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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Un triste ciprés (24 page)

»La testigo Hopkins ha afirmado que se arañó la muñeca en un rosal junto al pabellón. El testigo Wargrave ha examinado el rosal en cuestión, y carece de espinas. Ustedes decidirán cuál fue la causa del arañazo de la muñeca de la enfermera Hopkins y el motivo de su mentira.

»Si el ministerio fiscal les ha convencido de que la acusada y nadie más que ella fue la autora del crimen, deben declararla culpable.

»Si la teoría sustentada por la defensa es posible y se halla de acuerdo con las pruebas suministradas, la acusada debe ser puesta en libertad.

»Ruego a ustedes que reflexionen conscientemente antes de pronunciar su veredicto, teniendo en cuenta solamente las pruebas expuestas ante ustedes.

»He terminado, señores del Jurado.»

3

Elinor fue conducida nuevamente a la sala.

—Señores del Jurado, ¿han llegado a un acuerdo respecto al veredicto?

—Sí.

—¡Miren a la acusada y pronuncien su fallo!


¡Inocente!

Capítulo V
-
Un hombre consolador

La sacaron por una puerta lateral.

Diose cuenta de infinidad de rostros sonrientes que la felicitaban. Roddy..., el detective de los grandes bigotes...

Pero fue a Lord a quien ella se volvió.

—Sáqueme de aquí —dijo.

Subieron al pequeño Daimler y abandonaron Londres.

Ninguno de los dos pronunció una palabra durante largo rato.

Cada minuto la llevaba más y más lejos...

Una vida nueva...

Eso era lo que ella necesitaba...

Una vida nueva...

Dijo de pronto:

—Quiero..., quiero ir a cualquier sitio tranquilo..., apartado..., donde no vea
caras humanas
...

Peter Lord murmuró en voz muy tenue:

—Ya he pensado en eso. Irá usted a un sanatorio. Un lugar reposado... Jardines encantadores... No le molestará nadie...

Ella susurró:

—Eso es lo que me hace falta.

Era su práctica de doctor, su conocimiento de la naturaleza humana, lo que le hacía comprender. Él lo sabía, y por eso no la molestaba. Era maravilloso encontrarse ahora allí con él, fuera de Londres, camino de un lugar reposado y recogido. Quería olvidar..., olvidar todo. Todo lo sucedido carecía de realidad. Todo se había desvanecido..., todo había terminado: la vida pasada y los antiguos sentimientos. Ahora era una criatura nueva, extraña, desamparada. Tenía que empezar a vivir de nuevo.

Era consolador sentirse junto al doctor Lord.

Ya habían salido de Londres. Atravesaban ahora los suburbios.

Ella dijo, al fin:

—¡Fue usted...., sólo usted!...

Peter Lord murmuró:

—No... Fue Hércules Poirot. Es un taumaturgo.

Pero Elinor movió la cabeza. Dijo obstinadamente:

—Fue usted. Usted le hizo venir y averiguar la verdad.

Peter gruñó:

—Bien, es verdad; yo le hice venir...

Elinor inquirió:

—¿Sabía usted que no lo había hecho yo, o no estaba seguro?

Peter afirmó simplemente:

—Jamás he estado tan seguro de una cosa.

—¿Sabe usted por qué estuve a punto de decir
culpable
cuando me preguntaron? Porque había pensado en hacerlo. Lo pensé, en efecto, aquel día..., cuando usted me sorprendió riendo.

—Lo sabía.

Elinor murmuró, asombrada:

—¡Qué extraño me parece ahora! ¡Fue como una especie de sugestión! Cuando compré la pasta y confeccioné los emparedados, pensaba: «He mezclado veneno con esto, y cuando ella lo coma morirá. Y Roddy volverá a mí.» Y este pensamiento me acuciaba.

Peter Lord dijo:

—A veces estas cosas son beneficiosas para los seres excesivamente imaginativos... Vienen a ser como las exudaciones de nuestro organismo...

Elinor exclamó:

—¡En efecto, así fue!... ¡La idea negra desapareció tan de repente como había venido! Cuando aquella mujer mencionó el rosal del jardín, recobré la noción de todo.

Luego, con un estremecimiento, prosiguió:

—Cuando llegué a la salita y la vi muerta..., no, moribunda..., pensé:
"¿Hay mucha diferencia, después de todo, entre hacer una cosa y pensarla?»

—¡Claro que la hay, y enorme! Pensar en un asesinato no hace daño a nadie. Hay quien tiene ideas absurdas sobre eso. Quien cree que pensar en cometer un asesinato es lo mismo
que planearlo
... No lo es, no. Cuando se ha estado pensando durante largo rato en ello, desaparece la idea negra y se da cuenta de la tontería...

Elinor exclamó jovialmente:

—¡Es usted realmente consolador!

Peter Lord dijo incoherentemente:

—Nada de eso. Poseo sentido común...

Elinor repuso, con lágrimas en los ojos:

—Allí, en la sala, no apartaba los ojos de usted. Me daba valor. Parecía usted tan
ordinario
—y añadió—: Soy demasiado ruda.

