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Authors: Jasper Fforde

Algo huele a podrido (46 page)

Era muy simple. Nos íbamos turnando para darle a la estaca, retrocediendo diez yardas en cada ocasión. Había seis líneas hasta el mismo borde. Si las acertábamos todas, empezábamos de nuevo hasta que alguien fallase. Alf miró a los jugadores que todavía tenían fuerzas para sostener un mazo y me colocó a mí en séptima posición, por lo que, si volvíamos a empezar, yo me encontraría en la línea fácil de las diez yardas.

—Primero Biffo, luego Aubrey, Stig, Dorf, Warg, Grunk y Thursday.

El árbitro lo apuntó y se fue; yo me fui a ver a mi familia.

—¿Qué hay de la apisonadora? —preguntó.

—¿Qué pasa con la apisonadora?

—¿No estuvo a punto de pasarte por encima?

—Fue un accidente, Land. Tengo que irme. Chao.

La línea de las diez yardas era fácil; ninguno de los dos jugadores tuvo problemas para darle a la estaca. La de veinte yardas tampoco dio problemas. Los fanáticos de los Machacadores rugieron de júbilo cuando Reading fue la primera en darle a la estaca, pero los nuestros rugieron con igual fuerza cuando nosotros también acertamos. La de treinta yardas tampoco dio problemas, los dos equipos acertaron la estaca, y todos nos fuimos a la línea de cuarenta yardas. A esa distancia la estaca era diminuta y yo no entendía cómo alguien podía acertarla, pero lo hicieron… primero Mays para Reading y luego Dorf para nosotros. La multitud demostró su apoyo, pero luego se oyeron truenos y se puso a llover, detalle cuya importancia no comprendimos de inmediato.

—¿Adónde van? —preguntó Aubrey al ver que Stig, Grunk, Dorf y Warg corrían a refugiarse.

—Es una costumbre neandertal —le expliqué a medida que la lluvia ganaba fuerza dramáticamente y el agua chorreaba por nuestras protecciones hasta el suelo—. Los neandertales jamás trabajan, juegan ni se quedan inmóviles bajo la lluvia si pueden evitarlo. No te preocupes, volverán en cuanto pare.

Pero no paró.

—Penalti de cincuenta yardas —anunció el árbitro—. O'Fathens por los Machacadores y el señor Warg por los Mazos.

Miré a Warg, sentado a cubierto en el banquillo, mirando la lluvia con una mezcla de respeto y asombro.

—¡Nos hará perder el partido! —me dijo Jambe al oído—. ¿No puedes hacer algo?

Crucé la hierba mojada para acercarme a Warg, quien me miró impávido cuando le imploré que volviese para lanzar el penalti.

—Está lloviendo —respondió—, y no es más que un juego. En realidad da lo mismo quién gane, ¿no?

—¿Stig? —imploré.

—Por ti jugaríamos bajo la lluvia, Thursday. Pero ya hemos tenido nuestro turno. La lluvia es preciosa; da vida… también deberías respetarla más.

Regresé a la línea de cincuenta yardas todo lo despacio que pude, dándole a la lluvia tiempo de amainar. No lo hizo.

—¿Bien? —preguntó Jambe.

Negué apenada con la cabeza.

—Me temo que no. A los neandertales no les interesa ganar. Sólo han jugado como favor personal.

Aubrey suspiró.

—Nos gustaría retrasar el próximo penalti hasta que deje de llover —anunció Twizzit, que había aparecido protegiéndose la cabeza con un periódico. Semejante petición se situaba en un terreno legal bastante dudoso, y él lo sabía bien. El árbitro preguntó a los Machacadores si querían retrasar los penaltis, pero O'Fathens me miró fijamente y dijo que no. Así que la siguiente persona de la lista ocupó el puesto en la línea de cincuenta yardas: yo.

