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Authors: Mercedes Castro

Tags: #Relato

Y punto (40 page)

—Pero ¿han matado a alguien o no? Tú decías que era un caso de suicidio.

—A saber. Es una familia muy rara. Son unos pijazos, unos niños bonitos.

—Ya salió, ya estamos con tu tema favorito: la pijofobia. Pero ¿se puede saber qué te han hecho a ti los pijos? Estás obsesionada, tiene que haberte pasado algo con ellos para que les tengas esta manía, a ti cualquiera te cae mal sólo por el hecho de ser rico. No eres objetiva, cada vez que te cruzas con alguien de clase alta te pones a despotricar, se te amarga el carácter y sólo hablas de lo mismo, de lo injusto que es, de sus privilegios, de sus…

—Mira quién fue a hablar, el que ponía a parir a Roberto Butragueño por su condición de heredero universal.

—Ésa es otra historia —salta a la defensiva—, me jode porque es un cara al que le han dado todo hecho en la vida.

—Como a los pijos.

—¡Joder, Clara!

—Tú sí que no lo ves, tú sí que no eres objetivo, los defiendes porque eres uno de ellos, de los que mejor vestían de la clase, de los que tenían el jersey de marca cuando estaba de moda y ningún problema para conseguirlo porque te lo compraba mamá antes de que rabiaras. Siempre perteneciste a la élite, así que no fastidies, y menos dando la cara por gente que no conoces cuando soy yo quien escarba en sus cubos de basura. ¿Quieres saber cómo son?, ¿de verdad? El padre cogió una escopeta y se voló la mollera en el retrete de su garaje, el hijo mayor es de su primera esposa, que también se suicidó, y él se ha vuelto un facha, un conservador en miniatura luchando por hacerse con un imperio como Macbeth por un reino cuando, al fin y al cabo, no es más que un porrero que finge ser mayor de lo que es, a quien le gusta someter y demostrar una frialdad inusual porque la confunde con autodominio, con un modelo equivocado de hombre hecho a sí mismo que nunca llegará a ser, siempre con el espectro de su padre, el fundador, el que creó su fortuna de la nada, el inalcanzable ahora porque está muerto y deja tras de sí a un huérfano que no educó cargado de complejos y a tres crías que dan miedo, niñas serias, antinaturales, como damitas antiguas vestidas de meninas, con sus melenas rubias flotando en el aire como fantasmas, con una seguridad en sí mismas tan aplastante que parecen lolitas avejentadas, sin deseos porque todo lo poseen, sin risas porque, a su edad, ya se han reído todo lo que se tenían que reír, ya nada les hace ilusión ni anhelan nada, todo es susceptible de ser comprado, hasta
Panocha
. Se lo entregué a la mediana e inmediatamente tomó posesión exclusiva de su nuevo juguete, pero sus dos hermanas también se encapricharon y hubo bronca porque todas lo querían. Luego supe que en cuanto su niñera sugirió que fuera de las tres, éstas se desentendieron de inmediato del gato en cuestión. Para eso es mejor que no sea de ninguna, dijeron. Al final triunfó la solución menos salomónica: que cada una tuviera su propia mascota. A estas horas debe de haber un criado buscando en tiendas de animales para encontrar otros dos gatitos lo más parecidos posible a
Panocha
. ¿Te parece esto normal? ¿Hermanas que no saben jugar juntas, que prefieren perder un juguete a compartirlo? Me ponen los pelos de punta.

—Sí que pinta fea la cosa. ¿Y la madre? No me dirás que también es un monstruo. Alguien tendrá que ser normal en esa familia.

