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Authors: Horace McCoy

Tags: #Drama

¿Acaso no matan a los caballos? (8 page)

—Ya lo han oído, señores, su pareja favorita es la número veintidós, patrocinada por Cervezas Jonathan, la cerveza que no engorda. ¿Y los anima para que ganen, señora Layden?

—Sí, sí, y si yo fuera más joven tomaría parte en la competición.

—Excelente. Muchas gracias, señora Layden. Bien, y ahora me complazco en hacerle obsequio de un abono para toda la temporada; señora Layden, aquí tiene el regalo de la dirección. Puede venir cuando guste sin pagar.

La señora Layden cogió el abono. Estaba tan abrumada por la gratitud y la emoción que sonreía, lloraba y meneaba la cabeza al mismo tiempo.

—Éste es otro de los grandes momentos de su vida —dijo Gloria.

—¡Cállate de una vez! —dije.

—Muy bien... ¿están los jueces preparados? —preguntó Rocky, enderezando la espalda.

—Todos preparados —dijo Rollo, ayudando a la señora Layden a tomar asiento en la fila de los jueces.

—Damas y caballeros —anunció Rocky—, la mayoría de ustedes están familiarizados con el reglamento de la carrera, pero en atención a los espectadores que presencian por primera vez un concurso de esta clase, voy a explicarles en qué consiste la prueba. Los concursantes recorren la pista durante quince minutos, los muchachos haciendo marcha atlética, las muchachas andando o corriendo, como crean más conveniente. Si por cualquier razón uno de ellos tiene que acudir al foso (el foso es el centro de la pista donde están las literas de hierro), su compañero o compañera tendrá que efectuar dos vueltas a la pista que contarán como una. ¿Está claro?

—¡Ya basta! —chilló uno del público.

—¿Están las enfermeras y los entrenadores preparados? ¿Se encuentra presente el doctor? Correcto —entregó la pistola de salida a Rollo—. ¿Quiere dar la salida a los concursantes, señorita Delmar? —preguntó Rocky por el micrófono—. Damas y caballeros, la señorita Delmar, la famosa autora y novelista de Hollywood, dará la salida.

Rollo entregó la pistola a la señorita Delmar.

—Sujeten sus sombreros, damas y caballeros —advirtió Rocky—. Músicos, prepárense para tocar. Cuando quiera, señorita Delmar.

Ella disparó la pistola y comenzamos.

Gloria y yo dejábamos que los más rápidos marcaran el paso. No hacíamos ningún esfuerzo para situarnos en cabeza. Nuestro sistema era adoptar una marcha rápida y constante y mantenerla. Aquella noche no había ningún premio especial en metálico. Pero de haberlo habido, no habría representado ninguna diferencia para nosotros.

El público aplaudía y pateaba sediento de emociones, pero aquella noche no las hubo. Sólo una muchacha, Ruby Bates, tuvo que acudir al centro de la pista y sólo durante dos vueltas. Y por primera vez en todas las semanas, cuando la carrera se dio por terminada, nadie se desmayó.

Pero sucedió algo que me aterrorizó. Gloria había tirado de mi cinturón con más fuerza y durante más tiempo que nunca. Durante los últimos cinco minutos de la prueba parecía que se había quedado exhausta. Prácticamente tuve que arrastrarla por la pista Experimenté la sensación de estar a punto de ser eliminados. «Poco faltó. Avanzada la noche, la señora Layden me dijo que había hablado con el hombre encargado de controlarnos. Habíamos hecho sólo dos vueltas más que los que perdieron. Eso me produjo escalofríos. Comprendí que en adelante sería mucho mejor olvidar mi sistema y lanzarme sin reparos».

Los eliminados fueron Basil Gerard y Geneva Tomblin, la pareja número dieciséis. Fueron automáticamente descalificados.

Estaba convencido de que Geneva estaría contenta de que el concurso hubiera terminado. Ahora podría casarse con el capitán de aquel barco de pesca que conoció durante la primera semana de la competición.

Mientras comíamos, Geneva volvió a la pista. Iba vestida de calle y llevaba un pequeño maletín.

—Damas y caballeros, tenemos aquí a la bonita joven que ha quedado eliminada esta noche. ¿Verdad que es bonita? Un aplauso para ella, damas y caballeros...

Los espectadores aplaudieron y Geneva saludó en una y otra dirección mientras se dirigía al tablado.

—Eso es saber perder, damas y caballeros, ella y su compañero han sido descalificados, pero esto no es obstáculo para que sonría. Y ahora voy a confiarles un pequeño secreto, señores... —acercó la cara al micrófono y con un susurro dijo—: Está enamorada y va a casarse. Sí, damas y caballeros, este campeonato de baile es una auténtica fuente de idilios, pues Geneva se casará con un hombre que ha conocido aquí, en esta sala ¿Se encuentra ahora aquí, Geneva?

Geneva asintió, sonriente.

—¿Dónde está ese hombre afortunado? ¿Dónde está? —preguntó Rocky—. Póngase en pie, capitán, y salude...

Todos los espectadores estiraron el cuello en su intento de localizar al afortunado mortal.

