—Lo haré —dice Jaime—. Álex tiene esposa y tres hijos y soy el padrino de su hija mayor.
—¿Tú también tienes hijos?
—Dos niños: de ocho y seis.
—Tú sabrás —dice Ben—; para eso eres el contable y esto ocurrió en tu jurisdicción pero, conociendo el temperamento de tu cliente, yo diría que o sus hijos o los tuyos van a crecer sin su papá, a menos que... Vamos, Jaimito, no estarás metido en esto tú también, ¿verdad?
Ben deja un billete de veinte dólares al marcharse. Jaime se queda allí sentado.
Convocan a Álex a una reunión con Lado. Le dan:
a
) una bonificación
b
) un ascenso
c
) una reprimenda
d
)
Si el lector ha elegido la opción d...
Álex no puede explicar el origen de sus ingresos: los tres depósitos, el bloque de pisos...
Es como una reunión muy desagradable con un inspector de Hacienda, sólo que Álex no puede llamar a H & R Block ni a ninguno de esos pistoleros que se anuncian por la radio.
Tiene que ser su propio abogado y no tiene derecho a guardar silencio. Además, no está en la sala de interrogatorios de la policía, sino en un depósito, en los llanos de Costa Mesa. Al menos Álex no está colgado del techo. Lado conoce el paño: sabe que el abogado no es un tipo duro y que no hace falta seguir el procedimiento de la piñata, de modo que sólo lo tiene atado de pies y manos y le pega unas cuantas bofetadas. Nada más.
El abogado
lambioso
ya está llorando.
También han convocado a esta reunión a Chon y a Ben.
Ha sido idea de Elena.
Quiere ver su reacción.
Ben contempla la película horrorizado.
CORTE A:
Interior de un almacén, de noche.
ÁLEX está sentado en el suelo, apoyado contra una pared. De la boca le sale un hilillo de sangre y tiene algunas salpicaduras en la espalda de su traje gris de Armani.
LADO está en cuclillas a su lado y le habla con suavidad.
LADO ¿Quién te ha pagado?
ÁLEX Nadie.
LADO ¿El Azul? ¿Los 94?
ÁLEX Te lo juro por Dios. Nadie.
LADO Mira, vas a morir y los dos lo sabemos, pero me caes bien y has prestado buenos servicios durante años, de modo que te voy a dar una oportunidad. Puedes morir tú... o puede morir toda tu familia.
Álex empieza a sollozar.
LADO (
continúa
) Si me dices la verdad ahora mismo, tu mujer y tus hijos cobran tu póliza de seguros. Si me vuelves a mentir, voy a tu casa, les digo que has sufrido un accidente, los traigo aquí y los mato delante de tus narices.
Ben no puede respirar. El mundo da vueltas y le parece que está a punto de vomitar, pero siente la voluntad de Chon:
«Ni una palabra. No abras la puta boca.»
Álex se yergue, traga saliva, mira a Lado a los ojos y dice:
—Ha sido el Azul, con la ayuda de los 94.
Lado le da una palmadita en la cabeza y se pone de pie.
Se saca una pistola del cinturón y...
Se la entrega a Ben.
—Hazlo tú.
—También se llevó tu dinero —dice Lado y tiene razón—, así que debes hacerlo tú. Te lo regalo.
—Lo haré yo —dice Chon.
—He dicho que él, no tú —dice Lado con brusquedad.
Mira a Ben a los ojos, mientras le pone la pistola en la mano.
«Hazlo —es el deseo de Chon—. Tienes que hacerlo. Piensa en O.»
Ben dispara dos veces al pecho de Álex.
—Conque fue Álex —dice Ben fuera, en el aparcamiento.
La mano le tiembla como un esqueleto en una casa embrujada.
—Fue Álex —concuerda Lado.
—Así que ya está todo aclarado.
Lado asiente, lacónico, con la cabeza.
—Entonces ¿sigue el trato como siempre?
—
Sí
, el trato sigue como siempre.
—Quiero hablar con O. por Skype.
Lado se lo piensa un segundo y después accede.
El rostro de O.
Se ilumina cuando los ve.
Una gran sonrisa.
—¡Hola, tíos!
—Hola.
—Hola.
—¿Cómo estás? —pregunta Ben, sintiéndose estúpido.
—Pues, ya lo ves, aquí estamos —dice O.— Esto es el sueño de cualquier gandula: me obligan a punta de pistola a quedarme todo el día en mi habitación y a no hacer nada, salvo mirar porquerías por la tele.
—No será por mucho más tiempo.
—¿No?
—No.
—¿Cómo estáis vosotros, tíos?
—Pues bien —dice Chon.
—¿Y tú, Ben, estás bien?
—Sí, estoy bien —dice Ben.
Se interrumpe la sesión.
Sí, Ben está bien.
