que hay un laboratorio secreto de ingeniería genética en la zona de Birmingham? ¡Lo encontraremos en un periquete!

—El laboratorio no está en Birmingham —dijo Stig.

—Pero ha dicho…

Yo sabía exactamente por dónde iba.

—Birmingham importa toda su agua —dije en voz baja—, del valle de Elan… en la República Socialista de Gales.

De pronto la labor se nos había complicado mucho. Las mayores instalaciones de biotecnología de Goliath estaban a orillas del embalse Craig Goch, en el centro del Elan, antes de su traslado a Presellis. Las habían construido al otro lado de la frontera debido a la laxa normativa biotecnológica; las cerraron en cuanto el Parlamento gales se puso al día. El laboratorio de Presellis sólo realizaba trabajos legítimos.

—¡Imposible! —se mofó Bowden—. ¡Cerraron hace décadas!

—Y sin embargo —respondió Stig lentamente—, sus Shakespeares se fabricaron allí. Señor Cable, no es usted un amigo natural de los neandertales y no posee la fuerza de espíritu de la señorita Next, sin embargo es usted apasionado.

A Bowden no le convencía el resumen de Stig.

—¿Cómo puede conocerme tan bien?

Hubo un momento de silencio mientras Stig daba vueltas al conejo en el asador.

—Vive con una mujer a la que no ama realmente pero que necesita por razones de estabilidad. Sospecha que se ve con otro y la furia y la duda pesan sobre sus hombros. Siente que no le han ascendido como sería justo y que la única mujer a la que ama realmente es inaccesible…

—Vale, vale —dijo Bowden hosco—, me hago una idea.

—Los humanos irradian emociones como fuegos violentos, señor Cable. Nos asombra que puedan engañarse unos a otros con tanta facilidad. Vemos todos los engaños y hemos evolucionado para no necesitarlos.

—Esos laboratorios… —dije, deseosa de cambiar de tema—. ¿Están ustedes seguros?

—Estamos seguros —afirmó Stig—, y no sólo fabricaron allí los Shakespeares. Todos los neandertales hasta la versión 2.3.5 también. Deseamos regresar. Tenemos necesidad urgente de lo que se nos ha negado.

—¿Y es?

—Niños —dijo Stig—. Hemos estado planeando la expedición y sus características sapiens nos serían útiles. Ustedes poseen una impetuosidad que a nosotros nos falta. Un neandertal medita cada movimiento antes de actuar y está genéticamente predispuesto a la precaución. Nos hace falta alguien como usted, señorita Next: un humano impulsivo, con tendencia a la violencia y capaz de mandar… pero dominado por lo que es correcto.

Suspiré.

—No vamos a entrar en la República Socialista —dije—. No tenemos jurisdicción y si nos pillan lo pagaremos caro.

—¿Qué hay de tu plan para llevar los libros, Thursday? —preguntó Bowden con tranquilidad.

—No hay ningún plan, Bowd. Lo siento. No puedo arriesgarme a acabar encerrada en alguna celda galesa durante la Superhoop. Tengo que asegurarme de la victoria de los Mazos. Tengo que estar aquí.

Stig frunció el ceño.

—¡Es extraño! —dijo al fin—. No desea ganar por una falsa sensación de orgullo por su ciudad natal… Captamos un propósito superior.

—No puedo contárselo, Stig, pero lo que lee es cierto. Es vital para todos nosotros que Swindon gane la Superhoop.

Stig miró a la señora Stiggins y los dos conversaron unos buenos cinco minutos… empleando exclusivamente expresiones faciales y algún gruñido. Cuando terminaron, Stig dijo:

—Hay acuerdo. Usted, el señor Cable y yo mismo entraremos por la fuerza en los laboratorios de ingeniería genética de Goliath. Usted para encontrar a su Shakespeare, nosotros para encontrar la semilla para nuestras hembras.

—No puedo…

—Aunque fracasemos —añadió Stig—, la Nación Neandertal aportará cinco jugadores para que la ayuden a ganar la Superhoop. No habrá ni pago ni gloria. ¿Es un acuerdo?

