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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia-ficción

Viaje alucinante (26 page)

Duval siguió vistiéndose, y lo propio hizo Cora. Aquél dijo:

—De todos modos, no saldrá peor librado que si dejamos de operarle.

—Pero sí nosotros. Al principio, la desminiaturización será lenta. Tal vez tardemos un minuto en alcanzar un tamaño que atraiga la atención de los glóbulos blancos. Hay millones de ellos en el lugar de la lesión. Seremos engullidos.

—¿De veras?

—Incluso dudo de que el
Proteus
y nosotros pudiésemos soportar la fuerza física de la compresión dentro del hueco digestivo de una célula blanca. Ni siquiera en nuestro estado de miniaturización, ni cuando adquiriésemos mayor tamaño. Seguiríamos aumentando, pero, cuando hubiésemos recobrado nuestras dimensiones normales, no seríamos más que una nave aplastada y unos seres humanos aplastados. Es mejor que nos saque de aquí, Owens, y nos lleve cuanto antes al punto en que debemos ser extraídos.

—¡Alto ahí! —dijo Grant, irritado—. ¿Cuánto tardaremos en llegar al lugar de la extracción?

—Dos minutos —dijo Owens, con voz débil.

—Nos quedan, pues, cuatro minutos. Tal vez más. ¿No es cierto que el cálculo de los sesenta minutos deja un margen de seguridad? Podemos seguir miniaturizados algún tiempo más, si el campo aguanta un poco más de lo previsto.

—Puede ser —dijo Michaels, secamente—, pero no se haga ilusiones. Un minuto más. Dos minutos en el exterior. No podemos vencer el Principio de Incertidumbre.

—Está bien. Dos minutos. Y la desminiaturización, ¿no puede tardar un poco más de lo que calculamos?

—Acaso un minuto o dos, si tenemos suerte —dijo Duval.

—Todo depende de la naturaleza azarosa de la estructura básica del Universo —intervino Owens—. Si tenemos suerte, si todo se desarrolla a favor nuestro...

—Pero sólo un minuto o dos, como máximo —dijo Michaels.

—Está bien —dijo Grant—: nos quedan cuatro minutos, más otros dos minutos posibles, más un minuto o dos de desminiaturización incipiente, antes de que podamos perjudicar a Benes. Esto hace un total de siete minutos, a nuestra larga y deformada escala. ¡Adelante, Duval!

—Todo lo que va usted a lograr, maldito estúpido,

será matar a Benes, y a nosotros con él —chilló Michaels—. Llévenos al lugar de la extracción, Owens.

Owens vaciló.

Grant corrió a la escalerilla y trepó a la cabina de Owens.

—Pare el motor, Owens —le dijo—. Párelo.

Owens apoyó un dedo en el interruptor, pero se detuvo. Grant alargó rápidamente la mano y, con ademán enérgico, lo hizo girar hasta el punto de «Off».

—Ahora, bajemos. Venga conmigo abajo.

Casi arrancó a Owens de su asiento, y ambos bajaron la escalerilla. Todo esto había ocurrido en unos pocos segundos, durante los cuales Michaels había permanecido observándoles boquiabierto, demasiado aturrullado para actuar.

—¿Qué diablos ha hecho? —preguntó al fin.

—La nave permanecerá aquí —dijo Grant—, hasta eme la operación haya terminado. Ponga manos a la obra, Duval.

—Coja el láser, Miss Peterson —dijo Duval.

Ambos se habían puesto los trajes de inmersión. El de Cora mostraba las costuras y le daba un triste aspecto.

—Debo de estar hecha una facha —dijo ella.

—¿Se han vuelto locos todos? —gritó Michaels—. No tenemos tiempo. Es un suicidio. Escúchenme. —Estaba temblando de ansiedad—. No pueden hacer nada.

—Ábrales la escotilla, Owens —dijo Grant.

Michaels se lanzó hacia delante; pero Grant lo agarró, le hizo dar media vuelta y le dijo:

—No me obligue a pegarle, doctor Michaels. Me duelen los músculos y no tengo ganas de emplearlos; pero, si pego, pegaré fuerte, y le prometo que le romperé la mandíbula.

