Authors: Alvaro Ganuza
-Vale.- murmuro asintiendo.
Camino a la salida del despacho, pero me vuelvo una vez más hacia ellos.
-Por cierto, papi.- digo sonriente.- Esta noche voy a salir con las chicas.
-¿Cómo? ¿No decías que te ibas a encargar del chico?
-Lo sé, pero si no salgo vendrán ellas, ya sabes cómo son. Además que con la vigilancia que le has puesto dudo que salga de la habitación.
Mi padre da un paso hacia mí, después se gira hacia Mylo y por último me mira de nuevo a mí.
-De acuerdo.- acepta y se pasa las manos por su pelo negro.- Mylo irá contigo. No te importa, ¿verdad, Mylo?
-Por supuesto que no, señor.- contesta alzándose de su silla ergonómica.
-¡Un momento!- los detengo.- Mylo no va a venir conmigo, sé cuidarme sola. Él me enseñó defensa.
-Victoria, no seas cabezota.
Me acercó a papá y le cojo de las manos.
-Debes empezar a confiar en mí. En cuestión de meses voy a cumplir veinticuatro años, ya no soy una niña.
Bruno, el duro narcotraficante, frunce el ceño.
-En Madrid me las apañé bastante bien sin necesidad de escoltas.
Papá aparta la mirada y me doy cuenta que mira a Mylo de soslayo.
-No.- musito.- Dime que no es cierto lo que estoy pensando.
Vuelve a mirarme y aunque no diga nada, lo leo en sus ojos.
-¡Papá!- exclamo y me aparto de él.- ¡¿Hiciste que me vigilaran en Madrid?! ¡¿Durante todos estos años?! ¡No me lo puedo creer!
Camino como un pollo sin cabeza, de un lado a otro del despacho. Descubrir eso me hace sentir... ultrajada.
-Eres mi pequeña, mi princesa.- se escuda él.- ¿Acaso crees que podría estar tranquilo mientras tú estabas allí?
-¡Joder!- gruño.
-¡Esa boca, jovencita!
-Creo que os dejaré a solas.
Mylo sale de detrás de su escritorio y aunque tiene intenciones de marcharse, le agarro del brazo y lo detengo.
-¡Tú no te vas! ¡Eres tan culpable como él!
Sé que Mylo solo cumple órdenes, pero mi padre ya le tiene suficiente confianza como para aceptar sus consejos, consejos como que no es normal vigilar durante años a una hija que está estudiando fuera. Aunque sea por protección.
-¡Y decidme! ¿Os informaban de cada paso que daba?
Ambos enmudecen, por lo que el que calla otorga.
-¡Dios, esto es humillante!- musito tapándome la cara con las manos.- Papá, no puedes seguir así.
Siento sus brazos rodeándome, apretándome contra su pecho, y su cabeza contra la mía.
-Te quiero tanto.- susurra.
Descubro mi cara y veo que Mylo nos ha dejado solos. El muy puñetero es tan silencioso como un gato cuando quiere.
-Lo sé, papá, y yo a ti, pero tienes que dejar de pensar que si no me proteges puedo irme al igual que mamá. No es bueno para ti tener esos pensamientos, ni esa ansiedad o preocupación cada vez que salgo de casa.
Me estruja un poco más fuerte entre sus brazos.
-Has crecido tan rápido. Parece que fue ayer cuando no soltabas mi mano hasta que te llevaba a la cama y te quedabas dormida.
Suspiro, pegada a su americana.
-Y ahora mírate, toda una mujer, y te pareces tanto a tu madre.
-El carácter lo he heredado de mi padre.- comento.- Y la inteligencia, la destreza, la perseverancia, la fuerza para hacer las cosas, para no amilanarme ante nadie.
Paso los brazos por su cintura y le abrazo fuerte. Así pasamos varios minutos, enlazados el uno al otro y demostrándonos todo el amor que nos tenemos.
