Read Un triste ciprés Online

Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Un triste ciprés (20 page)

Hizo una pausa, y prosiguió:

—Así, pues, admitiendo que hubo aquí un hombre que acechaba el acto de Elinor Carlisle..., ¿qué podía pensar al cometer ese acto de envenenar el emparedado?... No podía pensar sino que era la propia Elinor Carlisle la que se proponía comérselos.

Capítulo XIII
-
Miss Tou-Tou

Poirot llamó a la puerta de la vivienda de la enfermera Hopkins. Ésta le abrió con la boca llena del bollo que estaba comiendo.

Se lo tragó al ver al detective, y le preguntó con brusquedad:

—¿Para qué viene
ahora
?

—¿Puedo entrar?

Gruñendo algo entre dientes, la enfermera se apartó, dejando la entrada libre. Desapareció, y un minuto más tarde Poirot miraba con aire de desconfianza una taza de brebaje negro y humeante.

—Acabo de hacerlo ahora..., bien cargadito —dijo la enfermera.

Poirot movió el té con precaución, y al fin sorbió un trago heroicamente.

Dijo:

—¿No adivina usted a lo que he venido?

—Seguramente que no... Soy incapaz de leer en el pensamiento de los demás.

—He venido a que me diga la verdad.

La enfermera Hopkins se levantó con los ojos llameantes de cólera.

—¿Qué quiere usted decir con eso? ¡Siempre he dicho la verdad!... Dije lo del tubo de morfina, cuando cualquiera, en mi lugar, se habría callado... Sabía que me amonestarían por negligencia y, sin embargo, hablé... Y es una cosa que le puede ocurrir a cualquiera... Me ha perjudicado en mi profesión, se lo aseguro. Pero no me importa; lo dije porque creí que así era mi deber. He dicho todo lo que sabía del asesinato de Mary Gerrard... A sabiendas, no he ocultado nada..., nada. Estoy dispuesta a declararlo ante el tribunal bajo juramento.

Poirot no intentó interrumpirla. Sabía demasiado bien cómo debía tratar a una mujer colérica. Permaneció silencioso hasta que la enfermera se calmó y volvió a tomar asiento.

Entonces habló con voz suave y persuasiva:

—No tengo la menor duda de que ha dicho ya todo lo que sabía respecto al crimen.

—¿Qué es, entonces, lo que pretende usted saber ahora?

—Quiero que me diga la verdad no sobre la muerte, sino sobre la vida de Mary Gerrard.

—¡Oh! —exclamó la enfermera, que pareció salir de una pesadilla abrumadora—. ¿Es eso?... Su vida no tiene nada que ver con su muerte...

—No he dicho que tuviese alguna relación... Lo único que me atrevo a sugerir es que usted sabe algo a este respecto que no me ha querido confesar.

—¿Por qué había de hacerlo, si no tiene nada que ver con el crimen?

Poirot se encogió de hombros.

—¿Por qué no lo hace?

—Porque es un secreto que no le concernía más que a ella, y ahora que está muerta no le interesa a nadie más.

—Si no son más que conjeturas, tal vez no. Pero si tiene usted la
seguridad plena y absoluta de que ese secreto es cierto
, entonces... es muy distinto.

La enfermera dijo, pausadamente:

—No sé con exactitud qué es lo que quiere decir.

Poirot murmuró:

—Yo la ayudaré. La enfermera O'Brien me dijo algo. Luego sostuve una larga entrevista con mistress Slattery, que posee una memoria excelente para cosas que sucedieron hace veinte años... Le diré con exactitud todo lo que ha llegado a mi conocimiento.

