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Authors: Charles Portis

Valor de ley (19 page)

—¡Nos vamos, pero debes darnos tiempo!

El jefe de la banda no contestó. Me limpió la nieve y la suciedad del rostro y dijo:

—Tu vida depende de lo que tus amigos hagan. Nunca me he cargado a una mujer ni a nadie que tuviese menos de dieciséis años, pero, si no me queda otro remedio, lo haré.

Dije:

—Aquí debe haber un error. Soy Mattie Ross, de cerca de Dardanelle, Arkansas. Mi familia tiene propiedades y no sé por qué se me trata así.

—Con que sepas que estoy dispuesto a hacer lo que he dicho, hay suficiente —replicó Lucky Ned Pepper.

Continuamos nuestro ascenso. Un poco más adelante nos encontramos con un bandido armado con una escopeta y acuclillado detrás de una gran roca caliza. El hombre se llamaba Harold Permalee. Creo que era un poco corto de alcances. Me saludó imitando el ruido que hacen los pavos, y siguió así hasta que Lucky Ned Pepper le ordenó callar. Greaser Bob recibió orden de quedarse con él detrás de la roca y vigilar la ladera. La noche anterior yo había visto a aquel mexicano caer bajo las balas de Rooster en la cabaña, pero ahora parecía disfrutar de perfecta salud, y no había ni la menor señal aparente de herida. Cuando nos alejamos de allí, Harold Permalee volvió a hacer un ruido que era algo así como «Wuuuuah-wuuuuah», y esta vez fue Greaser quien le mandó callar.

Lucky Ned Pepper me hizo avanzar frente a él a través de los arbustos. No había camino. Las chaparreras del hombre hacían un ruido extraño al rozarse. El tipo era pequeño, membrudo y, sin duda, con mucha fibra; sin embargo, tenía poca resistencia, porque, cuando llegamos hasta el campamento de los bandidos, resoplaba como si padeciese de asma.

Los maleantes habían acampado en una amplia plataforma rocosa que se encontraba a cosa de setenta metros por debajo de la cumbre de la montaña. El lugar se hallaba totalmente rodeado de pinares. No se veía ningún camino que condujese allí.

La plataforma era casi enteramente llana, pero estaba partida aquí y allá por profundas grietas y simas. Una cueva servía de dormitorio a los bandidos. Esto lo comprendí al ver repartidos por su interior camastros y sillas de montar. Una gran lona, que en aquellos momentos se encontraba descorrida, servía de puerta y de abrigo contra el viento. Los caballos estaban atados bajo los árboles. Allí arriba soplaba mucho viento, y el fuego para cocinar estaba protegido por un círculo de piedras. El lugar dominaba una amplia extensión de terreno por el oeste y el norte.

Tom Chaney estaba sentado junto al fuego, con la camisa subida, y otro hombre lo atendía, vendándole el costado herido. Al ceñirle la venda, el hombre rió, lo que hizo que Chaney gimiese de dolor. «Au, au, au», dijo el hombre, imitando a un carnero a medio degollar y burlándose de Chaney.

Aquel hombre era Farrell Permalee, hermano menor de Harold Permalee. Harold había participado en el atraco al expreso del Katy, y Farrell se unió a los bandidos más tarde, cuando cambiaron de caballos en casa de Ma Permalee.

Ma Permalee era una conocida compradora de ganado robado, si bien nunca compareció ante la ley. Su marido, Henry Joe Permalee, se mató con un cartucho de dinamita cuando se preparaba para cometer el feo acto de volar un tren de pasajeros. ¡Una familia de escoria criminal! De sus hijos menores, Carroll Permalee vivió lo suficiente para ser ejecutado en la silla eléctrica, y poco después Darryl Permalee murió al volante de un automóvil al recibir los disparos de un detective bancario y un policía en Mena, Arkansas. No, esa gente no puede compararse con Henry Starr ni con los hermanos Dalton. Es indudable que tanto Starr como los Dalton eran ladrones y gente sin escrúpulos, pero no eran idiotas ni estaban podridos por completo. Recordarán que Bob y Grat Dalton fueron comisarios del Juez Parker, y Bob, según dicen, fue un espléndido agente de la ley. ¡Hombres rectos que se torcieron! ¿Qué les hace emprender el mal camino? Y lo mismo ocurrió con Bill Doolin. Un vaquero que se torció.