-Te prometo que intentaré cambiar mi obsesión por tu seguridad.
-Y yo te prometo que me mantendré alejada del peligro.
El duro torso de mi padre reverbera con sus risas.
-¿Me acompañas a tomar un café?
-Claro.- acepto.
Sin soltarnos, salimos del despacho de Mylo y nos dirigimos a la cocina.
Me encanta hablar con mi padre, del pasado, del presente, del futuro... y reímos, reímos muchísimo sobretodo cuando recordamos momentos como el día que, con seis años, mi padre me llevó de compras y exigió a las dependientas de una tienda de marca, cerrar las puertas al público porque su princesa quería comprar ropa y nadie la debía molestar. Incluso consiguió que las dos mujeres se centraran en mí como si fuese una estrella. En el fondo sí que era la estrella, pero la estrella de papá.
Para cuando me doy cuenta son casi las siete de la tarde. ¡Madre mía!
Dejo a mi padre hablando con parte de la plantilla de seguridad, en total serán unos cuarenta, y subo a comprobar cómo se encuentra Tomás.
Los chicos siguen apostados a los lados de la puerta, pero me sorprende encontrarla abierta. Al entrar me topo con Sonia, la rusa, que está dejando la ropa y las zapatillas limpias de Tomás sobre la cómoda que hay junto a la ventana.
-Está dormido.- dice cuando me ve.
Asiento y me acerco a la mesilla para guardar su DNI en la cartera. Le miro de reojo y parece tan profundamente dormido, que me da pena tener que despertarlo para que tome el otro anti-inflamatorio.
Sonia se marcha y yo me siento delicadamente sobre el colchón e introduzco los dedos entre su suave pelo castaño.
-Tomás.- susurro.
No reacciona.
-Tomás.- repito algo más fuerte.
Gime y mueve un poco la cabeza, como si disfrutara de mis caricias.
-Tomás, despierta.
Esta vez le muevo un poco del hombro.
-Sí.- murmura dormido.- Diez, setenta y siete.
Sonrío y me muerdo el labio inferior. Incluso hablando en sueños está monísimo.
Le agito más fuerte y ahora sí despierta.
-¿Qué pasa?- reacciona alarmado.
-Nada, tranquilo.- le calmo.- Siento despertarte pero tienes que tomar el otro anti-inflamatorio. ¿No te duele nada?
-El ojo, un poco.
Cojo de la mesilla la pastilla, lleno el vaso de agua y le tiendo ambas. Él se la toma de un trago y vuelve a recostarse.
-Voy a darte la crema y podrás seguir durmiendo.
Tomo el tubo de la mesilla, lo abro y vierto el ungüento en mis dedos. Se la esparzo delicadamente por el ojo, pómulo, mentón, barbilla, frente... hombro derecho, codo derecho... nudillos... costillas del lado izquierdo... cadera derecha...
-Ummm...- ronronea relajado.
¿O no tan relajado?
Miro furtivamente su bóxer y me percato del gran bulto que crece en su interior. ¡Ay, Dios mío!
Intento centrarme exclusivamente en cubrir los hematomas y no hacerle daño, pero es tan difícil... y mucho más cuando posa una mano en mi muslo y se dedica a trazar círculos sobre la tela vaquera. ¡Oh!
Dejo el tubo de pomada sobre la mesilla y cubro de nuevo su perfecto físico con el edredón. Si no puedo caer en la tentación, al menos que tampoco la vea.
-Ya está. Puedes seguir durmiendo.
-¿Te quedas y vemos un poco la tele?- pregunta mirándome con sus bellos ojos verduzcos.- Si sigo durmiendo, esta noche la pasaré en vela.
-Claro.- acepto y cojo el mando de la mesilla.- ¿Qué te apetece ver?
-Lo que quieras.- contesta.- Menos programas de cotilleos, bastante tengo con mi vida como para interesarme la de los demás.
