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Authors: Horace McCoy

Tags: #Drama

¿Acaso no matan a los caballos? (6 page)

Cuando hubo terminado el sorteo y todos nosotros nos habíamos colocado ya sobre la línea de salida, Rocky dijo:

—Bien, damas y caballeros, estamos casi a punto. Prestad atención, muchachos, debéis hacer marcha atlética. Si por una causa u otra, no importa cuál sea, alguno tiene que retirarse momentáneamente, su compañero tendrá que efectuar dos vueltas completas que contarán como una. ¿Quiere dar la salida, señorita Keeler?

Ésta asintió y Rocky le dio a Rollo la pistola. Éste la entregó a la señorita Keeler, sentada en una butaca delantera del palco con otra joven que no logré reconocer. Jolson no se encontraba presente.

—Muy bien, damas y caballeros, sujeten sus sombreros —dijo Rocky—. Muy bien, señorita Keeler... —dijo mientras le hacía una seña con la mano.

Gloria y yo nos habíamos colocado en un extremo del tablado mirando hacia la línea de salida, y cuando la señorita Keeler apretó el gatillo nos abalanzamos hacia delante intentando, con codazos y empujones, situarnos a la cabeza. Gloria me tenía cogido por el brazo.

—Agárrate al cinturón —grité, mientras me afanaba por abrirme paso entre aquella muchedumbre. Unos tropezaban con otros en sus intentos por destacar... pero en un momento nos fuimos dispersando y comenzamos a recorrer metros y metros de pista. Yo daba unas zancadas tan largas que Gloria, para mantenerse a mi altura, tenía que correr.

—Marcha atlética —dijo Rollo—. Estáis corriendo.

—Lo hago lo mejor que sé —le dije.

—Fíjate, es así...

Se me adelantó mientras me enseñaba la manera de hacerlo. No tuve la menor dificultad en aprenderlo. El truco era mantener hombros y brazos apropiadamente sincronizados. No tuve dificultades para captar el estilo. Me pareció de lo más natural. Era sencillo, y por un momento me pregunté si no habría practicado la marcha atlética en alguna ocasión. Pero no lo recordaba, por lo que era la primera vez que lo hacía, pues tengo excelente memoria.

Cuando llevábamos unos cinco minutos corriendo y nos habíamos colocado ya en cabeza, Gloria dejó de darse impulso. Es decir, se dejaba arrastrar, haciendo que recayera todo el esfuerzo sobre mí, que tenía que tirar de ella como un condenado. Parecía que el cinturón se me clavara en el estómago.

—¿Demasiado deprisa? —pregunté, aminorando.

—Sí —contestó entre jadeos.

Una de las enfermeras me arrojó una toalla húmeda al cuello y por poco pierdo el equilibrio.

—Frótate la cara con ella —dije a Gloria... Precisamente entonces, la pareja número treinta y cinco nos adelantó tratando de sacar ventaja por el viraje. El esfuerzo, no obstante, fue demasiado intenso para la chica. Comenzó a hacer eses y se desasió del cinturón de su pareja.

—Atención a la pareja número treinta y cinco —chilló Rocky Gravo.

Pero antes de que un entrenador o una enfermera pudieran alcanzarla cayó de bruces y resbaló medio metro por la pista Si hubiera corrido solo, me habría sido fácil esquivar el cuerpo, pero con Gloria colgada a mi cinturón temí que si hacía eses ella saldría despedida. (Hacer eses de ese modo arrastrando una chica era tan peligroso para ella como montar un potro salvaje).

—¡Cuidado! —grité, pero la advertencia llegó demasiado tarde para poder remediar la situación. Gloria tropezó con el cuerpo, arrastrándome en su caída, y de lo que vino a continuación sólo recuerdo que cuatro o cinco parejas rodaron por el suelo, esforzándose luego por incorporarse. Rocky dijo algo por el micrófono y el público chilló.