Hizo una pausa, y prosiguió:

—Hace veinte años hubo un enredo amoroso entre dos personas. Una de ellas era mistress Welman, viuda desde hacía algunos años y mujer capaz de experimentar un amor profundo y apasionado. La otra, sir Lewis Rycroft, tenía la gran desgracia de que hubiesen recluido a su mujer en un manicomio, víctima de una enfermedad mental incurable. La ley, en aquellos tiempos, no admitía el divorcio en tales casos, y lady Rycroft, cuya salud era excelente, podía vivir hasta los noventa años. Se conocían las relaciones que unían a nuestros dos personajes, pero ambos eran discretos y supieron guardar las apariencias. Luego, sir Lewis Rycroft murió en la guerra.

—¿Y bien?

—He pensado —dijo Poirot— que una niña nació después de la muerte de sir Rycroft, y que esa niña era Mary Gerrard.

La enfermera Hopkins dijo:

—Por lo visto, lo sabe usted todo.

Poirot declaró gravemente:

—Eso es lo que yo
pienso
. Pero tal vez usted posea pruebas concretas.

La enfermera permaneció silenciosa, con el ceño fruncido, durante algunos instantes.

Al fin se levantó, cruzó la habitación y del cajón de una cómoda sacó un sobre; cerró el cajón y regresó junto a Poirot.

A continuación dijo, entregándoselo:

—Antes de nada le diré cómo llegó a mis manos. Yo tenía ya mis sospechas: primero, por las consideraciones que mistress Welman guardaba a la muchacha, y luego, por las habladurías que corrían sobre ella. Además, el viejo Gerrard me dijo, cuando estuvo tan enfermo, que Mary no era su hija.

Humedecióse los labios y prosiguió:

—Cuando Mary murió, yo terminé de limpiar el pabellón, y en un cajón, entre la ropa del viejo, encontré esta carta. Ahora puede leer su contenido.

Poirot leyó la dedicatoria, escrita con tinta descolorida: «
Para enviar a Mary después de mi muerte.
»

Poirot observó:

—Este escrito no es reciente.

—No fue Gerrard el que lo escribió, sino la madre de Mary, que murió hace catorce años. La dirigió a la muchacha, pero el viejo la guardó entre sus cosas, y ella no pudo saberlo nunca. Me alegro de que haya sucedido así, porque ha podido vivir dignamente hasta el fin, sin tener que avergonzarse de nada. Luego, después de haberla leído, no me he atrevido a destruir el escrito, por temor a que pudiera servir de algo en lo futuro. Pero léalo.

Poirot abrió el sobre y extrajo una hoja de papel, cubierta de una letra cursiva y diminuta. Leyó:

«He escrito aquí la verdad para el caso en que fuese necesario demostrarlo. Serví como doncella en casa de mistress Welman, en Hunterbury. Fue muy cariñosa conmigo. Tuve un desliz, y ella me aceptó de nuevo cuando regresé. Mi hija murió a los pocos días. Mi señora y sir Lewis Rycroft se amaban, pero no podían casarse porque él ya lo estaba y tenía a su mujer en un manicomio. Marchó a la guerra, y allí lo mataron. Poco después, mi señora me confesó que iba a tener un hijo. Nos fuimos a Escocia. En Ardlochrie dio a luz una niña. Bob Gerrard, que me había abandonado cuando me vio embarazada, me escribió en aquellos días. Acordamos que Bob se colocara en Hunterbury, nos casaríamos y él creería que la chica era nuestra. Viviendo allí parecía muy natural que mistress Welman se interesara por la niña y atendiese a su educación. Ella pensaba que sería mejor para Mary ignorar la verdad. Mistress Welman nos dio una gran suma de dinero, pero yo la habría servido sin necesidad de eso. He sido muy feliz con Bob, pero jamás ha querido a Mary. He callado siempre este secreto, pero creo que es necesario que a mi muerte tú lo sepas.

Elisa Gerrard (nacida Riley).»

Hércules Poirot suspiró profundamente y volvió a plegar la carta.

