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Authors: James Joyce

Tags: #Narrativa, #Clásico

Ulises (18 page)


C’est tordant, vous savez. Moi je suis socialiste. Je ne crois pas en l’existence de Dieu. Faut pas le dire à mon père.


Il croit?


Mon père, oui.

Schluss
. Lame.

Mi sombrero de Barrio Latino. Dios mío, sencillamente hay que caracterizarse según el papel. Necesito guantes color pulga. ¿Eras estudiante, no es verdad? ¿De qué, en nombre del otro demonio? Peceene. P.C.N., ya sabes:
physiques, chimiques et naturelles
. Ajá. Te comías tus pocos cuartos de
mou en civet
, ollas de carne de Egipto, entre codazos de cocheros eructantes. Basta que digas en el tono más natural: Cuando yo estaba en París,
boul’Mich
, solía. Sí, solía llevar encima tickets perforados para probar la coartada si me detenían por asesinato en algún sitio. Justicia. En la noche del diecisiete de febrero de 1904 el encartado fue visto por dos testigos. Otro tipo lo hizo: otro yo. Sombrero, gabán, nariz.
Lui, c’est moi
. Parece que lo pasaste muy bien.

Caminando orgullosamente. ¿Cómo quién intentabas caminar? Lo he olvidado: un desheredado. Con el giro postal de madre, ocho chelines, la retumbante puerta del correo estampada en tus narices por el portero. Dolor de muelas de hambre.
Encore deux minutes
. Mire el reloj. Tengo que entrar.
Fermé
. ¡Perro a sueldo! A tiros, hacerle pedacitos sangrientos con, bum, una escopeta de perdigones, pedacitos hombre espachurrado paredes todo botones dorados. Pedacitos todos jrrrrclac a su sitio vuelven chascando. ¿No se ha hecho daño? Oh, todo está perfectamente. ¿Ve lo que quiero decir? Choque esos cinco. Bueno, está muy bien todo.

Ibas a hacer milagros, ¿eh? Misionero en Europa siguiendo al fogoso Columbano. Fiacre y Escoto en sus taburetes de castigo en el cielo hacen desbordar sus potes de cerveza, riendoruidosolatín:
Euge! Euge!
Fingiendo hablar mal el inglés cuando arrastrabas la maleta, tres peniques un maletero, a través del limoso muelle, en Newhaven.
Comment?
Con rico botín te volviste:
Le Tutu
, cinco números desgarrados de
Pantalon Blanc et Culotte Rouge
: un telegrama francés, azul, curiosidad para enseñar: —Madre muriéndose vuelve casa padre.

La tía cree que mataste a tu madre. Por eso no quiere.

Por la tía de Mulligan un brindis,
la razón en seguida se verá:
ella fue la que siempre hizo a los Hannigan
con decencia tener la familia.

Sus pies marchaban con súbito ritmo orgulloso sobre los surcos de la arena, a lo largo de los pedruscos de la muralla sur. Los miraba fijamente con orgullo, apilados cráneos de mamut de piedra. Luz dorada en el mar, en la arena, en los pedruscos. El sol está ahí, los esbeltos árboles, las casas limón.

París despertando en crudo, cruda luz de sol en sus calles limón. Miga húmeda de panecillos humeantes, al ajenjo verderrana, su incienso matinal, cortejan el aire. Belluomo se levanta de la cama de la mujer del amante de su mujer, el ama de casa empañuelada se afana, una bandeja de ácido acético en las manos. En Rodot, Yvonne y Madeleine renuevan sus bellezas tumbadas, destrozando con dientes de oro
chaussons
de pastelería, las bocas amarilleadas por el
plus
de
flan breton
. Pasan caras de hombres de París, sus complacidos complacedores, rizados conquistadores.