Me limpié la lluvia de los ojos e intenté al menos ver la estaca. Llovía con tal intensidad que las gotas en cascada creaban una neblina acuosa a unos pocos centímetros sobre la hierba. Aun así, tenía el segundo tiro… O'Fathens también podía fallar.

El capitán de los Machacadores se concentró un momento, blandió el mazo y conectó bien. La bola volaba alto hacia la estaca y parecía que iba a darle de lleno. Pero con un tremendo chapoteo cayó antes de llegar. Un murmullo de expectación se elevó de la multitud.

La noticia llegó al campo: O'Fathens se había quedado a más de un metro veinte de la estaca. Yo tenía que acercarme más para ganar la Superhoop.

—Buena suerte —dijo Aubrey, apretándome el brazo.

Fui a la línea de cincuenta yardas, en aquellos momentos un terreno enlodado que se hundía bajo mis botas. Me quité las protecciones de los hombros y las eché a un lado, practiqué un par de
swings
, me limpié los ojos y miré la estaca multicolor, que parecía haber logrado retroceder otras veinte yardas. Me cuadré frente a la bola y desplacé mi peso para adoptar la postura correcta. La multitud guardaba silencio. Ellos no sabían lo importante que era ese golpe, pero yo sí. No me atrevía a fallar. Miré la bola, miré fijamente la estaca, volví a mirar la bola, agarré con fuerza el mango del mazo y lo alcé en el aire para golpear con fuerza la bola, lanzando un aullido justo cuando la madera entraba en contacto con ésta, que salió volando en un arco suave. Pensé en Kaine y en la Goliath, en Landen y Friday, y en las consecuencias para el mundo si fallaba el tiro. El destino de toda la vida de este hermoso planeta decidido por un disparo de mazo de cróquet. Vi hundirse mi bola en el terreno empapado y a los encargados del campo corriendo para comparar distancias. Me volví y caminé bajo la lluvia en dirección a Landen. Había hecho todo lo posible y el partido había terminado. No oí lo que decía la megafonía, sólo el rugido de la multitud. Pero ¿qué multitud? Se disparó un flas y me sentí mareada. Todos los sonidos se apagaban y el mundo parecía ralentizarse, no como sucedía con mi padre, sino como tras un subidón de adrenalina, cuando todo parece extraño y diferente. Busqué a Landen y a Friday en los asientos, pero me distrajo una figura alta vestida con guardapolvo y sombrero y que, tras saltar la barrera, corría hacia mí. Sin parar de correr se sacó algo del bolsillo. Sus pies lanzaban grandes cantidades de agua enlodada hacia sus pantalones. Le miré fijamente mientras se acercaba y me di cuenta de que tenía los ojos amarillos y que, bajo su sombrero, parecía haber… cuernos. No vi más; un brillante destello blanco, un estallido ensordecedor y el resto no fue más que silencio.

40 Segunda primera persona

LA ELECCIÓN DE YATE DE LA FAMOSA DETECTIVE LITERARIA SIGUE SIENDO UN MISTERIO

El atentado del pasado sábado contra Thursday Next deja sin respuesta la pregunta de cuál es su yate favorito, según nos comunica nuestro corresponsal en Swindon. «Por lo que sabemos de ella, suponemos que sería un queche de diez metros con piloto automático.» Otros comentaristas de yates se muestran en desacuerdo y opinan que habría escogido algo mayor, como un balandro o una yola, aunque es posible que sólo hubiese querido una embarcación para dar paseos por la costa en día laborable o durante un fin de semana largo, en cuyo caso se habría decidido por una compacta de seis metros. Le preguntamos a su marido por los gustos de Thursday Next sobre barcos, pero se negó a responder.