—¡Allí lo tenemos! —gritó Rocky señalando al extremo opuesto de la sala.

Un hombre había saltado la barandilla de un palco y bajaba las escaleras en dirección a Geneva. Tenía el andar peculiar de los marineros.

—Diga unas palabras, capitán —dijo Rocky, bajando el micrófono para situarlo a la altura del marino.

—Me enamoré de Geneva nada más verla —confesó el marinero a todo el público—, y unos días después le pedí que abandonara la competición para casarse conmigo. Pero me dijo que no podía, que no quería dejar sin pareja a su compañero; yo no podía hacer otra cosa sino dejarme caer por aquí de vez en cuando. Ahora estoy contento de que la hayan descalificado, y ya estoy ansioso por que llegue la luna de miel...

Todo el público prorrumpió en risas. Rocky devolvió el micrófono a su sitio.

—Una lluvia de plata para los novios, damas y caballeros...

El marinero se encaramó al tablado y arrebató el micrófono de las manos de Rocky...

—No es necesario que hagan ningún donativo, compañeros. Creo que estoy en condiciones de correr con todos los gastos.

—Es el genuino Popeye —dijo Gloria.

No hubo lluvia de plata. Ni un solo céntimo cayó a la pista.

—Ya ven ustedes lo modesto que es —dijo Rocky—, pero considero oportuno decirles que es el capitán del
Pacific Queen
, un viejo navio de cuatro palos que está actualmente anclado a tres millas del muelle y que sirve de punto de pesca. Durante el día hay un servicio de canoas-taxi que funciona cada hora, y si alguien quiere pescar mar adentro debe hablar con el patrón.

—Bésala, carcamal —dijo una voz del público.

El capitán besó a Geneva y luego se la llevó de la pista entre los aplausos y el griterío del público.

—Éste es el segundo matrimonio que el concurso de baile ha propiciado, damas y caballeros —anuncio Rocky—. No olviden la ceremonia pública que se celebrará la semana próxima cuando la pareja número setenta y uno, Vee Lovell y Mary Hawley, se unan en matrimonio en presencia de los espectadores. Que suene la música —dijo a la orquesta.

Basil Gerard salió de los vestuarios con ropas de calle y se dirigió a la mesa para tomar el último ágape que le concedía la empresa.

Rocky se sentó en el tablado con las piernas colgando.

—Cuidado con mi café —dijo Gloria.

—Bueno, bueno —dijo Rocky apartando un poco la taza—. ¿Es buena la comida?

—Muy buena —dije.

Se acercaron dos señoras de mediana edad. Las había visto ya varias veces en asientos del palco.

—¿Es usted el director? —pregunto una de ellas a Rocky.

—No exactamente. Soy el ayudante del director. ¿Qué desean?

—Soy la señora Higby —dijo una—. Aquí la señora Witcher. ¿Podríamos hablarle en privado?

—Este sitio es tan privado como cualquier otro. ¿En qué puedo servirlas?

Somos la presidenta y la vicepresidenta...

—¿Qué sucede? —preguntó Socks Donald, acercándose por detrás de mí.

—Somos las señoras Higby y Witcher —dijo la señora Higby—, somos la presidenta y la vicepresidenta de la Liga de Madres de Familia en Defensa de la Moralidad...

—¡Oh!, ¡oh! —dijo Gloria en voz baja.

—¿Sí?

—Después de someterlo a votación hemos tomado esta decisión —dijo la señora Higby, poniéndole un documento doblado en las manos.

—¿De qué habla? —preguntó Socks.

—Sencillamente de esto —dijo la señora Higby—; nuestra Liga de Madres de Familia no aprueba su concurso...

—Un momento —dijo Socks—. Acompáñenme, hablaremos en mi despacho...

La señora Higby miró a la señora Witcher, asintió.

—Muy bien —dijo.

—Ustedes vengan conmigo, tú también, Rocky. Enfermera, retire esas tazas y esos platos —sonrió a las dos mujeres—. Ya ven, no permitimos que los chicos realicen ningún esfuerzo que les pueda mermar sus energías. Por aquí, señoras.

Mostró el camino que, por detrás del tablado, conducía a su oficina, situada en un ángulo del edificio. Mientras andaban, Gloria simuló que tropezaba y cayó pesadamente sobre la señora Higby, agarrándosele al cuello.

—¡Oh!, perdone, señora... lo siento muchísimo... —dijo Gloria mirando al suelo como si buscara aquello con que había tropezado.

La señora Higby no dijo nada, miró enfurecida a Gloria y se enderezó el sombrero. Gloria me propinó un codazo de complicidad y, a espaldas de la señora Higby, me hizo un guiño.

—Hagan memoria muchachos, que van a actuar de testigos —nos dijo Socks en voz baja mientras entrábamos en el despacho.

Tiempo atrás, aquella oficina de dimensiones muy reducidas había sido una antesala. Advertí que en ella se habían introducido pocos cambios desde que Gloria y yo entramos para inscribirnos en el concurso. Lo único nuevo eran dos fotografías más de desnudos femeninos que Socks había pegado a la pared con unas chinchetas. La señora Higby y la señora Witcher las localizaron instantáneamente e intercambiaron miradas de complicidad.

