Read 32 colmillos Online

Authors: David Wellington

Tags: #Terror

32 colmillos (30 page)

Era mejor intentarlo que desesperar y aceptar tener tanta sed como tenía.

Sujetó el tapón con los dientes y torció el cuello en un movimiento incómodo. Puso todo lo que le quedaba en la tarea…

… y de inmediato se derramó encima la mitad del agua de la botella. El maldito tapón no había estado precintado. Ya habían abierto la botella.

«¡Hijo de puta!», pensó. El agente del SWAT había abierto la botella antes de dársela. Chupó con ansia el agua que le corría por la camisa, intentando beber toda la que pudiera. No le prestó mucha atención al tapón que acababa de quitar —no había manera de que pudiera volver a ponérselo a la botella—, y lo dejó caer al suelo del furgón celular.

Donde aterrizó con un apagado sonido metálico.

En ese momento estuvo muy a punto de perder el resto del agua. Pero de alguna manera logró beber toda la que quedaba antes de investigar el sorprendente sonido. Entonces, cuando se sintió bastante segura de haber visto lo que había causado el ruido, se esforzó para no dejarse llevar por la esperanza.

Pero no. Era verdad.

Encajado dentro del tapón de plástico había un corto cilindro de acero niquelado, con una pestaña estrecha en un extremo. Caxton lo reconoció al instante, por supuesto. Había visto cosas como ésa durante toda su vida adulta. Las había usado más veces de las que podía contar.

Era una llave para esposas.

—Clara —susurró, aterrada ante la posibilidad de hacer demasiado ruido, aterrada ante la posibilidad de que, en cualquier momento, el agente del SWAT volviera a ver cómo estaba—. Clara… gracias.

1928

Luz eléctrica… tan brillante, tan dolorosa. No la había visto nunca antes. Levantó una mano para cubrirse la cara, pero ellos simplemente hicieron girar la luz sobre el pie que la sustentaba. La rodeaban chasquidos y zumbidos. Había un hombre cerca de ella, fumando un cigarrillo tras otro
.

Lentes que giraban y retrocedían para enfocarla mejor. Un hombre cerró una claqueta ante su cara
.


¡Vampiro vivo hallado en California! —exclamó—. Toma siete
.

Ella abrió la boca. Intentó resoplar
.


Perfecto —dijo alguien—. Haz que le lance un mordisco a la cámara. Haz que ponga el ojo en blanco como Nosferatu. ¡Perfecto! Este material es bueno, muchacho, es bueno
.


No era así cuando la encontré, sino sólo huesos, gusanos y mierda
.


Cuida tu lengua
.


Lo siento, señor
.


Está bien, muchacho… escucha… Movietone quiere una exclusiva de esto, ¿entiendes? Nada de radio ni de periódicos aquí abajo. ¿Qué te parecen quinientos dólares?


Muy bien
.


Eso pensaba yo. Rudy, acerca más la luz; hace que se mueva más. Maldición, tiene que haber estado aquí durante mucho tiempo para ponerse ahora tan nerviosa. Nathan… Nathan, tráeme un palo o algo, lo que sea. No voy a tocarla con las malditas manos, ¿verdad? No, no es peligrosa. —El hombre de los cigarrillos se inclinó sobre ella y ocupó todo su campo visual. Ella intentó pillarlo, pero él rió y se apartó de un salto—. No podría ni desangrar un gatito. Ya no. Éste es un material fantástico. Fantástico…

Al hombre se le cayó el cigarrillo de la boca. La luz era tan brillante… la cegaba… no podía ver nada. Parecía clavarle puñaladas en el cerebro
.


Uf, es más fuerte de lo que parece. Rudy, ayúdame con… maldición. Suelta, vieja perra. Suelta o te juro que…

Los gritos empezaron entonces. Crudos sonidos en el aire fresco. La luz le impedía pensar. Le impedía entender lo que sucedía
.

La sangre le golpeó la garganta como el bálsamo de Judea
.


¡Rudy! ¡Rudy, jodido estúpido! Rudy…

Oyó pies que golpeaban el suelo con fuerza a su alrededor. Hombres que corrían. Todos menos uno. El que no podía alejarse. La sangre, la sangre… la sangre estaba dentro de ella, nueva fuerza, nueva vida. Había pasado mucho tiempo
.

Cuando acabó, no pudo quedarse allí. Ellos volverían. Volverían con sus luces y con armas de fuego. Salió a gatas del ataúd. Se encontraba en una polvorienta bodega. ¿Cómo había llegado hasta allí? Había habido un hombre que coleccionaba huesos de dinosaurio… no, ése había sido Josiah Caryl Chess. Otro hombre, mucho más tarde… un hombre que coleccionaba… que coleccionaba rarezas, reliquias… Ella no había sido capaz de hacer que la amara, había estado demasiado débil para eso. El tiempo. Se le había pasado el tiempo, no podía permitirse que eso volviera a suceder… el tiempo…

La escalera estuvo a punto de ser su perdición. Sólo podía mover un brazo, y además con lentitud. Logró subir la escalera. Deslizarse a la noche del exterior. Tenía que encontrar un nuevo refugio. Un nuevo escondite antes de que llegara el sol
.

