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Authors: Jasper Fforde

Algo huele a podrido (16 page)

BOOK: Algo huele a podrido
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—Eso es todo. Final de la historia.

—¡Brindo por ello! —dijo Emma, mirando con tristeza el armarito cerrado de las bebidas.

—Eres muy valiente —dijo la señora Beatty, que estaba sentada a mi lado. Me tocó la mano con amabilidad—. ¿Cómo se llamaba?

—Landen. Landen Parke-Laine. La CronoGuardia lo asesinó en el año 1947. Mañana iré al Disculpatorio de Goliath para intentar invertir la erradicación.

Murmullos.

—¿Qué pasa?

—Debes comprender —dijo un hombre alto y dolorosamente delgado que hasta el momento había guardado silencio—, que para avanzar en este grupo debes empezar a aceptar que se trata de un problema de memoria… no hay Landen; simplemente piensas que lo hay.

—Aquí todo está muy seco, ¿no? —musitó Emma sin la menor sutileza, mientras seguía mirando el armario de las bebidas.

—Yo era como tú —dijo la señora Beatty, que había dejado de tocarme la mano y se había puesto a hacer punto otra vez—. Tenía una vida maravillosa con Edgar y luego, una mañana, me despierto en otra casa con Gerald a mi lado. No me creyó cuando le expliqué el problema, y tomé medicación durante diez años hasta que llegué aquí. Sólo ahora, en compañía de vosotros, estoy empezando a comprender que no es más que una enfermedad de mi cabeza.

Me sentí horrorizada.

—¿Madre?

—Es algo a lo que debemos enfrentarnos, querida.

—Pero papá te visita, ¿no?

—Bien, creo que lo hace —dijo, concentrándose—. Pero, por supuesto, cuando se va no es más que un recuerdo. No hay ninguna prueba real de que exista.

—¿Qué hay de mí? ¿Y de Joffy? ¿Incluso de Anton? ¿Cómo nacieron sin papá?

Se encogió de hombros, enfrentada a la paradoja.

—Quizá, después de todo, no se trate más que de una indiscreción juvenil que luego expurgué de mi mente.

—¿Y Emma? ¿Y Bismarck? ¿Cómo explicas que estén aquí?

—Bien —dijo mi madre, concentrándose de veras—, estoy segura de que hay una explicación racional… en algún lugar.

—¿Eso es lo que enseña este grupo? —pregunté indignada—. ¿A negar los recuerdos de los seres queridos?

Miré a los reunidos, que aparentemente se habían rendido a la desesperada paradoja en la que vivían cada minuto de sus vidas. Abrí la boca para intentar describir con elocuencia cómo sabía yo que había estado casada con Landen cuando comprendí que perdía el tiempo. No había nada, nada en absoluto, que indicase que era algo más que un estado de mi mente. Suspiré. Para ser sincera, estaba en mi mente. No había sucedido. Sólo tenía recuerdos de cómo podría haber pasado. El hombre alto y delgado, el realista, empezaba a convencerlos a todos de que no eran víctimas de un deslizamiento temporal sino que estaban locos.

—Quieren pruebas…

Me interrumpió una llamada insistente a la puerta principal. Quienes fuesen, no perdieron el tiempo; se limitaron a entrar en casa hasta el salón. Era una mujer de mediana edad vestida con un traje estampado de flores que sostenía la mano de un hombre confundido y bastante avergonzado.

—¡Hola, grupo! —dijo con alegría—. ¡Es Ralph! ¡Le he recuperado!

—¡Ah! —dijo Emma—. ¡Eso es digno de celebrarse!

Todos pasaron de ella.

—Lo siento —dijo mi madre—, ¿no se ha equivocado de casa? ¿O de grupo de autoayuda?

—No, no —aseguró la mujer—. Soy Julie, Julie Aseizer. ¡Todas las semanas, desde hace tres años, participo en este grupo!

Se hizo el silencio. Sólo se oía el tintineo de las agujas de calceta de la señora Beatty.

—Bien, yo no la he visto nunca —anunció el hombre alto y delgado. Miró al grupo—. ¿Alguien la reconoce?

Todos cabecearon.

—Supongo que se cree muy graciosa, ¿no? —dijo con furia el hombre delgado—. Este es un grupo de autoayuda para personas con graves aberraciones de la memoria y, la verdad, no me parece ni divertido ni constructivo que se burle de nosotros. ¡Por favor, váyase!

La mujer se quedó inmóvil un momento, mordiéndose el labio, pero habló su marido.

—Vamos, querida, te llevo a casa.

—¡Pero espera…! —dijo ella—. Ahora que él ha vuelto todo es como era y yo no habría tenido necesidad de venir a este grupo, así que no lo hice… sin embargo, lo recuerdo…

Dejó de hablar lentamente y su marido la abrazó cuando se echó a llorar. La llevó fuera, deshaciéndose en disculpas.