Cuando Lucky Ned Pepper y yo llegamos a la rocosa explanada, Chaney se lanzó a por mí.

—¡Te voy a retorcer tu huesudo cuello! —exclamó.

Lucky Ned Pepper lo empujó a un lado.

—Nada de eso. Que te sigan curando y después ensilla los caballos. ¡Échale una mano, Parrell!

Luego me hizo sentar junto al fuego y me dijo:

—Estate ahí, quietecita y callada.

Cuando hubo recuperado el aliento, sacó un catalejo de su chaquetón y miró hacia la loma rocosa del oeste. No vio nada y tomó asiento junto al fuego. Bebió café y, con los mismos dedos, cogió tocino de una sartén. En el fuego había gran cantidad de carne y varias ollas, algunas llenas solo de agua y otras con el café ya preparado. Supuse que los bandidos estaban desayunando cuando el tiroteo los alarmó.

—¿Puedo tomar tocino de ese? —pregunté.

—Coge lo que quieras. Sírvete un café.

—No bebo café. ¿Dónde está el pan?

—Lo perdimos. Cuéntame qué estás haciendo aquí.

Tomé una loncha de tocino y la mastiqué.

—Me encantará contárselo —dije—. Ya verá cómo tengo todas las justificaciones. Ese Tom Chaney mató a mi padre en Port Smith y le robó dos piezas de oro y su yegua. La yegua se llama Judy, pero no la veo por aquí. Me informaron de que Rooster Cogburn tenía agallas y lo contraté para que buscase al asesino. Hace unos minutos me encontré con Chaney allá abajo, en el arroyo. No se dejó detener, y disparé contra él. Si lo hubiera matado, no me vería en este aprieto. Mi revólver falló dos veces.

Lucky Ned Pepper se echó a reír.

—A casi todas las crías les gusta jugar con muñecas. Parece que tú prefieres las armas, ¿no?

—A mí no me importan las armas nada en absoluto. Si me importasen habría traído una que funcionara.

Pasó Chaney, llevando unas mantas a la cueva. Se detuvo y dijo:

—Me dispararon por sorpresa, Ned. Los caballos estaban relinchando y haciendo ruido. El que me pegó un tiro fue uno de los oficiales.

—Pero... ¿cómo puedes decir una mentira tan grande? —le pregunté.

Chaney cogió una piedra, la tiró a una de las grietas que había en la explanada y dijo:

—Ahí abajo, en esa sima, hay un nido de víboras, y pienso tirarte adentro. ¿Qué te parece?

—No, no lo harás —contesté yo—. Este hombre no te lo permitirá. Es tu jefe y tienes que obedecerle.

Lucky Ned Pepper volvió a tomar su catalejo y miró hacia la loma.

—Ya han pasado más de cinco minutos —dijo Chaney.

—Les daré un poco más de tiempo —replicó el jefe de los bandidos.

—¿Cuánto? —preguntó Chaney.

—Hasta que me parezca.

Desde su puesto, Greaser Bob gritó:

—¡Se han largado, Ned! ¡No oigo nada! ¡Será mejor que hagamos algo!

Lucky Ned Pepper replicó:

—¡Espera un rato! —Luego volvió a concentrarse en su desayuno. Al cabo de un momento me preguntó—: ¿Eran Rooster y Potter los que nos tendieron esa emboscada anoche?

—El otro hombre no se llama Potter, sino LaBoeuf. Es un comisario texano. También busca a Chaney, aunque él lo llama por otro nombre.

—¿Es el del rifle matabúfalos?

—Él dice que es un Sharps. Durante el tiroteo fue herido en un brazo.

—Mató a mi caballo. Un texano no tiene autoridad para disparar contra mí.