El mediodía dormita. Kevin Egan enrolla cigarrillos de pólvora entre dedos pringados de tinta de imprenta, sorbiendo su hada verde, como Patrice la suya blanca. Alrededor de nosotros, engullidores se echan tenedoradas de judías picantes tragadero abajo.
Un demi setier!
Un chorro de vapor de café desde la bruñida caldera. Ella me sirve, a la señal de él.
Il est irlandais. Hollandais? Non fromage. Deux irlandais, nous, Irlande, vous savez? Ah oui!
Creyó que querías un queso
hollandais
. Tu postprandial, ¿conoces esa palabra? Un tipo que conocí una vez en Barcelona, un tipo raro, solía llamarlo su postprandial. Bueno:
slainte!
En torno a los bloques marmóreos de las mesas, el enredo de alientos vinosos y gaznates gorgoteantes. El aliento de él pende sobre platos manchados de salsa, el colmillo verde de hada despuntando entre sus labios. De Irlanda, los Dalcasianos, de esperanzas, conspiraciones, de Arthur Griffith ahora, AE, guía, buen pastor de hombres. Enyugarme como compañero suyo de yugo, nuestros delitos nuestra causa común. Tú eres el hijo de tu padre. Conozco la voz. Su camisa de fustán, floreada color sangre, hace temblar sus borlas españolas por sus secretos. M. Drumont, famoso periodista, Drumont, ¿sabes cómo llamó a la reina Victoria? Vieja bruja de dientes amarillos.
Vieille ogresse
con los
dents jaunes
. Maud Gonne, hermosa mujer,
la Patrie
, M. Millevoye, Félix Faure, ¿sabes cómo murió? Hombres licenciosos. La
froeken, bonne à tout faire
, que restriega desnudez masculina en el baño en Upsala.
Moi faire
, dijo.
Tous les messieurs
. No este
monsieur
, dije. Costumbre muy licenciosa. El baño es una cosa muy íntima. No le dejaría a mi hermano, ni siquiera a mi propio hermano, cosa muy lasciva. Ojos verdes, os veo. Colmillo, lo noto. Gente lasciva.

La yesca azul arde muriendo entre las manos y arde clara. Sueltas hebras de tabaco se inflaman: una llama y un humo acre iluminan nuestro rincón. Crudos huesos de la cara bajo su sombrero de conspirador. Cómo escapó el cabecilla, versión auténtica. Disfrazado de novia, hombre, velo flores de azahar, salió disparado por el camino a Malahide. Así lo hizo, de veras. De jefes perdidos, los traicionados, fugas locas. Disfraces, agarrados, desaparecidos, no aquí.

Enamorado despreciado. Yo era entonces un muchachote espléndido, te lo aseguro. Te enseñaré algún día mi retrato. Sí que lo era, de veras. Enamorado, por amor de ella rondó con el coronel Richard Burke, jefe hereditario de su clan, bajo los muros de Clerkenwell y, acurrucados, vieron una llama de venganza lanzarles a lo alto en la niebla. Cristal roto y mampostería desmoronándose. En el alegre Parí se esconde, Egan de París, no buscado por nadie sino por mí. Haciendo sus estaciones diarias, la mísera caja de tipografía, sus tres tabernas, la cueva de Montmartre donde duerme su corta noche,
rue de la Goutte-d’Or
, tapizada con rostros de los desaparecidos, cagados de moscas. Sin amor, sin tierra, sin esposa. Ella está tan fenomenalmente a gusto sin su proscrito, madame, en
rue Gît-le-Coeur
, canario y dos huéspedes de postín. Mejillas de albaricoque, una falda cebrada, vivaz como la de una muchachita. Despreciado y sin desesperar. Di a Pat que me viste, ¿quieres? Una vez quise encontrarle un trabajo al pobre Pat.
Mon fils
, soldado de Francia. Le enseñé a cantar
Los muchachos de Kilkenny son unos tíos valientes y ruidosos.
¿Conoces esa vieja canción? Le enseñé a Patrice ésa. Viejo Kilkenny: San Canice, castillo de Strongbow sobre el Nore. Es así, oh, oh. Me toma de la mano, Napper Tandy:

Oh, oh, los muchachos
de Kilkenny…

Débil mano consumida en la mía. Han olvidado a Kevin Egan, él no a ellos. Recordándote ¡oh Sión!

Se había acercado al borde del mar y húmeda arena abofeteaba sus botas. El nuevo aire le saludaba, con arpegios en sus nervios locos, viento de loco aire de semillas de luminosidad. Eh, no estaré andando afuera, hacia el barco faro de Kish, ¿no? Se detuvo de repente, con los pies empezando a hundirse lentamente en el suelo tembloroso. Volver atrás.

