Read Sexy de la Muerte Online

Authors: Kathy Lette

Sexy de la Muerte (35 page)

BOOK: Sexy de la Muerte
12.91Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

La entrada al aeropuerto a través de la pista transcurrió sin incidentes, pero no obstante, una vez dentro, sus sentimientos estaban tan amortiguados como las huellas sobre la moqueta acrílica sucia. Los tubos de luz fluorescente chillona e implacable parecían examinar a Shelly con cada paso que daba. Sin embargo, Coco tuvo razón. Si vas a entrar a escondidas en un aeropuerto, una erupción volcánica es casi el mejor camuflaje que puedes tener. A nadie le interesaba la gente que entraba, sólo la que salía. Reinaba el pandemonio. Había un Air Mauritius 747 que despegaba con 350 plazas… y unas cinco mil personas estaban intentando conseguir una. Air France, con su mejor sensibilidad racista, sólo estaba aceptando expatriados blancos, junto con sus perros y otras mascotas, dejando en tierra a sus sirvientes criollos. Mientras Shelly vigilaba a Matty, Kit fue a intentar pillar billetes.

A los pocos minutos de su partida, anunciaron, primero en francés y luego en inglés, que el aeropuerto, que acababa de abrir tras el ciclón, iba a cerrar otra vez hasta nuevo aviso, debido al polvo volcánico suspendido en el aire y a los escombros que estaban cayendo sobre la pista de despegues. Este obstáculo pareció insignificante comparado con la marabunta de gente enfadada que se dirigía a los mostradores de información, gritando cosas ininteligibles. Como dos niños arrastrados por una gran ola, Matty y Shelly se hundieron. Las fauces de la multitud se tragaron a Matty. A Shelly le entró el pánico, moviéndose frenéticamente para encontrarla. Por fin agarró su cálida manita de entre la maraña salvaje de brazos y piernas y la atrajo a su lado.

—¡Miren por donde van! —Shelly estaba gritando a rostros inexpresivos cuando Kit las encontró —. ¿Es que no se enteran cuando les hablan claro?

—Hum, Shelly —dijo Kit, asombrado—, son franceses.

Pero al menos volvió con buenas noticias. La CNN había fletado un hidroavión desde Mauricio para recoger a Gaby y su preciado reportaje. Los condujo al extremo retirado de la sala de embarques y señaló por la ventana al hidroavión viejo y de morro bulboso que estaba amarrado a un pontón en la bahía. Parecía como si hubiera bebido demasiada gasolina. Era W.C. Fields, con alas. Shelly suspiró con alivio, pero, si hubieran estado en una película, habría sonado una música siniestra para indicar la llegada del malo…

—No puedo hablar. —Era la voz de Gaby—. Tengo un avión que coger —dijo, adelantándolos de un empujón.

Tras ella, cargado con el equipo de luces y grabación, más cajas y cajas de cintas de vídeo, rodaba Towtruck. Tenía la cara rojiza de haber bebido, y la desesperación rezumaba de él como un sudor rancio. Era evidente que el mote del cámara, «Towtruck», se había quedado obsoleto. «El hombre ya no iba de cabeza a darse de bruces
{26}
—pensó Shelly.— Se había estampado. Con creces.»

—La veo a bordo —dijo Shelly imprudentemente.

—¡O no! —respondió Gaby con malicia—. Adiós, Kit. Qué final más dramático para mi documental… novio perdido en una misteriosa tragedia volcánica. Puedo oler el Bafta —anunció con escalofriante triunfalismo—. Usted puede venir, Green. Sólo queda una plaza libre, así que puede traer a la niña. Podemos reunirla en televisión con su madre. Los clientes adoran esa mierda sentimentaloide. Pandora se marchó en un helicóptero privado por Port Louis hace una hora. Por lo visto una cita urgente de depilación de piernas.

—Gaby —suplicó Kit—. Con que dejaras en tierra parte de tu pesado equipo de televisión, podríamos caber todos en ese hidroavión.

—Sí —farfulló Towtruck—. Lo único que necesitamos realmente son las cintas.