—Normalísima, te lo digo yo, está encantada de la vida. No es que se haya alegrado del suicidio de su marido ni tampoco que lo haya matado ella, que no lo sé, pero… ¿Tú sabes esas chicas monas, presentadoras de programas de relleno de televisión venidas a menos y modelos de medio pelo que eran la bomba sexual en su momento pero poco a poco empiezan a dejar de serlo y se casan con un señor veinticinco años mayor? ¿Te has preguntado alguna vez qué pasa con esas mujeres neumáticas cuando envejecen, cómo es su vida cuando ya sólo tienen por delante clases de aerobic y tardes en subastas y mercadillos benéficos? Fueron a la caza y captura del millonario para descansar, hartas de colarse en fiestas de la jet para ver si caía algo, de que les metieran la mano entre las piernas en el asiento trasero del Mercedes de turno, de presentar desfiles de ropa de baño en cualquier pasarela de provincias y, con todo, tengo la impresión de que a veces lo echan de menos, de que se aburren siendo tan respetables. Vale, disfrutan de su existencia contemplativa, pero cuando sus niños echan los dientecitos y van a la guardería, ¿no crees que al mirar las revistas del corazón añoran aquellos años locos y peligrosos en que eran chicas de portadas, las aspirantes más firmes al trono del papel
couché
? Juraría que antes Mónica Olegar se sentía exactamente así: deslumbrante rubia platino, rodeada de lujo que malgastar, sin asomo de preocupación y completamente desubicada en el mundo. Se le pasó el momento de ser la chica de moda y aún no ha llegado el tiempo de convertirse en la digna señora, la respetada esposa. Será una advenediza mientras no haya transcurrido tiempo suficiente, pero también ha pasado demasiado desde que dejó las pasarelas y los platós. Está en tierra de nadie y, de pronto, el marido se vuela la tapa de los sesos y ella, como por arte de magia, encuentra por fin su gran papel protagonista: el de la viuda desconsolada, la mujer fuerte y abnegada que se ocupa en educar a sus polluelos y vuelve a estar en boca de todos y se siente plena porque ahora sí la admiran por su entereza, la compadecen por su tristeza y la sacan resplandeciente en su dolor el día del funeral con ese luto tan favorecedor en otra portada más que sumar a la colección.

—Quién me iba a decir que precisamente tú, la sensible, la compasiva, llegarías a afirmar que una pobre viuda con tres criaturas está encantada con su situación porque va a volver a salir en las revistas. No puedo creerlo.

—Pues no te consternes tanto, Ramón, porque no me invento nada, y si no al tiempo. Esa gente es una raza aparte.

—A quien hay que dar de comer aparte es a ti, que estás pirada, que se te va la pinza, que estás obsesionada con la clase alta. No son una secta. Son gente normal, como tú o como yo, y entre ellos hay de todo, buenos, malos y regulares.

—Lo que tú digas, cariño.

*

No se llega media hora tarde, con el tiempo siempre pegado al culo y, además, recién levantada y ya con la mala hostia que ayer se le quedó pegada a la piel, antes de dormir, tras la «charla» con su dulce amor. Por eso cuando entra en el despacho va pensando qué bien, qué día más bonito y sólo acaba de empezar el lunes, cómo odio los lunes, y las conversaciones de cada mañana sobre penaltis y fueras de juego previas a la reunión y lo contentos, lo exultantes que están los compañeros, relajados tras un fin de semana de no hacer nada, de rascarse las bolas en el sofá viendo cómo la Mari pone la lavadora y prepara la paella, sólo quedarse roncando ante el televisor mientras Alonso da vueltas y más vueltas, cómo no se va a quedar uno traspuesto con el sueño que da mientras que yo, de gilipollas, todo el domingo trajinando, que si el memo de Fito el mimo, que si gatos por aquí y por allá, que si Esmeralda se da a la fuga o no se da, que si un rico en su garaje con la cabeza reventada y estos que no se callan de una maldita vez ya con que si fue tarjeta roja o amarilla. Y a mí qué me puede importar, coño, si es lunes y estoy baldada.

No, nada, jefe, no me quejo, es que ayer fue un día muy intenso, como comprobará en mi informe, y ahora habrá que ver qué hacemos con la cita con la madame, porque no sé de dónde vamos a sacar a alguien que encaje con la descripción que he dado de la supuesta candidata de dieciséis años. A ver cómo arreglo la mentira que le largué, porque es evidente que yo no aparento dieciocho ni en mi mejor sueño, entiéndame, tuve que improvisar, pero creo que si yo le explicara a esa bicharraca que a pesar de pasar de largo de los dieciocho estoy dispuesta a todo porque necesito el dinero y llegara con alguien que sí pareciese tan jovencita como ella desea, tal vez aceptara recibirnos a las dos.