La enfermera Hopkins preguntó con ansiedad:

—¿Qué hará usted ahora? Todos han muerto. Todo el mundo tenía una opinión inmejorable de mistress Welman en estos contornos. Jamás se ha dicho nada en su contra. ¿Va usted a descubrir este secreto? Sería cruel divulgarlo. Daría lugar a un escándalo indescriptible. Mary era una excelente muchacha. ¿Para qué descubrir que era bastarda? Deje usted que los muertos descansen en sus tumbas.

Poirot dijo:

—Debemos pensar en los vivos.

La enfermera Hopkins arguyó:

—Pero eso no tiene nada que ver con el asesinato.

Poirot murmuró pensativamente:

—Tal vez sí tenga que ver...,
y mucho
.

Salió de la casa, dejando a la enfermera Hopkins mirándole con la boca abierta.

Apenas había andado unos cien metros, cuando notó que le seguían apresuradamente. Se volvió y vio a Horlick, el joven jardinero de Hunterbury.

Parecía la imagen de la indecisión y daba vueltas y más vueltas a la gorra que llevaba en las manos.

—Perdóneme, señor. ¿Me permite que le diga una palabra?

Horlick parecía atragantarse al hablar.

—Naturalmente que sí. Dígame...

Horlick retorció la gorra, miró al suelo, avergonzado, y dijo:

—Es sobre el coche.

—¿El coche que estaba al otro lado de la verja aquella mañana?

—Sí, señor. El doctor Lord dijo que el coche a que yo me refería no era el suyo,
pero sí lo era
.

—¿Cómo lo sabe?

—Por el número de la matrícula. Recuerdo que era MSS dos mil veintidós. En el pueblo le llamamos Miss Tou-Tou
[1]
. Estoy completamente seguro.

Poirot dijo con débil sonrisa:

—Pero el doctor afirmó que estaba en Withembury aquella mañana.

Horlick repuso:

—Sí, señor. Ya lo oí... Pero
era su coche
. Lo juraría.

—Gracias, Horlick; eso es lo que debía hacer —dijo Poirot.

TERCERA PARTE
Capítulo I
-
Un fragmento de etiqueta
1

¿Hacía calor en la sala? ¿O frío? Elinor Carlisle no podía asegurarlo. Algunas veces experimentaba una sensación de asfixia. Otras veces se estremecía y tiritaba de intenso frío.

No había oído el final de la peroración del fiscal. Estaba pensando en el pasado. Recordando todo lo sucedido desde el día en que recibió aquella maldita carta.

Volvió a oír las palabras de aquel oficial de Policía, que le dijo:

—Elinor Katherine Carlisle: tengo una orden de prisión contra usted por asesinato de Mary Gerrard, muerta por envenenamiento el veintisiete de julio pasado. Le advierto que todo cuanto haga o diga será recogido en el acta de acusación.

Horrible... Horrible... Experimentó la sensación de que se hallaba entre las ruedas de una máquina nueva, recién lubricada, inhumana, insensible.

Aquí estaba, ante cientos de ojos que la asaeteaban; ojos que no eran inhumanos, pero que se fijaban en ella con miradas que la hacían estremecerse.

Sólo el Jurado no la miraba. Confusos, tenían la vista fija en el suelo.

Ella pensó: «Seguramente es porque ya saben lo que van a decir...»

2

En aquel momento prestaba declaración el doctor Lord. ¿Era este Peter Lord aquel doctor jovial y pecoso que había sido tan amable con ella allí en Hunterbury? Ahora había adoptado un continente frío. La gravedad profesional. Sus respuestas tenían un tinte monótono. Le habían llamado por teléfono para que se presentara en Hunterbury Hall. Demasiado tarde para hacer nada. Mary Gerrard murió pocos momentos después de su llegada. La muerte ocurrió, según su opinión, por envenenamiento producido por una variedad de la morfina en una de sus formas menos conocidas..., la
foudroyante
.

Sir Edwin Bulmer se levantó, tosió ligeramente y se dispuso a interrogar al testigo:

—¿Era usted el médico de cabecera de la difunta mistress Welman?

—Lo era.