—No nací arpía, sabe. ¡Los hombres como Kinkade me convirtieron en una! —Pegó una patada a Kit en la entrepierna—. Eso por joder mi documental. —Entonces Gaby y su metraje para la CNN candidato al premio Bafta desaparecieron en la pequeña sala de embarques preparada para los afortunados pasajeros del hidroavión.

—Creo que me está cogiendo cariño —dijo Kit a Shelly, con los dientes apretados.

—¿En serio?

—Sí. Hoy sólo me ha dado un rodillazo en los huevos.

—¿Qué quería decir Gaby con que sólo hay dos plazas? —preguntó Shelly.

Kit le dijo de mala gana que como el pornógrafo francés y la estrella de rock y su novia popular ya habían subido a bordo mediante sobornos, el piloto mauriciano le había dicho que el avión sólo podía acomodar un adulto más y una niña pequeña. El avión patrocinado por la CNN estaba próximo a exceder el peso máximo permitido para volar.

—Shelly, te irás tú con Matilda. Yo fletaré otro barco de pesca. Con un viento propicio y no más cambios de humor en la autoridad portuaria, en un día llegaré a Mauricio en barco.

—¡A mí no me incluyas! —Matilda, que había estado haciendo menos ruido que un ratón, gritó de repente—. Yo no me voy sin mi papá. ¡No! ¡No! ¡No!

—Papá sabe lo que dice, cariño. Shelly cuidará de ti.

—No, no lo hará. Yo no cojo ese avión —insistió Shelly—. Tú lo cogerás.

—No hay más que decir, Shelly. Ya está decidido.

—¿Hola? ¿Acaso ves una máquina de escribir en mis manos? ¡No soy tu secretaria, así que deja de dictarme!

—Oh, migad. La pagueh'ita felizmente casada. No hace falta discutig. El hecho es que ninguno de los dos va. Nosotgos vamos.

Rompiendo su estado de sagrado estancamiento estaban Gaspard y su querida… la camarera del bar del hotel. Shelly sintió cómo el terror reptaba extendiéndose por su columna vertebral. Pero mientras ella pensaba que un silencio apreciativo podría ser la mejor política que adoptar llegados a este punto, Kit gimió de manera audible.

—¡Dios! ¡Usted otra vez no! ¡Es como una jodida criatura de una película de terror que nunca se muere!

—Mi vida está en peliggo. ¿Esas dos plazas del hidgoavión? Me las dais a mí.

Sin embargo, lo único que le dio Kit fue el dedo corazón de «que te jodan». Shelly esperó y rezó por que el comandante de policía francés pensara que era el signo vulcano para «vive una vida larga y próspera».

Pero la atención del jefe de policía estaba centrada en la ventana, a través de la cual podían ver la procesión de pasajeros… Gaby, Towtruck, la estrella de rock y el pornógrafo, caminando por la pista hacia el pontón maltratado por la tormenta. Gaspard se lanzó con apremio hacia la puerta de la sala de embarques, querida en mano.

—¡No puede ser que vayas a coger la última plaza reservada a un niño! —regañó Shelly a la amante anoréxica que, ahora que lo pensaba, tenía más o menos la misma talla. Shelly dirigió su atención a Gaspard—. ¿No tiene usted ninguna revuelta que sofocar? Aunque, ¿por qué debería sorprenderme de que sea usted tan cobarde? El nombre francés para la policía es
le poulet
, ¿no? Gallina. Es obvio que viene usted de una familia de valientes.

Gaspard se detuvo en seco, volviendo para cruzarle la cara a Shelly. Una vez, dos. Habrían sido tres si no fuera porque Kit le agarró la mano a mitad de camino.

—Eso es lo que me gusta de los franceses —dijo Kit—. Son tan amables, tan refinados, tan elegantes, tan elegantemente crueles con las mujeres, los negros y nosotros los yanquis, por supuesto.

La rabia que sentía Shelly hacia Kit decreció de inmediato. Vale, puede que su marido fuera el único hombre que ella había conocido que llamaba al mal tiempo antes de estar bajo resguardo, pero tenía que admitir que Kit Kinkade no sólo tenía huevos de acero, los tenía de titanio. Y, por la mirada de Gaspard, bien que los iba a necesitar.

