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Authors: Jasper Fforde

Algo huele a podrido (21 page)

BOOK: Algo huele a podrido
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Todos los miembros del consejo abrieron simultáneamente los informes. Jarvis tomó el suyo y se acercó a la ventana para leerlo.

—El problema de vender pingüino como carne ideal para tomar el domingo puede dividirse en dos partes: una, los pingüinos saben a creosota y, dos, mucha gente tiene la impresión equivocada de que los pingüinos son «monos», «adorables» y una especie «en peligro». Para solventar la primera parte, propongo que, como parte del lanzamiento de este alimento abundante, financiemos un programa especial sobre cómo cocinar pingüino en el GoliathCanal 16, así como una campaña publicitaria muy divertida con el eslogan: «P…p…p…prepara p…p…p…pingüino.» El presidente asintió muy atento.

—Propongo además —siguió diciendo Jarvis—, que financiemos un estudio independiente sobre los beneficios para la salud de todas las aves marinas. Los resultados de ese estudio independiente y totalmente imparcial incluirán la recomendación de que la ingesta semanal de pingüino para una persona debería ser de… un pingüino.

—¿Y la segunda parte? —preguntó otro miembro del consejo—. Esa idea de la gente sobre los pingüinos, de que no hay que comérselos.

—No es un escollo insuperable, señor. Si recuerda, tuvimos un problema similar al lanzar al mercado la hamburguesa de bebé foca, y ahora es uno de nuestros productos más vendidos. Propongo que pintemos a los pingüinos como criaturas insensibles y crueles que insisten en criar a sus hijos en lo que es básicamente un enorme congelador. Más aún, podemos aprovecharnos del problema de que están «en peligro» con una campaña publicitaria que diga: «¡Cómanlo rápido antes de que desaparezcan!»

—O —dijo otro miembro del consejo—: «Ponga un pingüino en su cocina… dele un bocado antes de que se extinga.»

—No rima muy bien, ¿no? —dijo un tercero—. ¿Qué tal: «Para un sabor muy distinto, come un pájaro casi extinto»?

—Me gusta más el mío.

Jarvis se sentó y esperó los comentarios del presidente.

—Así será. ¿Qué tal «Antártida… el nuevo Ártico» como remate? Que la gente de publicidad monte una campaña. La reunión ha terminado.

Los miembros del consejo cerraron las carpetas en un único movimiento y luego desfilaron hasta el otro extremo de la sala, donde una escalera de caracol llevaba al piso de abajo. A los pocos minutos sólo quedaban el presidente y Brik Schitt-Hawse. Éste dejó su maletín de piel roja sobre la mesa que había delante de mí y me miró desapasionadamente, sin decir nada. Para tratarse de alguien como Schitt-Hawse, que estaba enamorado del sonido de su propia voz, resultaba evidente que el presidente era quien mandaba.

—¿Qué opina? —me preguntó Goliath.

—¿Qué opino? —respondí—. ¿Qué tal que es «moralmente reprobable»?

—Creo que descubrirá que no hay bondad ni maldad moral, señorita Next. La valoración moral sólo puede realizarse retrospectivamente, transcurridos veinte años o más. Los Parlamentos duran demasiado poco para hacer el bien a largo plazo. Son las corporaciones las que deben hacer lo que es mejor para todos. Una administración política puede durar cinco años… en nuestro caso duraremos varios siglos, y sin esa molesta responsabilidad y esa transparencia que siempre se interpone. El salto de la Goliath a religión es el siguiente paso lógico.

—No me convence, señor Goliath —le dije—. Creo que se convierten en religión para escapar de la Séptima Revelación de san Zvlkx.

Me miró con sus penetrantes ojos verdes.

—«Evitarla», no «escapar de ella», señorita Next. Un matiz textual minúsculo pero con grandes repercusiones legales. Legalmente podemos intentar evitar el futuro pero no escapar de él. Siempre que podamos demostrar que hay un 49% de posibilidades de que nuestros intentos de alterar el futuro fracasen, estamos en zona segura legal. La CronoGuardia es muy estricta con las reglas y seríamos unos tontos si intentásemos infringirlas.

—No me ha pedido que venga aquí a hablar sobre matices legales, señor Goliath.

—No, señorita Next. Quería la oportunidad de explicar nuestra postura a una de nuestras oponentes más temibles. Yo también tengo dudas y, si puedo hacer que las comprenda, entonces me habré convencido de que hacemos lo correcto y lo bueno. Tome asiento.

Me senté, demasiado obediente. El señor Goliath poseía una personalidad arrolladora.