Me levanté. No me había lesionado, sólo sabía por el ardor que sentía en las rodillas que me las había pelado. Las enfermeras y los preparadores corrieron hacia nosotros y comenzaron a levantar a las chicas, para luego trasladar a Gloria y a Ruby a las camillas del patio.

—Nada grave, damas y caballeros —dijo Rocky—. Un pequeño tropezón sin importancia... algo que sucede con bastante frecuencia en las carreras... mientras las chicas son atendidas será necesario que sus parejas respectivas efectúen las vueltas, que contarán para el equipo a razón de una por cada dos. Vamos a ver, muchachos, corred esas vueltas en solitario por la parte de dentro.

Comencé a correr muy aprisa para no perder la posición que teníamos en la carrera. Ahora que no llevaba a rastras a Gloria me sentía ligero como una pluma. A ella la atendía una enfermera y un preparador mientras un médico la examinaba con el estetoscopio. La enfermera le daba a oler el frasco de sales mientras el preparador le masajeaba las piernas. Otra enfermera y un preparador hacían lo mismo con Ruby. Antes de que Gloria volviera a la pista efectué cuatro vueltas. Gloria estaba muy pálida.

—¿Podrás resistir? —le pregunté, aflojando la marcha.

Asintió con la cabeza. El público aplaudía y pateaba mientras Rocky hablaba por teléfono. Ruby regresó también a la pista bajo la atenta mirada del público.

—Tómatelo con calma —dijo Rollo, andando a mi lado—. No hay ningún peligro de...

Sentí entonces un agudo dolor en la pierna izquierda que me fue subiendo por todo el cuerpo basta alcanzar la cabeza, que creía iba a reventar.

—¡Dios mío! —dije—. ¡Me he quedado paralizado!

—Da un fuerte golpe en el suelo con el pie —dijo Rollo—, golpea, golpea con todas tus fuerzas.

No podía doblar la pierna. Sencillamente no conseguía moverla. Estaba rígida como un tronco. Cada vez que daba un paso, aquel dolor me punzaba en la cabeza.

—En la pareja veintidós hay uno que tiene calambres —dijo Rocky por el micrófono—. Que vaya un preparador a ayudarle.

—Golpea, golpea con fuerza —iba diciendo Rollo.

Di una patada formidable contra el suelo, pero la pierna seguía doliéndome, cada vez con más intensidad.

—Golpea, golpea —repetía Rollo.

—Pero, animal —dije—, ¿no ves que no puedo, que me duelen las piernas?

Dos de los preparadores me agarraron por los brazos y me sacaron de la pista.

—Ahora ha quedado sola la animosa muchacha de la pareja veintidós —anunció Rocky—, la pequeña Gloria Beatty. ¡Vean lo valiente que es! Seguirá corriendo mientras atienden a su compañero de un calambre. ¡Fíjense cómo devora la pista! Dejadla correr por la parte interior, muchachos...

Uno de los preparadores me sostenía por la espalda, mientras el otro me obligaba a subir y bajar la pierna sacudiéndome los músculos con el canto de los puños.

—Duele mucho —dije.

—Tranquilízate —dijo el preparador que me sostenía por detrás—. ¿No has tenido nunca un calambre?

Entonces noté como si algo se me hubiera soltado en la pierna y el dolor desapareció repentinamente.

—Ya estás bien —dijo el preparador.

Me sentía bien, así que me incorporé y volví a la pista; me puse a un lado aguardando a Gloria. Ella estaba en el lado opuesto, trotando y ladeando la cabeza cada vez que avanzaba un paso. Tuve que esperar a que pasara por aquel punto. (El reglamento exigía que la incorporación a la carrera se hiriera por el mismo lugar por el que habías salido). Cuando Gloria se me acercó eché a andar y al instante ella se me agarró al cinturón.

—Faltan todavía dos minutos de carrera —anunció Rocky—. Vamos a animarles, damas y caballeros.

Los espectadores comenzaron a golpetear con manos y pies con más fuerza que antes.

