—¿Estás mejor? —pregunté.
—Bianca.
Lucas se volvió hacia mí. Su cuerpo aún estaba tenso, pero su expresión ya no parecía la de un animal: era la suya.
—No era una alucinación. Estás aquí de verdad.
—Estoy de verdad. ¿Cómo te encuentras?
En lugar de responder, Lucas me apretó con fuerza entre sus brazos. El gesto fue demasiado brusco, pero era una emoción humana, y me sentí agradecida por ello. Me pasó los dedos entre el cabello, que seguramente le pareció bastante real. En ese momento, yo estaba muy presente.
Insistí:
—¿Cómo estás?
—Mejor. —Titubeaba—. Antes no podía pensar más que en… Bueno, no. No podía pensar. Solo sentía esa… hambre.
—Ahora estás bien.
—Mientras tú estés conmigo.
Su voz sonaba tensa y me di cuenta de que seguía inquieto. Las ansias de beber sangre no eran su único problema. Se separó de mí y, sujetando con fuerza mi mano, levantó la vista hacia Balthazar y Ranulf.
—Vosotros tampoco erais un sueño.
—Bienvenido a la muerte —dijo Ranulf con tono alegre—. En realidad, no resulta tan mala cuando le «pillas el tranquillo».
—Gracias, tío.
Lucas se limitó a saludar con la cabeza a Balthazar; al parecer, se acordaba de la conversación que habían mantenido. Pero entonces se quedó petrificado, y su rostro se contrajo como si fuera a vomitar. Me pregunté si habría bebido demasiado rápido, hasta que susurró:
—Mamá. Vic. Yo los ataqué… Quería…
—Todos están bien. No has hecho daño a nadie. —Entrelacé los dedos con los suyos.
—Podría haberlo hecho. Quería hacerlo.
Algo en la mirada de Lucas hizo que me preguntara si, en lugar de «quería», no habría estado a punto de decir «quiero».
—Mi madre no volverá a hablarme nunca.
Balthazar se cruzó de brazos.
—¿De verdad quieres volver a hablar con ella después de cómo te ha traicionado?
—Esto no va así —dije.
Por muy amarga que hubiese sido la separación de mis padres, no pasaba un día en que no quisiera volver a verlos. Miré a Lucas y me di cuenta de que él sentía lo mismo. Comprendía el rechazo y el recelo de Kate ante su nueva naturaleza; él los compartía.
Ranulf dio un paso al frente, atento como siempre.
—Vic no te guarda rencor. Está fuera bebiendo Mountain Dew y se alegrará de ver que te has recuperado.
Lucas negó con la cabeza.
—No creo que quiera estar conmigo después de haberme lanzado a su yugular.
—Me parece que se siente… algo apabullado por los acontecimientos del día, pero no te abandonará —afirmó Ranulf.
—Ninguno de nosotros lo hará.
Quise abrazarlo de nuevo, pero Lucas guardaba las distancias, abstraído. Cuando miré a Balthazar, este negó ligeramente con la cabeza, indicándome que no lo atosigara. El control que Lucas había logrado era temporal, y todos lo sabíamos.
—¿Podéis dejarnos solos un rato? —dijo Lucas pasándose una mano por el pelo dorado oscuro, más alborotado incluso que el de Balthazar—. Me alegro de verdad de veros, pero Bianca y yo tenemos que hablar.
—Claro. —Balthazar hizo un gesto con la cabeza a Ranulf—. Venga, vamos a ayudar a Vic a arreglar los desperfectos.
En cuanto la puerta se hubo cerrado tras ellos, Lucas y yo nos miramos, y la tristeza fue tal que casi me dolió. Recordé, años atrás, el momento en que me enteré de que era miembro de la Cruz Negra. El día que se escapó de Medianoche nos vimos a través de una vidriera de colores, incapaces de creer que habría un modo de volver a estar juntos. Yo me acordaba perfectamente de todos y cada uno de los colores de los cristales, como si aún nos separaran.
—¿Cómo te sentiste al morir? —pregunté.
—No me acuerdo de nada.
Lucas apoyó la cabeza en la pata de nuestra mesa plegable, cediendo al cansancio extremo que seguía a la resurrección. Permanecimos en el suelo, incapaces de reunir fuerzas para movernos.
—Solo ahora, después de que Balthazar me clavara la estaca… Qué raro es decir eso… Bueno, pues, después de eso, he soñado y creo que he visto a Charity persiguiéndonos. —Dejó escapar una risa leve, amarga, y levantó la mirada hacia el techo—. Lo último que necesitaba es que apareciera en mis pesadillas.
Me estremecí. Charity tenía una apariencia inocente, con su rostro juvenil y su aspecto desaliñado de niña desamparada. Pero era cualquier cosa menos eso. Me dije que yo también tendría para siempre pesadillas en las que aparecía ella, si es que aún podía soñar. Todavía no estaba segura de eso.
—¿Y cómo te sentiste tú? —preguntó él volviéndose hacia mí—. ¿Te convertiste en un espectro de inmediato o hubo un tiempo intermedio? Me gustaría pensar que pudiste atisbar el cielo.