Hoy, a las doce, sí, tiene razón, vamos muy justos. Apenas hay tiempo para reaccionar, pero los acontecimientos se precipitaron y…

Sí, señor. No debo buscar excusas. Y mentir siempre pasa factura, como usted dice, pero las manecillas del reloj no se están quietas y algo habrá que hacer, digo yo.

No, señor. Definitivamente por muy joven que parezca yo no cuelo, y las novatas, si es lo que está pensando, tampoco.

¿Que si tengo otras amigas que pudieran encajar?

—¡Hola, Laura!

—¿Qué quieres?

—Por qué lo dices.

—Sólo me llamas Laura antes de pedirme algo, así que rapidito, dispara.

—Yo sólo te iba a…

—Si me vas a preguntar por las pruebas ya te he dicho que ando muy liada, y de las huellas no puedo decirte nada todavía, lo único que sé es que en casa de la prostituta muerta han aparecido algunos pelos de gato. Y es raro, porque no recuerdo haber visto en ninguna habitación pienso ni cajón de arena ni nada por el estilo. Imagínate, puede que el asesino lo raptara.

—Ya, y los pelos esos ¿no serán tricolores?

—¿Y tú cómo lo sabes?

—Son míos. Bueno, en realidad de
Matisse
; blanco, negro y canela.

—Joder, Clara, ¡otra vez has vuelto a contaminarme las pruebas!

—¿Y qué quieres que haga?, ¿que antes de salir de casa me aspire la ropa? Te pones así porque tú no tienes gato, si no me entenderías. Venga, no te enfades.

—Cómo no me voy a enfadar… —de pronto se interrumpe—. Por cierto, ¿para qué llamabas?

—Para que me acompañes a un sitio.

—¡Lo sabía, sabía que querías algo de mí! ¡Estaba segura! —exclama triunfal—. Cuéntame, adónde hay que ir.

—Resulta que tengo que visitar a alguien que espera encontrarse con una chica joven e inocente y, en fin, pensé que tú darías genial el tipo.

—El tipo de qué, ¿de chica tonta? ¿Por quién me tomas? ¿Y qué cita es ésa?

—Mira, te voy a ser sincera: es una misión de riesgo.

—¡¿Misión de riesgo?! —no falla, ya ha picado.

—Sí, y tú eres parte fundamental de la misma. Esencial. Te cuento: he conseguido contactar con una organización que se dedica a reclutar mujeres jóvenes para luego introducirlas en el mundo del espectáculo.

—¡Qué guay!, ¿no?

—Déjame seguir: esa organización se encarga de transformarlas, incluso les costea operaciones de cirugía estética a cambio de que luego ejerzan la prostitución de alto standing para ellos y, cuando fuera necesario, en el ejercicio de «su trabajo» filmen a hombres poderosos y acaudalados con los que se acuestan para luego chantajearlos. Me he enterado de cómo las seleccionan y…

—¿Y quieres que yo vaya contigo
ahí
?

—Tú pareces mucho más joven de tu edad, incluso menor de dieciocho, y eres tan mona…

—¿Me estás pidiendo que haga de candidata a puta adolescente? Qué fuerte, Clara, qué fuerte. No esperaba eso de ti.

—Escúchame, yo estaría contigo, te acompañaría como una amiga tuya, sólo que yo no parezco tan… juvenil. Nadie me echaría menos de ventipico, y tú eres perfecta, tienes experiencia en acciones policiales y es una oportunidad única de pillar a esos desalmados. Piensa en las pobres chicas a las que explotan, en el bien que les harías al salvarlas.