Algunas parejas empezaron a correr con la intención de adelantarnos, pero aceleré la marcha. Estaba plenamente convencido de que Gloria y yo no íbamos en último lugar, pero ambos habíamos estado en el «banquillo» y no quería correr el riesgo de que nos eliminaran. Cuando sonó la pistola anunciando el final de la primera ronda, la mitad de las parejas se desplomaron en el suelo. Me giré para mirar a Gloria y vi que sus ojos estaban vidriosos. Comprendí que estaba a punto de desmayarse.

—¡Eh! —grité a una de las enfermeras, pero justo entonces Gloria se desmayó y tuve que cogerla. Todo lo que podía hacer era llevarla al centro de la pista—. ¡Eh! —grité a un preparador—. ¡Doctor!

Nadie me hizo el menor caso. Estaban demasiado ocupados recogiendo a los otros. El público, excitado, estaba de pie sobre las sillas, chillando.

Comencé a friccionar la cara de Gloria con una toalla húmeda. Apareció de pronto la señora Layden a mi lado y cogió de encima de una mesa el frasco de sales.

—Será mejor que vayan a los vestuarios —nos dijo—. Gloria se encontrará bien enseguida. No está acostumbrada a estos esfuerzos.

Yo iba a bordo de un barco rumbo a Port Said. Me dirigía al desierto del Sáhara, a rodar una película. Era muy famoso y muy rico, el director de cine más importante del mundo, más incluso que Sergei Eisenstein. Los críticos de
Vanity Fair
y
Esquire
habían convenido en calificarme de genial. Me paseaba por cubierta, recordando aquel concurso de baile en el que había participado preguntándome qué se habría hecho de todos aquellos chicos y chicas, cuando algo me golpeó con mucha fuerza en la nuca y me dejó inconsciente. Tuve la sensación de que me caía.

Cuando me sumergí en el mar comencé a sacudir brazos y piernas porque tenía miedo a los tiburones. Algo rozó mi cuerpo y grité atemorizado.

Me desperté nadando en aguas heladas. Al instante supe dónde me encontraba. «Has tenido una pesadilla», me dije. Lo que había tocado mi cuerpo era una pesada barra de hielo. Me encontraba sumergido en un pequeño tanque de agua en los vestuarios. Iba todavía vestido con los pantalones cortos y la camiseta blanca. Salté fuera temblando y uno de los preparadores me ofreció una toalla.

Entraron dos preparadores más transportando a un concursante que se hallaba inconsciente. Era Pedro Ortega. Lo llevaron hasta el tanque y lo arrojaron dentro.

—¿Es esto lo que me ha ocurrido a mí? —pregunté.

—Exactamente lo mismo —dijo el preparador—.Justo al dejar la pista de baile te has desmayado.

Pedro se lamentó en su lengua, el castellano. Y nos salpicó a todos pugnando por salir. El preparador se rió.

—Diría que Socks sabía muy bien lo que se hacía cuando mandó traer este tanque. El agua helada os sienta de maravilla. Quítate los zapatos y los pantalones, que están chorreando.

... Por el sheriff del condado de Los Ángeles al director de la prisión del estado...

LLEVAN BAILANDO ..... 752 HORAS

QUEDAN ......................... 26 PAREJAS

Las pruebas de carreras eliminaban a muchos. Cincuenta y tantas parejas en dos semanas. Gloria y yo estuvimos a punto de ser una de ellas un par de veces, pero nos salvamos por los pelos. Después de cambiar nuestra técnica dejamos de tener dificultades; ya no intentábamos ganar la carrera, y mientras la termináramos no nos importaba el lugar con tal de que no fuera el último, lo cual suponía la eliminación automática.