La consciencia huía de ella con cada nuevo dolor. Con cada centímetro que recorría a rastras. Una calle polvorienta. Un coche hizo un viraje brusco para esquivarla, y sus faros le causaron una agonía de dolor. Tenía que encontrar… tenía que…

Sonó un claxon, que le hizo daño en los oídos. Quedaba tan poco de ella… Había pasado tanto tiempo desde que había… desde que había…

Sangre
.

Pudo olerla en el viento
.

Volvió la cabeza a un lado. Vio que el automóvil se había salido de la calle y acabado en una cuneta. El coche… el coche estaba lleno de sangre. Un hombre y una mujer en el interior. Todavía no estaban muertos, aunque pronto lo estarían. Tenía que… tenía que llegar antes hasta ellos
.

El siglo
XX
fue una mala época para Justinia Malvern
.

Pero sobrevivió
.

41

Glauer se lamió una comisura del bigote.

—Espero que hayamos hecho lo correcto —dijo. Había estado incómodo con aquella maquinación durante todo el tiempo, a pesar de que había sido idea suya. Clara sabía que siempre podía contarse con que Glauer haría lo correcto, desde su punto de vista, pero que también lo pasaba mal justificando sus acciones cuando iban en contra de la ley.

—Yo sólo espero que hayamos hecho lo suficiente —le susurró Clara. Los dos se paseaban de un lado a otro por el claro, haciéndose visibles como había pedido Fetlock. Exhibiéndose para cualquier medio muerto que pudiera estar observando. Clara se sentía como si tuviera una diana pintada en la espalda.

Apenas si faltaba media hora para la puesta de sol. Sin embargo, La Hondonada bullía de actividad. A los brujetos los habían hecho entrar en sus casas, y luego los habían encerrado en ellas. En torno al diminuto pueblo habían apostado policías en puntos estratégicos, todos dispuestos a abrir fuego si alguien intentaba salir por la puerta de su propio hogar. Entre tanto, los agentes del SWAT estaban cavando una trinchera en un lado de La Hondonada, e instalaban entre los árboles de la pendiente de una de las crestas puestos para tiradores. Estaban estableciendo posiciones de disparo, igual que los soldados cavan trincheras y construyen nidos de ametralladora antes de un ataque enemigo. Eso era con total exactitud lo que esperaba Fetlock. Un ataque frontal de medio muertos que con toda probabilidad llegarían por el camino principal, aunque también estaba preparado por si llegaban por encima de cualquiera de las crestas. Los medio muertos intentarían aplastar a los policías, y luego Justinia Malvern efectuaría su entrada espectacular, y se bebería la sangre de cualquier superviviente antes de ir a por el premio grande. El furgón celular se encontraba aparcado en medio del claro, esperando a que lo destrozaran con el fin de que Malvern pudiera llegar hasta Laura Caxton.

Por supuesto, Fetlock no pensaba permitir que sucediera eso. Su intención era que los policías de cazadora azul atraparan a los medio muertos en un mortífero fuego cruzado, y que luego Malvern llegara a arrasarlo todo y se situara en la línea de tiro de una media docena de francotiradores. Pero sus tiradores más certeros podrían no bastar para acabar con un vampiro, y él lo sabía. Los vampiros eran diabólicamente veloces, y los francotiradores eran más efectivos contra blancos estacionarios. E incluso para ese caso tenía planes alternativos. Él afirmaba tener algunas sorpresas ocultas dentro del centro móvil de mando, cosas que no quería revelarles a Clara y Glauer. También contaba con el helicóptero, aunque lo que podía hacer estaba por verse.

—En Gettysburg teníamos helicópteros —le había dicho Glauer, que discutía pacientemente mientras Fetlock se limitaba a estar pagado de sí mismo—. No sirvieron de mucho.

—Allí los usaron como vehículos de apoyo, sobre todo para reunir información. Créame que presté atención cuando leí su informe, agente especial.

Glauer se había encogido de hombros y no había formulado más preguntas.

Así que ésa era la trampa, y Clara tenía que admitir que parecía formidable. Entre tanto, Darnell estaba en lo alto de las crestas, asegurándose de que no resultaran demasiado inexpugnables, de que no espantaran a Malvern antes de que apareciera en la mira telescópica de Fetlock. Éste y Urie Polder habían encontrado la manera de que pareciese que los polis habían dañado tontamente su propia línea de defensa. En lugar de retirar sin más el cordón de teleplasma y el perímetro de gritones cráneos de pájaro, Darnell arrancaría algunos trozos del cordón de teleplasma como si se hubiera visto obligado a hacerlo para entrar a escondidas cuando había empezado a espiar por La Hondonada (en realidad había podido eludirlos con facilidad), y luego echaría tierra sobre un par de cráneos como si lo hubiera hecho por descuido. Eran encantamientos frágiles y fáciles de desactivar, y cabía dentro de lo posible hacer que pareciese un accidente. Como resultado de esto, quedaría abierto un paso para que los medio muertos atravesaran las defensas y se metieran de cabeza en las trampas de Fetlock sin que pareciera que les habían dejado el camino expedito.