Michaels levantó el puño, como dispuesto a aceptar el reto. Pero Duval y Cora habían desaparecido ya por la escotilla, y cuando Michaels lo advirtió su voz se hizo casi suplicante.

—Escuche, Grant: ¿acaso no comprende la situación? Duval matará a Benes. Le será muy fácil. Una ínfima desviación del láser, y nadie se dará cuenta. En cambio, si sigue mi consejo, podemos dejar a Benes con vida e intentarlo de nuevo mañana.

—Mañana, Benes puede estar muerto, y tengo entendido que no pueden volver a miniaturizarnos durante algún tiempo.

—Pero «puede» estar vivo; mientras que, si no detiene a Duval, morirá indefectiblemente. Y, si no pueden miniaturizarnos a nosotros, pueden hacerlo con otras personas.

—¿Y con otro barco? Sólo disponemos del
Proteus
, y únicamente éste reúne condiciones.

Michaels estaba cada vez más excitado.

—Le digo, Grant, que Duval es un agente enemigo.

—No lo creo.

—¿Por qué? ¿Porque es tan religioso? ¿Porque da muestras de una piedad ridícula? ¿Acaso no es éste el disfraz más adecuada? ¿O se ha dejado usted influir por su amante, por esa...?

—¡No termine la frase, Michaels! —dijo Grant—. Y ahora escuche. No hay la menor prueba de que sea un agente enemigo, ni razón alguna que me induzca a creerlo.

—Pero yo le «digo»...

—Sé muy bien lo que dice. Pero lo cierto es que yo creo que es «usted» el agente enemigo, doctor Michaels.

—¿Yo?

—Sí. En realidad, tampoco tengo verdaderas pruebas; ninguna prueba valedera ante un tribunal de justicia; pero creo que el servicio de seguridad podrá encontrarlas.

Michaels se apartó de Grant y se lo quedó mirando, horrorizado.

—¡Claro! ¡Ahora lo comprendo! ¡Usted es el agente, Grant! ¿No lo está viendo, Owens? Hemos tenido docenas de ocasiones de salir de aquí, una vez comprobado que la misión no podía tener éxito, y él se ha negado siempre. Nos obligó a permanecer aquí. Por esto se esforzó tanto en repostar aire en el pulmón... Por esto... ¡Ayúdeme, Owens! ¡Ayúdeme!

Owens permaneció indeciso.

—El cronómetro está a punto de saltar a cinco —dijo Grant—. Disponemos de tres minutos más. Deme estos tres minutos, Owens. Sabe que Benes no vivirá, a menos que destruyamos el coágulo en estos tres minutos. Saldré a ayudarles, y usted vigilará a Michaels. Si no he regresado cuando el cronómetro marque dos. salga de aquí y sálvese con el barco. Benes morirá, y tal vez moriremos también nosotros. Pero usted se salvará y podrá acusar a Michaels.

Owens guardó silencio.

—Tres minutos —dijo Grant, y empezó a ponerse el traje de inmersión.

El cronómetro pasó al 5.

—Tres minutos —dijo Owens, al fin—, Está bien. Pero sólo tres minutos.

Michaels se sentó, abrumado.

—Permite usted que maten a Benes, Owens. Yo he hecho cuanto he podido; mi conciencia está tranquila.

Grant cruzó la escotilla.

Duval y Cora nadaron velozmente en dirección al coágulo, llevando él el láser y ella el aparato que suministraba la energía.

—No veo ninguna célula blanca —dijo Cora—. ¿Y usted, doctor?

—Yo no las miro —dijo, bruscamente, Duval.

Miraba fijamente hacia delante. El resplandor de los faros de proa y de los otros más pequeños de la nave quedaba amortiguado por una maraña de fibras que parecía encerrar el coágulo, precisamente al otro lado del punto en que cesaban los impulsos nerviosos. La pared de la arteriola había sido lesionada y estaba ahora completamente bloqueada por el coágulo, que oprimía fuertemente aquella sección de fibras y de células nerviosas.