Miré sus pequeños ojos marrones. A juzgar por la calidad de los jugadores que había visto fuera y mis conocimientos acerca de los neandertales en general, tendríamos una oportunidad… incluso si yo estaba encerrada en una cárcel galesa.

Acepté la mano que me tendía.

—Es un acuerdo.

—Entonces comamos. ¿Les gusta el conejo?

Los dos asentimos.

—Bien. Es nuestra especialidad. En neandertales se llama
conejo-yescara.

—Suena genial —respondió Bowden—. ¿Con qué se sirve?

—Patatas y una… salsa crujiente ácida de color verde amarronado.

No estoy segura, pero creo que Stig me guiñó un ojo. No debería haberme preocupado. La comida fue excelente y los neandertales tienen toda la razón: los escarabajos están muy infravalorados.

31 Reunión de planificación

DISMINUYE EL NÚMERO DE CORMORANES COMUNES

Un importante ornitólogo afirmó ayer que la incompatibilidad entre osos y aves es la responsable del declive de los cormoranes en los últimos tiempos. «Hace años que sabemos que los cormoranes depositan sus huevos en bolsas de papel para evitar la luz —nos explicó el señor Daniel Chough—, pero la repoblación de osos en Inglaterra ha sometido a una tensión insoportable los hábitos reproductivos de esas aves. A pesar de que osos y aves rara vez compiten por comida y recursos, parece ser que los osos de paseo con bollos roban las bolsas de papel de los cormoranes para, según una investigación preliminar, recoger las migas.» Se sospecha que los osos podrían ser de origen danés, pero no se ha confirmado.

Flap!
, artículo del 20 de julio de 1988

—Bien, ¿qué sabes del Elan? —preguntó Bowden mientras volvíamos a la ciudad.

—No mucho —respondí, mirando las gráficas de los dientes del señor Shaxtper. Stig estimaba que había vivido en Elan mucho más que los otros, quizás hasta hacía pocos años. Si había sobrevivido tanto tiempo, ¿podría haber más como él? No estaba todavía dispuesta a abrigar falsas esperanzas, pero al menos me parecía posible que al final pudiésemos salvar
Hamlet.

—¿Hablabas en serio cuando decías que no habías podido encontrar una forma de entrar?

—Eso me temo. Pero siempre podemos fingir ser empleados de la compañía del agua de Birmingham o algo por el estilo.

—¿Por qué los empleados del agua iban a viajar con diez camiones cargados de libros daneses prohibidos? —preguntó Bowden, con toda la razón.

—¿Para tener algo que leer mientras cumplen con sus obligaciones?

—Quemarán esos libros si no los salvamos, Thursday. Debemos encontrar una forma de entrar en la República.

—Ya se me ocurrirá algo.

Me pasé el resto de la tarde esquivando llamadas de periodistas deportivos deseosos de obtener una noticia y descubrir quién jugaría en cada posición. Llamé a Aubrey y le dije que tendríamos cinco jugadores nuevos, pero no le conté que serían neandertales. No podía arriesgarme a que se enterase la prensa.

Cuando volvía a casa de mamá mi anillo de bodas volvía a estar firmemente instalado alrededor de mi dedo. Llevé a Friday a casa de Landen y, viendo que todo parecía haber vuelto a la normalidad, llamé dos veces. Se oyó un revuelo emocionado en el interior y Landen abrió la puerta.

—¡Aquí estás! —dijo feliz—. Cuando me colgaste me preocupé un poco.

—No colgué, Land.

—¿Volví a erradicarme?

—Eso me temo.

—¿Sucederá de nuevo?

—Espero que no. ¿Puedo pasar?

Dejé a Friday en el suelo; de inmediato intentó subir las escaleras.

—Es hora de dormir, ¿no es así, hombrecito? —preguntó Landen, siguiéndole mientras trepaba hasta arriba. Vi que en la habitación de invitados había dos barreras de escalera sin desembalar, lo que me tranquilizó. También había comprado una cuna y varios juguetes.

—He comprado ropa.

