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Authors: Alvaro Ganuza

Romance Extremo (2 page)

-Buen chico.- digo mientras le froto las crines.

Cuando entramos en el campo que colinda con la Villa, empezamos a trotar y después a cabalgar como hacía tiempo.

-¡Guau!- chillo eufórica.

Es una auténtica gozada montar sobre un animal como éste. Siento la libertad y diversión que experimenta Júpiter, y eso me encanta.

No sé cuanto tiempo paso a lomos de mi bello corcel, pero me pasaría todo el día, trotando, galopando por los verdes campos. Qué maravilla y qué placer.

Cuando iniciamos el camino de regreso, lo hacemos relajadamente y disfrutando de las vistas, pero un chirrido de ruedas llama mi atención.

Por la carretera que pasa junto a la Villa circula un todoterreno negro a gran velocidad y tomando las curvas peligrosamente. A un par de kilómetros de mi casa, observo que se abre una de las puertas traseras y cae algo al asfalto. El coche sigue circulando sin detenerse y yo azuzo a Júpiter para cabalgar y ver qué es lo que han tirado.

-¡Soo Júpiter, soo!- le detengo mientras tiro de las cinchas de cuero.

Lo que ha caído del coche y se encuentra en la cuneta de la carretera, es nada más y nada menos que un chico no mucho mayor que yo, golpeado e inconsciente.

-¡Joder!

Azuzo a Júpiter y salimos raudos al galope hacia la Villa. Cuando llegamos a la barrera de entrada, detengo al caballo y llamo al vigilante de la garita, que no tarda en venir al escuchar mis gritos.

-¿Qué ocurre?

-¡Avisa a Mylo, dile que venga con el Jeep por la carretera y que le espero a un par de kilómetros hacia el sur! ¡Deprisa!

Dicho esto y sin decir nada más, regreso al galope con Júpiter hasta el lugar donde está el chico inconsciente.

¿O estará muerto?

Bajo del caballo y sin soltar las correas, me agacho hasta el joven. Con mano temblorosa, coloco los dedos índice y corazón en su cuello en busca de pulso.

¡Está vivo!

-Oye.

Le agarro del mentón para ver si reacciona, pero no es así y me doy cuenta que a pesar de la sangre, el ojo hinchado, las brechas... es un chico muy guapo. ¡Caray!

Escucho el motor del Jeep y me levanto para hacerle señas. No viene solo, mejor, necesitará ayuda para meterlo dentro del coche.

-¿Qué ocurre, Victoria?- pregunta alarmado mientras salta del Jeep.

-Mira lo que hay aquí.- señalo.

Mylo y los otros dos chicos se acercan.

-¿Está muerto?- pregunta el jefe.

-No. Vi que lo tiraban desde un coche. Un todoterreno negro que circulaba a mucha velocidad.

-Parece un ajuste de cuentas.- comenta Mylo.- Deberíamos dejarlo aquí.

-¿Qué? ¡No podemos hacer eso!- exclamo.

-Victoria, no podemos llamar a la policía.

-¡Eso ya lo sé!- gruño asqueada por el tipo de vida que llevo cada vez que vengo aquí.- Si te he llamado es para que lo llevemos a casa, allí lo curaremos.

-¿Estás loca? Ni siquiera sabes quién es o porqué motivo está donde está.

Suelto una carcajada sarcástica.

-¿Estás planteándote dejarlo aquí tirado, medio muerto, solo por el tipo de vida que puede llevar? ¿Tú?

Mylo me mira con el ceño fruncido. Sé que le he dado un golpe bajo, pero no debería darme lecciones de moralidad.

Subo de nuevo encima de Júpiter y miro a los tres empleados de mi padre.

-Subidle al Jeep.- finiquito y es una orden.

Mylo hace un gesto a sus subordinados y los tres cogen al chico de la cuneta. Viste un desastroso pantalón vaquero, una camiseta que fue blanca en su día y no lleva ni calzado.

-¡Con cuidado!- pido.- Bastante destrozado está ya como para que le rompamos algo más.

Cuando veo que el chico está casi dentro del coche, regreso veloz a la Villa.

-No cierres la puerta que ahora vienen con el Jeep.- le digo al tío de la garita.

Troto con Júpiter hacia un par de hombres de seguridad y bajo de un salto.

-Llevadlo al establo.

Beso a mi chico en el morro, entrego las cinchas de cuero a uno de ellos y corro hacia casa.

Nada más entrar, localizo a Graciela y le pido que una de las chicas prepare una habitación para un muchacho que hemos encontrado herido y que ella llame al doctor Martínez, buen amigo de mi padre, para que venga lo antes posible. Después me dirijo al despacho de papá a paso acelerado. El tío de seguridad que sigue en la puerta me mira serio, pero esta vez no pone impedimentos. Ha aprendido la lección.

-El próximo viernes estará aquí, es de muy buena calidad.- comenta papá.- Traed el dinero y se os entregará.

-¿Papá?- le llamo asomando la cabeza.

-¿Sí?- se yergue para mirarme.

-Necesito hablar contigo un momento.

-Disculpadme, no tardo.- dice a sus invitados.