—Siéntense, por favor, señoras —dijo Socks—. Veamos qué pasa.

—La Liga de Madres de Familia en Defensa de la Moralidad ha condenado su concurso —dijo la señora Higby—. Hemos decidido que es deshonesto y degradante y ejerce una perniciosa influencia en el ambiente de la comunidad. Hemos fallado que es ineludible que den por terminado el concurso.

—¿Terminarlo?

—Inmediatamente. Si usted rehusa, acudiremos al Ayuntamiento de la ciudad. Este concurso es deshonesto y degradante...

—En esta competición participa una joven que está a punto de ser madre —dijo la señora Higby—, una chica que se llama Ruby Bates. Es un crimen tener a esta joven andando y corriendo todo el día, cuando su hijo está a punto de nacer. Además, es vergonzoso obligar a esta mujer a exhibirse ante todo el mundo en ese estado y medio desnuda. Creemos que, por lo menos, debería tener la decencia de cubrirse con una chaqueta...

—Bien, señoras —dijo Socks—. Nunca lo había mirado desde este punto de vista. Siempre me pareció que Ruby sabía lo que se hacía y nunca reparé en su barriga. Pero comprendo su razonamiento. ¿Quieren ustedes que expulse a esa chica de la competición?

—Naturalmente —dijo la señora Higby.

La señora Witcher asintió con la cabeza.

—De acuerdo, señoras —dijo Socks—, lo que ustedes digan. No soy hombre al que le guste poner dificultades. Incluso pienso pagar las facturas del hospital de esa chica... Muchas gracias por habérmelo advertido. Voy a ocuparme inmediatamente de este asunto...

—No es esto todo —dijo la señora Higby—. ¿Es cierto que planea celebrar una boda pública la próxima semana, o se trata simplemente de publicidad para atraer a un puñado de incautos?

—Nunca en la vida me valgo de falsedades. Éste será un matrimonio legal. Yo no engañaría a mi público por nada del mundo. Pueden preguntar a cualquiera que haya tenido tratos conmigo qué clase de persona soy...

—Ya conocemos su reputación —dijo la señora Higby—, pero aun así, nos resistimos a creer que intente patrocinar un sacrilegio de esta clase...

—Estos jóvenes se casan muy enamorados —dijo Rocky.

—No permitiremos semejante burla —dijo la señora Higby—. ¡Exigimos que clausure inmediatamente su concurso!

—Si lo hace, ¿qué pasaría con todos esos muchachos? —preguntó Gloria—. Se encontrarían otra vez en la calle...

—No intente justificarlo, señorita —dijo la señorita Higby—. Esta competición es una depravación y atrae elementos perjudiciales. Uno de los concursantes era un asesino fugitivo, aquel italiano de Chicago.

—Bueno, señoras, no van a culparme a mí por eso —dijo Socks.

—Por supuesto que sí. Estamos aquí porque nuestro deber es mantener la ciudad libre de ese género de influencias...

—¿Me permiten que mi ayudante y yo salgamos un momento para hablar de este asunto? —preguntó Socks—. Tal vez podamos dar con una solución...

—De acuerdo —dijo la señora Higby.

Socks hizo una seña a Rocky y ambos salieron.

—¿Ustedes tienen hijos? —preguntó Gloria cuando la puerta se hubo cerrado.

—Las dos tenemos hijas crecidas —dijo la señora Higby.

—¿Saben dónde están esta noche y lo que están haciendo?

Ninguna de las dos contestó.

—Tal vez yo pueda orientarlas un poco. Mientras ustedes, espíritus nobles, se hallan aquí cumpliendo un deber para gente que no conocen, es muy probable que sus hijas se encuentren en el piso de algún chico, desnudas y borrachas.

La señora Higby y la señora Witcher se quedaron heladas.

—Esto es lo que suele ocurrir por regla general con las hijas de las reformistas —dijo Gloria—. Tarde o temprano caen, y muchas de ellas no saben qué medidas tomar para no quedarse embarazadas. Las ahuyentan ustedes de sus casas con sus malditas lecturas de pureza y decencia, y están demasiado ocupadas chismorreando por todas partes para poder instruir debidamente a sus hijas sobre las realidades de la vida...

—¿Cómo...? —dijo la señora Higby con la cara encendida.

—Yo... —intentó decir la señora Witcher.

—Gloria... —intervine yo.

—Ya es hora de que alguien les cante las verdades a estas mujeres —dijo Gloria tras dirigirse a la puerta y ponerse de espaldas a ella, como si no quisiera dejarlas salir—, y soy justamente yo quien va a hacerlo. Son de la clase de brujas que se encierran en los retretes para leer libros pornográficos y explicar obscenidades, y después salen a aguar la fiesta a todo el mundo...

—¡Apártese usted de esta puerta, jovencita, y déjenos salir de aquí! —chilló la señora Higby—. Me niego terminantemente a escucharla. Soy una señora respetable. Soy profesora de la Escuela Dominical...

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