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Authors: Jasper Fforde

Algo huele a podrido (45 page)

—¿Golpear a un oponente no es una falta de tarjeta roja y tres aros? —pregunté.

—¡Claro que sí! Pero si pueden librarse de nuestro mejor jugador es posible que les compense. Todos debéis vigilarla de cerca.

—¿Señor Jambe?

Era el árbitro, que nos comunicó que se habían presentado más demandas contra nuestro equipo. Obedientemente nos acercamos a la Tribunal Portátil, donde los jueces firmaban una enmienda al libro de leyes de la Liga Mundial de Cróquet.

—¿Qué pasa?

—Como resultado de la entrada en vigor de la Ley Económica (Chivo Expiatorio) Danesa, los descendientes de daneses no pueden votar ni ocupar puestos clave.

—¿Cuándo ha entrado en vigor esa ley?

—Hace cinco minutos.

Miré a Kaine, que estaba en el palco VIP. Sonrió y me saludó.

—¿Y? —preguntó Jambe—. Las tonterías de Kaine no tienen ninguna importancia en el cróquet. Esto es deporte, no política.

El abogado de los Machacadores, el señor Wapcaplitt, tosió educadamente.

—En eso se equivoca. La definición de «puestos clave» incluye a cualquier deportista bien pagado. Hemos investigado y hemos descubierto que la señora Penélope Hrah nació en Copenhague. Es danesa.

Jambe se quedó mudo.

—Puede que naciese allí, pero no soy danesa —dijo Hrah, dando un paso amenazador hacia Wapcaplitt—. Mis padres estaban de vacaciones.

—Estamos al corriente de los hechos —entonó Wapcaplitt— y hemos solicitado una decisión. Nació en Dinamarca, es técnicamente danesa, ocupa un «puesto clave» y, por tanto, no puede jugar en este equipo.

—¡Tonterías! —gritó Aubrey—. ¿Si hubiese nacido en una perrera dirían que es un perro?

—Mm —respondió el abogado, pensativo—, se trata de un interesante dilema legal.

Penélope no pudo contenerse más y fue a por él. Los cuatro tuvimos que retenerla, y hubo que atarla y sacarla del campo.

—Nos hemos quedado con cinco jugadores —musitó Jambe—. Por debajo del mínimo.

—Sí —dijo el señor Wapcaplitt como quien no quiere la cosa—, parece que los Machacadores han ganado…

—Creo que no —interrumpió nuestro abogado sustituto, que se llamaba, supimos entonces, Twizzit—. Como tan bien manifestó mi estimado colega, la regla es que: «Un equipo que no pueda "empezar" el partido con un mínimo de seis jugadores pierde automáticamente.» Tal y como yo lo entiendo, el encuentro ya ha empezado y podemos seguir jugando con cinco. ¿Señorías?

Los jueces juntaron las cabezas un momento y luego afirmaron:

—En esta cuestión el tribunal falla a favor de los Mazos de Swindon. Pueden seguir jugando el segundo tercio con cinco jugadores.

Fuimos lentamente a la línea de base. Cuatro de los jugadores neandertales seguían sentados en el banco, con la mirada perdida.

—¿Dónde está Stig? —les pregunté.

No obtuve respuesta. Sonó el claxon del segundo tercio, por lo que agarré mazo y casco y corrí al campo.

—Nueva estrategia, gente —nos dijo Jambe a mí, Smudger, Snake y Biffo… lo que quedaba de los Mazos de Swindon—. Jugamos a la defensiva para garantizar que no obtengan ningún aro más. Vale todo… y prestad atención a la Duquesa.

El segundo tercio probablemente fuese el tercio más interesante de toda la historia de la Liga Mundial de Cróquet. Para empezar, Biffo y Aubrey mandaron nuestras bolas a los rododendros. Fue una táctica novedosa con dos consecuencias: la primera, que no íbamos a obtener más aros en el tercio medio y, la segunda, que negábamos al otro equipo la posibilidad de hacer rebotar sus bolas en las nuestras. Estaba claro que eso no era ninguna ventaja si aspirábamos a ganar, pero no intentábamos ganar… intentábamos sobrevivir. Los Machacadores no tenían más que lograr treinta aros y darle a la estaca central para ganar de inmediato… y tal y como iba el partido lo más probable era que nosotros no llegásemos ni al tercer tercio. Quizá fuese retrasar lo inevitable, pero así es la Liga Mundial de Cróquet. Frustrante, violenta y repleta de sorpresas.

—¡No hagáis prisioneros! —gritó Biffo, blandiendo el mazo sobre la cabeza en una muestra de bravuconería que resumía la estrategia para el segundo tercio. Funcionó. Liberados de la tarea de defender las bolas, todos nos dedicamos al ataque y juntos causamos muchos problemas a los Machacadores, que quedaron confundidos por una estrategia de juego tan poco ortodoxa.