—En primer lugar, esas tías son unas trepas que saben a lo que van y sólo buscan fama y pasta. Segundo, estoy harta de que siempre me reclutéis para hacer de tonta. Vale que me vistierais de repartidora de pizza para acceder a aquel laboratorio clandestino sin que dieran el agua, vale que me hicierais pasar por histérica que se creía poseída ante aquella curandera sinvergüenza y vale que de vez en cuando me supliquéis que, como tengo voz de pito, finja por teléfono ser una niña de trece años con los pederastas con los que contactáis por Internet. Pero esto ya es demasiado, así que, en tercer lugar, a ver con qué me incentivas para que acepte, porque esta movida se las trae…

—¿Qué te ha dicho? —pregunta París ansioso.

—A ver —responde Clara sentándose en el borde de su mesa—, ¿tú qué tal te llevas con el novato, con Javier el Bebé?

—¿Por qué?

—Porque, primero: vas a venderle a Laura Zafrilla hasta que le parezca lo suficientemente apetecible como para querer salir con ella; segundo: tendrás que convencer a tu Reme de que ese donjuán trasnochado es un tío estupendo con el que vale la pena irse a cenar en plan parejitas; y, tercero y más importante: como no me fío un pelo de él y a mi amiga la aprecio mucho, me lo vas a vigilar muy de cerca en el transcurso de la susodicha cena, porque como se la lleve a la cama y al día siguiente le rompa el alma te juro que os parto los morros a los dos.

—¿Y por qué tengo yo que organizar la cena con ellos? Organízala tú, que para eso eres su amiga —protesta airado.

—Bastante he hecho convenciéndola a ella como para encima tener que aguantar al mamón ese y verlo fardar. Y no te preocupes —añade irónica—, seguro que a Reme le cae fenomenal. Tienen casi la misma edad.

—¿Te han dicho que a veces eres odiosa? —refunfuña—. Venga, cuéntame, ¿para cuándo tiene que ser la cosa?

—Para muy pronto. Yo que tú empezaba a comerle la oreja a la de ya, y no —le advierte al ver su cara de desgana—, no me digas que te da pereza, más me da a mí llamar ahora a la madame haciéndome la tonta para cancelar la cita.

Y cruza el pasillo que separa sus puestos casi se diría que asqueada. Y cómo no lo voy a estar, esto parece un mercado de la carne, la única que está consiguiendo algo soy yo y como recompensa casi tengo que prostituir a mi amiga, lo que faltaba. Es que no tienen recursos, son unos cenutrios, y ni siquiera se acuerdan de dar las gracias, de felicitarte, de una enhorabuena o una mísera palmadita en la espalda. Me está apeteciendo poner mis análisis sobre la mesa de Bores y pedirme la baja. Qué hago yo aquí, aguantando el tipo por pura responsabilidad cuando los demás leen el
Marca
y se ríen de mí y de mi empeño. No me valoran, más bien al contrario, están esperando a que tropiece y caiga, a que me dé con un bordillo, a que me sangren las narices por el sopapo de un superior. Cómo puedo seguir así, sabiendo, notando en mi nuca las chanzas de los que fingen ser mis compañeros, el aliento fétido de los muchos que me desprecian, las ganas malsanas de gastarme, de cansarme y desahuciarme para el oficio. Por qué no me voy a mi casa.

Pero en lugar de irse agarra el teléfono con fuerza y no le cuesta nada, por una vez, fingirse la niña desesperada que siempre ha sido, que todavía es, y explicarle a Virtudes o Alejandra, distintos nombres para la misma hija de puta, que está desconsolada porque le ha surgido un imprevisto en la facultad, y eso que había quedado con su amiga y todo, una chica monísima y jovencísima que dice que no le importa aplazarlo un día o dos, qué más da si al fin y al cabo nos vamos a ver igual, ¿a que sí? Pues por supuesto, cielito, bocadito de miel, hermossa, preciosssa, maravillossssa, contesta, como era de esperar, la mala bicha, y lo dejamos para pasado mañana pero por la tarde, a las cinco si no os importa, y me da su dirección, estaremos encantados de veros, muac, muac, muchos besssos, mi alma, mi vida, mi filón.

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