Se levanta de la mesa y viene a la puerta.

-¿Va todo bien, cariño?

-Sí. Escucha papi.- me pongo melosa para ablandarlo un poco.- A la vuelta de mi paseo a caballo he presenciado algo inaudito. He visto como tiraban a un chico de un coche en marcha.

Papá clava su oscura mirada en mí y me pongo nerviosa pensando en la negativa.

-Está muy mal herido y he hecho que lo traigan a casa.- comento del tirón.

-Victoria.- resopla.

-Lo sé, papá, pero no podía dejarlo ahí tirado. Te prometo que me encargaré de él, que no se enterará de nada y cuando esté recuperado se irá.

Papá sonríe y me coge la cara entre sus manos.

-Mi dulce ángel.- susurra y me besa en la frente.- Por tu bien, y el de él, que no se entere de lo que pasa en casa.

Asiento feliz por la aprobación.

-Llama a Julián para que venga a verlo.

-Ya se lo he pedido a Graciela.- contesto.

-Vale, luego pasaré a verle.

Me estiro para darle un beso en la mejilla y cierro la puerta del despacho. Cuando llego a la entrada, Mylo y los chicos lo están subiendo por las escaleras.

CAPÍTULO 2

 

 

Desde los pies de la cama observo como el doctor Martínez termina de atender al chico que sigue inconsciente.

-¿Cómo está, Julián?- pregunto nerviosa.

-Hecho un cuadro.- responde mirándome por encima del hombro.- Pero nada grave, contusiones. Mañana estará morado entero. Que no se mueva de la cama en varios días.

-Descuida.

-Respecto a las heridas de la cara, son feas pero no he tenido que darle ningún punto.

Se levanta de la cama y abre su maletín del que saca un tubo de pomada, vendajes y un par de pastillas.

-La crema es para los hematomas. Cuando despierte y le duela todo el cuerpo, dale un anti-inflamatorio, el segundo que se lo tome ocho horas después.

-¿Y si le sigue doliendo?

-Paracetamol o Ibuprofeno.

-De acuerdo. Muchas gracias por venir tan rápido.

-De nada.- dice sonriente.- Me ha alegrado verte.

-Lo mismo digo.

La puerta del cuarto se abre y entra mi padre.

-¿Cómo se encuentra nuestro huésped?- pregunta.

-Vivo, pero apaleado.- responde el médico.

Ambos se estrechan la mano e incluso mi padre le palmea la espalda. Julian es un buen hombre y gran médico. Padre de dos preciosas gemelas, no más de cuarenta años, alto y atlético, cabello corto castaño cobrizo y unos bellos ojos miel detrás de las gafas.

Sabe muy bien a qué se dedica mi padre, pero aun así no se ha dañado su amistad. No está conforme, al igual que yo, pero la amistad es lo que tiene. Si la policía se enterara, su vida cambiaría radicalmente. Espero que eso no ocurra nunca porque es una de las personas más buenas que he conocido en mi vida.

-Vamos, que te abono la visita.

El médico asiente y se gira hacia mí.

-Llámame si surgen complicaciones.- me dice.

-Lo haré.

Le doy un rápido abrazo y sale del cuarto acompañado por mi padre.

Me acerco lentamente al chico y tras dejar las cosas en la mesilla, me siento en la cama a su lado. Con ayuda de Graciela y Sonia, hemos conseguido quitarle toda la ropa, bueno, toda menos el bóxer, y le hemos limpiado un poco.

He de reconocer que me he mordido el labio varias veces al ver el gran físico que tiene el chico. ¡Madre mía!

Tiene el pelo castaño, liso y un poco largo, me gusta como le queda, y mirando la cama, calculo que medirá uno ochenta y cinco más o menos. Su fisonomía es casi perfecta, o al menos a mi parecer, tiene unos labios gruesos, unos pómulos marcados, mentón duro y unas orejas pequeñas y preciosas que dan ganas de comérselas. Estoy deseando que abra los ojos para ver de que color son, pero seguro que me impresionan. También quiero escuchar su voz y por supuesto conocer su nombre.

Deslizo una mano pausadamente por su frente, arrastrando los mechones de pelo indomables que vuelven una y otra vez al mismo sitio.

-¡Uhuumm...!- ruge dolorido.

Aparto la mano esperando que abra los ojos, pero no lo hace y vuelve a la inconsciencia.

Me inclino sobre él, acercándome a su oído.

-Tranquilo.- susurro.- Estás a salvo, descansa.

Deslizo los dedos por su mejilla y me aproximo para posar delicadamente los labios.

Me separo como un rayo y sin cumplir mi objetivo ya que la puerta se abre y regresa papá. Finjo estar colocándole mejor la almohada y el edredón.

-¿No despierta?- pregunta acercándose.

-No.- niego.

-Cuéntame otra vez lo que pasó.

Relato mi paseo con pelos y señales y mi padre me escucha atentamente mientras asiente con la cabeza.

-Avisaré a Jeremy que revise la grabación de la cámara de la entrada por si ha grabado al coche o la matrícula.

-Mylo dijo que parecía un ajuste de cuentas.