Él dijo:

—La comprendo. Cuando se encuentra uno en medio de una pesadilla, son las cosas ordinarias las que nos dan esperanza. A veces, lo ordinario es lo mejor. Yo siempre lo he creído así.

Por primera vez desde que subieron al coche, ella volvió la cabeza para mirarle.

La contemplación de su rostro no le causó la sensación que siempre experimentaba al mirar al de Roddy... Entonces le daba una impresión confusa de dolor y placer... Ahora sentía consuelo y calor...

Ella pensó: «¡Qué rostro más simpático... y gracioso... y consolador!»

Atravesaron una verja, y después de dar varias vueltas se detuvieron frente a un edificio blanco que se alzaba al pie de una colina.

Él aseguró con gravedad:

—Aquí estará muy bien... Nadie la molestará...

Impulsivamente, la muchacha asió el brazo del médico. Dijo:

—¿Vendrá usted a verme?

—Sí... Naturalmente.

—¿Con frecuencia?

—Con tanta frecuencia como usted quiera —dijo Lord, mirándola a los ojos.

Y ella replicó:

—Venga entonces... todos los días.

Capítulo VI
-
Poirot explica

Hércules Poirot dijo:

—Como ha visto usted, amigo mío, las mentiras son tan útiles como las verdades.

Peter Lord preguntó:

—¿Le mintieron todos?

Hércules Poirot asintió;

—¡Oh, sí..., todos!... Cada uno por sus propias razones, ¿comprende?... La única persona obligada a decir la verdad, y la dijo con sensibilidad escrupulosa..., fue la que me confundió más...

Peter Lord murmuró:

—La misma Elinor...

—Precisamente. Todo la condenaba, y ella, con esa conciencia sensitiva y fastidiosa, no hizo nada para destruir esa suposición. Acusándose a sí misma por el deseo experimentado de cometer el asesinato, estuvo a punto de abandonar una lucha que se le antojaba desagradable y sórdida y declararse culpable de un crimen que no había cometido.

Peter Lord exhaló un suspiro de exasperación.

—¡Increíble!

Poirot movió la cabeza.

—Nada de eso. Ella se condenaba a sí misma porque se juzgaba con arreglo a un código mucho más rígido que el confeccionado por la mente humana.

Lord dijo pensativamente:

—Sí... Ella es así.

Hércules Poirot continuó:

—Desde el momento en que empecé mis investigaciones, me di cuenta de la gran posibilidad de que Elinor Carlisle fuese culpable del crimen que se le imputaba. Pero, en cumplimiento de lo que le había prometido a usted, proseguí mis pesquisas y llegué al convencimiento de que había otra persona a quien también se podía inculpar.

—¿La enfermera Hopkins?

—Entonces no. Roderick Welman fue la primera persona que atrajo mi atención. En su caso también empezamos con una mentira. Me dijo que había abandonado Inglaterra el nueve de julio y que volvió el uno de agosto. Pero la enfermera Hopkins mencionó casualmente que Mary Gerrard, según me informó usted mismo, fue a Londres el diez de julio..., un día después que Roderick Welman se marchara de Inglaterra. ¿Cuándo se entrevistó, pues, Mary Gerrard con Roderick Welman en Londres? Puse a mi amigo, el ladrón, en su trabajo, y por examen del pasaporte de Welman descubrí que había estado en Inglaterra desde el veinticinco de julio al veintisiete.
Había mentido deliberadamente
. Recordé entonces el tiempo que los emparedados habían estado en la despensa mientras Elinor Carlisle estaba en el pabellón. En el caso de que hubieran sido envenenados entonces, la presunta víctima debió ser Elinor y no Mary. ¿Qué ventajas podía reportarle a Roderick Welman la muerte de Elinor Carlisle? Pues... muy sencillo. Ella había hecho testamento, dejándole a él toda su fortuna, y, tras algunas averiguaciones, me convencí de que Roderick Welman pudo haber llegado a conocer este hecho.

Peter Lord preguntó:

—¿Y cómo llegó a la decisión de que era inocente?

—A causa de otra mentira. Un embuste tan inocente, al parecer, tan simplemente estúpido... La enfermera Hopkins dijo que se había arañado la muñeca en un rosal y que todavía tenía dentro la espina. Fui a ver el rosal y vi
que no tenía espinas...
Así, pues, la enfermera Hopkins había mentido. La mentira era tan idiota que me llamó la atención y enfoqué el asunto en esa dirección. Empecé a sospechar de ella. Hasta entonces me había parecido una mujer merecedora de todo crédito, y su antagonismo hacia la acusada lo achacaba al cariño que la enfermera parecía experimentar hacia la muchacha asesinada. Empecé a pensar y me di cuenta de algo que no fui lo bastante inteligente para ver antes. La enfermera Hopkins sabía algo de Mary Gerrard, que estaba ansiosa por descubrir.

Peter Lord dijo, sorprendido:

—Yo creía que era todo lo contrario.