—De eso no sé nada. En mi pueblo tengo un buen abogado.

—¿Detuvieron a Quincy y a Moon?

—Los dos están muertos. Fue terrible. Yo me vi metida de lleno en la pelea. ¿Necesita un buen abogado?

—Lo que necesito es un buen juez. ¿Y Haze? ¿Un tipo viejo?

—Sí, él y el jovencito también resultaron muertos. —Ya vi que Billy murió en el acto. Creí que tal vez Haze se habría salvado. Era duro como la piedra. Lo siento por él.

—¿Y no lo siente por el pobre Billy?

—Ese chico no debía estar donde estaba. No pude hacer nada por él.

—¿Cómo supo que estaba muerto?

—Lo noté. Le había aconsejado que no viniera; y cuando al fin le dejé, lo hice contra mi voluntad. ¿Adonde llevasteis los cuerpos?

—Al almacén de McAlester.

—Te contaré lo que hizo Billy en Wagoner's Switch.

—Mi abogado tiene influencia política.

—Te divertirá. Le dije que se quedara con los caballos, fuera de peligro y le ordené que de vez en cuando disparase unos cuantos tiros con su rifle. En un asalto deben sonar tiros, porque eso hace que los pasajeros se queden en sus asientos. Bueno, pues el chico empezó muy bien, pero luego, cuando ya estábamos de lleno en el trabajo, observé que los disparos habían cesado. Supuse que Billy se había ido corriendo a su casa, a tomarse un plato de la sopa que prepara su madre. Bob fue a ver qué pasaba y se encontró al chico allí, en la oscuridad, dándole al extractor del rifle y sacando cartuchos enteros del arma. Creía que estaba disparando, pero tenía tanto miedo que no se acordaba de apretar el gatillo. Así de verde estaba; tan verde como una sandía en mayo.

—No demuestra usted mucha gratitud hacia un joven que le salvó la vida.

—Me alegro de que lo hiciera —contestó Lucky Ned Pepper—. No digo que el chico no tuviera valor. Digo que estaba verde. Todos los chicos son valientes; pero los hombres mantienen la cabeza sobre los hombros y se preocupan de sí mismos. Fíjate en el viejo Haze. Sí, ahora está muerto, pero debió haber muerto diez veces antes que ahora. Sí, y tu buen amigo Rooster. Eso también va por él.

—No es amigo mío.

Farrell Permalee hizo un ruido como el que antes había hecho su hermano y dijo:

—¡Ahí están!

Miré hacia el noroeste y vi a dos jinetes que coronaban la loma. Negrillo iba tras ellos, sin nadie encima. Lucky Ned Pepper utilizó su catalejo, pero yo pude verlos bastante bien sin esa ayuda. Cuando llegaron a la cima, se detuvieron y se volvieron hacia nosotros. Rooster disparó su revólver al aire. Vi el humo antes de que el ruido llegase a nosotros. Lucky Ned Pepper sacó su revólver y respondió con otro disparo. Luego Rooster y LaBoeuf desaparecieron tras la loma. Al último que vi fue a Negrillo.

Creo que hasta aquel momento no me di verdadera cuenta de cuál era mi situación. No había supuesto que Rooster y LaBoeuf cedieran ante los bandidos con tanta facilidad. Pensaba que se deslizarían entre la vegetación y los atacarían mientras estaban desorganizados, o que emplearían algún astuto truco que solo los detectives conocían para imponerse. ¡Y ahora se habían ido! ¡Los comisarios me habían abandonado! Me sentí profundamente deprimida y por primera vez temí por mi seguridad. Mi cerebro se encontraba dominado por la ansiedad.