Río por lo que dice, me levanto de la cama y enciendo la tele. Voy zapeando mientras me dirijo al sofá chesterfield y me acomodo en él.
-Te puedes poner aquí.- dice palmeando a su lado.- Esta cama es enorme.
Sonrío y dejo un canal de series veinticuatro horas.
-No me meto en la cama con desconocidos.- digo jocosa.- Ni siquiera para ver la tele.
Tomás suelta una gran carcajada. ¡Hasta su risa me encanta! Si llevaría otro tipo de vida, sería perfecto.
-Técnicamente no te vas a meter.- dice.- A menos que quieras.
Ahora soy yo la que río con ganas.
-Vamos.- insiste.- Desde aquí la verás mejor.
Le miro y él vuelve a dar palmadas en el edredón a su lado. Sonrío y me levanto del sofá. En el fondo me apetece estar a su lado, pero no quiero que se dé cuenta de la atracción que siento hacia él.
No me descalzo porque eso sería ponerse demasiado cómoda y subo a la cama para recostarme contra el cabezal de polipiel acolchado. Es cómodo, quizá debería cambiar el de mi cama que es en madera tallada.
-¿No estás mejor aquí?- pregunta conforme se incorpora para colocarse igual que yo.
-Sí.
Intento centrarme en la serie, que vaya casualidad tiene que ser Sin tetas no hay paraíso, y no pensar en el macizo casi desnudo que tengo al lado.
-¿Te gusta esta serie?
Se me eriza la piel al escucharle tan cercano y me froto los brazos para que no se dé cuenta de mi reacción.
-No está mal.- contesto encogiéndome de hombros.Pero considero que vanagloria un estilo de vida que no se corresponde con la realidad.
-¿Qué estilo de vida? ¿El de los narcos? ¿Es que tú sabes de eso?
¡Soy imbécil!
-Me refiero al hecho de insinuar que las mujeres atractivas tienen mejor vida que las que no lo son tanto. Al hecho de que para vivir bien, debas tener un físico perfecto aunque para ello debas pasar por el quirófano.
¡Toma sermón que me he cascado! Y eso que creía haber pecado de bocazas.
-Entiendo. Y te doy la razón.
Sigo mirando la serie. Ahora salen en pantalla el Duque y Cata.
-Hacen buena pareja, ¿verdad?- pregunto y le miro. Tomás vuelve el rostro hacia mí y se encoge de hombros como queriendo decir “
si tú lo dices
”.
Sonrío y me centro de nuevo en la serie, aunque me resulta algo difícil ya que percibo que Tomás me está mirando.
-Amaia Salamanca es guapísima.- pienso en alto.
-Tú me lo pareces más.
Me ruborizo y vuelvo a sonreír. Sinceramente este chico me saca una sonrisa fácilmente.
-¿Tienes novio?
Le miro, desconcertada por la inesperada pregunta.
¿Qué pretende con saber eso?
-¿Qué vas a hacer cuando te recuperes?- pregunto pasando de largo el tema “amoríos”.- ¿Regresarás a Benidorm?
Tomás baja la vista y gira la cara hacia la televisión.
-No lo sé.- musita.- No me apetece volver allí.
Frunzo el ceño ante su respuesta y le sigo mirando.
-¿Y tus objetos personales?
-Solo tengo una maleta con ropa.- dice.- Puedo pedirle al chico que compartía piso conmigo que me la envíe al sitio donde depare.
-¿Vas a seguir con tus... trabajitos?
Él sonríe y niega con la cabeza.
-Tal y como me ha ido, creo que no es recomendable.
Me gusta y me acelera un poco el corazón saber que va a dejar ese peligroso y dañino estilo de vida.
-¿Qué tal se vive en Valencia?- pregunta y vuelve el rostro hacia mí.- Puede que me busque un trabajo por aquí. ¿Crees que tu padre me contrataría en su concesionario para limpiar los coches?
