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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Vespera (30 page)

—¿Y los clanes viven con los mismos armadores?

—Sí, en ocasiones. Ha sido así durante siglos.

Y los cinco clanes armadores vesperanos construían entre ellos más de las tres cuartas partes de los buques del Archipiélago, así como una buena parte para los continentes. Incluso la Armada Imperial tenía sólo un astillero de su propiedad, una nueva creación con sólo una fracción de la pericia de los clanes vesperanos. Un misterio de la geografía, pues las ubicaciones de los astilleros eran secretos celosamente guardados, aunque se sabía que se encontraban todos en el mar de las Estrellas y todos dentro del territorio ahora administrado por Vespera. No obstante, el imperio nunca había tenido ocasión de asomarse a uno de ellos.

—¿Cuánto tiempo han estado los estarrin con los aruwe? —preguntó Rafael.

Como si hubieran sido alertadas, Anthemia y Corsina se apartaron del grupo de los dignatarios aruwe y se acercaron para unirse a ellos dos, a tiempo de escuchar la pregunta.

—Desde que el clan se fundó —respondió Anthemia orgullosamente— La primera madre de una fue una armadora aruwe.

—Y desde entonces siempre hemos sido aliados —dijo Corsina, aunque la sonrisa de su expresión no era completa.

—Aruwe ha construido ocho mantas para Estarrin. Aunque ésta es la primera...

—La primera supervisada por una estarrin —dijo Leonata con demasiada rapidez.

—Ella es ahora una de los nuestros —dijo Corsina.

—Nacida estarrin —dijo Anthemia mirando a Rafael directamente a los ojos, lo que no era difícil, pues ella era apenas un dedo más baja que él, superando en casi una cabeza a las dos mujeres—. Tú debes de ser el Aprendiz de las Sombras.

En la cabeza de Rafael se dispararon todas sus alarmas mentales y, a juzgar por la tensión en el rostro de Corsina, no era el único a quien le había ocurrido. Asombroso cómo el apodo que Iolani le adjudicó se había extendido tan rápidamente... incluso hasta un astillero secreto raramente visitado por extraños.

—¡Anthemia! —dijo Leonata—. Ésa no es manera de recibir a uno de los invitados del clan.

—Me han llamado cosas menos halagüeñas —dijo Rafael, intentando sondear la extraña expresión en la mirada de Anthemia. O no tenía pelos en la lengua o carecía de todo tacto o discreción. Rafael no estaba seguro.

—¿Te las merecías?

—Probablemente —respondió Rafael, sonriendo ahora—. La verdad es que algunas de ellas en su época no eran para tomarlas a broma y más de una era cierta.

—No eres muy claro —dijo ella.

—¿Y eso es algo bueno?

—También eres arrogante en exceso y un agente imperial —dijo Anthemia—. Haz algo respecto a estas dos cosas. —Se dio la vuelta con deslumbrante gracia y volvió a unirse con sus compañeros.

—Tienes que disculparla —susurró Corsina—. Llevamos una vida muy aislada y siendo que nuestra gente tiene fuertes puntos de vista, son muy pocos los que conocen de verdad cómo funciona el mundo.

—Naturalmente —dijo Rafael.

La thalassarca aruwe se marchó. Rafael comprendió que ella no hacía otra cosa que vigilar a Anthemia.

—¿Has acabado? —dijo Leonata Con cierta frialdad. Maldita sea, si Rafael hubiera tenido la oportunidad de hablar con la hija sin nadie presente, pero ahora ya no se lo iban a permitir.

—Casi —respondió Rafael—. Tengo una pista de la emperatriz que es posible que tú sepas seguir mejor que yo.

* * *

—¿Silfio? ¿Por qué te interesa el silfio?

La oficina de Maleska era mucho más pequeña que las de la mayoría de las otras esteticistas de los clanes. Era una habitación escondida en los laberínticos niveles inferiores del palacio, mirando a la fuente de un frondoso patio con un mosaico de baldosas dispuestas geométricamente. Pero la delgada y algo tímida química, de expresión cautelosa y cabellos firmemente recogidos, había sido amiga de Leonata de la infancia, y nadie en el palacio estarrin, ni siquiera la misma Leonata, lograba encontrar allí un hueco en el que disfrutar de su compañía.

—¿Quién lo usaría? —preguntó Leonata, mientras Maleska sacaba una silla plegable de detrás de su mesa de trabajo, meticulosamente ordenada. Sus ojos recorrieron las hileras e hileras de botellas y ampollas sobre los estantes, con complicados aparatos de destilación, encajados en un arco ciego en las paredes de piedra—. ¿De dónde lo sacarían?

Estaba sorprendida de que Rafael le hubiera pedido ayuda para seguir la pista de Aesonia, casi tan sorprendida como cuando Rafael se abstuvo de seguir a Iolani la otra noche y provocarles a todos ellos un soberano dolor de cabeza. Los propios espías de Leonata lo habían hecho, pero tan sólo informaron de que Iolani pareció haber estado negociando con éxito el uso de espacio para almacenes. Incluso habían descubierto el número exacto de referencia de los almacenes.