En cierto momento grité «¡fuera!» y me inventé algo tan ridículamente complejo que parecía cierto. Hicieron falta diez minutos de valioso tiempo para demostrar que no lo era.

Cuando terminó el segundo tercio estábamos casi completamente agotados. Los Machacadores ganaban por veintiún aros a doce, y nosotros sólo habíamos ganado los otros ocho sólo porque habían expulsado a
Quebrantahuesos
McSneed por intentar darle a Jambe con el mazo y la Duquesa le había causado una conmoción a Biffo.

—¿Cuántos dedos te estoy mostrando? —preguntó Alf.

—Pescado —respondió Biffo, con mirada perdida.

—¿Estás bien? —preguntó Landen cuando fui a verlo.

—Estoy bien —resoplé—. Pero en mala forma. Friday me abrazó.

—¿Thursday? —susurró Landen en voz muy baja—. He estado pensando. ¿De dónde salió el piano?

—¿Qué piano?

—El que le cayó a Cindy encima.

—Bien, supongo que simplemente, bien… cayó, ¿no? ¿Qué insinúas?

—Que fue un intento de asesinato.

—¿Alguien intentó asesinar a la asesina con un piano?

—No. Le dio por accidente. Creo que el piano iba dirigido… ¡contra ti!

—¿Quién iba a querer matarme con un piano?

—No lo sé. ¿Recientemente has sufrido algún atentado poco ortodoxo contra tu vida?

—No.

—Creo que sigues en peligro, cariño. Por favor, ten cuidado.

Le di otro beso y le acaricié la cara con una mano llena de barro.

—¡Lo siento! —murmuré, intentando limpiarle y empeorando las cosas—. Pero ahora mismo tengo muchas cosas en las que pensar.

Corrí y me uní a Jambe para la charla del último tercio.

—Bien —dijo, repartiendo bollos de Chelsea—, vamos a perder este encuentro, pero vamos a perder de un modo glorioso. No quiero que se diga que los Mazos no lucharon hasta el último jugador. ¿No es así, Biffo?

—Tirolés.

Entrechocamos los puños y volvimos a emitir el alarido. El equipo estaba totalmente revigorizado… excepto yo. Era cierto que nadie podría decir que no lo habíamos intentado, pero a pesar de la retórica bienintencionada de Jambe, tres semanas después la Tierra sería una masa de ceniza radioactiva y la gloria no serviría de nada a Swindon ni a nadie. Pero aun así, cogí un bollo y una taza de té.

—Buenas —dijo Twizzit, que apareció de pronto en compañía de Stig.

—¡Coged un bollo! —dijo Aubrey—. ¡Vamos a perder con estilo!

Pero Twizzit no sonreía.

—Hemos estado examinando el genoma del señor Stig…

—¿Su qué?

—Su genoma. El mapa genético completo, tanto el suyo como el de los otros neandertales.

—¿Y?

Twizzit repasó unos papeles.

—Todos fueron construidos entre 1939 y 1948, en los laboratorios de bioingeniería de la Goliath. Lo importante es que el prototipo de neandertal no podía hablar… así que los construyeron con laringe humana. —Twizzit sonrió torcidamente, como si se hubiese sacado un as de la manga, y anunció con dramatismo—: Los neandertales son un 1,03 por ciento humanos.

—Pero eso no los convierte en humanos —dije—. ¿De qué nos sirve?

—Admito que no son humanos —dijo Twizzit, mostrando todavía la sombra de una sonrisa—, pero las reglas excluyen concretamente a cualquier «no humano». Pero dado que tienen «algo» de humano, técnicamente no pertenecen a esa categoría.

Se produjo una larga pausa. Miré a Stig, quien me miró y arqueó las cejas.

—Creo que deberíamos presentar una apelación —dijo Jambe en voz baja, con tanta prisa que se dejó el bollo a medio comer—. ¡Stig, que tus hombres se vayan preparando!

Los jueces nos dieron la razón. El 1,03 por ciento fue suficiente para demostrar que no eran no humanos y, por tanto, no se les podía impedir jugar. Mientras Wapcaplitt salía corriendo para buscar una razón para apelar en los reglamentos del cróquet, los neandertales, Grunk, Warg, Dorf, Zim y Stig, calentaron mientras los Machacadores nos miraban nerviosos. Era muy habitual intentar que los neandertales jugasen, porque podían correr todo el día sin cansarse, pero nadie lo había logrado hasta entonces.

—Vale, escuchad —dijo Jambe, reuniéndonos—. Volvemos a tener el equipo completo. Thursday, quiero que te quedes en el banquillo para recuperar el aliento. Vamos a engañarlos con un cambiazo Puchonski. Biffo llevará la bola roja desde la línea de cuarenta yardas a los arbustos de rododendros, más allá del jardín italiano, y la dejará en posición cercana al aro cinco. Snake, tú la tomarás desde ese punto y golpearás su amarilla… Stig te defenderá. Señor Warg, quiero que marque a su número cinco. Es peligroso, así que va a tener que usar todos los trucos que pueda. Smudger, vas a ocuparte de dejar fuera a la Duquesa. Cuando el párroco te muestre la tarjeta roja haré entrar a Thursday. ¿Sí?