—Ostensiblemente, sí. Representó a la perfección el papel del que sabe un secreto que no quiere dar a conocer. Pero, después de reflexionar cuidadosamente, llegué a la conclusión de que su intención era por completo opuesta a las apariencias. Mi conversación con la enfermera O'Brien me confirmó en esta creencia. La Hopkins había influido sobre la O'Brien en provecho propio, sin que ella se hubiese dado cuenta.

»Apareció claro ante mis ojos el juego de la enfermera Hopkins. Comparé las dos mentiras: la suya y la de Roderick Welman. ¿A cuál de ellas se podía dar una explicación inocente?

»A la de Roderick únicamente. Él es un hombre sensitivo y orgulloso. Sentíase en extremo humillado al tener que confesar que había quebrantado la promesa hecha a Elinor y a sí mismo de permanecer algún tiempo en el extranjero.

»La muchacha le atraía tan irresistiblemente, que no pudo sustraerse a la tentación de venir a verla. Puesto que no tenía nada que temer de las investigaciones que se practicaron sobre el asesinato, mintió para no tener que hacer una confesión tan dolorosa para su amor propio.

»¿Había para la mentira de la Hopkins una explicación tan inocente como aquélla? Cuanto más pensaba en ella, más extraordinaria me parecía. ¿Por qué había tenido la enfermera Hopkins necesidad de mentir sobre la procedencia del arañazo de su muñeca? ¿Qué significaba aquella marca?

»Haciéndome preguntas como: ¿A quién pertenecía la morfina robada?... A la enfermera Hopkins. ¿Quién pudo administrar la morfina a mistress Welman?... La enfermera Hopkins... Pero ¿por qué llamó la atención sobre su desaparición?... No había más que una respuesta a esta cuestión si la enfermera Hopkins era culpable... Que el otro asesinato, el de Mary Gerrard, estaba ya planeado y había elegido una víctima propiciatoria, pero esa víctima
debía de haber tenido una probabilidad de obtener la morfina.

»Otros detalles complementaron esta idea. La carta recibida por Elinor. Fue escrita para mantener el odio entre Elinor y Mary. Tenía el propósito de que Elinor fuese a Hunterbury Hall para oponerse a los presuntos designios de Mary. El amor repentino de Roderick Welman por Mary Gerrard fue un acontecimiento imprevisto que la enfermera Hopkins no tardó en apreciar en su justo valor... Aquí había un motivo plausible para la víctima propiciatoria, Elinor.

»Pero ¿cuál era la razón de los dos crímenes? ¿Qué ganaría la enfermera Hopkins con la muerte de Mary Gerrard? Empecé a ver la luz en el asunto..., una luz levísima todavía, sin embargo. La enfermera Hopkins tenía gran influencia sobre el espíritu de Mary y la empleó para inducir a la muchacha a que
hiciera testamento
. Pero el testamento no beneficiaba a la enfermera Hopkins, sino a una tía de Mary que vivía en Nueva Zelanda. Entonces recordé un detalle que me había dado a conocer alguien en el pueblo... La tía de Mary era enfermera también.

»Ya no era la luz tan leve. La finalidad del crimen empezaba a hacerse patente... Fui una vez más a visitar a la enfermera Hopkins. Los dos representamos admirablemente nuestro papel. Al final se dejó convencer para hacer lo que tantos deseos tenía de conseguir. Tal vez no intentaba hacerlo tan pronto, pero la oportunidad que se le presentaba era demasiado tentadora para dejarla escapar. Después de todo, la verdad habría de saberse tarde o temprano. Sacó la carta con bien fingida repugnancia, y entonces, amigo mío, cesaron mis dudas... Ya lo
sabía
todo.

Peter Lord contrajo la frente y preguntó, sorprendido:

—¿Cómo?


Mon cher, c'est bien facile
. El encabezamiento de la carta era como sigue: «
Para enviar a Mary después de mi muerte...
» Pero el contenido demostraba que Mary no debía de conocer la verdad. Además, la palabra
enviar
y no
entregar
era reveladora. No era a Mary Gerrard a quien estaba dirigida la carta, sino a otra Mary... A su hermana Mary Riley, en Nueva Zelanda. La enfermera Hopkins no había encontrado la carta después de la muerte de Mary Gerrard, como pretendía. Hacía muchos años que la tenía en su poder. La recibió en Nueva Zelanda, adonde le fue enviada después de la muerte de su hermana.

Hizo una pausa, y luego prosiguió:

—Una vez vista la verdad con los ojos del espíritu, el resto era sencillísimo. La rapidez con que se efectúan los viajes aéreos hizo posible que viniese un testigo de Nueva Zelanda, que conocía perfectamente a Mary Draper, y declarase ante el tribunal.

Peter Lord replicó:

—¿Y si se hubiese equivocado...? ¿Si la enfermera Hopkins y Mary Draper hubiesen sido dos personas distintas?

Poirot repuso con frialdad:

—¡Yo no me equivoco nunca!

Peter Lord lanzó una carcajada.

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