Tan pronto como se hubieron marchado el hombre delgado se sentó indignado.

—¡Una situación lamentable! —gruñó.

—Mucha gente considera esta vieja broma divertida —añadió la señora Beatty—. Ésta es la segunda vez en lo que va de mes.

—Me ha dado una sed terrible —añadió Emma.

—Quizá —sugerí—, deberían formar un grupo de autoayuda para ellos… Podrían llamarlo Erradicaciones Anónimas Anónimas.

Nadie le vio la gracia y oculté la sonrisa. Después de todo, era posible que Landen y yo tuviésemos nuestra oportunidad.

A partir de aquel momento ya no participé demasiado en el grupo, y la verdad es que la conversación se alejó pronto de las erradicaciones y se centró en cuestiones más mundanas, como la última tanda de programas de televisión que había florecido en mi ausencia.
¡Nombra esa fruta con famosos!
Presentado por Frankie Saveloy tenía uno de los mayores índices de audiencia, como
Tostadoras del infierno
y
¡Te han grapado!
, una recopilación de los accidentes de papelería más graciosos de Inglaterra. Emma había renunciado a toda sutileza y atacaba la cerradura del armarito con un destornillador cuando Friday emitió los gritos ultrasónicos que sólo oyen los padres —te hace comprender cómo es posible que las ovejas sepan qué cordero es el suyo— y, agradecida, me disculpé. Estaba de pie en la cuna agitando los barrotes, así que lo saqué y le leí hasta que los dos nos quedamos dormidos.

«¿Pretende decirme, señor Holmes, que nos hemos confundido de libro?»

10 La señora Bigarilla

LA CEREMONIA DE QUEMA DE LIBROS DE KIERKEGAARD DEMUESTRA LA ESCASA POPULARIDAD DEL FILÓSOFO DANÉS

La pasada noche, el canciller Yorrick Kaine ofició la primera quema de literatura danesa en la que se incineraron ocho ejemplares de
Temor y temblor
, cantidad situada muy por debajo de las «treinta o cuarenta toneladas» que se esperaban. Cuando se le pidió que comentase la aparente falta de entusiasmo del público por quemar la filosofía danesa, Kaine explicó que «Kierkegaard es claramente menos popular de lo que creíamos, y merecidamente además… El siguiente será… ¡Hans Christian Andersen!». Kierkegaard no pudo hacer ningún comentario porque desconsideradamente se dejó morir hace años.

The Toad
, 14 de julio de 1988

Cuando desperté a las dos de la mañana soñaba que un elefante que blandía una sierra mecánica se me había sentado en el pecho. Seguía completamente vestida con un Friday roncando encima. Lo devolví a la cuna y giré la lámpara de la mesa de noche hacia la pared para tamizar la luz. Mi madre, por razones que sólo ella conocía, había conservado mi dormitorio exactamente como yo lo había dejado al irme de casa. Sentía nostalgia e inquietud viendo lo que me interesaba cuando era una adolescente. Los chicos, la música, Jane Austen y las labores policiales; pero no especialmente por ese orden.

Me desvestí y me puse una camiseta larga. Miré la forma dormida de Friday, que emitía ruidos de succión con los labios.

—¡Calla! —dijo una voz cercana. Me volví. Allí, en la penumbra, había un erizo hembra enorme con delantal y gorro. Prestaba atención a la puerta y después de sonreírme de oreja a oreja se acercó a la ventana y miró fuera.

»¡Guau! —exclamó asombrada—. Las luces de la calle son de color naranja. ¡Nunca lo hubiese dicho!

—Señora Bigardía —dije—, ¡sólo he estado fuera dos días!

—Lamento molestarte. —Me hizo una reverencia apresurada y se puso a doblar distraídamente mi camisa, que yo había tirado al respaldo de una silla—, pero están pasando un par de cosas que me ha parecido que debía contarte… y dijiste que si tenía alguna duda…

—Vale… pero aquí no; despertaremos a Friday.

Así que nos escabullimos escaleras abajo, a la cocina. Bajé las persianas antes de encender la luz, porque la presencia de un erizo de metro ochenta con chal y cofia podría haber sido motivo de rumores en el vecindario… Hoy en día nadie lleva cofia en Swindon.

Le ofrecí a la señora Bigardía un sitio a la mesa. Aunque los habían dejado a ella, al emperador Zhark y a Bradshaw a cargo de Jurisficción en mi ausencia, ninguno de ellos poseía las cualidades de liderazgo necesarias para hacer por sí solo el trabajo. Y como el Consejo de Géneros se negaba a aceptar que mi ausencia fuese algo más que una «baja de enfermedad» no elegía a un nuevo Bellman.

—Bien, ¿qué pasa? —pregunté.

—¡Oh, señorita Next! —aulló, sus púas erizadas de disgusto—. ¡Por favor, vuelve!

—Aquí fuera tengo asuntos pendientes —le expliqué—, ¡todos lo sabéis!