Cuando la casi horizontal luz del crepúsculo cayó sobre las laderas occidentales cubiertas de árboles, todo estaba a punto. Clara sintió los músculos de la espalda rígidos y tensos. Contempló los últimos rayos encarnados de luz solar que atravesaban las hinchadas nubes como si no fuera a verlos nunca más.

—No sucederá de inmediato —le dijo Glauer.

—Lo sé —contestó ella.

Era muy improbable que Malvern fuera a atacar en el momento exacto de la puesta de sol. Debía dormir durante todo el día en su ataúd. No tenían ni idea de dónde podría estar el féretro, pero probablemente no estaría dentro de un radio de quince kilómetros alrededor de La Hondonada. Tendría que viajar hasta la trampa, para lo cual podría tardar diez minutos, o varias horas. Y era demasiado inteligente para atenerse a un horario previsible. Atacaría cuando menos lo esperaran, lo cual significaba que el ataque se produciría en cualquier momento.

Glauer y Clara continuaban paseándose de un lado a otro por el claro, aun cuando había oscurecido tanto que apenas podían distinguir la cara del otro. No se detuvieron ni cuando empezaron a tropezar con raíces de árboles. No les habían dado la orden de detenerse.

A Clara le picaba cada centímetro de su piel a causa del miedo. Por cada poro de su cuerpo manaba grasiento sudor de miedo, aunque la temperatura descendió con rapidez cuando acabó de oscurecer. Todos sus instintos le decían que huyera.

—Puede que no suceda esta noche —dijo Glauer, cuya voz sonó extrañamente fuerte en las tinieblas.

—Tú sabes que sí será esta noche —dijo ella.

A pesar de todo, pasaron quince minutos en una oscuridad total, y no sucedió nada.

Pasó una hora, y no sucedió nada.

Dos horas.

—¡Ay, Dios mío, venga ya de una vez! —gritó Clara, para intentar romper la tensión. Uno de los policías de cazadora azul que estaba cerca cogió su arma y la apuntó con ella, con los ojos muy abiertos; la espalda del hombre subía y bajaba de modo exagerado a causa de su respiración agitada. Al parecer, ella no era la única que se estaba volviendo loca por la espera.

Intentó controlarse.

Se llevó un sobresalto de muerte cuando una radio crepitó detrás de ella. Se volvió y vio a Fetlock asomado por la parte posterior del centro móvil de mando. Una luz amarilla le teñía la mitad de la cara. Tenía un
walkie-talkie
en una mano, y se lo acercó a la boca.

—¿Unidad nueve? Repita —ordenó.

—Unidad nueve informando de contacto —replicó el
walkie-talkie
. El hombre del otro lado de la conexión parecía tenso y muy nervioso—. Tenemos múltiples sujetos atravesando la línea de los árboles, en localizaciones Whiskey Tres y también en Yankee Uno. Repito: tenemos…

El hombre calló. Clara no podía mover ni un músculo. Lo único que podía hacer era quedarse allí de pie y observar la cara de Fetlock, en la que nada cambió.

—Unidad nueve, repita —ordenó Fetlock.

Pero la unidad nueve no repitió la información. En cambio, empezó a gritar, un terrible sonido diminuto que manaba del
walkie-talkie
. El sonido de un hombre al que hacían pedazos cuando aún estaba vivo.

No cabía duda ninguna. El ataque había comenzado.

42

Fetlock bajó el volumen de la radio, pero Clara sabía que el hombre de lo alto de la cresta continuaba gritando. Podía oír su voz directamente, en la distancia.

—Que todo el mundo se quede quieto. Mantengan las posiciones —les gritó Fetlock a los policías de La Hondonada—. Para esto hemos hecho los planes y hemos estado entrenándonos durante el último mes.

Se oyeron algunos gritos de asentimiento, de determinación. La mayoría de los policías se limitaron a mantener baja la cabeza. Habían oído las historias. Sabían qué pasaba cuando la policía intentaba luchar contra los vampiros.

Y Clara también.

—Glauer —dijo—. Glauer, esto va a ponerse feo.

—Lo sé. Ahora cállate.

Ella iba a protestar, pero sabía que él tenía razón. Preocuparse por lo que vendría a continuación no lo cambiaría. Hablar del asunto sólo aumentaría la aprensión.

—Todas las unidades de francotiradores, informen —dijo Fetlock por el
walkie-talkie
. De uno en uno, ocho hombres se pusieron en comunicación para informar de que no habían establecido contacto.

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