—Si logramos romper el coágulo y aliviar la presión sin tocar el propio nervio —murmuró Duval—, todo irá bien. Y si dejamos sólo una pequeña escara que mantenga cerrada la arteriola. —Maniobró para adoptar la posición conveniente y levantó el láser— Y si esto funciona —añadió.

—Doctor Duval —dijo Cora—, recuerde que dijo usted que, para economizar los rayos, lo mejor era dirigirlos desde arriba.

—Lo recuerdo muy bien —dijo Duval, gravemente—, y es esto lo que me propongo hacer.

Apretó el gatillo del láser. Un finísimo rayo de luz brilló durante un breve instante.

—¡Funciona! —dijo Cora, alegremente.

—Ha funcionado esta vez —dijo Duval—. Pero tendrá que hacerlo muchas más.

El coágulo había mostrado su relieve durante un brevísimo instante, bajo el brillo intolerable del rayo del láser, cuya trayectoria quedó marcada por una hilera de diminutas burbujas. Después, la oscuridad pareció todavía más intensa.

—Cierre un ojo, Miss Peterson —dijo Duval—, a fin de que la retina no tenga que readaptarse.

Brilló de nuevo el láser, y, al apagarse, Cora cerró el ojo que tenía abierto y abrió el que tenía cerrado.

—Funciona, doctor Duval —dijo, muy excitada—. El brillo progresa ahora hasta perderse de vista. Se está iluminando toda una zona oscura.

Grant se acercó a ellos, nadando.

—¿Cómo va eso, Duval?

—No va mal —respondió éste—. Si puedo atravesarlo en sentido transversal y aliviar la presión sobre un punto clave, creo que todo el trayecto del nervio quedará liberado.

Nadó hacia un lado.

—Nos quedan menos de tres minutos —le gritó Grant.

—Déjeme en paz —dijo Duval.

—Todo marcha bien, Grant —dijo Cora—. Lo conseguirá. ¿Acaso Michaels ha armado jaleo?

—Un poco —dijo Grant, seriamente—. Owens se ha quedado vigilándole.

—¿Vigilándole?

—Por si acaso...

En el interior del
Proteus
, Owens lanzaba inquietas miradas a su alrededor.

—Que me aspen si sé lo que he de hacer —murmuró.

—Permanecer sentado y dejar que los asesinos realicen su trabajo —dijo Michaels, con sarcasmo—. Tendrá que responder de esto, Owens.

Éste guardó silencio.

—No irá usted a creer que soy un agente enemigo —dijo Michaels.

—Yo no creo nada —respondió Owens—. Esperaremos la señal de los dos minutos y, si no han regresado, nos marcharemos de aquí. ¿Le parece mal?

—Está bien —dijo Michaels.

—El láser funciona —prosiguió Owens—. He visto su brillo. Y además...

—¿Qué?

—El coágulo. Ahora puedo ver el destello de la acción nerviosa en aquella dirección, donde antes no se veía.

—Yo no veo nada —exclamó Michaels, mirando al exterior.

—Pues yo sí —insistió Owens—. Le digo que el láser funciona. Y volverán. Creo que estaba usted equivocado, Michaels.

Michaels se encogió de hombros.

—Bueno, tanto mejor. Ojalá me equivoque y Benes siga viviendo. Aunque... —Su voz adquirió un tono de alarma—: ¡Owens!

—¿Qué pasa?

—Algo anda mal en la escotilla. Ese maldito imbécil de Grant debía estar demasiado excitado para cerrarla debidamente. ¿O fue realmente a causa de la excitación?

—Pero, ¿qué es lo que anda mal? Yo no veo nada.

—¿Está ciego? Está entrando fluido. Mire el suelo.

—Ha estado mojado desde que Grant y Cora se libraron de los anticuerpos. ¿No recuerda que...?