—La evolución ha moldeado a los humanos para pensar a corto plazo, señorita Next —continuó. Su voz era profunda y parecía producir eco dentro de mi cabeza—. Para tener éxito en el sentido biológico no tenemos más que lograr que nuestros hijos alcancen la edad reproductiva. Tenemos que superar ese planteamiento. Si nos vemos como residentes a largo plazo de este planeta debemos planificar a largo plazo. La Goliath tiene un plan de mil años para sí misma. La responsabilidad por este planeta es demasiado importante para dejársela a un grupo disperso de Gobiernos que pelean constantemente por las fronteras y se preocupan sólo de sus intereses. En la Goliath no nos consideramos una empresa ni un Gobierno, sino una fuerza del bien. Una fuerza del bien a la espera. Ahora mismo tenemos treinta y ocho millones de empleados; no es difícil apreciar los beneficios de tener tres mil millones. Imagine a todos los habitantes del planeta trabajando en pos de un mismo fin: la abolición de todos los Gobiernos y la creación de un único negocio cuya única función sea la administración del planeta por gente del planeta, para la gente del planeta, de un modo igualitario y sostenible para todos… no la Goliath, sino Tierra, S.A. Una empresa en la que todos los habitantes del planeta sigan una única acción igualitaria.

—¿Es por eso que se convierten en religión?

—Digamos que su amigo el señor Zvlkx nos ha incitado a seguir un camino que deberíamos haber recorrido hace mucho tiempo. Usted emplea la palabra «religión», pero nosotros lo vemos más como una única fe conciliadora que unirá a toda la humanidad. Un mundo, un país, un pueblo, una meta. Estoy seguro de que comprende que tiene sentido.

Lo más extraño era que casi lo comprendía. Sin países no habría disputas fronterizas. La guerra de Crimea había durado casi 132 años, y en todo el planeta había al menos cien pequeños conflictos. De pronto, la Goliath no parecía tan mala, es más, era una amiga. Era una tonta por no haberme dado cuenta antes.

Me froté las sienes.

—Bien —siguió diciendo el presidente en voz baja—. Me gustaría ofrecerle ahora mismo una rama de olivo y deserradicar a su marido.

—A cambio —añadió Schitt-Hawse, hablando por primera vez—, nos gustaría que aceptase nuestra disculpa total, sincera y sin reservas y que firmase nuestro Formulario Estándar de Perdón.

Los miré por turno, luego miré el contrato que me habían puesto delante, luego a Friday, que se había metido los dedos en la boca y me miraba con aire inquisitivo. Tenía que recuperar a mi marido y al padre de Friday. No parecía haber ninguna buena razón para no firmar.

—Quiero su palabra de que le recuperaré.

—La tiene —respondió el presidente.

Acepté la pluma que me ofrecían y firmé el formulario.

—¡Excelente! —dijo el presidente—. Reactualizaremos a su marido tan pronto como sea posible. Que tenga un buen día, señorita Next, ha sido un gran placer conocerla.

—Lo mismo digo —respondí, sonriendo y dándoles la mano—. Debo decir que he quedado muy satisfecha con lo que he oído aquí. Puede contar con mi apoyo cuando se conviertan en religión.

Me entregaron algunos folletos sobre cómo unirme a Nueva Goliath, que acepté agradecida. Unos minutos después me acompañaron a la salida, donde el transbordador al gravepuerto de Tarbuck había sido retenido por mí. Cuando llegué a Tarbuck la sonrisa tonta había desaparecido de mi cara; cuando llegué a Saknussum me sentía confusa; en el camino de regreso a Swindon sospechaba que algo no iba del todo bien; estaba furiosa cuando llegué a casa de mamá. La Goliath me había engañado… una vez más.

16 Esa tarde

LAS TOSTADAS PODRÍAN SER PERJUDICIALES PARA LA SALUD

Ésa ha sido la sorprendente conclusión de un proyecto de investigación realizado el martes por la mañana, conjuntamente, por Kaine y la Goliath. «Durante nuestra investigación hemos descubierto que, en ciertas circunstancias, la ingestión de una tostada hace que el consumidor se retuerza presa de una agonía inimaginable, echando espuma por la boca, antes de que la muerte, misericordiosamente, acabe con su sufrimiento.» Los científicos añaden en el informe que los resultados estaban lejos de ser concluyentes y que era preciso comprobarlos con más detalle antes de considerar que las tostadas no son un riesgo para la salud. La Toast Marketing Board reaccionó con furia y comentó que la tostada «peligrosa» usada en el experimento había sido untada con un veneno mortal, estricnina, y que esos experimentos «científicos» no eran más que otro intento de manchar el buen nombre de la empresa y su patrocinado, el líder de la oposición Redmond van de Poste.

The Mole
, 16 de julio de 1988

—¿Cómo te ha ido hoy? —me preguntó mamá, pasándome una taza de té llena hasta el borde. Friday, molido por la larga jornada, se había dormido comiéndose su papilla de frijoles con queso. Lo había bañado y lo había acostado. Hamlet y Emma se habían ido al cine o algo así y Bismarck escuchaba a Wagner en su walkman, así que mamá y yo estábamos solas.

—No muy bien —respondí lentamente—. No puedo convencer a una asesina para que no intente matarme, Hamlet no está seguro aquí pero tampoco puedo enviarle de vuelta y, si no consigo que Swindon gane la Superhoop, el mundo se acabará. La Goliath ha logrado engañarme de alguna forma para lograr mi perdón, tengo mi propio acechador y debo encontrar una forma de sacar del país los libros prohibidos que debería perseguir. Y Landen sigue sin volver.