—Nada de atisbos. —Crucé los brazos por encima de las rodillas y apoyé la barbilla en ellos—. Creo que me volví espectro prácticamente al instante, pero me llevó un tiempo darme cuenta de lo que había ocurrido. Al principio solo vagué de un lado a otro.
—¿Tú crees que hay un más allá para los vampiros? ¿Crees que van… que vamos todos al infierno, si es que existe?
—¡No digas eso!
—El agua bendita me abrasará. No podré volver a poner un pie en terreno consagrado —dijo Lucas—. Dios dejó bastante clara su postura, ¿no te parece?
Le acaricié las mejillas.
—Sé que odias esto, pero hay modos de seguir adelante, de disfrutar de los años que vendrán. Piensa una cosa: ahora somos inmortales. Nos perdimos el uno al otro una vez, pero ahora al menos no tendremos que volver a pasar por eso.
Lucas se apartó de mí y se puso de pie lentamente. Avanzó unos pasos por nuestro apartamento provisional, mirándolo todo como si lo viera por primera vez: la cocina, el colchón hinchable sobre un somier, los cajones de cartón que contenían nuestras cosas. En las últimas semanas había habido momentos en que yo llegué a considerar que aquel era el lugar más perfecto y romántico del planeta. Ahora parecía destartalado y pequeño, y su belleza, la última ilusión que habíamos compartido.
—Bianca, no sé si soy capaz de hacer esto —dijo.
—Lo eres.
—Lo dices porque es lo que quieres creer, no porque lo pienses de verdad.
—Abandonas antes de intentarlo siquiera.
Lucas se volvió hacia mí y me miró angustiado.
—Lo pienso intentar. Vamos, Bianca, ¿crees que no lo intentaría por ti? Por mucho que deteste esta… esta hambre que me consume, esta sensación fría y desagradable de muerte, si eso significa poder estar contigo lo intentaré.
—Lo conseguirás. Aprenderás a controlar tu hambre. Te lo prometo.
—¿Y cómo se supone que lo lograré? —Señaló los envases vacíos del suelo—. Eso era… ¿cuánto?, ¿un litro y medio de sangre? Ahora mismo no puedo hacer nada más que contenerme para no agarrar esa bolsa y beberme el resto. Y cuando pienso que Vic está ahí fuera… Ya no se trata de Vic. Se trata de saber que está vivo y que tiene sangre que podría beber. En unos minutos…
—Tenemos más sangre. Bebe tanta como necesites. Conseguiremos más.
Pero aquella solución era meramente provisional, y ambos lo sabíamos.
Él necesitaba esperanza, y solo había una posibilidad que nos la ofrecía. Dejé de lado mis propias reticencias y los miedos acerca de mis padres; el plan de Balthazar era lo mejor que teníamos.
—En dos semanas empiezan las clases —dije—. En Medianoche. Volverás allí.
Lucas se quedó mirándome un instante y luego se golpeó la cabeza contra una de las estanterías del vino, haciendo tintinear las botellas.
—¡Lo que faltaba! Ahora oigo voces. Me estoy volviendo loco.
—No oyes voces. Vas a regresar a Medianoche como alumno; esta vez, como alumno vampiro. Ellos se encargarán de ti.
—¿Dices que se encargarán de mí? Bianca, la última vez que estuve allí yo iba con los tipos que provocaron el incendio.
Me acordé de lo que Balthazar había dicho y me aferré a ello.
—Ahora eres un vampiro. Si pides refugio, la señora Bethany tiene que dártelo. Puede que no muestren una actitud amistosa, vale, pero tendrás un lugar donde quedarte, y sangre suficiente, y consejos sobre cómo hacer frente a tus ansias. Durante semanas o meses, el tiempo que necesites.
—O años, tal vez —dijo Lucas—. Balthazar pasó años regresando allí.
Balthazar había acudido a la Academia Medianoche por motivos diferentes, más próximos a la verdadera misión del internado: ayudar a los vampiros de apariencia joven a hacerse pasar por humanos manteniéndolos al día sobre los avances del mundo moderno. Aunque ahora no era el momento de recordárselo a Lucas. Lo último que necesitaba oír era lo bien que se las apañaban todos los demás vampiros.
Lucas añadió:
—De todos modos, me trae sin cuidado que me odien. No iremos a la Academia Medianoche porque es peligroso para ti.
—¿Para mí?
Apenas había tenido tiempo de pensar en ello, pero Lucas tenía razón. Por lo ocurrido el año anterior en el internado, sabíamos que la señora Bethany no solo era la directora de Medianoche; ella usaba la escuela para localizar, y tal vez capturar, a espectros como yo.
El motivo por el cual lo hacía seguía siendo un misterio, pero estaba claro que sentía animadversión por los espectros. Fuera lo que fuera lo que tuviera en mente, no podía ser bueno para nosotros.
Al ver en mi cara que hasta entonces yo no había caído en la cuenta, Lucas asintió. Su expresión en ese momento era verdaderamente sombría.
—Yo fastidié suficientemente las cosas para que murieras —dijo—. De ningún modo pienso volver al sitio donde esa situación aún podría empeorar.