No respondí; por alguna razón, empezaba a sufrir un tremendo ataque de
déjà vu.

—¿Thursday? —repitió Aubrey—. ¿Estás bien? ¡Pareces en el mundo de los sueños!

—Estoy bien —dije lentamente—, esperaré tu señal.

—Bien.

Todos hicimos lo del alarido y luego los demás ocuparon sus puestos mientras yo me sentaba en el banquillo y volvía a mirar el marcador. Perdíamos veintiuno a doce.

El claxon sonó y el partido se reinició con una agresividad renovada. Biffo golpeó la bola amarilla en dirección al aro del fondo y dio a la bola de los Machacadores. Warg aprovechó el rebote. La bola contraria, con un
swing
habilidoso, cayó en el jardín italiano, y la nuestra voló recta sobre los rododendros: un golpe distante arrancó un rugido a la multitud, y supe que Grunk había interceptado la bola y que ésta había pasado por el aro. Aubrey hizo un gesto a Smudger, que se ocupó de la Duquesa con el mejor estilo: los dos cayeron contra el grupo que tomaba el té y derribaron la mesa. El claxon sonó indicando un tiempo muerto mientras retiraban a la Duquesa de entre las tazas de té. Estaba consciente, pero se había roto el tobillo. A Smudger le sacaron tarjeta roja, pero no hubo tantos de penalización porque antes la Duquesa había visto una tarjeta amarilla por golpear a Biffo. Me uní a la lucha cuando el juego se iniciaba de nuevo, pero la anterior confianza de los Machacadores se evaporaba con rapidez bajo el ataque continuo de los neandertales, que podían anticipar todos sus movimientos simplemente leyendo su lenguaje corporal. Warg pasó a Grunk, que le dio a la bola un golpe tan tremendo que atravesó limpiamente los rododendros partiendo en dos las hojas, y Zim, al otro lado, la convirtió con ayuda de un aro sin defender.

A tres minutos del final, casi nos habíamos recuperado: veinticinco aros contra los veintinueve de los Machacadores. Totalmente alterados, los Machacadores fallaron un rebote, y a sólo un minuto lograron su trigésimo aro con nosotros a dos por detrás. Para ganar sólo tenían que «hacer estaca» golpeando el poste central. Mientras lo intentaban, y nosotros hacíamos lo posible por impedírselo, el señor Grunk, a ocho segundos del final y a dos aros, golpeó un aro doble que atravesó un aro de fondo, las cuarenta yardas del campo y pasó por un aro medio. Nunca había oído aullar tanto a una multitud.

Habíamos igualado e intentábamos desesperadamente llevar la bola a la estaca en La melé de jugadores que se esforzaban por evitar que los Machacadores hiciesen lo mismo. Warg le gruñó a Grunk, quien corrió hacia la melé y penetró en ella, derribando a seis jugadores mientras Warg golpeaba la bola hacia la estaca ahora desprotegida. Golpeó claramente la estaca… pero un segundo después de que sonase el claxon. El partido había terminado… con empate.

«Aubrey hizo un gesto a Smudger, que se ocupó de la Duquesa con el mejor estilo: los dos cayeron contra el grupo que tomaba el té y derribaron la mesa.»

39 Muerte súbita

LOS NEANDERTALES RECHAZAN LA OFERTA PARA JUGAR AL CRÓQUET

Tontamente, un grupo de neandertales rechazó ayer una oferta espléndida e irrepetible de los Meteoros de Gloucester, tras su asombrosa actuación en el partido del sábado de los Machacadores contra los Mazos. Un representante neandertal rechazó la generosa oferta de diez, cuentas de relucientes colores, declarando que cualquier conflicto, por fingido que sea, es inherentemente insultante. La oferta subió a una batería de cocina de fondo difusor, y también fue rechazada categóricamente. Más tarde un representante de los Meteoros declaró que las tácticas exhibidas por los neandertales en el partido del sábado fueron en realidad el resultado de unos trucos ingeniosos que les había enseñado el entrenador de los Mazos.

The Toad
, 24 de julio de 1988

—Buen trabajo —dijo Alf mientras nos sentábamos en el suelo, jadeando. Yo había perdido el casco en la melé, pero no me había dado cuenta hasta entonces. Tenía las protecciones sucias y rotas, el mango del mazo se había partido y tenía un corte en la barbilla. Todo el equipo estaba enlodado, magullado y agotado… pero todavía teníamos bastantes posibilidades.

—¿En qué orden? —preguntó el árbitro, refiriéndose a los lanzamientos de penalti de «muerte súbita».

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