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Authors: Kim Stanley Robinson

Tiempos de Arroz y Sal (40 page)

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
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Demasiado frío para seguir mirando más páginas, Bahram se quedó mirando fijamente a aquel hombre durmiente, su suegro, cuyo cerebro estaba tan atestado de cosas. Es extraña la gente que nos rodea en esta vida. Tropezando, volvió a la cama y al calor de Esmerine.

La velocidad de la luz

Las muchas pruebas que Khalid hizo con la luz que incidía en un prisma hicieron nacer nuevamente en él la pregunta sobre la velocidad con que aquélla se movía. A pesar de las frecuentes visitas que le hacían Nadir y sus lacayos, sólo podía hablar de la necesidad de hacer una demostración para determinar esa velocidad. Finalmente preparó todo para realizar una prueba en este sentido: se iban a dividir en dos grupos, faroles en mano; el grupo de Khalid llevaría consigo el más preciso de sus relojes de cronometraje, que podía ser detenido instantáneamente empujando un resorte que bloqueaba su movimiento. Una prueba preliminar había determinado que, cuando había luna nueva, la luz de los faroles más grandes podía ser vista desde la cima de la colina Afrasiab hasta la cresta de Shamiana, a través del valle del río, a unos diez lis
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en línea recta. El hecho de utilizar pequeñas hogueras que se tapaban y destapaban con una manta, sin duda hubiera aumentando la distancia máxima de visibilidad, pero Khalid no pensó que fuera a ser necesario.

Por lo tanto salieron a la medianoche durante la siguiente luna nueva, Bahram con Khalid, Paxtakor y algunos sirvientes rumbo a la colina Afrasiab; Iwang y Jalil y algunos ayudantes fueron a la cresta de Shamiana. Sus faroles tenían puertas que se abrirían de golpe deslizándose por una ranura lubricada a una velocidad cronometrada de antemano; esto era lo más cercano a una respuesta instantánea que habían podido lograr. El equipo de Khalid mostraría una luz y pondría en marcha el reloj; cuando el equipo de Iwang viera la luz abriría su farol, y cuando el equipo de Khalid viera su luz detendría el reloj. Una prueba muy sencilla.

El camino hasta la colina Afrasiab sobre el viejo puente del este era bastante largo y subía por un sendero que atravesaba las ruinas de la antigua ciudad de Afrasiab, visibles a la luz de las estrellas. El seco aire nocturno estaba suavemente perfumado de verbena, romero y hierbabuena. Khalid estaba de buen humor, como siempre antes de una demostración. Vio a Paxtakor y a los sirvientes bebiendo de un pellejo de vino y dijo:

—Vosotros chupáis más que la bomba de vacío; tened cuidado o chuparéis el vacío budista hasta la inexistencia y todos terminaremos dentro de esa bota.

Se detuvieron en lo alto de la cima llana y desnuda de árboles y esperaron a que el equipo de Iwang llegara a la cresta de Shamiana, negra contra las estrellas. Detrás de la colina Afrasiab, vista desde Shamiana, están las montañas de Dzhizak, por lo que Iwang no vería estrella alguna sobre la cumbre de Afrasiab que pudiera confundirlo, sólo vería la masa negra de las vacías Dzhizak.

Habían dejado palos a modo de señales en la cima de la colina apuntando hacia el otro puesto; ahora Khalid gruñó impacientemente y dijo:

—Veamos si ya han llegado.

Bahram se puso de cara a la cresta de Shamiana y abrió la puerta de la caja del farol, luego la movió a un lado y a otro. Al cabo de un instante vieron la luz del farol de Iwang, perfectamente visible justo debajo de la línea negra de la cresta.

—Bueno —dijo Khalid—. Ahora cubridla.

Bahram corrió la puerta, y la luz del farol de Iwang también desapareció.

Bahram estaba a la izquierda de Khalid. El reloj y el farol estaban sobre una mesa plegable y montados de tal manera que se abriría la puerta del farol y se pondría en marcha el reloj con un único movimiento. El dedo índice de Khalid estaba sobre la lengüeta que detendría el reloj. Kahlid masculló:

—Ahora.