—¿Te has fijado en el fondo que aparecía en Skype? —pregunta Ben a Chon—. Es otro lugar.
Lo ha mirado como treinta veces.
—Y oye...
Sube el volumen.
—¿Qué es eso de fondo?
—Voces.
—Hablan en...
—Inglés.
Danny Benoit es diácono de la Iglesia de la Santísima María.
Además, es un técnico de sonido muy bien pagado que una vez al mes cubre, por la 405, el trayecto desde su casa en Laguna Canyon hasta los estudios de grabación de Los Ángeles en un Corvette de 1966 que él llama «el barco pirata».
—Navego en él hasta Los Ángeles una vez al mes —dice Danny—, lo lleno de pasta y navego de vuelta antes de que me pillen.
Danny B. es oro.
O platino.
Puede convertir una voz normalita en algo sensacional y una voz buena en algo sublime. «Los principales nombres de la industria discográfica» quieren que Danny les haga las mezclas.
A él le importa un pimiento quiénes son.
Lo suyo no es mencionar a gente importante.
Ni codearse con ellos.
Ni alternar.
Lo único que quiere es hacer sus mezclas, ganar dinero y volver a casa.
Y Danny hace parte de su mejor trabajo por Ben y Chonny's.
Es sabido que le han proporcionado mezclas en función del «artista» que esté mejorando en cada momento. Prefiere
sativa
para el
hip-hop, indica
para el
rhythm and blues
. Basta con que digas una sola palabra, tío, y Ben y Chonny's se saltarán la red de distribución habitual para hacértela llegar directamente.
A Ben le gusta escuchar melodías por la radio y saber que ha contribuido en algo.
«Vuestros nombres deberían figurar en los discos compactos», les dijo Danny en una ocasión.
A punto estuvo de expresarles su agradecimiento una noche, en la entrega de los Grammy, pero por suerte se lo pensó mejor.
Habría estado de puta madre, pero habría sido una putada.
Le llevan a casa una grabación de la sesión de Skype. Danny tiene el aspecto del típico
hippy
que sabe que la década de 1970 ha terminado hace tiempo pero le importa un pimiento: camiseta, vaqueros, sandalias y coleta.
Como no es de recibo presentarse en casa de alguien con las manos vacías, le llevan una bolsa de Alunizaje. («Algunos dicen que ocurrió de verdad; otros dicen que fue un montaje; a nosotros nos da igual.») Danny se comporta como un porreta perfecto y la hace circular.
Una vez cumplidas las formalidades, Ben le pregunta:
—¿Puedes ampliar esto?
—¿Puede Kobe anotar un triple?
Lo introduce en el equipo de audio de su casa, hace girar unos sintonizadores, enciende y apaga unos interruptores y al cabo de un minuto es como si estuvieran en la misma habitación que O.
—¿Y los altavoces en inglés que se oyen de fondo?
—La radio —dictamina Danny—. Frecuencia modulada.
—¿Es una emisora estadounidense?
Danny tiene un oído muy sutil y conoce las emisoras, de tanto escucharlas para averiguar quién le birla sus derechos de autor. (La respuesta, claro está, es que todo el mundo lo hace. Con negocios como éstos —las drogas, el cine y la música—, todo el mundo roba a todo el mundo.) Es capaz de escuchar una emisora silenciosa y saber de qué radio se trata.
—Es Kroc —dice, después de oírlo varias veces—. «El Kroc en tu dial.» Emite desde Los Angeles. Un plato de enchiladas de éxitos del
pop
y música de los años noventa.
—O. la escucha —dice Chon.
—¿Puede llegar hasta México?
—Puede —dice Danny—, pero no con tanta nitidez. La señal es excelente.
«Sin duda», piensa Ben.
Vuelven al fichero y siguen investigando.
Si tienen a O. en el sur de California, ¿dónde estará?
Tienen que escarbar bastante, pero al final dan con algo.
Dennis se interesa por una empresa llamada Gold Coast Realty, con sede en —¿a que no te lo imaginas?— la playa de Laguna, en California.
—Gold Coast Realty —dice Ben—. ¿Te suena de algo?
—¿No son los que te vendieron esta casa?
—Efectivamente.
—Steve Ciprian.
Steve Ciprian es el dueño de Gold Coast.
Socio fundador de la Iglesia de la Santísima María.
También llamado «el padrastro número Seis».
No les cuesta demasiado dar con él. A Steve lo puedes encontrar en:
a
) el bar del Ritz-Carlton
b
) el bar del St. Regis
c
) el campo de golf
Steve reconoce sin ambages que es un alcohólico altamente funcional, que en los bares sólo bebe martinis y, durante la cena, vino (caro). Se puede permitir usar sólo camisas hawaianas y pantalones color caqui, pasa el tiempo que no dedica a beber jugando al tenis o al golf y engañando a la esposa de turno, fuma porros y gana como varios millones de dólares al año vendiendo las casas más exclusivas de la Costa Dorada, que se extiende cerca de la autopista de la costa del Pacífico, entre Dana Point y la playa de Newport.
