¿Que si en mi «cabecita» tengo alguna idea? Y toma aire para lanzarse:
Sugiero, si a usted no le molesta, que montemos cuanto antes, porque la verdad es que no andamos muy finos de tiempo, un sistema de vigilancia cerrado, continuo, sin un resquicio, sobre ese búnker disfrazado de chalet. Si vigilamos de cerca a ese jodido cabr…, disculpe, a veces no puedo evitarlo. Como decía, si le vigilamos, podremos comprobar la veracidad de la información con total certidumbre, porque si llega la mercancía y es tanta como nos han dicho y nosotros estamos allí plantados noche y día controlando minuciosamente las idas y venidas, la vamos a ver entrar camuflada de lo que sea, porque de algún modo van a meterla. Vito no es de los que se fían, pero tampoco de los que la dejan reposar en una nave industrial mientras pasa la tormenta. Con este sistema averiguaríamos también cuántos gorilas hay dentro. No sabremos con exactitud su número, pero al menos sí cuántos salen o se quedan, si se renuevan o llegan muchos de golpe para reforzar posiciones por si viene algún pez gordo o de pronto se vacía la casa debido probablemente al soplo del soplo. Igual hasta tenemos a más de uno fichado. Como verá, esta vigilancia nos permitiría ganar tiempo e información para diseñar un plan de entrada con más datos confirmados de los que tenemos hasta ahora —o sea: cero— y cubrirnos las espaldas.
¿Que por qué digo esto? Toma aire de nuevo para reorganizar sus ideas:
Pues mire, una vez conocidos el terreno y los horarios de la gente de Vito, si decidiésemos abordar su mansión sabríamos al menos por qué lo hacemos y a qué vamos. Según lo que el Culebra nos contó, lo mejor sería esperar a que reciban el cargamento y, justo cuando lo estén cortando y empaquetando, pillarlos con las manos en la masa y de paso hacernos con información sobre los distribuidores al por menor. Es posible que ante un operativo de tal calibre necesitemos ayuda de otras dotaciones, pero eso tendríamos que organizado con la suficiente antelación y proporcionando a los compañeros el mayor número de datos, lo que nos lleva de nuevo a la necesidad de una buena vigilancia antes de actuar.
Sí, tiene razón, es pura lógica. En el fondo no tiene mérito.
Por supuesto, es obvio que sin sus inteligentes matices no hubiéramos sacado nada en limpio, señor comisario.
Lo que usted ordene. A ser buena y a obedecer a los jefes, que para eso son los que más saben y los que mandan.
Desde luego que le cuido, y claro que le estoy muy agradecida por dejarme patrullar por esas calles de dios deteniendo delincuentes.
Le transmitiré a mi esposo sus saludos, y a su señora madre también, y le ungiré los pies en su honor, faltaría más.
Estúpido. Imbécil. Retrógrado. Picha floja. Corto mental. Arribista asqueroso. Machista. Misógino reprimido. Que te iban a salir a ti solito los planes así de redondos. Menos mal que se nos ocurrió a todos. Sí, señor comisario, qué buena idea ha tenido usted, cara huevo.
Y qué buenos compañeros también. Como el inspector jefe Bores, tan justo él, tan ecuánime, tan a su disposición, señor comisario, ¡si el mérito ha sido sólo suyo!, y tú, niña, a ver, mueve ese culito del asiento y haz algo de utilidad, que yo voy a invitar a Su Excelencia a un aperitivo.
Lameculos.
Pero eso sí, cuando yo no estoy, cuando falta la nena, todo se vuelve a mi regreso en un anda, bonita, resuélvenos esto, dale a la cabecita, venga, que sin ti no hacemos ni una muesca en el mostrador.
Las muescas te las hacía yo donde estoy pensando. ¿Y a esta jodienda le llaman fraternidad y compañerismo? Lo que hay que aguantar, que cada vez que se refieran a ti todo lo tuyo sea un diminutivo: la cabecita, el culito, la boquita, y aún encima que…
—¿En la madre de quién coño te estás acordando, chavala?
Y se vuelve sobresaltada y ahí está Santi, con su pinta imponente y el brillo irónico y divertido en los ojos, con la voz cascada y la barba amarilla en vez de blanca tras tantos años de fumar empedernido, el pitillo siempre en la boca, la cajetilla sempiterna en la mano o en el bolsillo de la camisa, el reguero de colillas que llegan hasta él y lo rodean siempre, como en esos tebeos de Mortadelo y Filemón que leía de niña a escondidas bajo la tapa del pupitre. Santi como un venerable pistolero de canas interminables, como un callejero rey Melchor en vaqueros. Alto y largo como un palo, huesudo y calloso, fibroso y casi frágil, burlón y respetable como un santo patriarca en el sótano de la ciudad, todos detrás de él a todas horas con sus qué hago, adónde voy y con quién, cómo nos escondemos, en qué lado nos apostamos y Santi indiferente dando órdenes como el decano de los perros rastreadores, tratando de tú a sus superiores sin importarle un bledo la pantomima del escalafón, consejero y curtido como el rabino de la comisaría, como el guía espiritual de los agotados policías, un chamán o un adivino, un confesor tan versado que se ha vuelto descreído, un Santi que se acerca confidente para decirle en tono de fastidiado reproche.