Volviéndose, escrutó la orilla sur, los pies hundiéndose otra vez lentamente en nuevos agujeros. Aguarda el frío espacio abovedado de la torre. A través de las troneras, las lanzadas de luz se mueven siempre, lentamente siempre, tal como se hunden mis pies, deslizándose hacia la oscuridad sobre la esfera de reloj del suelo. Oscuridad azul, caída de la noche, profunda noche azul. En la oscuridad de la bóveda esperan, las sillas echadas atrás, mi maleta en obelisco, en torno a una mesa de vajilla abandonada. ¿Quién va a recogerla? Él tiene la llave. No voy a dormir allí cuando llegue la noche. Una puerta cerrada de una torre silenciosa sepultando sus cuerpos ciegos, el sahib de la pantera y su perro perdiguero. Llamar: sin respuesta. Levantó los pies de la absorción y volvió atrás siguiendo el muelle de pedruscos. Tomar todo, conservar todo. Mi alma camina conmigo, forma de las formas. Así en mitad de las velas de la luna mido con mis pasos el sendero sobre las rocas, plateadas en color sable, oyendo la tentadora creciente de Elsinore.

La creciente me sigue. Puedo observarla pasar desde aquí. Vuelve atrás entonces por el camino de Poolbeg hasta la playa, ahí abajo. Trepó sobre los juncos y los viscosos bejucos y se sentó en una banqueta de roca, apoyando el bastón de fresno en un saliente de la roca.

La carcasa hinchada de un perro yacía repantigada en los sargazos. Delante, la regala de un bote, hundida en la arena.
Un coche ensablé
llamó Louis Veuillot a la prosa de Gautier. Esas pesadas arenas son lenguaje que la marea y el viento han sedimentado aquí. Y ahí, los túmulos de constructores muertos, un laberinto de madrigueras de ratas comadrejas. Esconder oro ahí. Pruébalo. Lo tienes. Arenas y piedras. Pesadas del pasado. Juguetes de Sir Lout. Fíjate que no recibas una, pam, en la oreja. Yo soy el muy jodido gigante que echa a rodar todos esos jodidos pedruscos, huesos para mis piedras pasaderas. ¡Fiifoofum! Juelo la jangre de un jirlandej.

Un punto, un perro vivo, creció ante la vista corriendo a través de la extensión de arena. Señor, ¿me irá a atacar a mí? Respeta sus fueros. No serás señor de otros ni esclavo suyo. Tengo mi bastón. Quédate bien sentado. Desde más lejos, caminando hacia la orilla a través de las crestas de la marea, figuras, dos. Las dos Marías. Lo han metido en sitio seguro entre los juncos. Veo, veo. ¿Qué ves? No, el perro. Vuelve corriendo a ellas. ¿Quién?

Las galeras de los Lochlanns corrían aquí a la playa, en busca de presa, con sus proas de picos sangrientos cabalgando una baja rompiente de peltre fundido. Vikingos daneses, con collares de tomahawks reluciendo sobre el pecho cuando Malachi llevaba el collar de oro. Una bandada de balenópteros varados en el caluroso mediodía, lanzando chorros, revolcándose en los bajíos. Luego, desde la hambrienta ciudad de jaulas, una horda de enanos con jubones de cuero, mi gente, con cuchillos de desollar, corriendo, encaramándose, dando tajos en la verde carne de ballena, revestida de grasa. Hambruna, peste y matanzas. Su sangre está en mí, sus lujurias son mis olas. Me moví entre ellos por el Liffey helado, aquel yo, cambiado en la cuna, entre las crepitantes hogueras resinosas. A nadie hablé: nadie a mí.