Owens estaba mirando la escotilla, y Michaels aprovechó aquel momento para asir el destornillador utilizado por Grant para abrir la tapa del aparato de radio y descargar un golpe con el mango en la cabeza de Owens.

Lanzando una exclamación ahogada, Owens cayó de rodillas, aturdido.

Michaels volvió a golpearle, con prisa febril, y empezó a meter el inerte cuerpo en el traje de inmersión. El sudor formaba grandes gotas sobre su calva. Abrió la puerta de la cámara de salida y arrojó a Owens dentro de ella. Después dejó que la cámara se llenase de líquido y abrió la puerta exterior, perdiendo un momento precioso al buscar el botón correspondiente en el tablero de control.

Lógicamente, hubiese tenido que comprobar la expulsión de Owens, pero no tenía tiempo para hacerlo.

«No hay tiempo —pensó—, no hay tiempo...»

Subió precipitadamente a la cabina y estudió los mandos. Habría que apretar algún botón para poner el motor en marcha. ¡Ah! ¡Ahí estaba! Un estremecimiento de triunfo recorrió su cuerpo al escuchar el distante zumbido de los motores.

Miró hacia el coágulo. Owens tenía razón. Un destello luminoso recorría un largo nervio que hasta entonces había permanecido a oscuras.

Duval disparaba el rayo del láser a breves y rápidos intervalos.

—Creo que esto es cosa hecha, doctor —dijo Grant—. Se acabó nuestro tiempo.

—Sí; creo que lo he conseguido. El coágulo ha sido destruido. Una porción de él. ¡Ah..., Mr. Grant, la operación ha sido un éxito!

—Y nos quedan tres minutos para salir de aquí, o tal vez dos. Volvamos a la embarcación...

—Alguien llega —dijo Cora.

Grant dio media vuelta y se lanzó en dirección a una figura que nadaba desmayadamente.

—¡Michaels...! —exclamó. Y, acto seguido—: No; es Owens. ¿Qué...?

—No lo sé —dijo Owens—. Creo que me golpeó. No sé cómo he llegado hasta aquí.

—¿Dónde está Michaels?

—En la nave. Supongo...

—¡Los motores se han puesto en marcha! —exclamó Duval.

—¿Qué...? —exclamó Owens, aturdido—. ¿Quién...?

—Michaels —dijo Grant—. Se ha apoderado de los mandos.

—¿Por qué abandonó usted la nave, Grant? —preguntó Duval, severamente.

—Esto mismo me pregunto yo. Había confiado en que Owens...

—Lo siento —dijo éste—. No creía que fuese realmente un agente enemigo. No podía...

—Lo malo es que tampoco yo estaba completamente seguro —dijo Grant—. Naturalmente, ahora...

—¡Un agente enemigo! —dijo Cora, horrorizada.

En aquel momento sonó la voz de Michaels:

—¡Eh, vosotros! Dentro de dos minutos llegarán los glóbulos blancos; pero yo estaré ya camino de regreso. Lo siento, pero despreciasteis las oportunidades que os di de salir conmigo.

La nave empezó a describir una amplia curva ascendente.

—Ha puesto el acelerador al máximo —dijo Owens.

—Y creo que se dirige hacia el nervio —prosiguió Grant.

—Esto es exactamente lo que estoy haciendo, Grant —dijo la voz de Michaels, sarcásticamente—. Bastante dramático, ¿no cree? En primer lugar, arruinaré la obra del santurrón Duval, más que por ésta, para producir la lesión que atraerá al punto a un ejército de glóbulos blancos. Ellos cuidarán de ustedes.

—¡Escuche! —gritó Duval—. ¡Piense un poco! ¿Por qué hacer esto? ¡Piense en su país!

—¡Pienso en la Humanidad! —le respondió Michaels, con furia—. Lo importante es mantener alejados de esto a los militares. La miniaturización ilimitada, puesta en sus manos, significaría la destrucción del mundo. Si son tan imbéciles que no saben ver esto...

El
Proteus
se encaminaba ahora directamente hacia el nervio que Duval acababa de poner al descubierto.

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