—No puedes evitarlo, eres incapaz de mantener la boquita cerrada. Mira que te lo tengo dicho: no hables, mucho cuidado con las exhibiciones, que son como llamarles inútiles a la cara. Pero tú nada, a tu bola, tan pronto como te surge la oportunidad, hala, a lucirte. Qué desperdicio… Si además tarde o temprano ellos acaban llegando a las mismas conclusiones.
—Sí, después de cinco horas de reunión.
—Y a ti qué. ¿Que tú lo haces en cinco minutos y ellos en cinco horas? Pues bueno, pues vale, pues muy bien. Pero no te van a ascender por mucho que se lo demuestres, y lo sabes. Es más, después de tanta erudición lo único que vas a conseguir es que piensen mira la niñata esta, qué se creerá, qué redicha, qué humos se gasta para tan poca experiencia.
—Puestos a pensar mal prefiero que me vean como a una sabihonda antes que como a un par de tetas andantes.
—Es que eso es lo que eres aquí te pongas como te pongas, sólo que en vez de ser un par de discretas tetas andantes, por tu manía de epatar te has convertido en un par de sabihondas tetas andantes. Aunque yo creo que de tetas nada —y hace una pausa dramática que indica que lo que dirá a continuación tiene categoría de gran revelación—: Más bien serás un culo respingón y deslenguado.
—Al menos me respetan más que a un culo mudo. Al menos soy un culo que piensa —responde ofuscada.
—Y a ellos qué les importa. No te respetan, te temen sólo porque les puedes dejar en ridículo. Y también te desprecian, y mucho.
—En fin, qué se le va a hacer —admite haciéndose la dura y, en el fondo, un poco dolida.
—Callarse es lo que hay que hacer. Pensar con la cabeza y no con el orgullo. Contenerse y cerrar el pico, y estudiar, y sacarse cuanto antes la plaza de inspector y mandarlos al carajo con un palmo de narices. ¡Pero no llamar inútil al comisario en plena cara, joder! —y ahora se ríe por lo bajo—. Je, je, je. Todavía se estará preguntando qué quiere decir
certidumbre
.
—Que lo busque en un diccionario —bufa.
Entonces el grandísimo zorro sonríe con inusitada ternura y, en un gesto asombrosamente delicado, le pasa un brazo acogedor por los hombros.
—Mira, está muy bien que seas como eres, de verdad. Me parece estupenda esa manera tuya de convivir contigo misma y mostrarte tan dura y peleona, llorona y vulnerable, taquera y malencarada, todo junto y a la vez. Me encantaría que mis hijas fueran como tú, te lo juro, pero en esta comisaría no puedes ser como eres, no del todo. Aquí no vale la retórica ni la poesía, no sirve ser sincera porque todo lo mueven la ambición y las ganas de joder, de machacar a los demás. Y aun así tú te metes en su juego cuando sabes de sobra que no nos incumbe lo que ocurra en la mansión de Vito por más que esté en nuestro distrito porque es cosa de los de Estupefacientes y estamos pisando el levísimo, el suspicaz límite que separa sus competencias de las nuestras, cuando sabes que aquí las ganas de salir en los periódicos pueden más que la humildad que no tenemos para reconocer que este caso nos supera de largo, que no disponemos de medios suficientes para pinchar todos sus teléfonos ni de gente para cubrir unos turnos de vigilancia decentes porque hay más asuntos de que ocuparse que sólo de él y sus negocios. No le des más al tarro, que te conozco. Si tenemos a alguien enfangado hasta el cuello y deben solucionarlo los de Asuntos Internos desde fuera a ti qué, si tú estás limpia como los chorros del oro, si contigo no se va a meter nadie, si no te juegas nada, si tan pronto como puedas te piras, con los estupas incluso, quién sabe. Tienes que cuidarte. No te la juegues por salvar la cara de esta cloaca. ¿No ves que como esto salga mal y nos llamen la atención por acaparar y pifiarla, todos, pero todos, incluido el jefe Bores y el comisario, se van a esconder bajo tus faldas alegando que tú has sido la mente pensante? Aunque seas una niña, aunque seas la más legal, aunque no pinches ni cortes. Sólo porque cada vez que hablas los dejas en evidencia y a poco que puedan te lo van a hacer pagar. Joder, culona, parece que no te enteras de que en esta pocilga nuestra te tienen ganas. Cualquier día te meten algo en la boca para que te calles de una maldita vez. Y no apuestes por que sea yo quien lo evite.
A pesar del rapapolvo o tal vez por eso, por entre la rabia y la mala leche contenida, con la resignación del condenado o con la seguridad del retoño que se sabe la niña de los ojos de papá, a Clara le clarea una sonrisa triste en los labios.
—Lo evitarás, Santi. Lo harás.
Pero él ya está yéndose. En tres zancadas de cowboy en blanco y negro alcanza la puerta y desde allí se gira, cínico, para mirarla.