Su amplia sonrisa me muestra sus perfectos dientes blancos y mi corazón se acelera un poco más.
¿Piensa quedarse en Valencia? Eso sería... ¡uff!
-Bueno.- carraspeo y me aclaro la garganta.- Es mi tierra, ¿qué puedo decirte?
-¿Tú trabajas, Victoria?
Me fascina la forma en que pronuncia mi nombre, el movimiento de sus labios y su lengua. ¿Cómo sería sentirla en mi boca? ¡No, mejor no pienso eso!
-No.- respondo y agito la cabeza.- Acabo de terminar la carrera y empezaré a buscar después del verano.
-¿Aquí o te vas fuera?
-Aquí.- confirmo.- He estado fuera cinco años y he añorado mucho mi tierra. Y a mi padre.
-¿Qué has estudiado?- se interesa.
-Química.
-¡Caray!- exclama.- Atractiva e inteligente. ¿Cómo no vas a tener un tío que beba los vientos por ti?
Sonrío, al notar que más que preguntármelo a mí se lo está diciendo a sí mismo y cuando estoy dispuesta a aclarárselo, llaman en la puerta y entra Mylo.
Me yergo, algo incómoda por cómo estamos ubicados y la interpretación que puede darle y por consiguiente decirle a mi padre.
-El señor Pomeró me envía a buscarte para cenar con él.- dice en tono serio y algo reprobador.
-Voy.
Me escurro por la cama y bajo.
-Diré a una de las chicas que te suban algo de cena.
Tomás asiente y me despido de él para salir del cuarto seguida por un serio Mylo.
Bajo por las escaleras lentamente, pero mi interior bulle de euforia. ¡Tomás está pensando en quedarse!
-¿Qué era eso?- pregunta Mylo que camina a mi lado.
-¿El qué?- finjo que no me entero a qué se refiere.
-No te hagas la inocente conmigo que nos conocemos. ¿Los dos juntos en la cama? No te estarás encaprichando de él, ¿no?
Me detengo en el segundo piso y me giro hacia él.
-Mylo, te quiero mucho, pero no pienso hablar contigo de ciertos temas.
Sigo caminando y él también lo hace.
-Yo también te quiero, por eso me preocupo por ti. Ese chico no te conviene, ni te merece.
-¿Por qué?- pregunto sin parar de andar.- ¿Por haber trabajado un breve periodo de tiempo en algo que tú llevas haciendo toda la vida?
-Puedes atacarme, Vic, no me importa, seguiré preocupándome y protegiéndote.
Vuelvo a detenerme cuando llegamos a la planta baja.
-Dejando de lado esa historia que te estás montando en la cabeza...- le digo.-...que sepas que no va a seguir con ese tipo de vida y que está pensando trabajar en Valencia.
-Victoria, no irás...
-Sí.- le interrumpo.- Voy a decirle a papá que le busque algo. Algo legal.- aclaro con retintín.
-¿Es que ahora eres la madre Teresa de Calcuta?- pregunta molesto.- Ese chico tiene algo raro.
-¿Qué tiene? Venga dímelo.- me asqueo.
-Es... su forma de mirar.
-¿Su forma de mirar?- pregunto entre risas.
-Sí.- afirma serio.- Cuando entré en la habitación se fijó en mi arma, como si la estuviese controlando.
-Será porque la llevas a la vista.- comento redicha mientras doy un toque en la pistola de la cartuchera que lleva en el costillar izquierdo.
-Me refiero a la del tobillo.
Entorno los ojos y bajo la vista a sus piernas. Con ese pantalón negro no se nota nada.
-¿Te ha preguntado por tu padre?
-¿Qué? ¡No!- respondo molesta.- Solo se ha interesado por mí.
Retomo el camino hacia la cocina, pero ya no estoy tan eufórica como antes.
-Y te recuerdo que sé muy bien lo que tengo que hacer cuando alguien me pregunta por papá.- bufo cabreada.