Suspiró.

—Lo sé, pero el emperador Zhark tuvo una rabieta cuando le sugerí que pasara menos tiempo conquistando el universo y más en Jurisficción. La Reina Roja no se ocupa de nada posterior a 1867 y Vernham Deane está atado con la última novela de Daphne Farquitt. El comandante Bradshaw hace lo que le apetece, lo que me deja a mí al mando… y esta mañana alguien ha dejado un plato con leche y pan sobre mi mesa.

—Probablemente no ha sido más que una broma.

—Pues no me hace gracia —respondió indignada la señora Bigarilla.

—Por cierto —dije al ocurrírseme una idea—, ¿habéis descubierto de qué libro escapó Yorrick Kaine?

—Me temo que no. Ahora mismo el Gato busca en las novelas sin publicar del Pozo de las Tramas Perdidas, pero podría llevar tiempo. Ya sabes lo caóticas que son las cosas allá abajo.

—Demasiado bien —suspiré, pensando con una mezcla de nostalgia y alivio en mi antiguo hogar en la ficción inédita. En el Pozo es donde se construyen realmente los libros, donde los tramadores crean las historias que los autores creen que escriben. Puedes comprar dispositivos narrativos a precio de saldo y verbos al peso. Un lugar extraño, cierto.

—Vale —dije al fin—, será mejor que me cuentes qué pasa.

—Bien —dijo la señora Bigarilla, contando con la pata—. Esta mañana por el MundoLibro se ha extendido el rumor de un posible cambio en las leyes de copyright.

—No sé cómo empiezan esos rumores —respondí cansada—. ¿Hay algo de cierto?

—Qué va.

Se trata de un asunto delicado para los habitantes de MundoLibro. El paso a ser de dominio público, sin copyright, siempre ha sido una perspectiva temible para un personaje, e incluso contando con grupos de apoyo y cursos de capacitación para aliviar el golpe, la «menopausia narrativa» lleva su tiempo. El problema es que las leyes de copyright tienden a variar de un lugar del mundo a otro, y en ocasiones los personajes son de dominio público en un mercado y no en otros, lo que resulta confuso. Cabe además la posibilidad de que cambie la ley y personajes que se habían acostumbrado a ser de dominio público se encuentran de pronto sometidos a copyright, o viceversa. En el MundoLibro es palpable la inquietud que despiertan estos asuntos; basta con una chispa para provocar un altercado.

—Por tanto, ¿todo bien?

—Básicamente.

—Bien. ¿Algo más?

—Starbucks quiere abrir otro local en la serie los Hermanos Hardy.

—¿Otro? —pregunté sorprendida—. Ya tiene dieciséis. ¿Cuánto café creen que son capaces de beber? Diles que pueden abrir otro en
La señora Dalloway
y dos más en
La era de la razón.
Aparte de eso, nada más. ¿Qué más?

—El sastre de Gloucester necesita varios metros de seda rojo cereza para terminar la casaca bordada del alcalde… pero tiene un resfriado y no puede salir.

—¿Quiénes somos? ¿Una empresa de mensajería? Dile que mande a su gato
Simplón.

—Vale.

Una pausa.

—No habrás venido hasta aquí para darme malas noticias sobre Kaine y hablarme del pánico por el copyright y la tela color cereza, ¿verdad?

Me miró y suspiró.

—Hay un problemilla con Hamlet.

—Lo sé. Pero ahora mismo le está haciendo un favor a mi madre. Lo enviaré de vuelta dentro de unos días.

—Bueno… —respondió nerviosa la erizo—. Es un pelín más complicado. Tal vez no sea mala idea mantenerlo aquí fuera más tiempo.

—¿Qué pasa? —pregunté suspicaz.

La señora Bigarilla adoptó una expresión triste.

—Bien, sabes que se han producido muchas protestas en
Hamlet
desde que Rosencrantz y Guildenstern consiguieron su propia obra.

—Sí.

—Justo después de irte, Ofelia dio un golpe de Estado aprovechando la ausencia de Hamlet. Importó un Hamlet B-6 de
Shakespeare versionado por Lamb
y le convenció para rehacer algunas de las escenas clave favoreciendo a Ofelia.

—¿Y?

—Bien —dijo la señora Bigarilla—, ahora se titula
La tragedia de la hermosa Ofelia, enloquecida por el cruel Hamlet, príncipe de Dinamarca.

—Esa mujer siempre está tramando algo, ¿no? Yo la reprendería. Dile que vuelva a la fila o la acusaremos de una infracción de ficción de Clase II a tal velocidad que la cabeza le dará vueltas.

—Lo hemos intentado, pero Laertes volvió de París y apoyó la revolución. Juntos introdujeron algunos cambios más y ahora se llama:
La tragedia del noble Laertes, que venga a su hermana, la hermosa Ofelia, enloquecida por el cruel y criminal Hamlet, príncipe de Dinamarca.

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