—No pongas la mano en el fuego por mí, culona —y añade—: Te espero arriba para repartir los turnos. Como no te apures te van a dejar el de las dos de la madrugada, y no me vengas luego protestando en plan mira qué cerdada, lo que me han hecho.
—Vale. Hago una llamada y voy.
Y qué alivio la soledad para descolgar el vetusto teléfono negro de la pared y marcar de memoria mientras un calorcillo interior nace en el pecho al pensar en Santi haciéndose el duro pero avisando siempre, siempre alerta, siempre pendiente del más mínimo detalle, andando sobre las aguas turbias en este nido de víboras como si tal cosa y echándome la red cada vez que parece que me voy a ahogar pero dejándome antes pasar miedo, para que aprenda, salvándome cuando casi estoy resignada a hundirme. ¿No podía haberme hecho un gesto para indicarme que me callara? No, tenía que dejarme meter la pata y hola, preciosa, ¿me puedes poner con Ramón? Ramón Montero Ortega-Trevijano, segundo despacho a la derecha, ese moreno con gafas y pinta de despistado tan mono, seguro que ya te has fijado, bonita.
Ah, ¿que no está? ¿Que sí que está pero que no se puede poner? ¿Que lo que pasa es que está reunido?
Pues le vuelves a llamar y le dices que deje de leer el periódico y que se ponga, que soy su mujer. Espero.
Hola.
Sí, soy yo. No, no pasa nada en especial. ¿La voz?, es que llevo un mal día.
Desde temprano, sí, por eso le di la patada al felpudo al salir. Es que me había pillado un dedo con la puerta y…
¿De verdad? No sabía que de una patada pudiera llegar tan lejos. ¿Y la bruja de la vecina qué ha dicho?
Pues aquí las movidas de siempre, nada del otro mundo. No sé, es más bien una movida en potencia, imagínate, si nos sale bien, la gloria y esas cosas, pero se puede fastidiar en cualquier momento por cualquier metedura de pata de alguno de estos zopencos, así que tampoco vale la pena ilusionarse mucho. Además, todavía estamos empezando.
No, yo no he sido borde con ella, qué va, y eso que vuestra secretaria me cae como una patada en los…
Ya, ya, sin tacos. Bueno, pues que me saca de quicio. Sabes que no trago a las barbies de confesionario. Yo a las princesitas con voz de cristal les tengo que decir algo cada vez que se me ponen a tiro, no lo puedo evitar, es una tentación demasiado grande. Pero esta vez he tenido cuidado, te lo juro.
¡Y tú la defiendes! ¿Y quién me defiende a mí de su vacío y su frivolidad? Es que parece que hablando con ella me hundo en un pozo con forma de aparcamiento de centro comercial. No, si al final va a ser mía la culpa de que no tenga ni dos dedos de frente.
¿Que para qué llamaba? Por nada, dos tonterías pequeñas que a lo mejor tú me podías solucionar, para que veas que te necesito, para que luego no digas que soy demasiado independiente, que parezco una niña salvaje y sólo voy a mi bola y me paso de autosuficiente.
No, primero dime que sí y entonces yo te lo cuento y te digo que eres buenísimo, y un sol, y más majo y…
¿Que no te fías de mí? Entonces déjalo, ya me las arreglaré sola.
Que no, que no insistas, que ya me sujetaré yo mis velas. Eso sí, que sepas que me va a llevar tiempo y que no voy a poder llegar para la comida. Sé perfectamente que hoy me tocaba a mí, pero será imposible. Compréndelo, la liberación femenina y ese rollo.
Oye, tampoco te pongas así. Y te recuerdo que yo ya estaba liberada cuando tú me conociste y no te importó.
Pues ten un poco de iniciativa y mete una pizza congelada en el horno.
Sí, no me olvido de que no te gustan, pues no tienes tú un paladar refinado, debe de venir en el mismo kit que el apellido compuesto. Entonces vete a comer a casa de tu madre, seguro que se pone contentísima y te recibe con los brazos abiertos, la pobre, tan solita siempre, y te hará tu plato favorito y de postre ese superbizcocho megaesponjoso que te gusta tanto, y te contará sus penas mientras lo devoras y así hasta le haces un favor. ¡Como es una santa!…
¿Que ya te buscarás la vida? Tú mismo.
¿Que no me preocupe, que peor estoy yo que me tengo que quedar aquí, que qué necesito? Ya que insistes, te lo cuento: quisiera citarme con el padre de ese compañero tuyo, el concertista. Ya sé que es un estirado, pero necesito unos planos con urgencia y como él manda tanto en el ayuntamiento seguro que me los puede conseguir más rápido que por los cauces oficiales. No puedo perder tiempo.
Para cuanto antes, ahí está el favor.
¿El otro favor? ¿No te parece suficiente con tener que llamarlo para, además, tener que aguantarlo? Porque tú no te escaqueas, tú te vienes cuando quedemos. Quién me va a defender de sus acosos y de cuando se pone fino a hablar de Liszt y Haendel.
Vale, pues cuando sepas algo me llamas.
Aquí, dónde iba a ser.
Ya lo sé, pero yo con un móvil encima me siento controlada, como vigilada, como con correa.