Lo interesante de mirar un puñal apuntado hacia la ingle de tu marido es lo pequeña que es la punta de la hoja, y sin embargo el agujero tan enorme que haría en tus planes reproductivos de futuro. Shelly apartó a Matty del camino y contuvo la respiración.

El odio destelló en las facciones de
Super Flic
, rojo de la ira.

—Debeguía matagle pogueso —hirvió Gaspard, pinchando con el puñal a Kit.

—Si tuviera un cadáver por cada vez que ha dicho eso… —se burló Kit, esquivando con pericia cada puñalada—, podría abrir una funeraria. —Estaba retrocediendo hacia la cinta transportadora, alejando a Gaspard y a su puñal lo máximo posible de Matty y Shelly. —¿Pero por qué no se queda aquí para apaciguar su pequeña rebelión? Oh, claro, cómo no. La retirada es una maniobra que los gabachos han estado perfeccionando desde 1870.
¡Vive les débiles!
El ejército francés sólo tiene práctica con los puntos clave de la capitulación militar, ¿verdad? Aun así, agitar la bandera blanca conservando la pomposidad es todo un arte. ¿De qué unidad decía usted que era, Gaspard?
Del Régiment de Collaborateur Français
, ¿no? —Con una diestra arremetida tiró al suelo el cuchillo del comandante de una patada.

La norma más importante para viajar en avión es que el pasajero con armas tiene prioridad, algo que a Kit le costó aprender hasta que Gaspard empezó a golpearle en la cara con la culata de la pistola que blandió del bolsillo de su abrigo. El poli estaba furioso, rabioso, con la cara roja como la remolacha, ajeno al aullido que salió desgarrado de la garganta de Shelly y a Matilda pataleando y gritando a pleno pulmón, con el rostro deformado en una máscara de terror. Ajeno hasta que unas palabrotas a voz en grito de su querida provocaron que desviara su atención a la salida inminente del hidroavión.

Una maleta abandonada se había roto durante el ataque psicótico de Gaspard y derramó su lencería erótica sobre la cinta transportadora. Kit colapsó de espaldas entre la ropa sucia. Shelly estaba demasiado preocupada imaginándose a su marido con una etiqueta clavada en el dedo del pie indicando el precio como para ver marcharse al comandante de policía, pero oyó el fuerte chasquido de la puerta de la sala de embarques cerrándose, tan irreversible como el cierre de la escotilla de un submarino.

Matty trepó al regazo de Kit, sollozando, con grandes burbujas de mocos saliendo de su nariz. Shelly inclinó con suavidad la cabeza de Kit sobre su hombro. La sangre de su rostro estaba goteando sobre su pierna. Parecía falsa, como la de una película de terror de serie B.

A través de las enormes ventanas de cristal vieron cómo Gaspard y su amante cruzaban la pista hacia el pontón erosionado por el viento y a continuación subían a bordo. Observaron con creciente abatimiento cómo el avión rodaba por el agua, y a continuación despegaba directo al viento para interceptar, a salvo, el sol poniente. Estaban sentados en un silencio antinatural, respirando la emisión acre de combustible de avión y cordita.

—No te preocupes —empezó a hablar Matty—. Papá nos salvará. Es como ese actor americano. Arnold Snort-snigger
{27}
.

Era demasiado para Kit.

—Os he fallado a las dos —dijo, y su voz estaba vibrando, rota—. Lo siento muchísimo.

—¿El qué? ¿Querer a tu hija? Sé que has hecho algunas locuras, bueno no, cosas completamente estúpidas, Kit, pero sólo actuaste por amor. Y eso es lo que te hace tan… —Le miró. Kit era como su padre en el sentido de que era un dolor de muelas cuando estaba alrededor, pero era distinto a su padre en que era un dolor de corazón cuando no lo estaba. Y, lo más importante de todo, él siempre estaba para su niña.

—¿Lo que hace a papá tan qué? —Matty estaba tirando a Shelly de la manga.