¿Quién tenía la culpa? ¡El comisario Rooster Cogburn! Aquel disipado y estúpido borracho había cometido un error de seis kilómetros y nos había conducido directamente a la guarida de los ladrones. ¡Un detective muy diestro! Sí, y en un estado de embriaguez anterior había colocado fulminantes defectuosos en mi revólver, haciendo que el arma me fallase en un momento de necesidad. Pero todo eso no era suficiente, ¡ahora me abandonaba en manos de una banda de degolladores a quienes les importaba un pimiento la sangre de sus propios compañeros, y que, por tanto, se preocuparían muchísimo menos por la de una joven indefensa e indeseada! ¿Era eso lo que en Port Smith llamaban agallas? ¡Pues en el condado Yell lo llamábamos de otra forma!

Lucky Ned Pepper gritó al Auténtico Greaser y a Harold Permalee que abandonaran su puesto de vigilancia y subieran al campamento. Los cuatro caballos fueron ensillados rápidamente. Lucky Ned Pepper examinó las monturas y luego se fijó en la silla de montar sobrante que había en el suelo. Era una silla vieja, pero muy bonita, decorada con plata labrada.

El jefe de los bandidos dijo:

—Esa es la silla de Bob.

Tom Chaney explicó:

—El caballo que perdimos era el de Bob.

—El que tú perdiste —le corrigió Ned—. Desensilla ese caballo gris y ponle la silla de Bob.

—El gris es el mío —dijo Chaney.

—Tengo otros planes para ti.

Chaney desensilló el caballo gris. Preguntó:

—¿Voy a montar detrás de Bob?

—No, eso sería excesivamente arriesgado si tuviéramos que galopar. Cuando lleguemos a casa de Ma, te enviaré a Carroll con un caballo de refresco. Quiero que aguardes aquí con la chica. Al anochecer ya podrás marcharte. Vamos a ir a Oíd Place y allí puedes reunirte con nosotros.

—Bueno, eso no acaba de gustarme —dijo Chaney—. Déjame acompañarte, Ned.

—No.-Esos comisarios volverán.

—Creerán que nos hemos ido todos.

—No pienso quedarme aquí sola con Tom Chaney —declaré.

Lucky Ned Pepper replicó:

—Las cosas se harán como yo diga.

—Me matará —dije—. Ya le ha oído decirlo. Ha matado a mi padre y ahora permitirá usted que me mate a mí.

—No hará tal cosa —aseguró el jefe de los bandidos—. Tom, ¿conoces el cruce de Cypress Forks, junto a la capilla de troncos?

—Sí.

—Llevarás allí a la chica y la soltarás. —Luego, volviéndose hacia mí, prosiguió—: Puedes pasar la noche en la capilla. Cosa de tres kilómetros más arriba, vive un mudo llamado Flanagan. Tiene una muía y te llevará a McAlester. No puede hablar ni oír, pero sabe leer. ¿Sabes tú escribir?

—Sí. Déjeme marcharme ahora a pie. Ya encontraré el camino.

—No, nada de eso. Tom no te hará daño. ¿Entendido, Tom? Si a esta chica le ocurre algo, no te pagaré. Chaney suplicó:

—Farrell, déjame montar contigo.

Farrell Permalee se echó a reír e imitó la voz del buho, diciendo «huu, huu, huu». Luego llegaron Harold Permalee y Bob el Auténtico Greaser, y Chaney comenzó a suplicarles que lo llevaran con ellos. Greaser Bob dijo que no. Los hermanos Permalee se pusieron a bromear entre sí como niños pequeños y no dieron a Chaney ninguna respuesta. Harold Permalee interrumpía siempre las súplicas de Chaney haciendo ruidos de animales, como los que hacen los cerdos, las cabras y las ovejas, y Farrell se reía como un estúpido y decía:

—¡Otra vez, Harold! ¡Haz la cabra!

Chaney se lamentó:

—Todo se pone contra mí.

Lucky Ned Pepper se aseguró de que las bolsas del botín estaban bien sujetas a la silla. Bob Greaser dijo: —Ned, repartamos ahora.

—De eso ya tendremos tiempo en Oíd Place —replicó el jefe de los bandidos.

—Ya hemos tenido dos peleas —dijo Greaser—. Hemos perdido dos hombres. Me sentiría más a gusto si llevase mi parte conmigo.

Lucky Ned Pepper comentó:

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