Y Bahram, con el corazón golpeándole el pecho, bajó con un golpe seco la lengüeta y la luz del farol de Iwang apareció en la cresta de Shamiana en ese preciso instante. Sorprendido, Khalid maldijo varias veces y detuvo el reloj.

—¡Que Alá nos proteja! —exclamó—. No estaba preparado.

Hagámoslo otra vez.

Habían acordado hacer veinte pruebas, así que Bahram simplemente asintió con la cabeza mientras Khalid revisaba el reloj y hacía que Paxtakor tomara nota del tiempo, el cual eran dos pulsaciones y un tercio.

Volvieron a intentarlo, y una vez más la luz de Iwang apareció en el mismísimo instante en que Bahram abría el farol. Una vez que Khalid se acostumbró a la velocidad del intercambio, todas las pruebas llevaron menos de una pulsación. Para Bahram era como si estuviese abriendo la puerta del farol que estaba del otro lado del valle; era sorprendente lo rápido que era Iwang, ni hablar de la luz. Una vez hasta fingió que abría la puerta, presionando ligeramente y luego deteniéndose, para ver si el tibetano pudiera estar leyendo su mente.

—Muy bien —dijo Khalid después de la vigésima prueba—. Afortunadamente, veinte pruebas. Si hiciéramos más, acabaríamos siendo tan rápidos que comenzaríamos a ver su luz antes de abrir la nuestra.

Todos rieron. Khalid se había irritado bastante durante las pruebas, pero ahora parecía estar contento y todos estaban aliviados. Comenzaron a bajar hacia la ciudad hablando en voz alta y bebiendo buenos sorbos de vino, incluso Khalid, que casi no bebía, aunque antes había sido uno de sus placeres favoritos. Habían puesto a prueba sus reflejos en el recinto, así que sabían que la gran mayoría de sus pruebas había sido cronometrada a la misma velocidad, o a una mayor.

—Si descartamos la primera prueba y sacamos un promedio del resto, será aproximadamente la misma velocidad que nuestro propio procedimiento.

—La luz debe de ser instantánea —dijo Bahram.

—¿Movimiento instantáneo? ¿Velocidad infinita? No creo que Iwang acuerde nunca con semejante noción, desde luego a partir de esta única demostración.

—¿Y tú qué crees?

—¿Yo? Yo creo que necesitamos alejarnos más. Pero hemos comprobado que la luz es rápida; de eso no cabe ninguna duda.

Pasaron junto a las ruinas de Afrasiab tomando el camino principal que de norte a sur iba de la ciudad antigua al puente. Los sirvientes apretaron el paso y dejaron atrás a Khalid y a Bahram.

Khalid canturreaba; Bahram, al oírlo y recordar las páginas llenas de los cuadernos del viejo, dijo: —¿Cómo es que estás tan feliz estos días, padre?

Khalid lo miró, sorprendido.

—¿Yo? Yo no estoy feliz.

—¡Sí que lo estás! Khalid se rió.

—Querido Bahram, eres un simple.

De repente, agitó el muñón debajo de la nariz de Bahram.

—Mira esto, muchacho. ¡Mira esto! ¿Cómo podría ser feliz con esto?

Por supuesto que no podría. Es una deshonra: aquí llevo toda mi estupidez y mi ambición, para que todos la vean y la recuerden, todos los días. Alá es sabio, hasta en sus castigos. He sido deshonrado para siempre en esta vida y nunca podré recuperarme de ello. Nunca más comeré limpiamente, nunca más me limpiaré correctamente, nunca más acariciaré los cabellos de Fedwa durante la noche. Esa vida se ha acabado para mí. Y todo por culpa del miedo y del orgullo. Por supuesto que estoy apenado, por supuesto que estoy enfadado: con Nadir, con el kan, conmigo mismo, con Alá, ¡sí, con Él también! ¡Con todos vosotros! ¡Nunca dejaré de estar furioso, nunca!