—Atractivo —susurró Shelly, avergonzada.

—¿Atractivo? ¿Crees que me seguirás encontrando atractivo después de veinte años en la cárcel? —preguntó Kit, desalentado—. Porque ahí es donde me va a meter Pandora.

—Por eso me he, como… —Shelly siguió adelante. Bueno, ahora o nunca—, enamorado de ti, maldita sea. —Se mordió la lengua como castigo por lo que había pronunciado. ¿Palabras cariñosas a un hombre? ¿Estaba loca? Aunque podría ser sólo la gripe.

Sin embargo, Kit parecía no ser consciente de la declaración emocional tan crucial que le acababa de hacer Shelly.

—No te enamoraste, te metiste en un marrón… y ahora tienes que salir de él —dijo, sin poder apenas abrir los párpados—. Pandora tiene razón. Ni siquiera puedo cuidar de mí mismo. No digamos ya de mi hija. El fracaso es en lo único que he llegado a tener éxito. Siempre estoy jodiendo las cosas.

—¿Sabes qué? —dijo Shelly, con fortaleza—. Tienes razón. A mí también me has jodido las cosas. Quiero decir, ahí estaba yo totalmente justificada en mi odio absoluto hacia los hombres y tuviste que venir tú y empezar a ser valiente y heroico y a hacer sacrificios y ser amable conmigo. ¡Qué egoísta eres! Cabrón despiadado. —Le dio a Kit un golpe juguetón con el puño en el brazo, lo cual le sacó una sonrisa triste.

—¿Sabes qué? Debo de llevar demasiado tiempo en esta cinta transportadora, porque estoy empezando a encontrarte atractiva otra vez. Y ni con mucho tan mandona como te recordaba.

—O el golpe en la cabeza te ha hecho más maduro e inteligente —respondió Shelly—, teoría que no recibe mucho respaldo popular, o, por una vez en tu vida, realmente estás hablando en serio…

Sin embargo, Shelly no obtuvo respuesta, porque justo entonces Coco, jadeante y desaliñada, irrumpió por la esquina y corrió hacia ellos, con su pelo negro al viento y un pañuelo sobre la nariz y la boca.

—¡Dieu!
—soltó un grito ahogado—. Qué contenta estoy de que aún estéis aquí —resopló.

—¿Por qué? —dijeron Kit y Shelly al unísono.

—Dólagues de los tuguistas. Eso es lo que sostiene el ggueh'imen, ¿no? Gastón dio la ogden de que los aviones que lleven tuguistas se han convertido en blancos militagues leh'ítimos. Gracias a Dios que no habéis coh'ido ese avión.

—¿Qué estás diciendo exactamente? —preguntó Kit.

Coco hizo una pausa, mirando con premonición por la ventana hacia el cielo nocturno.

—Hay una bomba.

—¿Entonces —Shelly tenía el cerebro embrollado, pero estaba intentado alcanzar algo de claridad—, lo que estás intentando decirnos es que el protocolo de los hidroaviones permite a los terroristas embarcar antes de tiempo?

Coco asintió con la cabeza. Y entonces Shelly eligió la única opción posible tras semejante día… y se desmayó.

Diferencias entre sexos: El impulso sexual

 

Los hombres piensan que «impulso sexual» significa hacerlo en un coche… probablemente por esa pequeña señal en el espejo retrovisor que dice: «Los objetos en este espejo pueden parecer más grandes de lo que son».

22

Condiciones de rendición

—¿Qué quieres ser cuando seas mayor? —preguntó Shelly a Matty mientras estaban de pie en la playa solitaria, empapados en un baño de sol almibarado. El cielo estaba blanco como la leche, con florituras de nubes cremosas.

BOOK: Sexy de la Muerte
12.91Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Black Baroness by Dennis Wheatley
Smuggler's Glory by King, Rebecca
The Betrayal of the American Dream by Donald L. Barlett, James B. Steele
Thermopylae by Ernle Bradford
Sadako and the Thousand Paper Cranes by Eleanor Coerr, Ronald Himler


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024