Bueno, en realidad, eso es lo que solía ganar antes del crac, porque ahora todo el mundo trata de vender, pero nadie está en condiciones de comprar, y Steve intenta aguantar disminuyendo su hándicap mientras elude las llamadas telefónicas.
Y emporrándose más.
Ha sido un año difícil para Steve.
Los negocios se han ido a la mierda.
Su secretaria lo amenaza con contarle a su mujer lo que pasa entre ellos.
Su mujer lo manda a paseo de todos modos, por motivos que no tienen nada que ver con que se haya tirado a su secretaria, sino porque a él no le entusiasma que ella quiera llegar a ser «entrenadora de vida». Él no tiene ni pajolera idea de lo que eso significa.
Es un coñazo tener que mudarse, aunque Kim se estaba acercando rápidamente a su «fecha límite», de todos modos, y, si lo mira por el lado bueno, hay una docena de casas en vías de ejecución a las que se puede mudar por el momento. Mantendrá a su secretaria con el pico cerrado hasta que la plante y acabe despidiéndola.
La secretaria es una bocazas y un peñazo, pero ¡qué par de tetas!
Está sentado en el bar del St. Regis a punto de beber su segundo martini, cuando entran Ben y Chon.
Siempre es un placer verlos.
Aquellos chavales le han hecho pasar buenos momentos.
Verlos jugar al voleibol era como ver la célebre poesía en movimiento y fumar su maría es tocar el cielo con las manos. Steve no recuerda cuál de los dos se cepillaba a la hijita de Kim, que estará mal de la azotea, pero también está para comérsela.
¡Por Dios! No le habría importado llevarse al huerto a la chiquilla, pero aquel yogurcito nunca lo miró dos veces.
¡Qué lástima!
Habría estado bien follarse a la madre y a la hija.
Y la chavala llamaba a Kim por un nombre muy gracioso. Se le escapó una noche que los dos se habían puesto como una moto, cuando él pensó que tenía una fracción de oportunidad con ella. ¿Cómo era que le decía?
Eso es: Rupa.
Reina del Universo Pasiva Agresiva.
No se equivocaba en eso y ahora la zorra con ínfulas ha encontrado a Jesús. Pues muy bien. Que Jesús le pague el próximo tratamiento antiarrugas.
Ben y Chon se acercan y se sientan a su lado.
Uno a cada lado.
—Steve —dice Ben.
Eso es todo; nada más que «Steve».
—Ben. Chon. —Steve.
—Bien, ya sabemos nuestros nombres —dice Steve.
—Yo tengo un nombre para ti —dice Ben—. Elena Sánchez Lauter.
—Fuera de aquí, coño.
Lo que quiere decir es que salgan de allí.
Se van a la oficina de Steve.
Van a la oficina de Steve, porque allí es adónde Chon sugiere que vayan y parece que Chon tiene muy claro lo que quiere. También quiere que la secretaria de Steve se marche temprano a su casa, de modo que ella coge su suculenta pechuga y se larga.
—Tíos, no sabéis en lo que os estáis metiendo.
—Has estado comprando propiedades para Elena Sánchez y el cartel de Baja —dice Ben— con nombres supuestos, mediante empresas fantasmas y cosas por el estilo.
—¡Venga ya, chavales!
—Quiero una lista.
—Quieres una lista.
—Es lo que acabo de decir, Steve.
—Aunque hubiera hecho lo que decís (y no estoy diciendo que lo haya hecho) —dice Steve con voz quejumbrosa— y aunque tuviera semejante lista (y no estoy diciendo que la tenga), ¿tenéis pajolera idea de lo que podría ocurrirme si esa información sale de mi boca?
Chon no está dispuesto a discutir.
—¿Y tienes tú pajolera idea de lo que podría ocurrirte si no sale?
Coge a Steve por el cuello y lo levanta con una sola mano.
—Esto tiene que ver con tu hijastra, capullo —dice Chon—. Si no me das esa lista, te despacho ya mismo.
Se marchan con la lista.
Casas, bloques de pisos, fincas.
Revisan una lista tras otra.
Encuentran cierta coherencia: Elena la Reina no ha parado de comprar propiedades en el sur de California, pero no las ha soltado. Están distribuidas por todo el sur: Laguna, Laguna Niguel, Dana Point, Mission Viejo, Irvine, Del Mar.
—No la van a llevar a un barrio residencial de los suburbios —dice Chon.
Entonces, a alguna de las fincas.
La mayoría quedan en el condado de San Diego.
Rancho Santa Fe...
—Demasiado pijo, demasiada gente.
Ramona, Julián.
—En las montañas están más aislados. Es posible.