-Tiene toda la pinta. ¿A qué se dedicará?

-Lo sabremos cuando despierte.

-Recuerda que no puede salir de la habitación.

-Sí.

Papá me da un beso en la frente y sale del cuarto. Yo me quedo un rato más porque me siento atraída como un insecto a la luz. Es como ver al bello durmiente. Golpeado, sí, pero bello.

¿Despertará si le doy un beso?

Sonrío por la cursilada que acabo de pensar y cuando intento levantarme de la cama, una de sus manos agarra la mía.

-¡Oh!- se queja.

La respiración se me corta y vuelvo a acomodarme junto a él, procurando no hacerle daño.

-Hola.- susurro.- ¿Estás despierto?

Los labios del chico empiezan a moverse un poco, como si quisiera decirme algo y tuviese la boca seca.

-¿Quieres agua?

Lleno el vaso de la mesilla con la jarra y se la doy a la boca con una cuchara, poco a poco. Me hace ilusión ver como abre levemente la boca en busca de más agua y se la doy encantada.

-¿Cómo te llamas?

Su cabeza se desliza hacia un lado y me doy cuenta que se ha vuelto a dormir.

Dejo el vaso en la mesilla y vuelvo a colocarle bien el edredón y los brazos por encima. El pobre los tiene llenos de raspazos.

Llaman en la puerta y entra Sonia, la sirvienta más joven. Es de mi edad, rusa, rubia, bajita y muy trabajadora. También es un cielo.

-Vicky, he encontrado su móvil en el pantalón.- dice con ese acento tan marcado.- Casi lo meto en la lavadora.

-¡Oh!

Me levanto de la cama y lo cojo de sus manos. Ni se me había pasado por la cabeza mirar si tenía documentación o algo así.

-¿Había algo más? ¿Una cartera o algo?

-No, nada más. Solo el móvil.

-Vale, gracias.

Sonia se marcha del cuarto y yo, tras echar una mirada al chico, levanto la tapa de su móvil y sonrío porque es un modelo tan antiguo que el bloqueo consta de “almohadilla y aceptar”. En su agenda, los primeros números son los de “mamá” y “papá” que vienen escritos con las iniciales “A. A (avisar a)” para saber a quien llamar en caso de accidente. Pulso “mamá” y me llevo el teléfono a la oreja. Da tono. ¡Bien! Dos. Tres. Cuatro. Descuelgan, pero nadie contesta.

-¿Hola? ¿Hay alguien ahí?- pregunto yendo hacia la ventana.

Nadie habla y la llamada se corta. Frunzo el ceño y lo intento con “papá”.

-Hola.- murmura el chico.

Me doy la vuelta y veo que está con los ojos semiabiertos, mirándome.

Cierro el teléfono de golpe y me acerco.

-Hola.- contesto alegre.- ¿Cómo te encuentras?

El ojo derecho apenas se le abre, pero gracias al izquierdo veo que sus ojos son verduzcos.

-Me duele...- susurra con voz ronca.-...todo.

-Normal.

De la mesilla cojo un anti-inflamatorio y lo saco de su envase.

-¿Crees que podrás tomar esta pastilla?

Se la pongo delante de la cara para que la vea y él asiente un par de veces.

-No te la tragues aún.- le digo cuando se la meto en la boca.

Levanto su cabeza un poco y llevo el vaso de agua a sus labios.

-¿Ya la has tragado?- pregunto apartando el vaso.

-Sí.- musita.

Lo dejo en la mesilla y me centro en él.

-En seguida se te pasará el dolor.

Una de sus manos se desliza por el edredón hasta dar con la mía. Me la estrecha y a mí se me eriza la piel.

-Gracias.

-De nada. ¿Cómo te llamas?

-Tomás.- responde y vuelve a cerrar los ojos.

¡Oh! ¡Tomás, el bello durmiente!

No me esperaba ese nombre, pero bueno, no es feo.

-Yo soy Victoria. Ahora descansa.

-No me dejes solo.

-No, tranquilo. Duerme, que yo estaré aquí.

Suelto su mano, la coloco otra vez sobre el edredón y esta vez sí, le doy un beso en la mejilla.

-Umm...- gime escuetamente.

Me siento en el sofá chesterfield gris perla que hay en la esquina de la habitación y observo como Tomás descansa y se recupera.

Mylo se pasa para comprobar como estoy. El chico no le importa mucho, dice que a él no le conoce desde que tenía diez años.

Graciela también nos visita. Se alegra cuando le digo que ha despertado y que me ha dicho que se llama Tomás. Le pido que me traiga de mi habitación la novela que tengo sobre la mesilla para ir leyéndola mientras le vigilo. Es una romántica y ahora veo a Tomás en el papel del prota masculino.

¿Me estoy enganchando de un desconocido? ¿Un desconocido inconsciente? ¿O será la humanidad que hay en mí y la compasión por una persona malherida?

Levanto la vista hacia el chico que yace en la cama y veo el lento subir y bajar de su trabajado pecho. Parece que duerme plácidamente, o todo lo plácidamente que se pueda después de recibir una paliza.

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