—Ah —dijo Bahram, horrorizado.

Siguieron caminando un rato en silencio, atravesando las ruinas iluminadas por la luz de las estrellas.

—Pero mira, muchacho —continuó Khalid después de un hondo suspiro—, ya que las cosas son así, ¿qué se supone que debo hacer? Apenas tengo cincuenta años, todavía me queda algo de tiempo antes de que Alá me lleve, y tengo que ocupar ese tiempo. Y tengo mi orgullo, a pesar de todo. Y la gente me está observando, por supuesto. Yo era un hombre importante, y la gente disfrutó al ver mi derrota, por supuesto que lo hicieron, ¡y todavía siguen mirando! ¿Así que qué clase de historia puedo darles después de eso? Porque eso es lo que somos para otra gente, muchacho, somos sus cotilleos. La civilización se reduce a eso, es un molino gigante que muele cotilleos. Así que la mía podría ser la historia del hombre que llegó muy alto y cayó estrepitosamente, un hombre cuyo espíritu se rompió y se arrastró hasta un agujero como un perro, para morir lo antes posible. O podría ser la historia de un hombre que llegó muy alto y cayó estrepitosamente, luego se puso de pie desafiante y se alejó caminando en una nueva dirección. Alguien que nunca miró hacia atrás, alguien que nunca le dio a los demás ninguna satisfacción. Y ésa es la historia que voy a hacerles creer a todos. Se van a joder si esperan de mí otro tipo de historia. Soy un tigre, muchacho. Fui un tigre en una existencia anterior, tengo que haberlo sido, sueño con eso todo el tiempo, un tigre que camina sigilosamente entre los árboles buscando su presa. Ahora tengo mi tigre enganchado en mi cuadriga, ¡y ahí vamos! —Deslizó la mano hacia la ciudad que se extendía ante ellos—. Ésa es la clave, muchacho, debes aprender a enganchar tu tigre a la cuadriga.

Bahram asintió con la cabeza.

—Todavía tenemos que hacer muchas demostraciones.

—¡Sí! ¡Sí! —Khalid se detuvo e hizo un gesto señalando el rutilar de las estrellas—.Y ésta es la mejor parte, muchacho, lo más maravilloso, ¡porque todo es tan terriblemente interesante! No es simplemente algo para pasar el rato, o para huir de aquí —dijo agitando una vez más el muñón—. ¡Es lo único que importa! Quiero decir, ¿para qué estamos aquí, muchacho? ¿Para qué estamos aquí?

—Para hacer más amor.

—Está bien, muy bien. ¿Pero cómo amamos mejor a este mundo que nos dio Alá? ¡Lo amamos conociéndolo! Aquí está, de una sola pieza, hermoso cada mañana, y nosotros vamos y lo arrastramos por el suelo, creando kanes y califatos y otras cosas por el estilo. Es absurdo. Pero si intentas entender las cosas, si miras al mundo y dices: por qué sucede esto, por qué caen las cosas, por qué sale el sol cada mañana y brilla sobre nosotros, calienta el aire y llena las hojas de verde; ¿cómo sucede todo esto? ¿Qué reglas ha utilizado Alá para crear este mundo tan hermoso? Entonces todo se transforma. Dios ve que lo aprecias. E incluso si no es así, incluso si al final nunca sabes nada, incluso si es imposible saber, puedes seguir intentándolo.

—Y aprendes mucho —dijo Bahram.

—En realidad no. En absoluto. Pero con un matemático como Iwang al alcance de la mano, tal vez podamos descubrir unas pocas cosas sencillas, o dar pequeños pasos y pasárselos a otros. Éste es el verdadero trabajo de Dios, Bahram. Dios no nos entregó este mundo para que nos coloquemos en él para masticar la comida como si fuéramos camellos. El propio Mahoma dijo: «¡Perseguid el saber aunque os lleve a China!».