Pero ¿qué otra cosa podíamos hacer? Me obligué a ser valiente.
—Ya encontraremos una solución.
—No me pidas que vaya allí sin ti. No podría soportarlo.
Lucas lo dijo sin más, como algo obvio. Si se veía apartado de mí, se rompería el débil hilo de voluntad que lo mantenía a flote.
—Tú irás a la Academia Medianoche, y yo iré contigo.
—No, Bianca. Es demasiado arriesgado.
—Sí, Lucas. —Él siempre había querido protegerme de todos los peligros, pero era el momento de afrontar la realidad—. ¿Acaso es más peligroso que cuando yo era vampiro y formaba parte de un comando de la Cruz Negra? Logré salir de aquello y en este caso también lo conseguiré. Además, hay espectros que han logrado permanecer en Medianoche sin ser destruidos por la señora Bethany. Maxie es una. Se puede hacer. Sé que tengo que ser prudente.
Lucas no parecía convencido.
—Podríamos hacer algo distinto. Encerrarme en algún sitio hasta que…
—¿Hasta que dejes de tener ganas de beber sangre? —Bajé la voz para suavizar el impacto de las siguientes palabras—: Eso no ocurrirá. Y no estoy dispuesta a tenerte como a un prisionero en algún sótano. Te digo que podemos lograrlo. Y que podemos porque no nos queda otro remedio.
—No me gusta.
—A mí tampoco, pero estaré bien. Allí tendrás un punto de referencia, sangre y otros vampiros que podrán enseñarte a sobrellevar todo esto. Ranulf y Balthazar te acompañarán —le prometí—. Y Vic también va a regresar, ¿recuerdas?
Abrió sus ojos de color verde oscuro con sorpresa, y supe que Vic no era motivo de consuelo para él. No era un amigo. Era una presa.
Me apresuré a añadir:
—Podrás estar cerca de Vic siempre que haya otros para ayudarte. Con el tiempo, te resultará fácil.
Lucas tenía la vista clavada en el suelo y yo me odié por ser tan simplista, tan superficial. Tal vez él aprendería a dominarse, pero nunca le resultaría fácil. No nos servía de nada que yo fingiera que lo sería.
Recordé lo que Balthazar había dicho sobre los vampiros que preferían arrojarse a una hoguera a seguir. Lucas sabía muy bien cómo destruir el cuerpo de un vampiro.
—Vale. No será fácil —admití—. Nunca lo ha sido. Pero eso jamás nos ha separado…
Él extendió los brazos y yo corrí a refugiarme en su pecho. Aunque su abrazo era frío, él seguía siendo Lucas. Seguíamos siendo nosotros.
Con el rostro hundido en mi pelo, susurró:
—¿Solo te veré en sueños?
—Mientras tengas mi broche, podré ir a ti.
Frunció el entrecejo y luego se sacó el broche del bolsillo trasero. Aquella flor, hecha de azabache de Whitby y tallada con esmero, fue un regalo que Lucas me hizo cuando empezamos a salir. Se lo había llevado consigo cuando salió a luchar para morir, y fue la única cosa que me permitió encontrarlo.
—¿Por qué el broche?
—Hay objetos a los que los espectros nos vinculamos de forma intensa en vida, como este broche, mi pulsera, o la gárgola que hay en la ventana de mi antigua habitación, objetos que podemos emplear para transportarnos. Son como paradas de metro; puedo viajar hasta ellos y aparecer sin más allí donde estén. La pulsera de coral y el broche de azabache son especialmente poderosos porque están hechos de un elemento que antes fue un ser vivo. —Le cerré la mano con el broche en la palma—. De modo que, mientras lleves esto contigo, te encontraré. ¿Ves?, incluso tendrás un modo de cerciorarte de que estoy a salvo.
—Medianoche —dijo él—. Vale.
Yo sabía que, más que convencerlo, había acabado de agotarle. Seguía más asustado por mí que por él mismo. Pero la verdad era que no teníamos ningún otro lugar al que ir.
Nos abrazamos otra vez, con más fuerza. Yo deseaba creer que Lucas había encontrado un motivo de esperanza. Sin embargo, incluso cuando estábamos abrazados, supe que miraba por encima de mi hombro y clavaba su mirada en la sangre.
—U
n descanso —dije cuando entramos en la habitación de un hotel del centro de Filadelfia que Balthazar había pagado. Resultaba ridículamente lujosa, con edredones blancos de algodón en camas altas de plataforma; demasiado pulcra para seres no muertos manchados de sangre seca—. Los dos necesitamos un descanso.
—¿Puedes dormir? —preguntó Lucas.
Había vuelto a beber durante el trayecto, varios litros, y tenía el aire aturdido de quien ha comido en exceso, como mamá y papá en Acción de Gracias. Habíamos tenido que darle todo lo que fue capaz de tomar; era el único modo de asegurarnos de que pasaría por el vestíbulo del hotel sin atacar a nadie. No tardaría en caer rendido.
—No estoy segura de que los espectros necesitemos dormir. A veces tengo la sensación de que necesito algo así como… desvanecerme. Pero no es exactamente lo mismo.