Extraño, pues Iolani disponía de un montón de espacio debajo de su palacio.

—Supongo que te refieres a su uso ilegal —dijo Maleska, abriendo una vitrina-biblioteca que había arrinconado en una esquina libre, detrás de la puerta que daba a su guardarropa.

—¿Tiene algún uso legal?

—Solía usarse como medicina. De hecho, era muy efectiva, pero es una planta de difícil cultivo. Sólo se encuentra en la costa sur de Esca, a más de trescientos kilómetros de desierto desde Mons Ferranis. Se recolectó hasta casi su extinción a principios del último siglo y, desde entonces, los médicos se han visto obligados a emplear sustitutivos. —Maleska abrió el libro con cuidado al apoyarlo sobre un atril para que el lomo no se rompiera y lo hojeó—. Sí, aquí está. Sus propiedades supresoras de magia fueron descubiertas por los hechiceros de la noche hace unos setenta años.

Leonata sintió cómo un estremecimiento le recorría la piel. No era algo que quisiera escuchar ni en lo que le apeteciera pensar. Se apartó el cabello, concentrándose en recogerse el pelo rebelde para volvérselo a sujetar con el gancho. Una manera de apartar los pensamientos que se apelotonaban en su cabeza. Las hechiceras de la noche sembraron el terror durante su infancia. Aún recordaba al emperador Orosius, quien las creó como un instrumento de su tiranía. Magas mentales que podían controlar a los demás o sustraerles los pensamientos sin que se dieran cuenta siquiera. Magas mentales que penetraban e influían en los sueños de los demás.

—Así que ellos tenían químicos a su servicio, ¿no es así?

—Sí, así es —dijo Maleska— Debería señalarse que no por su propia voluntad.

Leonata se preguntaba cuánto había de cierto en ello y cuánto se debía al corporativismo de la Asociación de Químicos, preocupada por excusar sus acciones. Por otra parte, no es que su propio clan actuara más honorablemente.

—¿Cuánto cuesta actualmente?

—Sólo puedes conseguirla con un permiso especial, con un pago adicional si tienes que pasarla de contrabando a través de Mons Ferranis. Naturalmente, se puede conseguir pagando lo suficiente, como mínimo unas dos mil coronas si lo que quieres es una dosis capaz de bloquear las habilidades de un mago.

—¿Cuánto duraría su efecto?

—Un momento, he de consultarlo.

Leonata se sentó en silencio mientras Maleska sacaba dos libros más y los examinaba. Su mirada iba de un lado a otro por las hileras e hileras de botellas. Recordaba de su infancia aquella habitación con una fragancia fuerte y ligeramente relajante. Ella quiso ser química durante un año o dos y no había parado de darle la lata al predecesor de Maleska, acribillándole con preguntas sobre disfraces, maquillajes y perfumes, llegando a aprender algunas cosas sobre las reacciones y los componentes básicos.

Las cosas no fueron muy bien para los químicos ni para sus primos cercanos, los esteticistas, después de la Anarquía, cuando el subterfugio fue condenado; ambos eran productos de una era más sutil. Incluso cuando se acabó, los fondos se destinaron a la restauración de la ciudad, a la reconstrucción de las flotas y las rutas comerciales destruidas por la lucha, y no a pociones, aliños y disfraces.

—Sólo es un cálculo aproximado, porque nunca he estado cerca de ella y no es la clase de cosa sobre la que estos libros se explayen. Supongo que necesitarías renovarla cada dos o tres días.

—Entonces, para dos semanas, ¿cuánto haría falta?

—No sé si necesitarías menos o más después de la dosis inicial. Las drogas y la magia no suelen mezclarse, por razones obvias. El silfio es un medio de compensar las cosas para alguien que carezca de magia. Pero viene en cantidades tan pequeñas que doblar o triplicar la cantidad apenas se notaría. ¿Pongamos que cinco o seis mil coronas en total, incluidos los sobornos?

Una fortuna, pues. No era calderilla para nadie.

—¿Qué más me puedes decir de esta droga?

—Nunca he profundizado en ella, de modo que no estoy segura. Es complicado, especialmente si se quiere camuflar, pongamos que en la comida. El silfio tiene un sabor bastante característico.

¿Así que podría administrarse de esa manera? Nunca había reparado en esa posibilidad. Sólo había pensado en un grupo de asaltantes capturando desprevenida a la maga por las calles y dejándola inconsciente antes de que tuviera oportunidad de emplear su magia. ¿Dónde había cenado la maga aquella noche? Ni siquiera sabía aún cómo se llamaba la mujer. Rafael no lo había preguntado, pero a ella le preocupaba.

—¿Podría un proveedor facilitar esa cantidad en un pedido?

—En absoluto. Suelen tener mucho cuidado para no levantar sospechas entre las autoridades; Mons Ferranis es un mercado demasiado grande como para perderlo. Se debería contar con la ayuda de un agente, alguien con formación botánica y médica que quisiera hacer todo el camino por un encargo especial. Probablemente un investigador botánico, aunque habría que ser espléndido en el pago.