Ahora, con Iwang, hemos traído a China hasta nosotros. Eso lo hace mucho más interesante.

—Entonces es verdad que estás feliz, ¿lo ves? Tal como yo decía.

—Feliz y furioso. Felizmente furioso. Todo al mismo tiempo. Así es la vida, muchacho. Simplemente te sigues llenando y llenando, hasta que explotas y Alá te lleva y pone más tarde tu alma en otra vida. Y entonces todo simplemente se sigue llenando cada vez más.

Un temprano gallo cantó en el extremo de la ciudad. Hacia el este, las estrellas comenzaban a apagarse en el cielo. Los sirvientes llegaron al recinto antes que los otros y lo abrieron, pero Khalid se detuvo afuera entre los grandes montones de carbón, mirando a su alrededor con evidente satisfacción.

—Ahí está Iwang —dijo en voz muy baja.

El gran tibetano se acercaba a ellos con el andar indolente de un oso, el cuerpo cansado pero con una inmensa sonrisa en el rostro.

—¿Y bien? —dijo.

—La luz va demasiado rápido para poder medirla —admitió Khalid.

Iwang gruñó.

Khalid le alcanzó la bota de vino, e Iwang le dio un largo trago.

—Luz —dijo—. ¿Qué puedes decir?

El cielo oriental se estaba llenando de esa misteriosa sustancia o cualidad. Iwang se balanceaba de lado a lado como un oso al compás de la música, tan evidentemente feliz como nunca antes lo había visto Bahram. Los dos viejos habían disfrutado con la noche de trabajo. El grupo de Iwang había tenido unos cuantos contratiempos, bebiendo vino, perdiéndose, cayendo en zanjas, cantando canciones, confundiendo otras luces con la del farol de Khalid, y luego, durante las pruebas, sin tener idea de qué tipo de tiempos se estaban registrando en la colina Afrasiab, ignorancia que se les ocurría graciosa. Se habían puesto tontos.

Pero estas aventuras no eran la causa del buen humor de Iwang; más bien lo era un hilo de pensamientos propio, un hilo que lo había metido en una descripción, como decían los sufíes, murmurando cosas en su propia lengua, canturreando con su voz más grave. Los sirvientes estaban cantando una canción para recibir el amanecer.

—Mientras bajaba por la cresta me quedaba dormido —dijo Iwang a Khalid y a Bahram—; como iba pensando en tu demostración, tuve una visión. Pensaba en tu luz, titilando en la oscuridad desde el otro lado del valle, y me dije: Si pudiera ver todos los momentos al mismo tiempo, cada uno diferente y único mientras el mundo navega a través de las estrellas, cada uno de ellos apenas diferente de los otros... si me moviera a través de cada momento como a través de distintas habitaciones en el espacio, podría hacer un mapa del viaje del mundo. Cada paso que daba para bajar la cresta era como si fuera un mundo diferente, un trozo de infinito formado por el mundo de aquel paso. Así que con cada paso pasaba de mundo en mundo, paso a paso, sin ver nunca la tierra en la oscuridad; me pareció que si hubiera un número que pudiera indicar la localización de cada pisada, entonces toda la cresta se revelaría de ese modo, trazando una línea entre una pisada y la siguiente. Nuestros pies, tan ciegos, lo hacen instintivamente en la oscuridad, y nosotros somos igualmente ciegos ante la máxima realidad, pero sin embargo podríamos comprender el todo mediante toques regulares. Y entonces podríamos decir: Esto o aquello es lo que hay, confiando en que no había grandes piedras ni baches entre paso y paso; entonces podríamos conocer toda la forma de la cresta. Con cada paso caminaba de mundo en mundo. ¿Entiendes lo que quiero decir? —le preguntó a Khalid.

—Tal vez —dijo Khalid—. Propones trazar un mapa del movimiento a partir de unos números.

—Sí, y también el movimiento dentro del movimiento, los cambios de velocidad, ya sabes, que deben estar ocurriendo constantemente en este mundo, puesto que hay resistencia o ayuda.

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