—¿De veras? —dijo ella, sin haberme prestado ni la más mínima atención—. Creo tener un plan para lidiar con ese molesto vástago de
Pickwick.

—¿Una inyección letal?

—No tiene gracia. No, mi amiga la señora Beatty conoce a un hombre que susurra a los dodos y hace milagros con los malcriados.

—Estás de broma, ¿no?

—En absoluto.

—Supongo que debemos probar lo que sea. No comprendo por qué se porta así…
Pickers
es una ricura.

Guardamos silencio un momento.

—¿Mamá? —dije al fin.

—¿Sí?

—¿Qué opinas de Bismarck?

—¿De Otto? Bien, la mayoría de la gente le recuerda por su retórica de «sangre y hierro», la unificación y las guerras… pero muy pocos reconocen que fue el creador del primer sistema de seguridad social de Europa.

—No, me refiero a… es decir… tú no…

Pero en ese preciso instante oímos juramentos y un portazo. Tras algunos golpes y choques, Hamlet entró en el salón seguido de Emma. Se detuvo, recuperó la compostura, se frotó la frente, miró al cielo, suspiró desde el fondo del alma y dijo:

—¡Oh, que esta carne tan sólida se fundiese, se deshiciese y se transformase en rocío!
[1]

—¿Va todo bien? —pregunté.

—¡O que el eterno no hubiese impuesto su ley contra el suicidio!
[2]

—Voy a preparar una taza de té —dijo mi madre, que tenía instinto para estas cosas—. ¿Le gustaría un poco de Battenberg, señor Hamlet?

—¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡Qué imposibles, qué rancias, qué hueras, qué inútiles… Sí, por favor… me parecen las pantomimas de este mundo!
[3]

Mi madre asintió y siguió con lo suyo.

—¿Qué pasa? —le pregunté a Emma mientras Hamlet se paseaba por el salón, golpeándose la cabeza por la frustración y la pena.

—Bueno, hemos ido a ver
Hamlet
en el Alhambra.

—¡Mecachis! —musité—. No… no ha ido demasiado bien, ¿verdad?

—Bueno —reflexionó Emma mientras Hamlet recorría el salón con su histrionismo—, la obra está bien, excepto que Hamlet ha gritado un par de veces que Polonio no era un personaje cómico y que Laertes no era ni remotamente guapo. A la dirección no parecía importarle demasiado… había al menos doce «Hamlets» entre el público y todos manifestaban su opinión.

—¡Qué asco! ¡Qué vergüenza! —siguió diciendo Hamlet—. ¡Es un jardín de malas hierbas que crecen para producir semilla; poseído totalmente por productos groseros y malditos…!
[4]

—Ha sido cuando nosotros y otros doce Hamlets hemos ido a tomar una copa tranquilamente con la compañía teatral cuando las cosas se han puesto feas —prosiguió Emma—. Piarno Keyes, que interpreta a Hamlet, se ha ofendido por las críticas de Hamlet a su interpretación; Hamlet le ha dicho que su caracterización era demasiado indecisa. El señor Keyes ha dicho que Hamlet se equivocaba, que era un hombre consumido por la incertidumbre. Luego Hamlet ha dicho que él es Hamlet y que algo sabe del asunto; uno de los otros «Hamlets» se ha mostrado en desacuerdo y ha dicho que Hamlet era él y que el señor Keyes le había parecido excelente. Varios «Hamlets» han estado de acuerdo, y todo podría haber acabado aquí si Hamlet no hubiese dicho que, si el señor Keyes insistía en seguir interpretando a Hamlet, debería ver cómo lo había hecho Mel Gibson y mejorar su interpretación con lo que aprendiese.

—Oh, cielos.

—Sí —dijo Emma—, oh cielos. El señor Keyes ha perdido por completo los estribos. «¿Mel Gibson? ¿El p*t* Mel Gibson? ¡Es la única j*d*d* mierda que me repiten todos los días!», ha rugido, y ha intentado darle un puñetazo a Hamlet en la nariz. Hamlet ha sido demasiado rápido, claro, y tenía el estilete en la garganta de Keyes en menos que canta un gallo, así que uno de los otros «Hamlets» ha propuesto un concurso de Hamlets. Las reglas eran simples: todos interpretarían el monólogo de ser o no ser y los parroquianos de la taberna los puntuarían de cero a diez.

—¿Y?

—Hamlet ha quedado último.

—¿Ultimo? ¿Cómo ha podido quedar último?

—Bien, insistió en interpretar el soliloquio no tanto como una indagación existencial sobre la vida y la muerte y la posibilidad de un más allá, sino como si un mundo ficticio postapocalíptico donde punks armados con ballestas en motocicleta intentan matar a la gente para robarle la gasolina.

Miré a Hamlet, quien se había tranquilizado un poco y repasaba la colección de vídeos de mi madre en busca del
Hamlet
de Olivier para comprobar si era mejor que el de Gibson.

—No me sorprende que esté fuera de sí.

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