—Durante sus visitas a Hunterbury en el mes de junio pasado, ¿tuvo usted ocasión de ver juntas a Mary Gerrard y a la acusada?

—Sí, señor. Varias veces.

—¿Cómo conceptuaría la conducta de la acusada hacia Mary Gerrard?

—Completamente natural y amistosa.

Sir Edwin Bulmer dijo, con una sonrisa desdeñosa:

—¿No observó jamás pruebas de esos
celos irreprimibles
de que tanto hablan?

Peter Lord levantó la mandíbula con aire de desafío, y dijo con firmeza:

—No.

Elinor pensó: «Si lo notó. Ha dicho una mentira por salvarme. Él lo sabía.»

Al doctor Lord sucedió el forense de la Policía. Su testimonio fue más largo y detallado. La muerte fue debida a envenenamiento por morfina de la variedad
foudroyante
. «¿Querría explicar ese término?» Lo hizo con verdadero placer. La muerte por envenenamiento debido a la morfina podía producirse de diferentes modos. El más común era un período de extensa excitación, seguido de somnolencia y narcosis, con contracción de las pupilas. Otro, menos conocido, era el caso en que sobreviene un sueño profundo, seguido de muerte al cabo de diez minutos aproximadamente; las pupilas se dilatan por lo general.

3

El juicio se suspendió por unos instantes. Poco después se volvió a abrir la sesión. Durante algunas horas depusieron varias eminencias médicas.

El doctor Alan García, distinguido analista, con gran profusión de términos científicos, se extendió en consideraciones sobre el contenido del estómago de la víctima. Pan, pasta de pescado, manteca, té, huellas de morfina..., y añadió otras cosas ininteligibles. Calculaba la cantidad de morfina ingerida por la asesinada en cuatro gramos. Uno solo habría sido ya mortal.

Sir Edwin se levantó y preguntó con dulzura:

—Desearía que se explicara usted con más claridad. Dice que encontró en el estómago pan, manteca, pasta de pescado, té y morfina. ¿No había otros residuos de alimentos?

—No.

—Lo cual quiere decir que la interfecta no había tomado más que los emparedados y el té en mucho tiempo.

—Precisamente.

—¿Podría demostrarse cuál fue el medio empleado para administrar el veneno?

—No comprendo lo que quiere decir.

—Simplificaré la cuestión. ¿No pudo mezclarse la morfina a la pasta de pescado, al pan, a la manteca, al té o a la leche que se añadió al té?

—Ciertamente.

—¿No puede demostrarse que la morfina fuese administrada por mediación de la pasta y no con cualquiera de los otros medios?

—No.

—En resumen, la morfina pudo ser ingerida separadamente, es decir, sin utilizar ninguno de los medios expuestos. ¿Pudo serle administrada en forma de pastilla?

—Naturalmente.

Sir Edwin se sentó sonriente.

Sir Samuel volvió a interrogar:

—Pero usted cree que, cualquiera que fuese el medio empleado, la morfina fue ingerida al mismo tiempo que los alimentos, ¿no es así?

—Sí.

—Muchas gracias.

4

El inspector Brill prestó juramento con fluidez mecánica. Permaneció de pie como un soldado, estólido, deponiendo con la facilidad que da la práctica.

—Me ordenaron que fuese a la casa. La acusada me dijo: «Debe de haber sido a causa de la mala calidad de la pasta.» Encontré un frasco que había contenido pasta, pero que había sido lavado cuidadosamente, y otro semivacío. En un registro posterior de la cocina encontré un trozo de papel en una hendidura, debajo del vertedero.

Other books

The Book of Wonders by Richards, Jasmine
Off the Cuff by Carson Kressley
The Raven's Revenge by Gina Black
Beware of the Dog by Peter Corris
HisIndecentBoxSetpub by Sky Corgan
Omega Force 7: Redemption by Joshua Dalzelle
Stardust by Neil Gaiman


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024