Mensual de Yates
, julio de 1988

Yo la observaba, hasta el momento del disparo. Parecía confundida y cansada mientras se aproximaba tras el penalti, y la multitud se puso a rugir cuando yo grité para llamar su atención y no me oyó. Fue entonces cuando vi a un hombre saltar la barrera y correr hacia ella. Pensé que se trataba de un fanático enloquecido o algo así, y el disparo sonó más bien como un petardo. Se vio una nubecilla de humo azul y Thursday mostró durante un momento una expresión de incredulidad y luego, simplemente, se desmoronó y cayó sobre la hierba. Así de simple. Antes de darme cuenta de lo que hacía ya le había pasado el niño a Joffy y había saltado la barrera, moviéndome todo lo rápido que podía. Fui el primero en llegar hasta Thursday, que estaba tendida, completamente inmóvil, en el suelo embarrado, con los ojos abiertos y un perfecto agujero rojo cinco centímetros por encima de su ojo derecho.

Alguien gritó:

—¡Un médico!

Fui yo.

Pasé a automático. Durante un momento la idea de que alguien le hubiese disparado a mi mujer desapareció de mi mente; simplemente se trataba de una baja… y el cielo sabe cuántas veces había tratado con bajas. Saqué el pañuelo y lo apreté contra la herida. Dije:

—Thursday, ¿me oyes?

No respondió. No parpadeaba, a pesar de que la lluvia le daba en la cara. Se la protegí con una mano. Un médico apareció a mi lado, removiendo el suelo embarrado con las ganas de ayudar. Dijo:

—¿Qué ha pasado?

Yo dije:

—Le han disparado.

Delicadamente, puse la mano en la parte posterior de su cabeza y suspiré algo aliviado al no dar con un orificio de salida.

Otro médico, una mujer, se unió a nosotros y me dijo que me apartase. Pero me aparté sólo lo justo para dejarla trabajar. Seguí agarrando la mano de Thursday.

El primero dijo:

—Tenemos pulso. —Luego añadió—: ¿Dónde está la maldita ambulancia?

Me quedé con ella hasta que llegamos al hospital y sólo la solté cuando la llevaron al quirófano.

Una amable enfermera de St Septyk me dijo:

—Tome. —Y me dio una manta.

Me senté en una silla dura en urgencias y miré el reloj de pared y los carteles de información sobre temas de salud. Pensé en Thursday, intentando calcular cuánto tiempo habíamos pasado juntos. No mucho en dos años y medio, la verdad.

A mi lado, un chico con la cabeza metida en una olla me dijo:

—¿Por qué está usted aquí, señor?

Me incliné y le hablé al mango hueco para que pudiese oírme:

—Yo estoy bien, pero le han disparado a mi mujer.

El niño con la cabeza metida en la olla dijo:

—Jopé.

Y yo respondí:

—Sí, jopé.

Me senté y me puse a mirar los carteles durante mucho tiempo, hasta que alguien dijo:

—¿Landen?

Alcé la vista. Era la señora Next. Había estado llorando. Creo que yo también había llorado.

Dijo:

—¿Cómo está?

Y yo dije:

—No lo sé.

Se sentó a mi lado.

—Te he traído un poco de Battenberg. Dije:

—La verdad es que no tengo hambre.

—Lo sé. Pero no se me ocurre qué más hacer.

Los dos nos quedamos mirando en silencio el reloj y los carteles. Al cabo de un rato dije:

—¿Dónde está Friday?

La señora Next me tocó el brazo.

—Con Joffy y Miles.

—Ah —dije—, bien.

Tres horas después Thursday salió del quirófano. El doctor, que parecía totalmente agotado pero me miró directamente a los ojos, lo que me gustó, me dijo que la situación no era muy buena pero que estaba estable; era una luchadora y yo no debía perder la esperanza. Con la señora Next fuimos a verla. Tenía un enorme vendaje alrededor de la cabeza y los monitores emitían esos pitidos que se oyen en las películas. La señora Next sollozó y dijo:

—Ya he perdido a un hijo. No quiero perder a otro. Bueno, a una hija, quiero decir, pero ya sabes a qué me refiero…

Yo dije:

—Lo sé.