Eso estrechaba las posibilidades, porque solamente unos pocos clanes tenían los barcos de exploración que usaban los investigadores. Estarrin disponía de algunos, pero hacían la ruta sureste, no oeste. ¿Qué otros clanes poseían navíos investigadores por esa ruta? Decaris, por supuesto, pero Corian Decaris antes se cortaría un brazo que ayudarla a ella. ¿Quién podría preparar una poción como aquélla?

Maleska meneó la cabeza cuando volvió a colocar los libros en sus estanterías.

—No lo sé.

—¿Lealtad corporativa? No se trata de ninguna riña entre clanes, Maleska.

La química la miró fríamente.

—Lo sé, y me gustaría ayudarte. Pero no puedo darte información que ponga en peligro la vida de una colega.

—Es cómplice de asesinato.

La expresión de Maleska se suavizó un poco.

—Leonata, tienes que descubrir a los asesinos, lo sé, pero ella no es la culpable. Todo lo que hizo fue mezclar una poción ilegal, ni siquiera un veneno, pero si te ayudo a encontrarla, será entregada al Imperio y yo no le haría eso a nadie. ¿Lo harías tú?

—Lamento haberte presionado —dijo finalmente Leonata—. ¿Hay algo que puedas darme?

Maleska se volvió un momento, limpió el polvo sobre la superficie gastada, abollada y ya inmaculada de su mesa de trabajo.

—El clan Xelestis —dijo sin darse la vuelta—. Uno de ellos sabe quién lo consiguió.

* * *

—Hice algunas discretas averiguaciones en los despachos navales y en los archivos del Palacio de los Mares —continuó Rafael, consciente de que tanto los ojos del emperador como los de Silvanos estaban puestos en él. Había sido pura suerte el encontrarse al emperador encerrado con Silvanos cuando él llegó para entregarle su informe. No es que hubiera peligro en que Silvanos lo relatara después de manera que Rafael pareciera implicado. Pero ya que él se había pasado toda la tarde y parte de la noche ensamblando las piezas del rompecabezas que le habían sido encomendadas, se alegró de que su tío no tuviera oportunidad de empequeñecer sus méritos.

—Estarrin —dijo— ha recibido ocho mantas de Aruwe en ciento diez años. Cuatro de ellas en los últimos veinte años, desde que Leonata asumió el poder e hizo que el clan prosperara. También parece, según tus archivos, que ella compensa el coste de sus mantas nuevas financiando proyectos de investigación de Aruwe.

—Jharissa ha recibido nueve mantas en ocho años. Todas ellas son más grandes que las de Estarrin y, según los rumores, están mucho mejor armadas. Espero que la Armada pueda facilitarme datos actualizados.

—No hemos conseguido todavía derrotar una manta jharissa —reconoció Valentino. Estaba sentado frente al enorme mapa mural, del que Rafael intentaba registrar mentalmente todo lo posible sin que resultara demasiado evidente.

—Son un clan extremadamente rico —dijo Silvanos con frialdad, desde su posición privilegiada en la esquina de otra mesa. Bien. Que pusiera sus propias objeciones; era exactamente lo que Rafael quería—. Particularmente, dados los recursos de los que pueden hacer uso en el norte.

¿Qué recursos? El norte estaba devastado, razón por la cual se suponía que las almas perdidas buscaban venganza desesperadamente. El metal era abundante allí arriba, pero las condiciones eran tan terribles que ningún thetiano trabajaría allí, ni aunque fuera para pagar el rescate de un emperador.

—Me tomé la libertad de pedir a uno de tus oficiales una estimación del precio de una manta de guerra —dijo Rafael—. Aun considerando que las mantas mercantes llevan menos armas, lo que puede no ser cierto en el caso de Jharissa, al mismo imperio le resultaría extremadamente difícil permitirse ese ritmo de construcción.

—¿Crees que están compensando los costes con tecnología tuonetar, del mismo modo que Leonata lo hace financiando la investigación? —preguntó Valentino casi antes de que Rafael acabara. ¡Caramba! Era rápido. Más de lo que Rafael se hubiera esperado nunca.

—Sí, lo hacen —dijo Rafael—. Creo que han facilitado tecnología tuonetar al clan Aruwe, como pago parcial a cambio de esas nueve mantas.

—No tienes pruebas de tu teoría —dijo Silvanos, posando sus ojos negros sobre Rafael.

—Excepto el incremento de encargos de mantas aruwe en los últimos cuatro años —dijo Rafael, sacando de su túnica dos hojas llenas de notas—. Normalmente, los clanes no hacen nuevas alianzas con nuevos astilleros; son fíeles a uno solo. He conseguido una lista parcial. Existen dos grandes clanes que han abandonado sus viejos astilleros por Aruwe, asumiendo grandes gastos en la liquidación de contratos con sus antiguos socios. Y hay otros tres nuevos grandes clanes, que son demasiado recientes como para haber encargado nunca antes una manta y que, sin embargo, ya han hecho sus primeros pedidos. Los tres con Aruwe. Y Petroz Salassa ha encargado otras dos nuevas mantas a aruwe.

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