Temamos también un patrocinador: Cervezas Jonathan. No engorda. Nos llegó a tiempo. Nuestros zapatos se habían gastado y los vestidos estaban raídos. La señora Layden convenció a los de Cervezas Jonathan para que nos patrocinaran. «Sugiera a san Pedro la idea de que me deje entrar, señora Layden. Me parece que no voy a tardar en comparecer por allí, y voy a necesitar una buena recomendación». Nos dieron a Gloria y a mí tres pares de zapatos, tres pares de pantalones de franela de color gris y tres jerséis cada uno con el producto anunciado en el dorso.

Desde que el concurso comenzó yo había ganado cerca de dos kilos de peso y comenzaba a pensar que tal vez tuviéramos alguna probabilidad de ganar los mil dólares del premio. Sin embargo, Gloria era pesimista

—¿Qué harás cuando todo esto termine? —me preguntó.

—¿Por qué preocuparnos? Todavía no ha terminado. No sé por qué te inquietas. Estamos mejor que nunca, por lo menos tenemos la comida asegurada.

—Me gustaría estar muerta. Que Dios me enviara la muerte.

Siempre con la misma cantinela, una y otra vez. Aquello comenzaba a ponerme nervioso.

—Cualquier día lo hará —dije.

—Espero que sea bien pronto... Ojalá tuviera el valor suficiente para ahorrarle el trabajo.

—Si ganamos este campeonato, puedes coger tus quinientos dólares y largarte a cualquier parte —dije yo—. Puedes casarte. Seguro que hay un sinfín de muchachos dispuestos a casarse. ¿No has pensado nunca en eso?

—Muchas veces —dijo—. Pero nunca podré casarme con el hombre al que quiera. Los únicos que se habrían casado conmigo no me gustaban. O bien eran ladrones o proxenetas, o algo por el estilo.

—Ya sé por qué eres tan morbosa —dije—. Te encontrarás mejor dentro de un par de días. Más adelante cambiarás de opinión.

—Esto no tiene remedio —dijo. Y añadió—: No me hago ilusiones. Pero tampoco me preocupa. Todo este asunto no es más que un tiovivo. Cuando se termine este jaleo nos volveremos a encontrar en el punto de partida.

—Hemos comido y hemos dormido —dije.

—Sí, pero ¿qué se gana con aplazar una cosa que fatalmente tiene que suceder?

—¡Eh, Cervezas Jonathan! —gritó Rocky Gravo—. Venid hacia aquí.

Estaba junto al tablado con Socks Donald. Gloria y yo acudimos.

—¿Qué os parece, muchachos? ¿Queréis ganar cien dolares? —pregunto Rocky.

—¿Qué hay que hacer? —preguntó a su vez Gloria.

—Bien, muchachos —dijo Socks Donald—. Tengo una idea estupenda, solo necesito un poco de ayuda.

—Parece una canción de Ben Bemie —me dijo Gloria.

—¿Qué? —inquirió Socks.

—Nada —dijo Gloria—. Prosiga... necesita usted un poco de ayuda..

—Eso es —dijo Socks—. Quiero que una pareja se case aquí. Una ceremonia pública.

—¿Una boda? —pregunté yo.

—Bueno, esperen un momento —dijo Socks—. No se alarmen. Les daré cincuenta dólares a cada uno, y después del concurso podrán divorciarse si lo desean. No tiene por qué ser algo para siempre. Esto lo hacemos solamente desde el prisma del espectáculo. ¿Qué me dicen?

—Digo que están ustedes locos —dijo Gloria.

—No, no quiere decir eso, señor Donald —dije yo para arreglarlo.

—Al diablo —dijo ella—. No tengo ningún inconveniente en casarme —dijo a Socks—, pero ¿por qué no me traen un Gary Cooper o algún productor o director famoso? Yo no quiero casarme con éste. Ya tengo bastantes problemas sola...

—No es necesario que sea para siempre —dijo Rocky—. Sólo es una forma como otra cualquiera de hacer publicidad.

—Exacto —dijo Socks—. Naturalmente, la ceremonia tendría que celebrarse dentro de la legalidad. Es necesario que así sea, porque se efectuará ante el público. Pero...

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