No sabía lo que era haber perdido un hijo, pero parecía la frase apropiada dadas las circunstancias.

Nos quedamos con ella dos horas mientras en el exterior iba oscureciendo y se encendían los fluorescentes. Al cabo de dos horas más, la señora Next dijo:

—Ahora me voy, pero volveré por la mañana. Tú deberías intentar dormir.

Dije:

—Lo sé. Sólo me voy a quedar cinco minutos.

Me quedé una hora más. Una enfermera amable me trajo una taza de té y comí un poco de Battenberg. Me fui a casa a las once. Joffy me esperaba. Me dijo que había acostado a Friday y me preguntó cómo estaba su hermana.

Yo dije:

—No pinta bien, Joff.

Me tocó el hombro, me abrazó y me dijo que él y todos los miembros de la DEG se habían unido a los Amigos Idólatras de San Zvlkx y las Hermanas de la Eterna Puntualidad para rezar por ella, lo que había sido muy amable por su parte y por la de los demás.

Me quedé sentado en el sofá mucho tiempo, hasta que llamaron muy suavemente a la puerta de la cocina. La abrí para encontrarme con un grupito. Un hombre que se presentó como el primo Eddie de Thursday, pero que me susurró que realmente se llamaba Hamlet, me dijo:

—¿Es mal momento? Hemos sabido lo de Thursday y queríamos decirle lo mucho que lo sentimos.

Intenté mostrarme alegre. Lo cierto era que quería que se largasen:

—Gracias. No me importa en absoluto. Los amigos de Thursday son mis amigos. ¿Té y Battenberg?

—Si no es mucha molestia.

Le acompañaban otros tres. El primero era un hombre bajito que tenía exactamente el aspecto de cazador Victoriano. Vestía salacot, ropa de safari y lucía un enorme bigote blanco. Me ofreció la mano y dijo:

—Comandante Bradshaw, a su servicio. Una dama excelente, su esposa. Me gustan las mujeres que saben comportarse en situaciones difíciles. ¿Le contó la vez que ella y yo cazamos morlocks en Trollope?

—No.

—Una pena. Algún día se lo contaré. Ésta es la
memsahib
, la señora Bradshaw.

Mclanie era grande, peluda y parecía una gorila. Es más, era una gorila, pero de modales impecables, e hizo una reverencia cuando tomé su mano enorme y negra como el carbón, que tenía el pulgar en un sitio raro, por lo que era difícil de agarrar. Tenía los ojos hundidos anegados de lágrimas y dijo:

—¡Oh, Landen! ¿Puedo llamarte Landen? Cuando te erradicaron Thursday hablaba continuamente de ti. Todos la queríamos… es decir, todavía la queremos. ¿Cómo está? ¿Cómo está Friday? ¡Debes sentirte fatal!

—La verdad es que Thursday no está muy bien —dije, lo que era la verdad.

El cuarto miembro del grupo era un hombre alto vestido con una túnica negra. Poseía una enorme cabeza calva y cejas muy arqueadas. Me tendió una mano de manicura perfecta y dijo:

—Me llamo Zhark, pero puedes llamarme Horace. Solía trabajar con Thursday. Mis condolencias. Si sirve de ayuda, estaré encantado de masacrar a algunos miles de thraals como tributo a los dioses.

No sabía qué era un thraal, pero le dije que no era necesario. Dijo:

—La verdad es que no es ningún problema. Acabo de conquistar su planeta y la verdad es que no tengo claro qué hacer con ellos.

Le dije que de verdad no era necesario y añadí que no pensaba que a Thursday le hubiese gustado; luego me maldije por haberlo dicho en pasado. Puse el hervidor al fuego y dije:

—¿Battenberg?

Hamlet y Zhark respondieron al unísono. Estaba claro que disfrutaban de la especialidad de mi suegra. Sonreí por primera vez en ocho horas y veintitrés minutos y dije:

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