El ladrido del perro corría hacia él, se detuvo, retrocedió corriendo. Perro de mi enemigo. Sencillamente me quedé pálido, silencioso, acorralado.
Terribilia meditans
. Un justillo color prímula, la sota de la fortuna, sonreía de mi miedo. ¿Por eso te angustias, el ladrido de su aplauso? Pretendientes: vivir sus vidas. El hermano de Bruce, Thomas Fitzgerald, caballero sedoso, Perkin Warbeck, falso retoño de York, en calzones de seda de marfil rosablanco, prodigio de un día, y Lambert Simnel, con una escolta de maritornes y buhoneros de guerra, barrendero coronado. Todos los hijos del rey. Paraíso de pretendientes entonces y ahora. Él salvó a algunos de ahogarse y tú tiemblas ante el ladrido de un chucho. Pero los cortesanos que se burlaron de Guido en Or San Michele estaban en su casa propia. Casa de… No queremos que nos vengas con tus abstrusidades medievales. ¿Harías lo que hizo él? Habría cerca una barca, un salvavidas.
Natürlich
, puesto allí para ti. ¿Lo harías o no? El hombre que se ahogó hace nueve días al largo de Maiden’s Rock. Le esperan ahora. La verdad, desembúchala. Yo querría. Intentaría. No soy un nadador muy bueno. Agua fría blanda. Cuando metía la cara en ella en la palangana en Clongowes. ¡No veo! ¿Quién está detrás de mí? ¡Fuera deprisa, deprisa! ¿Ves la marea fluyendo deprisa por todos los lados, ensabanando deprisa los bajos de las arenas, color cáscara de cacao? Si tuviera tierra bajo los pies. Quiero que su vida siga siendo suya, y la mía siga siendo mía. Un hambre que se ahoga. Sus ojos humanos me gritan desde el horror de su muerte. Yo… Con él hundiéndome del todo… A ella no pude salvarla. Aguas: amarga muerte: perdida.

Una mujer y un hombre. Le veo las enaguas. Sujetas en alto con alfileres, apuesto.

El perro de ellos corría contoneándose en torno a un banco de arena invadido por el agua, al trote, olfateando por todas partes. Buscando algo perdido en una vida pasada. De repente salió disparado como una liebre que salta, las orejas echadas atrás, en persecución de la sombra de una gaviota en vuelo raso. El silbido chillón del hombre le hirió las flojas orejas. Se dio vuelta, volvió de un salto, se acercó, trotó sobre ancas chispeantes. En campo de gules, un ciervo pasante, de color natural, sin astas. En el borde de encaje de la marea se detuvo, con las patas delanteras rígidas, las orejas aguzadas hacia el mar. Su hocico levantado ladró al ruido de olas, manadas de morsas. Serpenteaban hacia sus patas, rizándose, desplegando muchas crestas, una de cada nueve rompiéndose, salpicando, desde lejos, desde aún más afuera, olas y olas.

Buscadores de berberechos. Vadearon un trecho en el agua y, agachándose, sumergieron sus bolsas, y volviéndolas a levantar, salieron vadeando. El perro ladró corriendo hacia ellos, se irguió y les manoteó, cayó a cuatro patas, y otra vez se irguió hacia ellos con muda adulación de oso. Sin que le hicieran caso, se mantuvo junto a ellos mientras se acercaban hacia la arena más seca, con un andrajo de lengua de lobo jadeando roja desde sus quijadas. Su cuerpo a manchas se contoneaba por delante de ellos, y luego echó a correr en un trote de becerro. El cadáver estaba en su camino. Se detuvo, olfateó, dio vueltas majestuosamente, hermano, acercó la nariz, giró en torno, olfateando deprisa perrunamente por completo todo el pelaje arrastrado del perro muerto. Cráneo de perro, olfatear de perro, ojos en el suelo, avanza hacia una sola gran meta. Ah, pobre cuerpo de perro. Aquí yace el cuerpo del pobre cuerpo de perro.

—¡Andrajos! Fuera de ahí, chucho.

El grito le hizo volver furtivamente a su amo y un sordo puntapié sin bota le lanzó sano y salvo a través de una lengua de arena, encogido en el vuelo. Volvió disimulándose en curva. No me ve. A lo largo del borde del muelle, arrastró las patas, vagabundeó, olió una roca y, por debajo de una pata trasera, orinó brevemente hacia una roca que no olió. Los sencillos placeres del pobre. Sus zarpas traseras entonces desparramaron arena: luego las zarpas delanteras hurgaron y ahondaron. Algo enterró allí, a su abuela. Hozó en la arena, hurgando, ahondando, y se detuvo a escuchar el aire, volvió a rascar la arena con una furia en sus garras que cesó pronto, leopardo, pantera, engendrado quebrantamiento conyugal, buitreando a los muertos.

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