Abrió un cajón. Estaba repleto de todo tipo de prendas para el pequeñito, y aunque algunas me parecieron un poco pequeñas, no dije nada. Bajamos a Friday y Landen preparó la cena.

—Entonces, ¿sabías que iba a volver? —pregunté mientras él cortaba el brécol.

—Oh, sí. En cuanto resolvieses toda esa tontería de la erradicación —respondió—. ¿Preparas té, por favor?

Fui al fregadero y llené el hervidor.

—¿Ya tienes un plan para lidiar con Kaine? —preguntó Landen.

—No —admití—. La verdad es que estoy apostando porque se cumpla la Séptima Revelación de san Zvlkx.

—Lo que no comprendo —dijo Landen, cortando zanahorias— es por qué todos excepto Formby parecen estar de acuerdo con todo lo que Kaine dice. Mansos como corderos, todos ellos.

—Debo admitir que me sorprende que nadie se oponga a los planes de Kaine —dije, mirando ausente por la ventana de la cocina. Fruncí el ceño cuando en mi cabeza empezó a tomar forma una idea—. ¿Land?

—¿Sí?

—¿Cuándo se acercó Formby por última vez a Kaine?

—Nunca. Le evita como a la peste. Kaine quiere una reunión cara a cara, pero el presidente no está dispuesto a ceder.

—¡Eso es! —dije, recibiendo la inspiración.

—¿El qué?

—Bien… —Callé porque algo al fondo del jardín me había llamado la atención—. ¿Tienes vecinos entrometidos, Land?

—La verdad es que no.

—Entonces, probablemente sea mi acechador.

—¿Tienes un acechador?

Señalé.

—Claro. Está justo ahí, detrás de los laureles, llamándome.

—¿Quieres que me porte como un macho fuerte y le persiga con un palo?

—No. Se me ha ocurrido una idea mejor.

—Hola, Millon. ¿Cómo va el acecho? Te he traído una taza de té y un bollo.

—Muy bien —dijo, apuntando en el cuaderno la hora a la que había salido a hablar con él y haciéndose a un lado para dejarme sitio en el arbusto de laurel—. ¿Cómo te van las cosas a ti?

—En general bien. ¿Por qué me llamabas?

—¡Ah! —dijo—. En la revista
Teorías conspiratorias
íbamos a publicar un artículo sobre videntes del siglo XIII y quería hacerte algunas preguntas.

—Adelante.

—¿No encuentras curioso que veintiocho santos de la Edad Media hayan escogido este año para su reaparición?

—La verdad es que no lo había considerado.

—Vale. ¿Y no te parece curioso que, de esos veintiocho supuestos videntes, sólo dos, san Zvlkx y la hermana Bettina de Stroud, profetizaran algo que realmente se haya cumplido?

—¿Qué pretendes decir?

—Que san Zvlkx no es ni mucho menos un santo del siglo XIII, sino un criminal que viaja en el tiempo. Realizó un viaje ilícito a la Edad Oscura, escribió lo que recordaba de la historia y luego, en el momento apropiado, se catapultó en el tiempo para ver como se cumplía su última «Revelación».

—¿Por qué? —pregunté—. Si la CronoGuardia se enterara de lo que hace se encontraría con que jamás habría nacido… literalmente. ¿Por qué arriesgarse a la inexistencia a cambio de unos pocos años de fama como visitante asqueroso del siglo XIII con un montón de desagradables enfermedades cutáneas?

Millon se encogió de hombros.

—No lo sé. Pensé que tú podrías ayudarme a mí. —Calló.

—Dime, Millon… ¿Hay alguna relación entre Kaine y el ovinador?

—¡Claro que sí! Deberías leer la revista
Teorías conspiratorias
más a menudo. Aunque la mayoría de las conexiones que establecemos entre tecnologías secretas y puestos de poder son tan tenues como la niebla, en este caso es realmente firme: su ayudante personal, Stricknene, trabajaba antes con Schitt-Hawse en el departamento de tecnología de Goliath. Si Goliath tiene un ovinador, entonces es más que posible que Kaine también tenga uno. Bien, ¿sabes qué hace el ovinador?

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